CAPÍTULO CUATRO
El chico era sin duda un prisionero. Estaba sujeto a la pesada viga a su espalda, con cadenas de hierro tan gruesas que parecían las del ancla. Bajo su enmarañado cabello oscuro, su piel pálida estaba amoratada y moteada, con moretones viejos y nuevos formando un estampado de púrpuras y amarillos. Le habían pegado, más de una vez. El hombro de su chaqueta rasgada estaba oscurecido por la sangre y llevaba la camisa ajironada y manchada, abierta para mostrar que los verdugones le cubrían todo el cuerpo.
Lo miró con frío y reptante horror. ¿Por qué había un chico de su edad encadenado en la bodega del barco? En su mente, vio a Tom atravesando el pecho de la mujer con la barra de hierro, roja por la sangre.
—¿Qué está pasando?
El muchacho apenas conseguía mantenerse en pie mientras hablaba, apoyando el peso en la viga de madera. Respiraba superficialmente, como si incluso eso le fuera difícil e intentara esconder el esfuerzo, como una criatura herida que pretendiera ocultar su dolor.
—El barco está siendo asaltado.
—¿Por quién?
No respondió. Se dijo a sí misma que, si Simon tenía a un muchacho allí, debía haber alguna razón. Debía ser un prisionero o… un ladronzuelo, un golfillo, el chivato de alguno de los mercaderes rivales de Simon.
Se dijo que el chaval se lo habría ganado. Debía ser peligroso.
El chico llevaba la ropa andrajosa de los trabajadores del muelle, pero sus pómulos altos y la intensidad de sus ojos oscuros no parecían pertenecer a uno de ellos. Sus ojos estaban bordeados de largas y oscuras pestañas que habrían sido bonitas en un rostro menos maltrecho.
—Tú no llevas la marca de Simon —dijo el muchacho.
Violet se sonrojó.
—Podría tenerla. —Se contuvo para no agarrarse la muñeca, el lugar donde habría estado la marca—. Si quisiera.
Se sonrojó con más fuerza, sintiéndose engañada. Se dio cuenta de que, mientras lo observaba, él la estaba observando a ella.
—Me llamo Will —le dijo—. Si me ayudas, te…
—No tengo la llave —lo interrumpió—. Y no te ayudaría aunque la tuviera. Este es el barco de Simon. No te tendría aquí si no lo hubieras enfadado.
—Va a matarme —dijo Will.
Todo pareció detenerse. Oyó los sonidos de la refriega mientras miraba las magulladuras del chico, la sangre seca de su cara y su camisa.
—Simon no mata a la gente.
Pero, mientras lo decía, sintió un pozo abriéndose bajo las palabras. Ya no estaba segura de nada.
—Podrías buscar la llave —dijo Will—. Aprovecharía la confusión para escapar. Nadie sabría nunca que fuiste tú quien…
—Registrad cada centímetro de la bodega.
Una voz de hombre. Ambos giraron la cabeza bruscamente en su dirección.
—Si Marcus está aquí, lo encontraremos, Justice —respondió una mujer.
Will se dio cuenta en el mismo momento que Violet.
—¡Ey! —gritó Will—. ¡Aquí!
—¡No…! —Violet se giró para acallarlo… Demasiado tarde. Los dos desconocidos aparecieron en la esquina.
Siervos.
Era la primera vez que los veía de cerca, con armadura completa y un uniforme blanco con una estrella plateada. Will abrió los ojos con sorpresa.
El primero de ellos era un hombre alto que parecía ser chino. Resultaba incluso más imponente que los demás, con su expresión decidida y concentrada. Justice. A su lado estaba la mujer que había hablado. Debía tener una edad similar, quizá veinte años, y en su voz había una pizca de acento francés. Ambos llevaban la misma sobreveste blanca sobre la armadura plateada y el mismo corte de pelo: asombrosamente largo para un hombre, retirado de sus rostros con un cordón y cayendo suelto a sus espaldas.
Blandían espadas. No los finos y flexibles alfanjes que los bandoleros usaban a veces para asaltar las barcazas del río, sino mandobles de dos manos, de los que podían cortar a un hombre por la mitad.
