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Kaia

«Kaia está maldita».

Esas eran las palabras que sus compañeros de clase susurraban a sus espaldas cuando creían que ella no los escuchaba. Pero los oía. Por supuesto que lo hacía. Podía escuchar sus voces incluso mientras dormía, en los pasillos, en las aulas de la Academia. La perseguían como fantasmas que se anclaban a su piel y se le metían en los huesos.

Y cuando no hablaban, lo veía en sus rostros, en las miradas vacías: le temían a la chica que lo había perdido todo.

A Kaia le hubiese gustado pensar que se equivocaban, pero sabía que en lo profundo de sus murmullos se ocultaba la verdad. Una verdad ineludible con la que ella se dormía por las noches y despertaba en las mañanas. Formaba parte del juego de la vida y saltaba a la vista que estaba perdiendo por no saber mover las fichas.

No solo estaba maldita, poseía una naturaleza indomable. En Ystaria había tres tipos de magia: la de las sombras, que era aquella que los invocadores podían utilizar por medio de una daga sagrada con la que controlaban la energía de la oscuridad. Los invocadores nacían con una marca violeta en el hombro y, cuando cumplían diez años, se les hacía entrega de una daga con la que podían canalizar la energía de las sombras para usarla a su favor. Las otras dos magias se habían extinguido: la arcana y la umbría.

Sin embargo, Kaia podía sentir una de las magias muertas.

La magia prohibida. La que amenazaba con la locura y había sido condenada hacía más de un siglo. En Ystaria habían perseguido a todos los que poseían magia arcana, los habían asesinado hasta acabar con su descendencia, con su legado. En los últimos años no había nacido nadie que gozara de este don. Pero la naturaleza de Kaia estaba maldita y desde que era una niña tenía la capacidad de sentir el hilo de la vida de cada persona. Notaba la energía arcana en sus huesos, llamándola cada vez que la sangre se le escapaba del cuerpo.

Qué peculiar se le antojaba percibir su propio don; era una invocadora de sombras como toda su familia, pero además tenía un secreto que custodiaba con recelo y del que nunca había hablado con nadie. Llevó los dedos hasta el colgante de plata que pendía de su cuello y el frío metálico la asió a la realidad, recordándole quién era y que no importaba lo que otros vieran en ella.

Con hastío, miró el reloj de su muñeca y comprobó que eran pasadas las once. Llevaba casi veinte minutos esperando y Ariadne seguía sin aparecer, una situación que encendía su mal humor. Y es que había pocas cosas que odiara más que a la gente impuntual o con mal gusto. Y su amiga, aunque era adorable y buena gente, pecaba de las dos.

No era buena señal que hubiera empezado el día en un cementerio lúgubre en el que yacían enterradas unas tristes imágenes que ella mantenía al margen de su memoria. Llevaba meses luchando con los recuerdos de su hermana, encerrada en un odio que le quemaba la piel.

Es solo cuestión de tiempo, se prometió y miró a la izquierda; las tumbas grises dormían entre flores marchitas que pretendían ser una ofrenda a los muertos.

Se remangó su abrigo y echó una mirada al cuervo que se posaba sobre la verja dorada que separaba el camino del cementerio. Forcas llevaba casi media vida con ella. Cuando olisqueaba los problemas, graznaba con fuerza y Kaia advertía que algo no iba bien. Extrañamente, en ese momento el cuervo permanecía sereno, quizá mucho más de lo que debería estar.

—¿Otra vez se retrasan?

La voz lacónica y firme la sorprendió tanto que casi suelta un gemido de horror. Kaia parpadeó con fuerza y sus ojos se encontraron con los de la profesora Persis, que se estaba sacudiendo las cenizas del abrigo blanco. Poseía el rostro duro y arrugado de quien había visto mundo y esperaba la vejez en la comodidad que su puesto le otorgaba. Persis era una de las mujeres más importantes y reputadas dentro de la Academia y a Kaia le daba la sensación de que era consciente de la impresión que causaba en los demás; por eso la expresión autoritaria, severa, con la que se dirigía a ella.

—He perdido la cuenta de todas las veces que te he visto esperando a tus amigas. De todas formas, estoy aquí para avisaros que cancelaré la excursión debido a los nuevos acontecimientos. Dejaremos el seminario sobre consanguinidad para más adelante —le dijo al tiempo que daba una calada al cigarillo. El hilo arcano que ardía en su pecho vibró levemente obligándola a apartar la mirada, incómoda.

