Ha pasado una semana desde ese episodio en el supermercado y mamá se encerró en su habitación evitándome. Come muy poco, apenas hablamos y despertó llorando dos noches. La consolé por horas, abrazándola y prometiéndole que todo estará bien. Ver a ese hombre le afectó en formas terribles.

Me encargué de limpiar la cabaña, regué las plantas del jardín que construyó y corté leñas para la chimenea. Jamás he sido buena en la cocina, pero hago el intento de preparar algo decente o moriremos de hambre. Mamá está más que deprimida y no sé qué hacer al respecto.

Abro la nevera y noto que ya no hay suministros. Lo poco que quedaba terminamos de consumirlo y debo regresar a la tienda. No nos alimentamos del aire. No importa si mamá se opone, iré como sea.

—¿Mamá? —pregunto en la silenciosa cabaña—. ¿Quieres algo?

No hay respuesta.

Me dirijo a su habitación con un suspiro, pero algo al final de los pasillos me llama la atención. Es el sótano. No entré desde que llegamos. Solo sé que mamá guarda algunas cosas ahí.

Libero un suspiro y busco a mi madre. Mi mano encuentra un lugar en la perilla del frío metal de la puerta a medida que me asomo a través de la grieta. Me quedo en silencio y la miro llorar, sus sollozos son desgarradores mientras abraza el peluche que le pertenecía a mi hermano.

El dolor me invade, como si compartiéramos un lazo en el que a ambas nos punza el corazón y el silencio, que dura una milésima de segundo, se convierte en un ruido atronador. Duele demasiado.

—¿Mamá?

—No te oí llegar, cariño. —Se limpia las lágrimas y deposita el peluche de Theo en la cama.

—¿Qué anda mal? —pregunto con una sonrisa forzada.

—Sabes que soy muy sentimental. —Escucho el llanto en su voz y parpadeo para retener mis propias lágrimas—. Lo extraño.

—Yo también lo extraño —admito, y me cuesta tragar para seguir la conversación—. Si pudiera retroceder el tiempo, juro que tomaría su lugar. Lo sabes, ¿no? Haría lo que fuera si eso significase tener a Theo de regreso.

—Nada de eso fue tu culpa, cielo. —Libera un suspiro.

Entro a la habitación y cierro la puerta. Me siento al lado de mamá en la cama y sostengo su mano. Está fría.

—Prometí protegerlo y fracasé. —Mi voz suena ahogada—. Le fallé a Theo y jamás me perdonaré a mí misma.

Nunca en mi vida olvidaré el sufrimiento que me causa recordar esa noche. Mi alma está rota y nadie podrá repararla.

—Eras una niña —dice mamá con tristeza—. ¿Qué niña de trece años podría con un lobo salvaje incapaz de razonar? Te superaba en fuerza y tamaño. Nada de lo que hicieras importaría. Él jamás se hubiera detenido, Arianne.

—Yo debí lanzarme sobre el lobo, pero no me moví. Fui una cobarde.

—No pudiste hacer nada más, estabas aterrada —musita—. Cualquiera lo estaría en esa situación.

—Deja de justificarme.

Estudia mi cara, pareciera que busca las palabras adecuadas.

—Tú no eres culpable —dice con determinación esta vez—. Confía en mí.

Pongo una distancia entre ambas.

—Repites tanto esa frase. ¿Y tú lo haces, mamá? ¿Confías en mí?

—Lo hago.

—No, no lo haces. Ni siquiera me has dicho quién es ese hombre. ¿Qué tipo de daño te ha hecho? ¿De dónde lo conoces?

—Ari…

—Por favor, mamá, necesito entenderte. Por favor.

Mi desesperación la convence. Hace una pausa y su voz se vuelve nostálgica.

—Cuando llegué a este país era joven e ingenua. No conocía a nadie —empieza—. Todo era nuevo para mí. Sus tradiciones, la cultura y las cosas más simples. Me sentía perdida, sin familia y sin amigos. Quería comenzar de nuevo.

Me imagino a una pequeña Aimeé Lane desamparada en Estados Unidos. Mamá salió adelante sola y la admiro por eso.

—Aulus apareció y se ofreció a ser mi amigo. Me tendió una mano, puso un techo sobre mi cabeza y comida en mi boca. Creí que era un ángel, ¿sabes? —Los hombros de mamá se hunden—. Lamentablemente me di cuenta demasiado tarde de que todo fue por conveniencia, ya que quiso utilizarme para sus juegos retorcidos. Él rompió mi corazón, Arianne.

La abrazo porque no puedo contenerme. Hay tanto que saber sobre mi madre.

—Lo siento.

Acaricia mi cabello.

—Fue al supermercado porque quiere llegar a ti para dañarme. No permitas que lo logre, cariño. —Tiembla tan fuerte que me asusta—. No respires el mismo aire que ese monstruo. Promételo, Arianne.

