¿Cuánto cuesta ir divina de la muerte?
Ir «a la moda» nos gusta a todo el mundo.
Ir divinas de la muerte, comprar en boutiques, vestir con ropa de firma, tener prendas exclusivas, salir de las tiendas cargadas de bolsas de diferentes marcas, como si hubiésemos comprado a lo loco sin mirar antes el precio de cada prenda, tirando la casa por la ventana… En resumen, sentirse como Julia Roberts en Pretty Woman.

Este mundo de fantasía y color puede llegar a ser maravilloso, siempre y cuando podamos permitírnoslo, ya que, en caso contrario, puede ser una forma de ponernos los dientes largos o, dicho de otra forma, morirnos de envidia. Pero… ¿envidia de qué?
A día de hoy tenemos muchos prejuicios sobre la moda y le prestamos demasiada atención. Siempre hay que estar atento a lo que se lleva, a lo que no, al qué dirán si llevo algo de hace dos temporadas o, peor aún, que se enteren de que vas
¡¡VESTIDA DE MERCADILLO!!

Siempre hay que ir divina de la muerte, independientemente de si puedes permitírtelo o no. Esto genera una presión constante en nosotras, como si cargáramos toda nuestra vida con una mochila llena de piedras que pesa más que una vaca en brazos, ya que «posiblemente» no hayas nacido en una familia multimillonaria, de las que tienen vestidores enormes llenos de zapatos y bolsos de marcas superexclusivas, o de las que tienen sus propios estilistas como las Kardashian (o como las llama mi madre: las Kardasistán, que eso suena más a un antiguo Imperio persa).
La media del salario en España es de aproximadamente 700 euros…, que me río yo de los 700 euros, ya que, por media jornada trabajando en un súper o de dependienta, con suerte llegas a los 500. Eso si tienes trabajo, porque, con la que está cayendo, que te contraten es lo mismo que si te tocara la lotería.
Teniendo en cuenta que hay que pagar alquiler o hipoteca, ya que «posiblemente» no hayas heredado una mansión de tu tío el Conde Duque de Tomy, pues tendrás que apoquinar los parneres como todo hijo de vecino, aparte de la luz, el agua, el Internet… Y eso sin contar que tengas churumbeles a tu cargo. Entonces ya… apaga y vámonos.
Esta ruina hace que nos quedemos pasmadas mirando los escaparates de las tiendas, soñando con tener esas prendas dentro de nuestro armario, escuchando su música de punchikipum a lo lejos, mientras nos limpiamos la babilla al ver las blusas de la nueva colección que parecen sacadas de un cuento. De un cuento bastante caro, ya que la más barata cuesta 25 euros, que eso es básicamente lo que has ganado hoy trabajando. Y claro… ahí empieza la lucha:
TU CEREBRO: ¿Qué hago, me la compro? ¿O es muy cara?
TU CORAZÓN: ¡Cómpratela, que te va a quedar divina!
TU CEREBRO: Son cinco horas trabajadas… ¡Cinco horas de tu vida para la blusa!
TU CORAZÓN: Tú te lo mereces.
TU CEREBRO: Luego solo te la pones una vez. Ya tienes suficiente ropa, recuerda el vestido de flores que aún tiene la etiqueta puesta, ¡pedazo de mamarracha!
TU CORAZÓN: ¡Cómpratelo!
TU CEREBRO: Recuerda que, al ser de temporada, luego van todas con el mismo. Todos sabrán dónde lo has comprado y cuánto te ha costado. Aparte, en rebajas seguro que te lo encuentras a la mitad de la mitad. Y si aún tienes dudas, mira la cartilla del banco, que te vas a cagar.
TU CORAZÓN: Vale, me ha ganado el cerebro, pero, por lo que más quieras, no mires la cuenta si no quieres que me parta en mil pedacitos.

Y al final te marchas de allí con la pena en el cuerpo, cariño mío, y menos mal que no miraste tu cuenta, porque si no a ver quién te va a curar el corazón partíoooooooooooo (con tono de Alejandro Sanz).
La cosa es que, si no se puede, no se puede. Y si se puede, tampoco hay por qué hacerlo. Sabes lo que te quiero decir, ¿no?
