¡¡Pii!! ¡¡Viajeros al tren!! Seitai: la vida secreta de Adán y Eva
Quien vive muere. Por eso vive. Pero no muere un buen día, sino que va muriendo a cada momento. El que ha vivido diez días, ha muerto diez días. Ría o llore, va muriendo. Hay quien vive cada instante de su vida despreocupadamente y quien vive eternamente preocupado, estrechamente atado a los intereses, a los conocimientos, al honor, a las alabanzas, al humor de los demás…
Sin embargo, vivir una vida que realmente merezca la pena es lo que nos hace habitar cada instante. Es entonces cuando la vida se llena con el vivir: se ha emprendido el camino zensei, el camino de la vida plena.
Solo existe el sueño profundo para los que actúan intensamente. Solo existe la muerte sosegada para los que así han vivido.
—HARUCHIKA NOGUCHI
Nunca sabremos en qué momento de la existencia el ser humano decide abandonar el paraíso, ni por qué.
Se nos habla de que en origen nos sentíamos libres y despreocupados. El único cometido que nos exigía la vida era vivir. Vivir con mayúsculas. Vivir la vida plena. Eso es algo que hoy en día mantienen todos los animales de la creación, salvo nosotros.
La inteligencia vital solo quiere una cosa: cumplir deseos vitales, y esos deseos nos nacen del organismo. El primer deseo que cumplimos es el de desarrollarnos. Una vez satisfecho el deseo vital de reproducción de nuestros padres al fundirse en el acto sexual, el óvulo y el espermatozoide inician el camino de su primera cita, su deseo de fusionarse. Ahí radica nuestro primer deseo vital. Esa primera célula se multiplicará y se multiplicará. Todo ello se desarrollará con una maestría precisa e increíble hasta que somos lanzados al mundo, impulsados por el deseo de abandonar ese espacio acuoso y silencioso en el que vivimos durante nueve meses. De repente, nos surge el deseo imperioso de nacer. Después, nuevos deseos irán diseñando las etapas de nuestro desarrollo. Con cada consolidación de nuestro ser, nacerá un deseo asociado a una psique.
En un momento determinado, nos surgirá el deseo de afirmar el cuello. Al levantar la cabeza, nuestros ojos empiezan a percibir el entorno. Nace nuestra inteligencia analítica, observadora y curiosona. En otro momento, tendremos el deseo de descubrir eso que hasta ese momento solo podíamos mirar. Ahora queremos desplazarnos y podremos hacerlo, porque nuestras células están consolidando nuestros hombros y nuestra capacidad motora que nos proporciona el poder impulsarnos hacia delante, primero con el gateo y luego dando los primeros pasos. Nace nuestra inteligencia pragmática y actora, la que es capaz de poner en marcha lo que la inteligencia analítica diseña.
Cuando el organismo empieza a demandar azúcar y otros nutrientes, es el momento de añadir variedad a la leche materna. La cuchara de la papilla es algo más que un instrumento para colocar el alimento en la boca del pequeño. Es también un juguete. La comida se transforma en una actividad divertida en la que se da la interrelación. Es papá haciendo el avión, ladeándose de un lado a otro haciendo eses. Es el bebé imitando, riendo e inventando monerías que divierten a mamá. Se nos revela lo útil que es la simpatía para conseguir lo que queremos. En el bebé nace la inteligencia emocional. Es la psique mediadora y comunicativa que nos acompañará de por vida y que desarrollaremos con más o menos talento.
Cuando la cintura se nos forma, podemos crear nuestras primeras barricadas. Nos nace el ego. Yo soy yo y tú eres tú. No somos solo un mundo de interrelación. También somos individuos. Nuestros juegos edifican territorios propios. Nos nace el deseo de defender lo nuestro. Que nadie nos toque las trincheras. Nos podemos retorcer y aprendemos a decir «no». Nace nuestra inteligencia defensiva y competitiva.
Al final de la lactancia, entre los quince y los dieciocho meses, se asienta la pelvis. Adquirimos la capacidad de concentrar la mente, hacia abajo y hacia dentro. Podemos observar abstraídos un reguero de hormigas faenando, un avión atravesando el cielo… Además, el asentamiento de la cadera nos da la base firme en la que sustentar el resto de la columna vertebral. Nos erguimos sin los bamboleos torpes que nos facilitaba nuestro impulso anterior, realizado desde los hombros. Es entonces cuando nos nace la conciencia.
Empezamos a percibir no solo el mundo de lo espontáneo, sino que también tenemos la capacidad de asimilar el entorno cultural, sus normas, su organización, etc. Nace nuestra inteligencia afectiva profunda. Es la psique que nos conecta con lo invisible, con lo que no se ve pero existe.
Y así podemos llegar al infinito, relacionando actividad celular, desarrollo orgánico y funcional, deseo vital y psique. Todo ello es lo que configura la inteligencia vital, profundamente relacionada con la habilidad natural que posee el movimiento vital. Cada etapa de la vida obedece a unos deseos vitales, y vivir acorde a esa vida es lo que nos proporcionará una vida plena.
Observar la vida. Respetar la vida. De una forma sencilla, aprendemos a comprendernos a nosotros mismos y a los demás. Reconocemos fácilmente que la mente analítica no es todopoderosa, y que hay otras actividades igual de importantes e inteligentes que nos hacen vivir.
El movimiento nos ordena y nos desordena. El término Seitai se compone de dos palabras japonesas: sei, ‘orden’ y tai, ‘cuerpo’. Sei no define un orden cualquiera. En Japón, esta palabra se utiliza específicamente para referirse al orden escrupuloso que tiene que existir, por ejemplo, en una gran biblioteca. Imagina esa biblioteca maravillosa de El nombre de la rosa. Su orden es fundamental para que su función no se desbarate.
Cualquier cosa que se usa se desordena, incluido nuestro organismo. Entonces algunas partes del cuerpo quedan atrapadas por tensiones que llamaremos TPE, tensiones parciales excesivas.
Esos pequeños desplazamientos arrastran tejidos, atrapan nervios, endurecen tendones, ahogan órganos, modifican las funciones fisiológicas, etc. Y esa alteración del orden natural del organismo se traduce en malestar psíquico. Curiosamente, todos esos movimientos, respecto a los que vivimos ajenos, nos llegan a la consciencia en forma de malestar: «No sé lo que me pasa, pero no estoy bien»; «No tengo motivos, pero…».