Frunzo el ceño desconcertada en busca de más explicaciones, pero mamá no las da. Me aclaro la garganta mientras le sostengo la mirada. Necesito mostrarme calmada o ella se alterará, se ve a leguas que su salud mental es frágil.

—Lo juro, mamá. —Beso su mejilla—. A mí también me dio muy mala espina, así que no te preocupes. No seré amable si vuelve a acercarse.

Su respiración es más estable, el alivio evidente en ella.

—Todo lo hago por tu bien. Me duele tanto no ser capaz de contarte todo sobre nuestra vida. —Se quiebra—. Duele como un cuchillo abriéndome el corazón. Lo siento, pero no estamos listas.

Reconozco la tristeza, el agotamiento y la culpa en sus ojos. Está disculpándose.

—Lo sé, mamá. Te adoro por poner mi bienestar como prioridad. —Le dedico una sonrisa dulce, mientras mi corazón se retuerce. En parte es verdad, pero me cuesta tanto vivir entre secretos—. La nevera está vacía y debo regresar al supermercado por algunas provisiones. No tenemos nada.

—Iré contigo —insiste mientras pretende levantarse.

—No te sientes bien. —La obligo a acostarse en la cama—. No me tomará mucho tiempo, regresaré en menos de una hora.

Una expresión de preocupación cruza sus ojos.

—No me agrada que vayas sola.

—Mamá, estaré bien. Tienes que creer más en mí, puedo cuidarme.

Asiente poco convencida.

—Lleva tu celular y no te demores demasiado —dice—. Hay dinero en mi bolso.

Le lanzo un beso con la mano.

—Descansa, por favor.

Recojo las llaves del auto, dinero y salgo de la cabaña. Mi garganta se aprieta por la inquietud y desconfianza. Ese hombre mencionó que mamá retiene mi naturaleza, pero no logro entender a qué podría referirse.

—No tardes —implora mamá desde su habitación—. Por favor, no tardes.

—¡No tardaré, mamá! —afirmo de nuevo para darle tranquilidad—. ¡Lo prometo! ¡Te amo!

Mamá no trabaja. El dinero que recibimos lo proporciona el gobierno y por esa razón no soy una compradora compulsiva. Me limito a adquirir lo necesario para sobrevivir al menos una semana. Agradezco que la caja no esté llena, ya que solo me toma veinte minutos terminar mi deber del día y regreso al auto con tres bolsas.

Analizo insegura el estacionamiento, pero estoy sola. No hay nadie acechándome, mamá no debería preocuparse tanto cada vez que salgo. Ojalá algún día logremos vivir con más libertad.

Estoy a punto de sacar mis llaves cuando sucede demasiado rápido. Alguien me arrebata el bolso donde las guardo. La acción envía una onda de choque a mis venas y mis ojos se abren con horror, un desconocido acaba de robarme y corre fuera del estacionamiento.

—¡Hey! —grito con pánico—. ¡Vuelve aquí!

Echo un vistazo a mi entorno en busca de ayuda, pero no hay nadie. Una rabia que nunca he sentido antes me golpea de repente, no me queda más opción que dejar mis bolsas de compra bajo el auto y correr detrás del ladrón.

Mis piernas se mueven a una velocidad inhumana y no estoy en absoluto cansada. Algunas personas se detienen a ver a la chica loca que corre como Flash. Omito a todos mientras atravieso varios callejones y me detengo en un rincón rodeado de basuras. Hay grafitis y está iluminado por el cartel neón de un club nocturno; mi corazón grita que retroceda.

No lo haré, necesito mis benditas llaves para regresar a casa.

El desgraciado se encuentra aquí. Oigo una respiración agitada que lo delata.

—Devuélveme mis llaves y estaremos en paz —siseo—. Devuélveme las llaves.

—Hoy es mi día de suerte. —Se ríe alguien.

Giro tan fuerte que tropiezo contra un contenedor de basura y enfrento al ladrón. Es un hombre que me dobla la edad, con cabello azul grasiento, una sonrisa burlona con dientes chuecos y un olor hediondo que lo envuelve. Me resulta irreal que alguien pueda oler tan mal, pero mis pensamientos desaparecen cuando desvío la mirada a sus manos que sostienen mi bolso.

—Qué cosita tan bonita —prosigue, lamiéndose los labios—. Debiste olvidarte de mí y volver a tu casa.

Mi cara se calienta por la ira y el miedo. Sí, soy una tonta. Solo yo perseguiría a un ladrón peligroso que me arrincona en un callejón oscuro. Debo salir de aquí antes de que sea tarde.

—Las llaves —digo en un tartamudeo—. Dámelas. Ahora.