No por el hecho de cobrar más o tener más dinero tenemos que gastarnos más. Por ejemplo:
Si tú ganas 10 y gastas 10, pues al final tienes un 0 monumental en tu cuenta.
Pero si ganas 5 euros y gastas 1, pues, mamichula, aquí tenemos 4 pavazos de ahorro para que lo inviertas en bolsa, o te des el lujo de pegarte un viajecito low cost con tu maromo.
Obviamente con 4 euros no te vas a ir muy lejos, pero si consigues repetir esta acción, estos 4 euros comenzarán a multiplicarse de forma imparable y, sin darte cuenta, te habrás convertido en la más ahorrativa de tó’r condao; o la más viajera, ya eso depende de dónde quieras gastar o invertir el money.
Para llegar a comprar a este precio y entrar en los lugares donde venden estas prendas de marca, tenemos que darle un pequeño giro a nuestra forma de ver el mundo, porque solo así conseguiremos ver más allá. Más allá de lo que nos han inculcado, más allá de todo lo aprendido y más allá de todos nuestros prejuicios.

Son tantos los conocimientos que os quiero transmitir que la verdad es que no sé muy bien por dónde empezar, así que comenzaremos por el principio.

Érase una vez… el mercadillo y los vendedores ambulantes
Esto es de lo más antiguo…
Desde que existe la vida en la tierra, existe la venta ambulante, pa que tú te hagas una idea.
Adán y Eva fueron los primeros vendedores ambulantes de la historia, junto al Homo sapiens.
Ya que, según estudios de la Universidad Universitaria de Tomy, el Adán y la Eva coincidieron en espacio tiempo con el Homo sapiens, pero, claro, eso hay mucha gente que no lo sabe…
El Adán le compraba a la Eva unos taparrabos hechos con hojas de geranio recicladas la mar de apañaos. La Eva le compraba al Homo sapiens unas figuritas talladas en piedras divinas pa ponerlas en lo alto de la tele (tele de cabeza ancha, porque, claro, en aquel entonces todavía no habían inventado el plasma).
En aquella época todo era paz, armonía y amor, hasta que un día la Eva fue a recoger manzanas al campo para venderlas el domingo en el rastro. ¿Y qué te crees que pasó? Que se encontró con la Bicha Malvada, la bicha más mala que un dolor, envidiosa perdida de la Eva, porque esta tenía unos brazos muy largos con los que montaba y desmontaba los hierros del puesto en el mercadillo, un puesto enorme con un pedazo de sombra que flipas y, claro, así daba gusto comprar en el puesto de la Eva. Total, que como la Bicha Malvada no podía montar ese pedazo de puesto con sombra porque no tenía brazos, pues se tenía que conformar con vender en una manta en el suelo, la manta toda llena de lamparones de arrastrarse la Bicha por allí encima y pegándole el sol en tó’r cogote y, claro, la Bicha Malvada nada más sabía despellejar y despellejar, y no ganaba pa crema hidratante la joía.
Total, que la Bicha Malvada quería quitarse del medio a la Eva haciéndole el lío para que esta dejara de vender en el mercadillo. ¿Y cómo lo hizo? Envenenando todas y cada una de las manzanas de un árbol. Y la Eva, la pobre, que tenía menos calle que una cabra…, pues cayó en la trampa de la Bicha Malvada.
LA BICHA MALVADA: ¡Eva! ¡Eva!
LA EVA: ¿Qué quiere, quilla?
LA BICHA MALVADA: Ven, corre que te voy a contar un secreto…
LA EVA: ¿Qué ha pasado?
LA BICHA MALVADA: Me han contado una cosa… ¡Qué fuerte, quilla!
LA EVA: ¿El qué, quilla?

LA BICHA MALVADA: A ver, Eva, que esto te lo cuento en confianza porque eres tú, ¿eh? Pero esto no se lo vayas a decir a nadie.
LA EVA: Que no. Venga ya. ¿El qué?
LA BICHA MALVADA: Me han dicho que las manzanas de aquel árbol están mucho más buenas que las que tú vendes y, además, no estriñen.
LA EVA: Sí, hombre… ¿En serio?
LA BICHA MALVADA: Que sí, tía, te lo juro por mi sobrino. Además, tienen dos puntitos que las diferencian del resto, y eso significa calidad. Como cuando los plátanos se rajan de lo buenos que están, pues igual.