Sus pensamientos regresaron con su hermano. Tom. Recordó la facilidad con la que los Siervos habían matado a los marineros de Simon, atravesando sus cuerpos como mantequilla. Si dos de ellos habían logrado bajar, ¿qué estaría ocurriendo en la cubierta?
Violet agarró una escoba y se adelantó para bloquearles el camino antes de saber qué estaba haciendo.
El corazón le latía con fuerza. Frente a ella, el Siervo llamado Justice era apabullante, no solo por su atractivo sino por la nobleza y el poder que irradiaba. Violet se sentía pequeña, insignificante, pero se quedó donde estaba. «Tom fue valiente», pensó. Si conseguía retrasarlos, aunque solo fuera un momento, daría a su hermano más tiempo sobre la cubierta. Sus ojos se encontraron con los de Justice.
—No es Marcus —dijo la Sierva francesa, reteniendo a Justice por el brazo—. Simon tiene prisioneros aquí abajo. Una niña y un niño. Mira.
—Si me liberáis, os daré lo que queráis —dijo Will.
Justice miró a Will, y después de nuevo a Violet.
—Te ayudaremos —dijo—. Os ayudaremos a ambos. Pero, justo ahora, la cubierta no es segura. Tenéis que quedaros aquí abajo mientras despejamos este sitio…
—¿Despejáis? —repitió Violet. «Cree que soy una prisionera, como ese chico encadenado». Apretó el palo de la escoba.
—Justice, hay algo más aquí abajo. —La Sierva francesa se alejó un paso de los tres, hacia la oscuridad de la bodega, con una expresión extraña en el rostro—. No son los prisioneros, es otra cosa…
Justice frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—No lo sé. ¿No lo sientes? Es algo oscuro y antiguo, y parece…
Violet lo sentía. Era la misma sensación que había tenido ella al bajar a la bodega, como si hubiera algo allí a lo que no quisiera acercarse, y ahora estaba más cerca de lo que había estado en las escaleras.
Sabía que Simon traía artefactos de las excavaciones que tenía repartidas por el imperio. Ella había visto algunos de ellos, cuando se escabullía detrás de Tom los días en los que hacía negocios en los muelles. Trozos de armadura en cofres de hierro. Extraños fragmentos de piedra. La extremidad rota de una escultura. Las operaciones de Simon eran un constante excavar y recuperar. ¿Y si el artículo que Tom había conseguido estaba allí? ¿Y si era eso lo que estaba haciendo que se sintiera así?
—Esa la razón por la que había tantos guardias —dijo Justice, sombrío—. No están protegiendo a Marcus; hay algo en este barco…
Un disparo resonó en las escaleras.
Después de eso, todo sucedió a la vez.
—¡Al suelo! —gritó Justice, lanzándose entre Violet y la pistola. La envolvió su calidez, su cuerpo curvándose alrededor del suyo para protegerla. Sintió que se tensaba, oyó un gemido de dolor a través de los dientes apretados. Cuando Justice la empujó hacia atrás, un instante después, vio la mancha roja floreciendo en su hombro.
Le habían disparado. Le habían disparado mientras la protegía. Violet retrocedió contra una caja, sin dejar de mirarlo.
Un Siervo acababa de salvarle la vida.
La Sierva francesa desenvainó su espada.
—Vienen.
Justice blandió su espada a su lado, ignorando la herida de bala del hombro.
—Mataremos al León de Simón y después desmantelaremos la bodega.
Tom. No tuvo tiempo para reaccionar. Otro disparo destrozó la madera de la esquina de una caja; la lucha estaba de repente en la bodega. Los hombres de Simon recargaron y apuntaron a los Siervos, mientras otros peleaban en las escaleras en un caos de cuerpos y tajos de espada. Una de las lámparas colgantes recibió un golpe de costado y creó un fugaz arco ardiente que se extinguió en el agua, dificultando la visibilidad.
Tenía que llegar hasta su hermano. Se apartó de la caja y dio sus primeros pasos, solo para bajar la mirada y descubrir que el agua le llegaba ya hasta las rodillas. Unos oscuros remolinos tiraban de sus piernas, creciendo a una velocidad perturbadora.
«Esto no va bien». No debería haber agua en la bodega, y no debería haber tanta, hasta la rodilla y subiendo.