Es sorprendente que algo tan común no suscite interés. Sobre todo en un momento en que las universidades del mundo dedican dinero, tiempo y esfuerzo a cosas como: «Un masaje rectal con los dedos cura el hipo», «Las tasas de suicidio se relacionan con la cantidad de música country emitida en la radio», o «Un científico estudia cómo fabricar una bomba gay para provocar la homosexualidad y así minar la moral y la disciplina de las tropas enemigas». Parece que este científico propone por primera vez aunar las dos propuestas, hasta ahora irreconciliables, de hacer el amor y no la guerra.
No es broma, ¿eh? ¡Hay miles! Detrás de estos enunciados se encuentran científicos prestigiosos. Estos estudios son tan numerosos, que una revista humorística otorga los premios Ig Nobel. Se entregan en la universidad de Harvard, y los galardonados acuden a recoger sus reconocimientos con todo orgullo. Los hay más serios. Hay uno que se plantea si los seres humanos de las sociedades modernas somos cada día más tontos. Y la investigación concluye: «Los occidentales hemos perdido catorce puntos de cociente intelectual de media desde la época victoriana».
El Seitai es recuperar el orden natural del organismo, es retomar la cordura de la inteligencia vital. Es permitir que todos esos movimientos que intentan organizar nuestro organismo, incluso a veces con un aparente desequilibrio, recuperen su dinámica original.
¿Y cómo se restablece y se sensibiliza la coordinación vital? Pues de una forma muy simple. Las prácticas de Seitai son sencillas, fáciles, y cualquiera las puede realizar. Sin hacer nada, todo se hace. Y disfrutarás de ello, porque en este libro tienes todas las claves. La vida tiene una estructura y lo hace en cinco movimientos. Este es el meollo del asunto. La inteligencia vital está totalmente relacionada con el número cinco y con el movimiento vital. Y no es cábala ni numerología, es planteamiento empírico y demostrable, y su organización también.
Cinco movimientos, cinco sentidos, cinco dedos, cinco grandes sistemas orgánicos, cinco grandes psiques, cinco tipos de células, cinco cavidades óseas, cinco lumbares, cinco funciones fisiológicas fundamentales.
El Seitai, la salsa que le irá a todo a partir de ahora, nació en Japón y hasta allí nos vamos a ir.
¿Qué tal si nos vamos poniendo el kimono?
Primera parada: Haruchika Noguchi,
un personaje histórico imprescindible
Hay hombres que luchan un día y son buenos. Otros luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero están los que luchan toda la vida, y esos son los imprescindibles.
—BERTOLT BRECHT
Yo para hablar de Haruchika Noguchi (Tokio, 1911-1976) hago mía esta frase del dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht, pero me gustaría sustituir la palabra «lucha», por la palabra «descubrimiento».
Hay personas que perciben un día y son necesarias. Hay otras que observan y tienen la sensibilidad de aportar avances sobre lo que otros han aportado y son muy necesarias. Sin embargo, hay otras que revolucionan el conocimiento humano y esas, esas son pocas… E imprescindibles.
¿Y quiénes son los imprescindibles? Pues los que con su genialidad nacida más allá del conocimiento aprendido en los libros, originada en un lugar inexplicable, son capaces de crear o aportar algo que anteriormente no existía. Crear no es fusionar.
Pocos son los que realmente hacen creaciones totalmente originales. Y hasta que aparece otro genio, la mayoría vamos fusionando lo que existe. Romper clichés no es fácil. Sin embargo, hay personas que lo logran casi sin proponérselo, y ofrecen a la cultura humana algo único, algo nuevo, algo fresco, algo realmente innovador. Si hay alguien que reúna todo esto, es Haruchika Noguchi.
Él descubre algo que ha estado ante nuestros ojos siempre, pero no se ha visto. Los hallazgos de Noguchi son a nuestra vida lo que las ideas al filósofo, las palabras al escritor o el juego a los niños. Nos ha legado el comienzo, la célula que por mitosis se reproducirá hasta el infinito. Sus hallazgos son conocimientos universales.
El origen del Seitai es japonés, porque Noguchi nació y vivió allí, pero no estamos hablando ni de una filosofía oriental, ni de una practica oriental que hay que dominar, ni de una técnica, ni de nada parecido.
El Seitai es oriental y occidental, porque conecta con la mismísima vida. El Seitai sabe apreciar de manera clara por qué vivimos, cómo vivimos, cómo se manifiesta la vida, cómo vive la vida y cuál es la inteligencia que la organiza. En gran parte, esa inteligencia está compuesta por la respiración espontánea, que establece un diálogo natural entre el pecho y el vientre. El resultado da un ser humano pleno que vive la vida plena: zensei. Con esta palabra, Noguchi quiso expresar lo que es vivir: la vida plena.
Una vida plena no es sinónimo de facilidad. Significa vivir la vida como merece y cumplir con todas sus necesidades vitales, teniendo la capacidad de responder a los estímulos, tanto internos como externos, con total precisión. Porque la vida es precisa y certera.
Sabe hacer. Sabe crear. Aprender de la vida y de su inteligencia nos coloca en el camino fascinante de existir en plenitud. No se trata de adquirir una técnica, ni de alcanzar la iluminación. Se trata de vivir la vida con sencillez. Y resulta que lo sencillo se ha vuelto complicado y lo complejo se nos ha convertido en algo natural.
Si observarnos a nuestro alrededor, curiosamente comprobaremos que vivimos un momento antizensei.
Somos seres creativos. Adormecer la creatividad mata la ilusión de vivir. Y creatividad era salir cada día a cazar para satisfacer el deseo de alimento que tiene nuestro organismo. Era salir a olfatear en busca del individuo más atractivo para disfrutar del amor y encontrar a la pareja adecuada para perpetuar nuestros genes. Era disfrutar de los relatos alrededor de una hoguera antes de ir a dormir. Era estremecerse ante un atardecer. Era vivir con una respiración en sintonía con el resto de la naturaleza. Era… Y es.
Cuantas más acciones surgen de nuestro propio impulso vital, más satisfechos nos sentimos. Nadie habla de volver a las cavernas, pero nuestra sociedad tiene que encontrar el equilibrio entre el progreso y el latir interior de cada ser. Sin deseo no hay vida.
El descubrimiento de Noguchi aúna cultura humana y vida, inteligencia humana e inteligencia vital, creación humana y creación vital. Noguchi fue sabio desde que era un niño porque tenía un don.
¿Qué tal un viaje a través del tiempo?