LA EVA: ¿Y eso quién te lo ha dicho?
LA BICHA MALVADA: Eso no te lo puedo decir… Se dice el pecado, no el pecador.
LA EVA: Y si están tan buenas, ¿por qué no las coges y las vendes tú?
LA BICHA MALVADA: Quizás… ¿porque no tengo brazos? Eva, tía… Yo solo te lo digo, tú ya puedes hacer lo que tú quieras…
¿Y qué te crees que hizo la Eva? Llenarse el cesto de las manzanas del árbol. Manzanas envenenadas previamente por la Bicha Malvada.
Llega la Eva muy propia a su enorme puesto con sombra en el mercadillo y comienza a pregonar:
LA EVA: ¡Vamos, niña, qué manzanas más buenas llevo hoy! ¡Venga, Mari, que me las quitan de las manos! ¡La que sabe se aprovecha!
A todo esto, pasó por allí el Homo sapiens y vio las manzanas tan jugosas, y no se pudo resistir:
HOMO SAPIENS: ¿A cuánto está el kilo, Eva?
LA EVA: A un euro con cincuenta, por ser tú.
HOMO SAPIENS: Pues ponme dos kilos bien despachaos, que hoy viene mi primo el Eslabón y le iba a preparar un pastel, pero, claro, entre que es celíaco y todavía no han inventado el horno, le tendré que ofrecer manzanas…
LA EVA: ¿Quieres bolsa?
HOMO SAPIENS: Venga, sí, ponme una.
LA EVA: La bolsa son diez céntimos más.
HOMO SAPIENS: ¿Dónde vas, Eva? ¿Diez céntimos más por una bolsa? Si todavía no hay contaminación ni ná…
LA EVA: Es lo que hay… Pa eso soy vegana.
HOMO SAPIENS: Pues entonces no me la des, ya las meto yo en esta bolsa de piel de mamut recién cazado de esta mañana, que es mucho más ecológico y biodegradable.
El Homo sapiens agarró las manzanas, las metió en su bolsa de mamut y se fue a su cueva a esperar a que apareciera su primo el Eslabón.
EL ESLABÓN: ¡Qué pasa, pisha!
HOMO SAPIENS: ¡Hombre, primo! ¡Pasa! ¡Pasa! Que está la puerta abierta.
EL ESLABÓN: ¡Oy-oy-oy-oy-oy! ¡Qué bonita tienes la cueva pintá!
HOMO SAPIENS: Está guapa, ¿a que sí? Pues la he pintado yo.
EL ESLABÓN: Qué artista estás hecho, primo.
HOMO SAPIENS: Siéntate en esas rocas de ahí, que te he comprado unas manzanas buenas buenas buenas, gluten free, que te vas a quedar loco.
En ese momento empezó el Eslabón a engullir manzanas… sin pelarlas si quiera… hasta que de repente el Eslabón comenzó a convulsionar…
EL ESLABÓN: ¡Ghxhycyhj xzgfvxj syhxj!
HOMO SAPIENS: ¡Primo! ¡Primo! ¡RESPIRAAAAA!
Al Eslabón le estaba dando un telele prehistórico-cardiorrespiratorio, de esos que te dejan croqui, por el malvado veneno de la Bicha Malvada.
EL ESLABÓN: A-iii-u-aaa…
HOMO SAPIENS: ¡Aguanta, primo! ¡Aguanta!
El Homo sapiens agarró dos piedras y comenzó a frotarlas FUERTEMENTE para hacerle una reanimación prehistórica-cardíaca al primo, a la de una… a la de dos… ¡y a la de tres!
Pero no,
no hubo nada que hacer.
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Muerto.
HOMO SAPIENS: ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOO OOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
Y se murió.
Tieso, pajarito.
El Homo sapiens comenzó a mirar a su alrededor, buscando alguna pista de lo que le pudo causar ese telele a su primo. Y lo vio todo claro clarinete: las manzanas de la Eva. Se acercó rápidamente a observarlas y se dio cuenta de que tenían dos puntos muy extraños, como si le hubiesen inyectado veneno. ¡Eso es! ¡Veneno!