Miró la carga. Volvió a sentir aquel gélido temor, como si allí abajo, junto a ella, hubiera algo oscuro y terrible. Clavó los ojos en una caja que, a diferencia de las demás, estaba encadenada. Tan pronto como la miró, la sensación de aversión se hizo casi insoportable. Aquella caja… Era eso.
Hay algo más aquí abajo. Es algo oscuro y antiguo, y parece…
—No vas a ir a ninguna parte, Siervo.
Se giró para ver a Tom, su silueta recortada en la entrada de la bodega.
Vivo. Tom estaba vivo. La oleada de alivio y orgullo casi la abrumó. Llevaba la camisa rasgada y estaba cubierto de sangre, todavía con la barra de hierro en la mano. Pero era su hermano, y ganaría la pelea por Simon y su familia.
—¿Dónde está Marcus? —le preguntó Justice.
Tom bajó los peldaños, con la barra de hierro preparada.
—He matado a los demás.
—Vas a decirme qué habéis hecho con Marcus —dijo Justice—. O abatiré a todo el mundo en este barco… y después lo encontraré de todos modos.
—No pasarás de aquí —le aseguró Tom.
«Tom es fuerte —pensó Violet—. Tom le dará una lección».
Pero, cuando los dos jóvenes se acercaron, quedó claro de inmediato que, si Tom era fuerte, Justice lo era más.
Esquivó la barra de hierro de Tom y, de un único golpe, lo envió volando en un arco por la bodega, hasta las pesadas vigas del barco. El impacto destrozó los puntales junto a las escaleras, pulverizando la madera y haciendo que los enormes soportes colapsaran, lo que hizo estallar algunas cajas en las oscuras profundidades de la bodega.
Y esa caja, la que había visto y a la que no quería acercarse, recibió un golpe, cayó de su montón y se abrió sobre el suelo de madera.
«No…».
Una oleada de angustiado horror inundó a Violet cuando la caja se hizo añicos, una sensación tangible y asfixiante, como si algo terrible hubiera quedado libre. No quería girar la cabeza para mirar. Uno de los hombres de Simon, que estaba cerca, palideció visiblemente, como si la oleada de mal que había escapado de la caja lo hubiera golpeado a él con mayor fuerza. Un momento después, se tambaleó; tenía la piel moteada. Violet se obligó a girarse y a mirar.
Hay algo más aquí abajo, y parece…
Vio a la gente tambaleándose, vomitando, derrumbándose en el agua. Entonces elevó la mirada.
… que está intentando escapar.
Era sencilla, excepto por su empuñadura negra y su larga y tallada vaina también negra. La espada se había caído de la caja que había sido golpeada y pendía del borde de otra caja. La caída había expuesto una mínima fracción de su hoja negra; el resto de la espada seguía durmiendo en su vaina.
La oleada de náuseas que sintió al atisbar la hoja negra no se parecía a nada que hubiera sentido antes. «¡Envainadla!», quería gritar, segura de que era aquella la fuente de la su turbio malestar. En el siguiente movimiento, vio unas llamas negras saltando en un arco sobre la hoja, impactando sobre el casco y pulverizándolo, dejando entrar una nueva oleada de agua. Mientras observaba, la llama golpeó a uno de los hombres de Simon y este vomitó icor negro, como si sus órganos se hubieran podrido en su interior. «¡Envainadla! ¡Cubridla!».
Pero nadie podía llegar hasta ella sin arriesgarse a exponerse al fuego negro.
A su alrededor, la gente gritaba y trastabillaba para alcanzar la salida, dejándose llevar por el pánico mientras la llama negra ardía como un rayo impío, matando a todo aquel al que rozaba. Otros intentaban alejarse de la espada tanto como podían; sollozando, se escondieron detrás de otras cajas que no pudieron salvarlos cuando el fuego negro los golpeó. Todos los Siervos estaban muertos.
Solo Tom y Justice seguían luchando, atrapados en esa batalla como dos titanes. A la luz negra de la llama, Justice levantó a Tom sobre el agua. Sus siluetas quedaron recortadas un instante; entonces golpeó a Tom con tanta fuerza que este se tambaleó, y después lo golpeó otra vez, y otra vez.