El degenerado se toca la entrepierna en un gesto que me provoca náuseas. Aparto los ojos mientras mi estómago se revuelca y la repulsión amenaza con hacerme vomitar. El miedo me paraliza y un leve temblor me sacude. Estoy sola con un pervertido en medio de un callejón abandonado lleno de basura, donde puede lastimarme sin hacer mucho esfuerzo y llevarse lo que quiera de mí. Nadie escucharía mis gritos.

—¿Qué tal si me das algo a cambio?

—Aléjate —advierto—. Solo entrégame las llaves y déjame ir.

Su carcajada resuena en el callejón.

—Tú perseguiste al depredador y ahora va a cazarte.

Mi corazón se estrella contra mi pecho, latiendo salvajemente de miedo. Estoy muerta, estoy jodida. Debí escuchar el consejo de mamá. ¿Cómo saldré ilesa de esta situación? Nadie vendrá a ayudarme.

—¡Auxilio! —empiezo a gritar en colapso—. ¡Ayúdenme!

El ladrón me enseña sus dientes amarillentos y me encojo.

—Cállate, perra, o te irá peor.

—No, por favor…

Camina hacia mí con intenciones de atraparme, pero tropieza varios pasos atrás y choca brutalmente contra el contenedor de basura cuando levanto mis manos en señal de alto. El golpe es tan violento que queda inconsciente en cuestión de segundos.

Y ahí es cuando siento el calor abrasador inundando mis venas, una energía incontrolable que me rodea y se expande en todas las direcciones.

Mis manos temblorosas están calientes, ahumadas y una chispa de fuego reluce en las palmas. Parece que ha estado dentro de un volcán, pero no me quema. No duele. Se siente como si fuera una parte de mí. La ola de terror hormiguea la parte trasera de mi mente. Un miedo significativo crece dentro de mí, me oprime la garganta y hace que mi corazón se paralice.

—Oh, dioses… —jadeo y el fuego en mis palmas se apaga—. ¡Dioses!

Siento cómo mis ojos escapan de sus órbitas al ver el cuerpo del hombre que yace inmóvil y con sangre en la cabeza. El bolso que me robó está tirado a un lado y reprimo un grito desquiciado que empuja mi garganta. ¿Qué sucedió? ¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Eran llamas lo que rodeó mis manos?

Lucho para calmar los escalofríos en mi piel como también el creciente pavor que me asfixia. No hice nada malo. El hombre me robó, quiso lastimarme y me defendí. Eso es todo.

Necesito salir de aquí antes de que llegue la policía. Ya tendré tiempo después para preguntarme qué demonios pasó. Ahora no es momento. Libero una respiración profunda y me obligo a calmarme. El delincuente no está muerto, puedo saberlo por la forma en que su pecho sube y baja. Lo adecuado es tomar lo que me pertenece e irme sin mirar atrás.

Asegurándome de que nadie me vea, recojo mis llaves y pretendo huir del callejón, pero un pecho desconocido detiene mis movimientos. La sorpresa me impacta mientras miro horrorizada al desconocido, es el mismo hombre que mamá me advirtió.

Aulus.

Una sonrisa burlona ensancha sus labios.

—¿Te gusta jugar con fuego, Arianne? —pregunta.

La adrenalina se dispara en mi cerebro en cuestión de segundos. El pánico se extiende en el aire y trago saliva para aliviar mi garganta seca.

—¿Está acosándome?

No muestra señales de disculpa.

—Podría decirse que sí.

—Déjeme en paz o voy a gritar.

Su mirada se oscurece.

—¿Y perderte la oportunidad de saber la verdad?

—¿Qué verdad?

—Sabes que tu madre está mintiéndote. —Sonríe—. Te sientes extraña, ¿no es así? Como si no formaras parte de este mundo. ¿Qué me dices del fuego? ¿O el hecho de que posees sentidos agudizados?

Lo miro con los ojos entrecerrados mientras lucho para traer la siguiente inhalación a mis pulmones.

—¿Cómo sabe eso?

El extraño ríe de nuevo y el sonido es suficiente para provocarme ganas de correr, como había sugerido mi madre si volvía a verlo.

—Porque sé todo de ti, Arianne. Conozco a tu madre, la historia de tu hermano y el hecho de que te sientes muy culpable por su desaparición —afirma. Mi garganta se aprieta—. También sé que buscas respuestas y Aimeé no quiere dártelas. ¿Te has preguntado por qué?

—¿Usted las tiene?

—Por supuesto. Están en mi poder todas las respuestas a tus preguntas —asegura—. Como la confirmación de que tu hermano no fue asesinado por un animal irracional.

Un delgado hilo de tensión se ajusta a la base de mi espina dorsal, mandando escalofríos al resto de mi cuerpo. La sensación vertiginosa me marea por tanta información.

—¿Cómo…?

—Búscame cuando quieras escuchar la verdad que tu madre lucha desesperadamente para esconder. —Rebusca en su bolsillo y me entrega una tarjeta—. Hasta pronto, Arianne. Será agradable contarte todo lo que desees.