El Homo sapiens salió corriendo para el puesto de la Eva a pedirle la «hoja» de reclamaciones.
HOMO SAPIENS: ¡Eva! ¡Eva!
LA EVA: ¿Qué te pasa, Homo sapiens?
HOMO SAPIENS: ¿Que qué me pasa? ¡Que tus manzanas están envenenadas, eso me pasa!
En ese momento todo el mercadillo quedó paralizado, fijando las miradas en la Eva, que la pobre no sabía dónde meterse.
LA EVA: Pero ¿qué dices? ¿Cómo van a estar envenenadas las manzanas?
HOMO SAPIENS: ¡Míralas! ¡Tienen veneno!
En ese momento todo el mundo rodeó el puesto de la Eva, esperando alguna explicación.
HOMO SAPIENS: ¡Mi primo el Eslabón se ha muerto envenenado por tus manzanas! Y era el único de su especie. ¿Sabes lo que esto significa?
LA EVA: Lo siento, ha sido un accidente.
HOMO SAPIENS: ¡Esto supondrá un vacío de información genética superimportante para la cadena de la evolución humana! A ti, como te ha creado Dios, pues te la pela…
LA EVA: ¿Cadena de qué?
HOMO SAPIENS: Aparte, que verás tú cuando se entere mi tía, que estaba con el Eslabón que no cagaba, te va a coger por los pelos esos enmarañaos que tienes y te va a revoleá por todo el mercadillo…
LA BICHA MALVADA: ¡Madre mía, Eva! La que has liado…
LA EVA: Pero si tú me dijiste que…
HOMO SAPIENS: Has mezclado hemotoxinas con glutámico, y eso ha hecho una reacción química… que vamos… la has liado parda. Votos a favor de desterrar a la Eva de por vida.
Todos levantaron la mano apoyando la propuesta de sacar a la Eva del condado. La cogieron en volandas y la echaron del poblado mientras cantaban:
¡Fuera la Evaaaa, oééééé! ¡Fuera la Evaaaa, oééééé! ¡Fuera la Evaaaa, oéééééééééééé! ¡Fuera la Evaaaa, oeoéééééé! (con el tono de la canción de A por el bote, oé).
La Eva quedó sola y desterrada de los suyos, mientras la Bicha Malvada se salió con la suya y supo aprovechar bien la situación.
LA BICHA MALVADA: ¡Escucharme! Con el puesto de la Eva, ¿qué vais a hacer? Porque si lo vais a tirar, me lo quedo.
Y se lo quedó.
La Eva tuvo que empezar desde cero, sin ayuda de nadie.
Al principio comenzó vendiendo lechugas en el pueblo de al lado, pero, al estar siempre en el mismo lugar, no obtenía muchos ingresos, así que decidió ir rotando por todos los pueblos vecinos, cada día en uno diferente, haciéndose hueco en el mercado. A ella se le fueron sumando más vendedores que, como a ella, no les salía rentable quedarse siempre en el mismo sitio, y más con lo caro que estaban los alquileres de las cuevas en aquella época.
¡La Eva había creado los mercadillos ambulantes!
Una verdadera emprendedora mercantil que, sin darse cuenta, se había convertido en la fundadora oficial de los mercadillos ambulantes a nivel mundial. Una auténtica matriarca al frente de un imperio que ha perdurado en la historia por los siglos de los siglos. Amén.
Tan importantes son los mercadillos en nuestra cultura que, a raíz de esto, aparecen en varias escenas sagradas de la Biblia, como por ejemplo el portal de Belén, que cuantos más puestos de tela, fruta o carne tenga el portalito, pues más poderío adquiere. O san José, que era carpintero y hacía unas sillas preciosas y unos soportes para macetas que tú te flipas, y que vendía por todos los mercadillos de Belén, Jerusalén u otros pueblos que le pillaran cerca.
Esta forma de venta se fue extendiendo por todos los pueblos, ciudades y países hasta hacerse mundialmente conocida, como le paso a Daddy Yankee con la canción de la Gasolina.
A día de hoy cada cultura le ha dado su toque, su esencia, su magia y hasta su forma de regateo…
Hay distintos tipos de mercadillos, numerosas formas de compra y venta, diferentes puestos…
Un mundo aparte que tenemos que conocer muy bien si queremos conseguir las mejores gangas del mercado.