Dejó escapar un siseo y sus ojos se deslizaron hacia la calle, hacia el río que arañaba la tierra y se confundía en el horizonte manchado de gris.

—Digamos que la puntualidad no es la mayor de sus virtudes —respondió.

La profesora enarcó una ceja, sarcástica, y, casi sin proponérselo, estiró el cigarrillo invitando a Kaia. Ella declinó la oferta jugueteando con los botones de su abrigo; no había nada que arruinara más la imagen de alguien que el vicio por el tabaco.

—Me gusta que te cuides y seas prudente, seguro que darás una excelente imagen cuando logres entrar en el Consejo —musitó Persis con una sonrisa.

Al oír eso, Kaia cambió el peso de su cuerpo a la pierna izquierda y levantó los ojos para escrutar el rostro de Persis, que dio una última calada al cigarrillo. Tal vez no era tan mala jugadora como pensaba, tal vez podría conseguir su objetivo si sabía mover bien sus fichas. El Consejo de Invocadores era la máxima autoridad política dentro de Cyrene. Un gobierno centralizado en el que cada cinco años se votaba y se elegía a los diez miembros que velarían por el futuro de la ciudad. Era un gran órgano gubernamental que regía todas las funciones de la ciudad, tomaba las decisiones y dirigía a la sociedad.

—¿Le han dicho que pensaban aprobar mi solicitud para las prácticas en el Consejo? —preguntó Kaia fingiendo modestia.

Persis dirigió una mirada cruda al otro lado de la verja.

—Kaia, yo quiero recomendarte, pero no creo que este año sea el ideal. Eres demasiado joven.

Hizo énfasis en la palabra con un mohín de desagrado. Como si Kaia dispusiese de todo el tiempo del mundo.

—Aún no me han rechazado la solicitud, podría decirles que soy una estudiante modelo…

Antes de que Kaia pudiese continuar, la profesora alzó una mano de manera hostil cortando su explicación.

—Lo siento, pero no. Esas son meras conjeturas tuyas y creo que todavía te queda tiempo por delante. El próximo año. —Notó las esquirlas de hielo colándose en su voz.

La negativa de Persis era un puñal que rompía con sus posibilidades y todos los esfuerzos que había hecho a lo largo de las últimas semanas.

—Deberías concentrarte en las clases y dejar de rebuscar entre los muertos. Sé lo afectada que sigues tras la muerte de tu hermana, pero han pasado meses y es hora de que le hagas frente al futuro —advirtió Persis con gesto suspicaz. Kaia sabía que hacía referencia a todas las veces en las que había exigido explicaciones y respuestas ante el caso de Asia—. Además, me gustaría…

La voz se le cortó cuando un grupo de estudiantes pasó frente a ellas. Forcas emitió un graznido débil desde la rama del árbol y Kaia fingió que no había reparado en las jóvenes que amablemente saludaron a la profesora y la miraron con aprensión a ella.

—Perdón —insistió la mujer alisándose la falda plateada sin atreverse a mirarla a los ojos. Era como si temiese ver la soledad que anidaba en su alma y tuviese que ser testigo de cómo los sueños de Kaia se rompían ante su negativa—. Solo quiero que sepas que si necesitas ayuda, estoy aquí. El año que viene te recomendaré y me encargaré de que te acepten en las prácticas que quieres. Solo debes esperar un poco más, un año como mucho.

Kaia notó con creciente incomodidad que Persis intentaba decir algo que no llegó a materializarse en su voz.

—El tiempo que tengo que esperar es el mismo que podría aprovechar siendo de utilidad. Mi vida está marcada por la tragedia, no quiero esperar a que vuelva a golpear a mi puerta.

Persis se pellizcó el puente de la nariz, se echó hacia atrás y sacó otro cigarrillo que encendió con un moviento grácil. Kaia no pudo contener la indignación que apareció en su sonrisa; la profesora le estaba cerrando las puertas en la cara y fingía que le importaba lo que sentía.

—Lo siento —continuó Persis y expulsó el humo por la boca—. Esfuérzate por mantener un perfil bajo y el próximo año quizá podamos valorar la idea.

A Kaia no le entusiasmaba la idea. De hecho, era una nueva traba que sortearía a través de métodos poco tradicionales. Si de algo podía presumir era de que tenía una lista de recursos de los que podía echar mano, y lo haría, aunque fuese algo deshonesto o moralmente incorrecto.