Señoras y señores, a su izquierda, orígenes y contexto histórico del Seitai
El ser humano es el centro del mundo. Pero si lo observamos, nos daremos cuenta de que se ha sometido al reloj. Sufre sometido por las leyes y las instituciones, y es sacrificado en el altar de la ciencia. Sin embargo, no se trata de inventar un mundo nuevo, sino de romper la cáscara y de dar un primer paso con los propios pies. Entonces, el ser humano, que hasta entonces vivía incómodo en su encierro, se descubrirá bañado por un sol resplandeciente. ¿Por qué no abandonar esa cáscara en la que siempre se está discutiendo o soñando? ¿Por qué no romper esa cáscara? Ahora es el momento.
—HARUCHIKA NOGUCHI
El 1 de septiembre de 1923, Japón sufrió uno de los mayores terremotos vividos en el país, solo comparable con el terrible tsunami acaecido en 2011. Su magnitud de 7,8 grados en la escala Richter destruyó por completo la ciudad portuaria de Yokohama y afectó a otras prefecturas vecinas, entre ellas la de Tokio. La mitad de la gran urbe quedó arrasada. Más de cien mil personas murieron y otras treinta y siete mil desaparecieron para siempre.
Los que quedaron vivos, con todo su alrededor destruido, vagaban por las calles en busca de agua, alimento y asistencia sanitaria. A Noguchi, un niño de tan solo once años, le dio por salir a la calle de una manera espontánea y poner la mano sobre sus vecinos afectados.
Sorprendentemente, la gente se recuperaba e incluso se curaba. Puede recordar a Jesús de Nazaret, pero no tiene nada que ver. Ese acto de poner la mano del niño Noguchi está desprovisto de carga mística y religiosa. Tampoco alude a seres extraordinarios. Es una capacidad que tenemos todos, aunque en su caso fuera realmente especial.
Noguchi se entregó a la tarea de tocar con la intuición a quien lo necesitaba y como esa cosa tan simple funcionaba, se elevó a la categoría de suceso sorprendente. Su faea trascendió a los barrios de élite y le empezaron a demandar empresarios, políticos, mandos del ejército, hasta que un día fue llamado para atender a la propia emperatriz de Japón. Esto, en un país tan jerarquizado y más en aquella época, es tan complicado como que te toque la lotería y renuncies al premio.
El resultado es que con catorce años Noguchi era famoso. Como anécdota te cuento que un empresario agradecido le regaló un Rolls Royce con servicio de chófer incluido, que conservó hasta el fin de sus días. El joven acudía indistintamente a barrios humildes y al palacio imperial a bordo de semejante maravilla.
Con tan solo quince años, Noguchi montó su propio dojo. Personas de toda edad y condición estaban interesadas en recibir tratamiento del adolescente y además escuchar su pensamiento genial. Realmente Noguchi resultaba, y resulta, increíble.
Es cierto que a lo largo de la historia han existido seres formidables. Pero el valor de Noguchi es que no se erige como un ser sobrenatural con capacidades extraordinarias, sino que descubre la capacidad y la manera en que cada uno puede mantener y recuperar la salud por sí mismo, la mayor parte de las veces. La salud no es un hecho casual y aleatorio, sino que es algo que se puede cultivar de una forma muy sencilla, salvo accidentes, etc.
El joven se dio cuenta de que no es que él tuviera el don de curar, sino que las personas tenían la capacidad de regenerarse. Sus manos solo ejercían de herramientas recordatorio de esa fuerza vital que existía, al igual que ocurre con un rescoldo casi extinto. Si mantiene brasa en su interior, un simple soplido saca de él una gran llama. Si lo piensas, es magia, pero no lo percibimos de esa manera.
Así actúa la vida mientras vive. Todos disponemos de fuerza vital, y un soplido a tiempo reanima la vida entera. Noguchi no nos dejó a la deriva con filosofías, sino que puso a nuestro alcance unas herramientas preciosas. Esos fuelles son las dos prácticas fundamentales que cualquiera puede realizar y que aprenderás a aplicar en breve: katsugen undo y yuki.
Noguchi no era un ser piadoso y compasivo. Rechazaba la pasividad del paciente y lo hacía partícipe de su dolencia, asumiéndola, conociéndola. Las personas a quienes atendía practicaban y lograban por sí mismas perder el miedo a las manifestaciones naturales de su organismo, respetar sus procesos y recuperar la confianza en la vida. Digamos que entablaban conversaciones con su ki. Era un enfoque tan innovador, que a su dojo acudían reputados y experimentados terapeutas y maestros. Esto llevó al jovencísimo Noguchi a fundar la Asociación de la Conservación de la Salud por Método Natural, consolidándose como una actividad terapéutica tradicional novedosa y muy prestigiosa.
Sin embargo, Noguchi quería más y en esa época decidió aprender de los diversos métodos ancestrales orientados a la vida y a la salud y compatibilizar su frenética actividad en el dojo visitando a los grandes maestros, que lo recibían gustosamente.
Según profundizaba, iba descubriendo que su propuesta de observar y acompañar cada proceso funcionaba, pero curiosamente no existía. Nadie tomaba en cuenta el movimiento como referente de orden y salud. Se ignoraba (y ¡se ignora!) cómo esos movimientos autónomos actúan permanentemente en el organismo con una sutileza y una inteligencia precisa, increíble. Esos vaivenes y su organización son el gran descubrimiento de Noguchi. Observa cómo el movimiento tiene una estructura vital, natural y espontánea en sintonía con la inteligencia celular. Ello nos engendró, nos impulsó a nacer, nos mantiene vivos y es lo más nuestro, por mucho que vivamos de espaldas a ello.
Eso de «Pienso, luego existo» no creo que le hubiera cuadrado a Noguchi, porque para él estaba claro que existimos gracias a los movimientos vitales de organización inteligente, algo que a su vez está profundamente relacionado con la vida psíquica.
¿Significa que la forma de latir del corazón, la respiración, un tendón tensado, un tejido endurecido, una vértebra desplazada, un peristaltismo fofo del intestino, es en realidad lo que nos hace mostrarnos como lo hacemos, sufrir como sufrimos, actuar como actuamos?
¿Es la estructura del movimiento desorganizada la responsable de que esa mente que creemos domesticada, no pueda controlar por sí sola todo este engranaje que nos hace pensar una cosa y hacer otra? Para Noguchi estaba claro que no somos quienes queremos ser, sino lo que nuestro organismo nos permite ser. Somos nuestros movimientos y además somos los herederos de los movimientos de todas las generaciones de antepasados que nos arrastraron hasta aquí.