«¡Tom!». El agua le llegaba hasta la cintura y seguía subiendo; Violet tuvo que vadear para aproximarse a ellos, atravesando las aguas mientras la llama negra se arqueaba como en una pesadilla. Estaba muy oscuro, pues habían destrozado la mayor parte de las lámparas, y gran parte de la carga flotaba como icebergs nocturnos.
No tenía ningún arma, pero se lanzó sobre Justice y ambos cayeron hacia atrás en el agua. Se oyó un crujido; Justice se había golpeado el cráneo con la dura esquina de una caja flotante. Sus manos se quedaron sin fuerza de inmediato y flotó, boca abajo y sin moverse.
Violet chapoteó hacia su hermano.
—¡Tom! —gritó—. ¡Tom!
Tom tenía la cara blanca. Estaba inconsciente… pero respiraba, y ella iba a sacarlo de allí. «Está vivo», pensó, acunándolo en sus brazos. Pero ¿durante cuánto tiempo más?
Buscó desesperadamente una salida.
Y vio al chico. A Will.
Estaba mirando la espada e intentaba llegar hasta ella, en lugar de asustarse por su llama. Con un hormigueo en la piel, entendió que iba a intentar envainarla, la misma idea que ella había abandonado por imposible. Su primer instinto había sido salvar a su hermano. El de Will había sido salvar a todo el mundo.
El muchacho estaba haciendo avances descarnados y determinados. Tensó sus cadenas para acercarse a la espada, como si se opusiera a una fuerza apabullante a pesar de estar herido y débil. «Va a conseguirlo», pensó Violet con aturdida incredulidad, aunque se estremecía ante la idea de tocar aquella arma horrible. Ante lo que podría ocurrirle a Will. Había visto a los hombres desplomándose y vomitando sangre negra. ¿Qué le haría a quien la tocara?
Cuando llegó al límite de sus cadenas, la mano extendida de Will estaba a quince centímetros de la espada.
«No alcanza».
No lograría salvar la distancia, por mucho que se esforzara. Incapaz de llegar hasta él, Violet recordó el momento en el que le suplicó que lo liberara. Ella se había negado, y con ello los había condenado a todos: a Will, a Tom… «Incluso al capitán», pensó. Todos morirían allí, en aquella bodega.
Y entonces vio algo que no debería ser posible. La empuñadura de la espada comenzó a girar hacia Will, rotando hasta detenerse ante él. Un instante después la tenía en la mano, como si hubiera saltado los quince centímetros que los separaban. «No es posible».
Tan pronto como la tuvo en la mano, la guardó de nuevo en su vaina.
Todo se detuvo; la llama se extinguió. Las náuseas cesaron. Violet jadeó. En el nuevo y resonante silencio, los gemidos y los sollozos de los supervivientes aterrados fueron de nuevo audibles, junto a la avalancha del agua y los ominosos quejidos del casco.
Violet miró al chico con incredulidad. «Se acercó a él. La espada se acercó a él como arrastrada por una mano invisible…».
El chaval estaba temblando. Curvado sobre la espada, abrió unos ojos llenos de agonizante esfuerzo, como si mantenerla envainada le exigiera todo lo que tenía. La miró, solo un instante.
—¡No puedo contenerla! —exclamó. La espada estaba forcejeando contra él—. ¡Vete!
—¡Tírala! —le pidió Violet—. ¡Lánzala al río!
—¡No puedo! —dijo Will, forzando las palabras a través del dolor. Parecía que apenas podía aguantar—. ¡Saca a todo el mundo de aquí!
Al ver la expresión de sus ojos oscuros, comprendió lo que estaba pidiéndole. Intentaría contener la espada mientras ella despejaba el barco. La retendría tanto como pudiera, tanto como tuviera que hacerlo.
Violet asintió y se giró.
—¡Vamos! —dijo, empujando con brusquedad a uno de los hombres estupefactos hasta que se tambaleó hacia las escaleras. La bodega era un espacio destrozado que se estaba llenando de agua rápidamente. La salida seguía medio bloqueada; tres de los hombres de Simon tiraban con desesperación de la enorme viga de madera que la atascaba. Al menos media docena más jadeaba y tosía, arrastrándose por el agua, mientras otros que estaban más cerca se aferraban a las cajas sin dejar de mirar al chico, inexpresivos y ojipláticos.