Mi rostro permanece estoico mientras abandona el callejón y me deja sola con la tarjeta en mi mano. La oscuridad llega y las luces de neón parpadean haciéndome volver a la realidad.

—Tú, pequeña perra desconsiderada… —El ladrón gime recordándome su presencia.

Aprovecho que está indefenso y pateo su estómago. Se hace una bola en el suelo mientras presiona su abdomen, intentando controlar el dolor.

—Piensa dos veces antes de atacar a una chica —siseo con rabia reprimida—. No todas te perdonarán la vida.

—Fenómeno de mierda…

Recojo mis llaves y abandono el callejón sin dirigirle una segunda mirada. Afortunadamente mis bolsas de compras siguen bajo el auto cuando regreso al estacionamiento. Limpio el sudor de mi frente mientras la adrenalina sigue actuando como combustible en mis venas.

Regreso a casa más alterada que nunca. Debería exigirle más explicaciones a mi madre, pero ella encontrará la manera de evadirlas.

Es inútil intentarlo. Si le cuento lo que sucedió hace menos de una hora, recogerá nuestras pertenencias y buscaremos otra casa donde vivir. Esa siempre ha sido su salida de los problemas, pero yo me niego a ser una cobarde.

—¡Tardaste más de una hora! —Mamá baja preocupada las escaleras envuelta en su bata—. ¿Sucedió algo? Me preocupé mucho, estaba a punto de ir a buscarte o llamar a la policía.

Deposito las bolsas de compras en el suelo con un suspiro y me quito la chaqueta para lanzarla en el sofá.

—Me asaltaron —digo.

Sus ojos me miran con sorpresa y horror.

—¡Oh, dioses! ¿Estás bien? Sabía que era una mala idea dejarte ir, no debí permitirlo.

—Mamá, tranquila. No pasó a mayores. —Me acerco y toco sus hombros—. Mírame, regresé en una sola pieza. Quiso robarme mis llaves, pero las recuperé.

No menciono muchos detalles como la aparición del fuego en mis manos o el reencuentro con Aulus. Eso la haría entrar en crisis.

—¿Relajarme? ¡Hay amenazas ahí afuera acechándote! —Se rompe en un sollozo—. No puedes volver a salir sin mí, Arianne. No puedo perderte, a ti no.

El dolor aparece nuevamente y busco sus ojos. Hay desesperación y miedo girando en las profundidades verdes, también culpa.

—No vas a perderme jamás —Mis brazos la rodean con fuerza—. No iré a ninguna parte. Sigo aquí, mamá.

—No quiero que nada malo te suceda.

—Estoy a salvo contigo. —Froto su espalda—. Eres la mejor protectora del mundo.

—Fallé con Theo.

Toma una respiración profunda. ¿Falló? Yo llevé a mi hermano al bosque esa noche.

—No fue tu culpa, mamá.

—Oh, Ari… —Se aleja con los ojos inundados de lágrimas—. No confíes en nadie, ¿de acuerdo?

El martirio desolador me golpea cuando veo su rostro lleno de remordimientos y trato de confirmar las teorías más aterradoras. ¿Ella protege al asesino de Theo? Aulus dijo que mamá sabe que no fue un animal. ¿Por qué me miente?

—De acuerdo, mamá.

Recoge las bolsas del suelo con una sonrisa, que me genera más pena que calidez.

—Prepararé la cena —dice y se dirige a la cocina.

Mi mano se hace puño alrededor del amuleto en mi cuello mientras mi mente planea miles de escenarios incriminatorios.

Y lo peor de todo es que mamá no es inocente en ningúno.

Mamá prepara mi comida favorita para la cena. Su estado de ánimo ha mejorado gracias al té que tomó y ahora está en la sala viendo una película romántica. Mientras tanto, continúo mi investigación sin que lo note.

Las papas fritas crujen en mi boca mientras observo con detenimiento dónde está situada la dirección que me ha dado Aulus. Aparecen varias opciones, pero una me resulta sumamente familiar.

Avenida Bucks - New Hope, Pensilvania.

No es posible. Los escalofríos que recorren mi piel lo confirman. Aulus vive en el pueblo de las tragedias y dudo mucho que sea una casualidad que estén conectados. Mi madre no quiere que vaya a ese infierno y el tipo que odia vive ahí.

Escribo en el buscador los síntomas que tuve estos días: sentidos agudizados, fuego en las manos y velocidad sobrehumana. Por supuesto que los resultados son estúpidos.

Bruja, hechicera, un avatar y hasta… ¿druida? ¿Qué carajos? ¿Ahora resulta que soy un ser sobrenatural? Apago la laptop y abrazo una almohada. Necesito dormir para despejar mi cabeza de tantas locuras.