Noguchi sabía que era totalmente infructuoso intentar cambiar lo que somos, dándonos órdenes mentales. El organismo tiene que actuar coordinadamente, respirar, fluir, alternar tensión y relajación, y en eso tiene poca influencia nuestra brillante mente intelectual. El malestar es la expresión de lo que está dificultando las funciones vitales y por rebote la psique, involucrándola en una inquietud y una apatía inexplicables. Cuando esa insignificancia ignorada atrapa a alguien, todo el ser se mortifica y siente que no puede consigo mismo. Noguchi se dirigía a lo espontaneo, jamás a la mente. Sabía que era inútil. Somos seres poblados por numerosas inteligencias vivas que actúan coordinadamente.
Noguchi atendía a miles de personas y observaba nítidamente cómo el organismo siempre busca en el desequilibrio el equilibrio. Atendía con sutileza y diálogo lo que se mueve y se desajusta, en busca del coágulo vital… Forzar a la vida solo despierta su rebeldía. Una chepa solo es la foto fija del movimiento de toda una vida. La persona nació sin ella. Noguchi poseía una sensibilidad de escáner. Seguía el rastro del movimiento hasta alcanzar el origen del malestar. Su visión condensaba cómo cada articulación y cada globalidad se movilizan para evitar el desmoronamiento, como el que existe en esas sofisticadas creaciones que a partir de empujar un elemento, todo va cayendo sucesivamente en cadena. Intervenir en el equilibrio, sin conocer la estructura del movimiento vital, puede suponer un desbaratamiento fatal, y nadie está observando este asunto fundamental.
Noguchi descubrió la forma en que los vertebrados organizan sus actividades físicas, biológicas y psíquicas vitales siguiendo las necesidades naturales del organismo. A medida que su intuición se convertía en certeza, se le iba despertando la necesidad de contrastar. Se adentró en el estudio de los canales energéticos de la medicina tradicional china y pudo confirmar muchas de sus intuiciones, pero de forma insuficiente. Lo mismo le ocurrió con Occidente, aunque encontró impulso en muchas de las teorías maravillosas que estaban surgiendo en esos momentos en Europa. Para Noguchi fueron fundamentales y reveladores los estudios de tres grandes científicos: Albert Einstein, Charles Darwin y Sigmund Freud.
La teoría de la relatividad, publicada en 1905 por Einstein, fue un gran referente para él en el terreno de lo físico y de lo energético. El mundo no era tridimensional, como había expuesto Newton, y en cuyos estudios estaba basada toda la física tradicional. Aparecía una cuarta dimensión que no se había tenido en cuenta hasta entonces.
Eso cambiaba todos los parámetros de observación. También le fueron muy útiles las teorías referentes a lo orgánico y a lo biológico, en especial la de la evolución de las especies, desarrollada por Darwin y publicada en 1859. Y sin lugar a dudas, en lo psicológico le ayudó algo tan novedoso por aquel entonces como era la práctica terapéutica fundada en 1896 por el neurólogo austriaco Sigmund Freud. Noguchi encontró en el psicoanálisis una vía de expresión, una forma de formular sus intuiciones y transformarlas en palabras. Por eso habló de psique subconsciente, movimiento involuntario del sistema motor extrapiramidal, de postura bípeda, de energía sobrante…
Noguchi jamás se quedó atrapado en sus propios términos. Según aprendía, evolucionaba su lenguaje. Si hubiera vivido doscientos años, la esencia de sus descubrimientos trascendentales serían los mismos, pero su forma de expresarlos con palabras no. Hay personas dentro del Seitai que siguen transmitiendo la práctica del katsugen undo usando expresiones del psicoanálisis, y ello dificulta su difusión. En concreto, hablo de la expresión movimiento inconsciente e involuntario. No es su culpa. Es lo que aprendieron. Pero en realidad no es así.
Todo en nuestra vida y en nuestro organismo participa constantemente de un diálogo inseparable entre lo consciente y lo no consciente. Movimiento espontáneo, movimiento vital. Y paradójicamente comunicar esa sencillez es muy complicado.
La genialidad de los genios es que legan una inmensidad con la posibilidad de continuidad y de exploración. Lo más difícil de definir es lo que se vive espontáneamente. Lo más difícil de transmitir es la vivencia. La inmensidad de lo expresado por Noguchi permanece inmutable, nada se ha adulterado. Simplemente la forma de comunicarlo.
La existencia de Noguchi fue tan apasionante como sus hallazgos. Es una súper producción de Hollywood, tipo Gandhi o El último emperador. Para aquel niño no existieron jamás las fronteras. Habitaba en el presente sin perder un segundo. Su vida fue una serie de acontecimientos increíbles y su mundo se dilató a todos los estamentos sociales de Japón. Un día conoció a Akiko Konoe (Tokio, 1916-2004), hija del primer ministro japonés, y se casó con ella.

En este momento quiero hacer un inciso. Justo escribiendo estas líneas recibo la noticia de que Hirosuke Noguchi, el tercer hijo de Haruchika Noguchi y Akiko Konoe, ha fallecido repentinamente. Él era el heredero de su padre y el responsable que dirigía en Japón la Sociedad Seitai, conocida como Sociedad Kyokai. Un recuerdo y un agradecimiento a él, por haber dedicado intensamente su vida a transmitir y a mantener unos conocimientos tan importantes. 3 de agosto de 2014. Casualmente, la misma fecha de la muerte de mi madre hace veinte años…

Nos quedamos con un Noguchi cuya estela era inconmensurable. Su dojo traspasó fronteras y adquirió fama internacional. Pero eso no lo obnubilaba y siguió trabajando sin parar.
La Segunda Guerra Mundial estalló. Intentó que el horror de la contienda no le frenara en su actividad, impregnando la barbarie de cotidianidad. Creyó lograrlo, pero no fue así. Años más tarde manifestó que cuando terminó aquella pesadilla se sintió despejado. Le resultó curiosísimo comprobar cómo él, experto en desentrañar la naturaleza humana y sus manifestaciones, no hubiera detectado en sí mismo aquella soga que lo ahogaba. Tan ajeno vivió a eso que, en plena guerra, en 1944, llegó a una conclusión fundamental. Y en enero de 1945, antes de terminar la guerra, Haruchika Noguchi sustituyó el nombre de aquella organización que dirigía desde hacía dos décadas y que inauguró siendo aún un niño, la Asociación de la Conservación de la Salud por Método Natural, por el término Seitai, inscribiéndolo en el Ministerio de Cultura y Educación de Japón como una nueva cultura.
Sei, ‘orden’. Tai, ‘cuerpo u organismo’
Noguchi se apartaba de esa manera del camino que había emprendido siendo muy joven, desvinculando el Seitai del mundo terapéutico. Y esto es genial, porque Noguchi transforma su facultad prodigiosa en universalidad. Transmite la percepción cultural de que cualquiera puede mantener la salud por sí mismo.