Otros estaban muertos. Tenía que sacar a todo el mundo. Tenía que abrirse camino junto a los cuerpos sin vida, con Tom, empujando a los demás a través del agua, hacia la salida. Algunos cadáveres estaban hinchados y desfigurados, como si la llama negra los hubiera deformado. No quería mirarlos. Vio a un Siervo flotando boca abajo y con sobresalto reconoció el cabello negro de Justice, que formaba una corona oscura alrededor de su cabeza.
—¡Vete, no queda tiempo!
Agarró a otro hombre por la camisa y lo empujó hacia delante. No soportaba estar allí otro minuto más, no podía estar cerca de la repugnante espada. Siguiendo a los últimos hombres empapados y tambaleantes, levantó a Tom y subió su extraño y húmedo peso por las escaleras, hasta que por fin salió de la bodega y llegó a la cubierta.
La primera caricia de aire fresco en su rostro fue milagrosa. Era como el sol apareciendo tras las nubes, después de la sofocante y fétida humedad de la bodega. Sobre su cabeza, el cielo estaba despejado. Por un momento, solo se empapó de él.
Y después vio la cubierta. La llama negra había llegado hasta allí y había partes carbonizadas, como si las hubieran quemado con latigazos de fuego, la madera astillada y desigual. Se oían gritos en la ribera, alaridos; había gente señalando. La madera gimió terriblemente a su espalda, y cuando se giró vio que el mástil estaba cayéndose; un segundo después golpeó la cubierta, haciendo volar cuerdas y fragmentos del entablado. La embarcación comenzó a ladearse.
Violet echó a correr. Bajo sus pies, la cubierta estaba inclinándose. El Sealgair se estaba yendo a pique. Los gritos de «¡Agarra la cuerda!» y «¡Salta!» desde el muelle no la ayudaban, no al tener que arrastrar a Tom por la cubierta. Y entonces…
—¡Tom!
La voz del capitán Maxwell sonó junto a la barandilla y Violet sintió una oleada de agradecimiento. Se tambaleó hacia él, agradecida, y el hombre la liberó del peso del cuerpo de Tom y lo llevó por una pasarela improvisada hacia el muelle. Ella lo siguió, hasta que por fin pisó tierra firme.
Se sintió aliviada, un alivio tan enorme que deseó hundir los dedos en la tierra y en los guijarros de la orilla, para demostrarse que todo era real. Que lo había conseguido. Que estaba allí.
Cayó de rodillas junto al lugar donde Maxwell había tumbado a su hermano.
—Está bien, lo tenemos. —Lo oyó como desde lejos—. Tom, vamos, Tom —estaba diciendo Maxwell, y Tom eligió aquel momento para toser y volver en sí.
—¿Violet? —preguntó con voz ronca—. ¿Violet?
—Está aquí, Tom —contestó Maxwell. Como si estuviera muy lejos, Violet oyó que Maxwell se dirigía a ella—: Lo hiciste muy bien, sacándolo del barco. Simon se alegrará cuando se entere de todo lo que has hecho.
Simon se alegrará. Y eso era lo que ella había querido: impresionar a Simon, ser como Tom.
Pero se quedó allí sentada junto a ellos, en la orilla, mojada, agotada y goteando.
Todo debería haber terminado, pero sabía que no era así.
La ribera estaba abarrotada de hombres y mujeres que gritaban, lloraban, rodeaban a los que habían sacado del agua y miraban el Sealgair. Oyó voces que exclamaban: «¡Yo la vi! La llama negra», los susurros que recorrían el muelle en todos los idiomas: miracolo, merveille.
—Un chico tomó la espada… —estaba diciendo alguien a su lado y, con asombro, reconoció al hombre que la había llamado «rata» mientras la arrastraba por la nuca. Lo habían salvado, como a todos los demás. Pensó en el chico de la bodega, en su rostro amoratado. Se preguntó cuáles de aquellos hombres lo habrían golpeado, cuáles de aquellos a los que había salvado. El muchacho había salvado a todos los del barco. Pero no se había salvado él.
Violet se levantó.