A mí esto me parece una democratización de la salud y de la cultura sin precedentes. Una forma increíble de enfocar la libertad personal.
El Seitai ofrece tres grandes campos que explorar y en los que profundizar:
•Conocimiento empírico y demostrable de cómo la vida se estructura.
•Orientación.
•Y herramientas vivenciales a través de las cuales cualquiera puede reordenarse a sí mismo el organismo.
Noguchi aporta un tesoro con el que podemos observar cómo muchas manifestaciones vitales, que consideramos enfermedades y que tanto nos hacen sufrir, desaparecen sin esfuerzo. El miedo a lo desconocido se esfuma, porque deja de ser desconocido.
Él, que atendió a miles de personas, comprobó que la enfermedad en realidad es TPE, tensión parcial excesiva, o lo que es lo mismo, la fuerza inhibida de la vida que en realidad desea vivir. Es la bravura de un caballo recién capturado en una pradera. Se sacudirá, se retorcerá, relinchará, con tal de deshacerse de las bridas, aunque se tenga que desollar en el intento. Sin embargo, el caballo, una vez domado, es el más dócil de los animales. Los coágulos de la vida nos hacen dóciles. Vivir con temor nos paraliza.
El concepto de libertad de Noguchi es fresco y renovador. Es la expresión que ensalza la emancipación del individuo en su conjunto. Un ser humano no es su neurosis, su corazón dañado, su soriasis. Noguchi concebía la existencia como un todo y las prácticas repercuten en cada una de sus facetas: energéticas, psíquicas, fisiológicas, celulares, orgánicas, e incluso culturales. Lo físico, lo mental y la vibración dialogando en sintonía.
La democratización de la terapéutica que propone Noguchi no se despreocupa de la atención de las personas. Además, puede aportar mucho en ese sentido. Pero las propuestas difieren del concepto de injerencia o intervención. «Yo sé, yo te hago». No. Se incide en orientar a los demás, para que cada uno encuentre su propia forma de vivir, incluso cuando necesita ayuda. El individuo participa, aprende de su proceso y de su propia recuperación, incluso cuando necesita atención externa.
Noguchi diseñó dos ramas dentro del Seitai. 1) El Seitai shido, que es la enseñanza general sobre cómo atender la vida física, biológica y psíquica conjunta de cada individuo. Y 2) el Seitai soho u orientación Seitai, que es el mé-
todo profesional para tratar de forma personalizada a otro individuo. De hecho, es en 1945 cuando Noguchi impartió en su dojo el primer curso de soho.
También en esa fecha transforma la palabra shokushu, que había aplicado de forma general a todo lo que tenía que ver con el tacto de la mano, y establece una diferencia. En lo que se refiere al método profesional del Seitai soho, seguirá llamando shokushu a ese tacto de la mano guiado por el conocimiento del esquema osei (no te líes, todo esto se aclarará poco a poco). Pero si el contacto de la mano está guiado por el instinto o la intuición, a la manera que él descubrió cuando era un niño y en que atendía a sus vecinos que sufrieron el terremoto, Noguchi decide llamarlo yuki, ‘circulación del ki’. Ese yuki aún sufrirá una nueva transformación posterior, para convertirse en el definitivo yuki que conocemos hoy en día y que significa ‘ki grato’. Ambos yukis se pronuncian igual, pero se escriben de manera diferente. Su fonética es la misma, pero su escritura no. Es algo común en Japón, donde conviven varios alfabetos.
Yo juego a imaginar lo que debía ser ese interior de Noguchi. Lo veo como un enjambre de células en una actividad extenuante para cualquiera menos para él. ¿Cómo expresar todos esos descubrimientos? Lo insólito siempre requiere enfoques nuevos, inventar palabras… ¿Cómo haría para abstraerse, sobre todo en aquella época bélica y dolorosa?
Fuera como fuese, un día la guerra terminó. Japón sufrió aquellas dos explosiones nucleares terribles, y al poco el emperador, considerado un dios, se dirigió a su pueblo llorando, diciendo que se rendían y se entregaban. Y no solo eso. Pedía a todos sus súbditos que se subyugaran a los vencedores. La humanización del todopoderoso emperador supuso un choque colectivo aún más impactante que el del apocalipsis que descargaron las bombas. Sin embargo, de manera increíble, sucedió… Un país de guerreros feroces, incluso sanguinarios, capaces de cometer los más crueles crímenes de guerra, de repente obedeció, y no se dio ni un solo acto de insumisión. Soldados y población en bloque se entregaron.
Las fuerzas ocupantes no se lo podían creer. ¿Por qué no reaccionaban? Simplemente porque el japonés tiene impreso en sus genes el respeto a la obediencia, al orden y a la jerarquía.
Aquello deparó a Japón innumerables cambios. Dicho sea de paso, y no profundizaré mucho en esto, revelaré algo que no está muy difundido. ¿Recuerdas con quién se había casado Noguchi? Akiko era la hija del primer ministro, Fumimaro Konoe. El alto responsable político provenía de una familia aristocrática. Era culto, había ejercido activamente en diversos puestos diplomáticos internacionales, y mantuvo numerosos cargos políticos, entre ellos el de primer ministro, en dos ocasiones.
Al acabar la contienda, el alto mando de las tropas aliadas incluyó su nombre en la lista de criminales de guerra. Antes de entregarse a los vencedores, el suegro de Noguchi decidió quitarse la vida. Eligió la misma manera de suicidio que un antepasado suyo mil trescientos años antes, Fujiwara no Kamatari, ingiriendo cianuro de potasio. Este hombre pagó por sí mismo y por otros. En esos días, muchos personajes relevantes sirvieron de chivos expiatorios con el fin de eximir de responsabilidad al emperador Hirohito.
Fue una época convulsa que llevó grandes cambios a Japón. En 1947 se tomó una decisión sin precedentes: la Sanidad estaría íntegramente organizada a la manera occidental, confnando al exilio la asistencia tradicional. ¿Pasarían de repente a la ilegalidad la acupuntura, el shiatsu, el masaje tuina?
A pesar de haber planteado sus descubrimientos como cultura y no como terapéutica, Noguchi fue uno de sus máximos exponentes. Además, era uno de los pocos capaces de unificar las numerosas diferencias que existían entre los profesionales. Ante esa situación de urgencia extrema y a pesar de sus discrepancias, decidieron unirse y nombrar a varios representantes como portavoces encargados de dialogar con el nuevo gobierno.
La participación de Noguchi fue fundamental para salvar la terapéutica tradicional japonesa de su desaparición.