El casco del Sealgair estaba inclinado, sin amarras. Las rampas se habían caído y había más de tres metros de agua entre el casco y el muelle. El espacio se estaba acrecentando.
Sabía lo que tenía que hacer.
Hacía mucho tiempo que deseaba demostrar su valía: ante Tom, ante su padre, ante Simon. Pero había algunas cosas más importantes.
Violet se concentró en el barco, corrió y saltó.
Fue como saltar de nuevo al infierno después de haber conseguido salir de él. El Sealgair era un páramo. Gemía peligrosamente, con el mástil quebrado, la cubierta fracturada, el tablaje astillado y sobresaliendo. Los toneles estaban rotos y desperdigados. La mitad de una vela rasgada colgaba sobre la cubierta.
Se tragó el horror mientras bajaba las escaleras hasta la bodega. Imágenes de fuego negro se reprodujeron tras sus párpados; esperaba que estallara ante ella en cualquier momento. Pero la bodega estaba oscura y casi totalmente inundada; el agua se arremolinaba, fría como el hielo, hasta su pecho. Avanzó a través, casi nadando, junto a las cajas volcadas, junto a los restos de la batalla.
El muchacho seguía encadenado, solo en la bodega inundada. Respiraba con lentitud, manteniéndose en silencio en la oscuridad, y tenía la cabeza alzada, como si, incluso estando solo, intentara no demostrar que estaba asustado.
Todavía sostenía la espada, pero Violet vio que había descubierto un modo de mantenerla envainada, el mismo mecanismo que debió contenerla antes de que la caja se abriera.
—Puedes soltarla —le dijo. El muchacho agarraba la espada con los nudillos blancos—. Suéltala. Deja que se hunda con el barco.
Después de un momento, el joven asintió y la lanzó. Violet vio su resplandeciente y ondulada longitud hundiéndose en el agua.
A su alrededor la bodega estaba anegada, con el agua a la altura del pecho y creciendo. No pasaría mucho tiempo antes de que las precipitadas aguas llenaran hasta el último espacio de aire y el Sealgair zozobrara. Cuando miró al chico, pudo ver en sus ojos que sabía que no había modo de escapar, encadenado a un naufragio. La miró con sus ojos oscuros.
—No deberías haber regresado.
—Me dijiste que sacara a todo el mundo.
Atravesó las pesadas aguas hasta detenerse ante él. Podía sentir su desesperanza, a pesar de la amarga sonrisa que consiguió mostrar entre sus respiraciones superficiales.
—No tienes la llave —le recordó.
—No la necesito —dijo Violet.
Y buscó en el agua hasta agarrar las cadenas.
León, lo habían llamado los Siervos. Y aunque nadie se daba cuenta nunca de que eran hermanos, Tom no era el único con fuerza en las venas. Violet tiró de las cadenas.
La madera se astilló, el hierro gritó y se soltó y, por un momento, el muchacho solo la miró. Se observaron con algo parecido al asombro, y un reconocimiento que fue como haber cruzado un abismo. Un instante después, tras echárselo al hombro, el chico (Will, recordó) se derrumbó contra ella, deslizándose en la inconsciencia y en sus brazos.
Era más liviano que Tom y más fácil de transportar, tan delgado que parecía desnutrido, un envase frágil que contenía la fuerza suficiente para salvar un barco. Tenía el rostro hundido, las mejillas demasiado pronunciadas y nuevos moretones floreciendo bajo su piel pálida. Un feroz instinto de protección hizo que ella decidiera ponerlo a salvo, por difícil que fuera abrirse camino hasta el muelle.
—¡Aquí! —gritó alguien desde las escaleras. El barco volvió a sacudirse, inclinándose hacia el lado, de modo que la bodega entera quedó en diagonal—. ¡Por aquí!
Se dirigió hacia la voz, agradecida, avanzando a través del agua.
Entonces vio quién la había llamado y se le hizo un nudo en el estómago.
Tenía el cuello de la túnica rasgado y manchado de sangre, y estaba empapado; incluso los zarcillos de su cabello goteaban. La brillante insignia de su estrella de Siervo apenas era visible. Pero estaba vivo y respiraba. Se había quedado allí… O no, decidió al mirar su rostro. Había regresado para cumplir una promesa. Igual que ella.
—Dame la mano —dijo Justice.