Después de muchas reuniones, el gobierno permitió la convivencia de ambos enfoques sanitarios, contemplando las dos formas de actuar. La grandeza y claridad que existía en el pensamiento de Noguchi fueron decisivas para esa permanencia.
Hasta entonces, la medicina occidental había sentido cierto desprecio hacia los profesionales que se dedicaban a las prácticas tradicionales, pero el Seitai introdujo un prestigio nuevo. En Japón, incluso hoy en día, la palabra Seitai tiene mucho renombre y se entiende como un signo de calidad. Es fácil ver anuncios en los que se añade la palabra Seitai como marchamo de garantía, sin tener nada o poco que ver con el sentido del Seitai original: «Seitai-shiatsu», «quiropráctica Seitai», «acupuntura Seitai», etc. Esto ha dado lugar a que muchas personas considerean el Seitai como una técnica curativa a base de masajes. Es difícil preservar la pureza, y algunas personas desvirtúan la raíz.
Noguchi debió de intuir esa posibilidad, porque vivió obsesionado con los matices. Entre 1945 y 1954, se centró en cómo formular sus conocimientos para que fueran comprendidos por los demás. Y es en ese periodo cuando escribe, excepcionalmente, unos pocos libritos.
En realidad, la mayoría de textos que nos han llegado de él son transcripciones de sus charlas que realizaron sus alumnos.
Que yo sepa, de su puño y letra hay dos, aunque quizá exista alguno más:
•Heikoyokyu no ni hoko: las reactividades orgánicas, físicas y psíquicas vitales.
•Shigueki han osei wa go hoko ni ugoku: con esta frase tan larga expresó una aparente tipología en el ser humano, dividida en diez tipos y otros dos adicionales y extraordinarios, por ser poco frecuentes. Pero en realidad lo que estaba definiendo era la composición de cada cifosis y lordosis de la columna vertebral.
Años más tarde, durante la década de 1960, esto mismo lo definiría como tai undo no kozo, la estructura del movimiento corporal.
Libros, atención directa, conferencias, cursos… Noguchi trabajó intensamente y su dojo era un hormiguero organizado por el que pasaban diariamente cientos de personas. La gran habilidad de Noguchi de cambiar el estado de una persona, dedicándole tan solo unos minutos, es una proeza que nadie ha podido repetir. Ni tan siquiera sus hijos, en especial Hirosuke, recientemente fallecido y ya mencionado, con una gran habilidad para el Seitai soho, han conseguido alcanzar a aquel ser extraordinario. Sus horas cundían como semanas. Sus semanas como meses, y sus meses como años.
En 1975 ese ritmo imparable frenó en seco. Noguchi sentía que sus descubrimientos no habían llegado en el momento adecuado y que tendrían que pasar varias generaciones de personas criadas en esta cultura, para alcanzar lo que su visión de rayos láser era capaz de ver.
Entonces, el hombre que había vivido consumiendo deseos capitales fue invadido por un último deseo, tan potente e imparable como todos los demás.
Escribió un testamento vital y se retiró a esperar la muerte, que le llegó un año más tarde. Ese escrito es muy triste, porque deja el poso de alguien que se rinde ante la evidencia de que el ser humano, en este momento, está atrapado en su propia estupidez. Eso no lo dice él, lo interpreto yo, pero creo que se parece en algo a lo que él lamentó en esas pocas líneas. En ellas manifiesta una frustración infinita por su incapacidad de comunicar.
Estas fueron sus palabras:
Me marcho ya. Ya no veo a nadie. El que quiera verme, que demuestre su deseo de recibirme. Si lo invito, que venga. Si no lo hago, es inútil que intente acercarse a mí. De hoy en adelante ya no transmitiré ni enseñaré nada más. Cuando mejoren las aptitudes del ser humano, ofreceré de nuevo mis conocimientos, pero lo haré tan solo con los que sean capaces de escuchar su voz interior y que sepan leer y conocer el movimiento vital que late dentro de un ser vivo. A partir de ahora voy a dejar de escribir palabras en el aire. No volveré a hablarle al cielo… Solo hablaré de la manera en que habla la forma de vivir del kyō, el ‘vacío’, como único método de activar el mu, la ‘nada’. Hoy en día existe la ciencia de la materia, pero no la del ser vivo. Por más que hable de la vida, no me comprenderán, y es que están atados a la ciencia de la materia. Cuando alguien comprenda algo más allá de todo esto, volveré a hablar. Me marcho ya. Comuniqué mi corazón, ofrecí mis conocimientos, y no me queda nada más por hacer.
¡Qué difícil es comunicar y enseñar! Yo quiero enseñar, pero son muchos los que nada captan. Hay veces que tengo la sensación de que me estoy comunicando, y sin embargo diez días después tengo que reconocer que ninguna de esas expectativas mías se había logrado realmente. En fin, no se puede transmitir ni enseñar cosa alguna, a no ser que la persona que recibe el conocimiento sea capaz de comprender espontáneamente. Por eso me voy. Si alguien tiene experiencias propias que intercambiar, si existe alguien que entienda lo que he comunicado y enseñado, reconsideraré mi decisión. Mientras tanto, me entregaré al descanso. Quizá mi conocimiento regrese dentro de cinco o diez mil años. Entonces volveré, porque se habrá encontrado la manera de poder comunicar de nuevo, todo esto. Ahora me traslado a Hakone*. No veré a nadie ni hablaré más.
Me quedaré frente al monte Komagatake y mantendré el espíritu del mu.
En 1976, Haruchika Noguchi murió en paz, tal y como vivió. La muerte serena solo le llega a quien ha vivido la vida zensei, la vida plena.
Vivir intensamente para encontrar una muerte dulce. Vivir acorde a la vida para morir acorde a la muerte. Y fue así como partió de este mundo un sabio entre los sabios…
Como el Seitai habla poco de la muerte, nada de lo que pueda existir después de la muerte, y mucho de la vida, sigamos adelante con toda el vigor que nos habita.
Panorámica por el viejo continente.
La llegada del Seitai a Europa
El ser humano es un iceberg cuya parte visible parece ceder a las exigencias de la razón. Pero las sorpresas nos las reserva nuestra parte sumergida. Lo que sabemos jamás podrá igualar a lo que no sabemos. Querer saber demasiado mata la vida.
Podemos dedicarnos a definir la vida, pero la vida rechaza cualquier definición.
—ITSUO TSUDA
El Seitai llega a Europa en los años setenta de mano de dos japoneses en dos lugares claves.
París es el lugar escogido por Itsuo Tsuda (1914-1984). Allí crea su famosa Escuela de la Respiración y del Movimiento Regenerador, un lugar en el que todavía se imparten prácticas.
El otro lugar imprescindible es Barcelona, donde se instala otro japonés, treinta años más joven que Tsuda, llamado Katsumi Mamine (1944-2020)*. Su dojo, en ese momento, era como una universidad del Seitai. Como de Mamine os voy a hablar largo y tendido, me voy a centrar un poco en el primero. A Tsuda no tuve el gusto de conocerlo, pero he podido profundizar en su pensamiento, expuesto de forma magistral en sus libros, muy recomendables. Son realmente amenos y tienen algo que enganchan, con independencia de que se tenga o no relación con el Seitai. En total, que yo sepa, escribió nueve: El no hacer; La vía del desprendimiento; La ciencia de lo particular; Uno; El diálogo del silencio; El triángulo inestable; Mientras no pienso, yo soy; La vía de los dioses y Frente a la ciencia.
Todos ellos los escribió en francés y la mayoría se han traducido a otros idiomas, como el castellano, el italiano y el inglés. Entre sus páginas, se puede descubrir a una persona excepcional, a la que tenemos que agradecer, al igual que a Mamine, que decidiera instalarse en Europa.
La figura de Tsuda es muy importante, porque de él han surgido numerosos afluentes del que beben muchas personas en la actualidad. Por lo que he oído a los que tuvieron la suerte de tratarlo, era un hombre sencillo, de risa franca, al que gustaba hablar, fumar y beber. Era un vividor, con la connotación de una persona a la que le gusta disfrutar de la vida.
Yo he escuchado su voz en algún documento sonoro grabado de la época y, esto es totalmente subjetivo, a mí su timbre no me parece el de un japonés. Su forma de expresarse es vigorosa, muy al estilo europeo, y no es de extrañar, porque él fue una persona muy familiarizada con la cultura occidental.
Tsuda es considerado un maestro, y como tal vivió. Su brújula, orientada siempre hacia el conocimiento, contó con el enorme privilegio de aprender directamente de tres grandes maestros, que por entonces estaban vivos:
•El maestro Haruchika Noguchi (1911-1976), fundador de la cultura Seitai.
•El maestro Morihei Ueshiba (1883-1969), fundador del aikido.
•El maestro Hosada Kasetsu, especializado en la recitación nō.
De este último, tomó lecciones directamente durante veinte años y al menos una vez al mes, asistía a las representaciones de la escuela Kanze Kasetsu. Este centro tan antiguo data del siglo XIV. Del nō, Tsuda aprendió que es infinitamente más grande lo que transcurre en el interior que lo que es exteriorizado. Dentro habita la vibración. La economía de gestos y de amaneramientos facilita esa gran concentración interna.
Tsuda no fue una persona que dedicara la vida exclusivamente al Seitai. Para mí, era un explorador de muchas áreas, porque realmente lo que le interesaba era el ki. Él conocía la existencia de la energía vital desde joven, pero realmente su importancia y trascendencia se las otorga siendo ya mayor. El ki atrapó su interés, y no lo volvió a soltar. Es entonces cuando su vida dio un vuelco. Hasta ese momento había compatibilizado su aprendizaje con su cargo como ejecutivo de Air France, pero decidió dedicarse íntegramente a la divulgación y deja su puesto. Él mismo revela su pensamiento en el prólogo de uno de sus libros: «Desde el día en que tuve la revelación del ki, del aliento, cuando tenía más de cuarenta años, en mí creció el deseo de expresar lo inexpresable, de comunicar lo incomunicable».
Tsuda, como todos los genios, fue una persona que no se conformó jamás con lo que le tenían deparado como inevitable. Él provenía de una familia de samuráis y estaba llamado a ser el heredero de la empresa familiar, y por lo tanto de su fortuna. Pero con tan solo dieciseis años se rebeló, se enfrentó a su padre y dejó a su familia. Se marcó como horizonte la libertad y el pensamiento.
Cuatro años después, se reconcilió con su progenitor, y con su beneplácito se trasladó a Francia a estudiar a la Sorbona. Allí siguió enseñanzas con Marcel Granet (1884-1940), considerado pionero en las ciencias sociales, y con Marcel Mauss (1872-1950), antropólogo y sociólogo reconocido como uno de los padres de la etnología francesa.
Pero la época era convulsa y se podían hacer pocos planes de futuro. El mundo estaba cambiando. En 1940 Tsuda fue movilizado y tuvo que regresar a Japón. Eran tiempos difíciles, tiempos bélicos. Por entonces tenía unos treinta años, y es cuando se encuentra por primera vez con Noguchi.
Tsuda queda fascinado con sus descubrimientos. A su lado se pasó otras dos décadas, siempre y cuando sus ocupaciones se lo permitían. Asistió frecuentemente al dojo del maestro, absorbiendo enseñanzas, experimentando vivencias y discerniendo que lo que allí se vivía era algo totalmente nuevo y deslumbrante.
Pasada la contienda, Tsuda se incorpora a las aerolíneas francesas y sigue su aprendizaje. Durante un tiempo vive en EE. UU. y en 1970 decide instalarse definitivamente en París. Por entonces tenía ya cincuenta y seis años. En él había ido madurando la necesidad de divulgar en Europa lo que había ido conociendo en los últimos años. Sin ninguna garantía, decidió dejar su empleo y enrolarse en la aventura de difundir el aikido y las prácticas de katsugen undo y yuki en Europa.
Él fue uno de los responsables de que en Japón se empezara a diferenciar el Seitai terapéutico del Seitai práctico, lo que se conoce como katsugen kai. Hasta ese momento, las personas que practicaban estaban vinculadas al tratamiento terapéutico que Noguchi y sus ayudantes dispensaban en el dojo.
La idea de separar el tratamiento de lo que podía ser una actividad universal, asequible a cualquiera, sin necesidad de mantener contacto con la matriz del dojo, no surgió de Noguchi, aunque estuvo de acuerdo en que se promoviera ese nuevo enfoque.
La idea pertenece a algunos miembros destacados del centro. En aquella iniciativa trascendental para los que hemos llegado años después al Seitai y hemos nacido fuera de Japón, hubo diez personas decisivas, además de Tsuda, todas ellas íntimamente relacionadas con Noguchi. Aquí quiero citar expresamente a Akiko Konoe, esposa del maestro Noguchi, y a Hiroko Miwa, madre de Katsumi Mamine. Esta separación es lo que posibilitó en parte la exportación de la cultura Seitai a Occidente. Pero eso conllevaba algunos problemas. El Seitai no contaba con ningún reconocimiento en Europa, en concreto en Francia, donde eligió Tsuda instalarse. Por lo tanto, esa desvinculación entre práctica y terapia era fundamental para poder ejercer.
Con el katsugen no había problemas, pero el yuki se podía interpretar, sin serlo, como una imposición de manos en busca de mejorar la salud de otras personas. Para ello, Tsuda estipuló algo que para muchos practicantes de la actualidad sigue siendo un referente: conceptualizó el yuki con la premisa base de no tocar.
A sus alumnos les dio la referencia de que entre la mano y el cuerpo de la persona con la que se practicaba yuki debía existir una especie de papel de fumar, un espacio en el que no entrara el contacto. Fue la inteligente manera que encontró para evitarse problemas con las autoridades francesas de la época. No era fácil llevar a cabo esa acción de tocar la columna vertebral de los demás, sin ser terapeuta o médico, por lo que su genialidad le llevó a encontrar el camino para hacer sin hacer… Una vez más, el arte del no hacer.
Es por eso por lo que en Europa existe el concepto muy extendido de que en el yuki no se toca, aunque realmente no sea así.
El yuki es contacto también. La comunicación del yuki se puede realizar de dos maneras: una en la que se permite al ki fluir, sintiendo las vibraciones que emite la energía vital, que por supuesto tienen los cinco movimientos, como todo lo que es de este mundo. A esta forma de comunicar la llamamos yuki de menos (–). Dentro del yuki de menos, existen el yuki de respiración y el yuki de latido.
Pero cuando en la comunicación entra en juego el tacto, el shokushu, a través del cual se siente directamente el sitio (las durezas, los tendones, las vértebras, etc.), a esa mezcla de tacto e intuición, sin olvidar nunca el fluir del ki, lo llamamos yuki de más (+).
La base para cualquier practicante siempre será el yuki de menos. Sentir, vibrar, fundir la respiración con el otro y dejar que las manos se sitúen donde quieran. Sin estas premisas, el yuki de más se transformaría en técnica y entonces dejaría de ser Seitai. El yuki de más surge tan espontáneo como el yuki de menos. En el Seitai, la técnica no pertenece a los humanos, sino a la sabiduría de la vida, a la inteligencia vital, a su saber hacer, y nosotros aprendemos de ella observando.
Tsuda promovió conscientemente el yuki de menos y evitó hablar del yuki de más, no porque no lo conociera, sino porque para él significaba eludir muchos problemas burocráticos a la hora de presentar la actividad. Y fue así como logró poner en marcha su famosa Escuela de la Respiración y del Movimiento Regenerador.
En el centro de Tsuda, el ki era la referencia principal para cualquier alumno. Por supuesto se impartían las prácticas del Seitai, pero también se daba una gran importancia a la práctica respiratoria adquirida con su otro gran maestro, el fundador del aikido, Morihei Ueshiba.
Tanto Noguchi como Ueshiba fueron dos niños con una primera infancia muy complicada.
Noguchi sufrió difteria y apenas podía hablar y respirar. La enfermedad le dejó como secuela una voz muy particular, que de pequeño le acarreó la burla de los otros niños. Su punto de partida fue muy difícil, hasta que su vida cambió el día en que salió a la calle a ayudar a las víctimas del terrible terremoto. Aquellas vivencias tan complicadas le sirvieron para crear, no para venirse abajo. Como no podía respirar, descubrió una forma alternativa a través de la columna vertebral, de los poros de la piel, del bajo vientre…
Quizá ese origen respiratorio tan especial es lo que le lubricó el organismo para poder ofrecer al mundo, años después, sus tremendos hallazgos vitales.
Y la infancia del otro gran maestro de Tsuda, Ueshiba, tampoco fue fácil. Nació prematuramente, muy débil y enfermizo. Su padre, nieto de un famoso samurai, no se centró en estas insuficiencias y se preocupó de que su hijo adquiriera formación en varias actividades físicas. Por lo visto, el joven Morehi presenció, siendo muy niño, cómo unos maleantes pegaban una paliza a su progenitor, y quizá eso fue lo que le encaminó a las artes marciales. Tras desarrollarse en diversas técnicas de lucha, creó el aikido.
El aikido es el arte marcial más espiritual que existe, porque no ejerce ningún tipo de agresividad. Sus practicantes, más que pelear, parecen danzar. A través de la energía vital, neutralizan la fuerza del contrario, aprovechándola para combatirlo sin humillarlo ni dañarlo. Ese ki que tanto fascinaba a Tsuda le suministró el ardor necesario no solo para llevar su dojo adelante, cuya fama se extendió en pocos años, sino también para escribir. Él se consideraba a sí mismo filósofo y escritor.
Su primer libro lo publicó en 1973. Lo llamó El no hacer, y como subtítulo ya lo enmarcó con el nombre de Escuela de la respiración. Su curiosidad y su proximidad a personas tan interesantes le forjaron una formación vastísima. Noguchi le reconocía una especial capacidad para comunicar el Seitai a cualquiera. Pero también tenía muy en cuenta el cúmulo de conocimientos adquiridos, tanto en Oriente como en Occidente. Para Japón, Europa había sido su referencia de modernización. Tsuda aprendió mucho del Viejo Continente, especialmente a partir de ponerse en marcha la industrialización acelerada, que se conoció como la Revolución Nacional Meiji (1867-1912). Aquello supuso al país acabar con la organización feudal de la sociedad y organizar la educación, el ejército, la hacienda pública, los ferrocarriles, etc., a la manera occidental. Japón también aprendió de EE. UU., pero eso fue posteriormente, cuando perdió la guerra y las fuerzas ocupantes tomaron las principales áreas de poder.
Por lo tanto, Noguchi sabía valorar ese conocimiento occidental profundo que tenía Tsuda, y desde el principio supo que su hacer, o no hacer, como se prefiera, dejaría un rastro imborrable que perduraría, tal y como finalmente ha sido.
Tsuda hizo muchas cosas en su vida, pero una de las que más me gusta es que devolvió a los adultos su capacidad de conectar con su interior como si fueran niños. Itsuo Tsuda consideraba que había que ser niño. Niño, sí… pero no pueril.
Aquel ser extraordinario se embarcó en la difícil tarea de conocer como un sabio y de olvidarse de lo que sabía, comportándose a la manera espontánea y fascinante de un bebé.
Esa mezcla dio lugar a un cóctel delicioso: explicar lo inexplicable. Abarcar lo inabarcable…

* Hakone es un lugar de veraneo cerca de Tokio, donde se erigió el pabellón conmemorativo en honor al maestro Noguchi. (N. del A.)
* Katsumi Mamine tuvo que cerrar su dojo en marzo de 2020, a causa de la pandemia del COVID-19. Un mes más tarde, falleció.