Quitémonos la venda
Todavía tenemos mucho rechazo a cosas que son totalmente cotidianas, y no me refiero solo a comprar en mercadillos, sino entre nosotros mismos, por ejemplo:
Salimos de casa en busca de trabajo y nos pateamos toda la ciudad echando currículums. En algunos sitios nos lo aceptan encantados, con una sonrisa de oreja a oreja y supereducados, pero, sin embargo, en otros no son tan cordiales como deberían y, antes de que les dé tiempo a mirar nuestra formación, ya te han tachado por tu apariencia y sin disimular la cara de asco mientras nos miran de arriba abajo, con una sonrisa más falsa que un billete de 3 euros. Sin darse cuenta de que posiblemente nuestra formación y cualidades son perfectas para ese puesto, y que por dejarse llevar por la apariencia están perdiendo un diamante en bruto que podría marcar un antes y un después en el desarrollo o crecimiento de esa empresa.

Al principio pensamos que ellos llevan razón, que no valemos para ese puesto, y que deberíamos buscarnos algo más bajo, a nuestra altura, ya que siempre cometemos el grandísimo fallo de quedarnos solo con lo malo.

Estas situaciones nos pasan a diario, y desde que somos pequeños estamos sometidos a las opiniones externas de los demás. Que está muy bien que la gente hable y tenga su opinión, pero el 90 por ciento de las veces los comentarios son negativos, y esto puede hacer que nuestro amor propio y nuestra autoestima se tambalee más que el palio de la Macarena. Por eso es tan importante creer en uno mismo y tener esa fuerza para no rendirse frente a las opiniones de la gente mamarracha, porque otra cosa no, pero gente mamarracha hay en tós laos, y esa es una realidad con la que tenemos que convivir.
Como cuando en el patio del colegio no escogían al Rafalito para formar el equipo de fútbol…
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El Rafalito, para que tú te hagas una idea, era un niño bastante peculiar, de esto que estornuda y le cae la vela de mocos rozándole el labio, y el pobre ni se inmuta. Que sí… que vale que el Rafalito no tenía muy buena forma física, y el pobre se asfixiaba cuando corría más de tres metros seguidos…, que sí, que yo eso no te lo niego…
La cosa es que ese niño medía lo mismo que un ropero empotrado, dos por dos metros, y aparte tenía unos reflejos envidiables, porque, como siempre sacaba malas notas, su madre, la Margari, le pegaba cada babuchazo al pobrecito mío, que había ido adquiriendo durante años técnicas de esquivamiento de manos y objetos voladores que ¡ni en Matrix! Y, claro, el pobre Rafalito era troleado por todo el equipo, hasta que un día, el Selu, portero oficial del equipo, se astilló un dedo jugando al baloncesto, que ya me dirás tú a mí la necesidad que hay de jugar al baloncesto, ninguna. A mí la verdad es que el baloncesto siempre me ha dado mucho miedo, porque esa pelota tan dura era una máquina de partir dedos, y más a las niñas, que estábamos apavás en aquel entonces, no como las de ahora, que son todas unas chulandronas y tienen ya más caminos recorridos que tú y que yo juntos.
Total, pues que el Selu estaba lesionado en uno de los partidos más importantes del curso: 4º B, que éramos nosotros, contra 5º A. Flipa. Máxima tensión, ya no solo porque eran de un curso más grande, no, no… Porque era un A contra un B y eso, en mi barrio, ¡significa MOVIDA!
¿Y qué te crees que pasó? Que a alguien tuvo la brillante idea de colocar al Rafalito de portero.
Fitetú, el Rafalito, que no sabía ni dónde la tenía. Pues allí lo colocaron. El Rafalito, el pobre, miraba para arriba los hierros de la portería más asustado que un testigo falso… Y cuando sonó el silbato de comienzo del partido…
Piiim, paaam, puuuum. Pepinazos por tós laos. ¡Eso era una lluvia de tiros a puerta, señores!
El Rafalito, cada vez que le venía el balón a lo lejos, se acordaba de cuando su madre le tiraba la babucha a lo lejos por no haber hecho los deberes. Puuum, parada. Puuum, puuum. Parada, parada.
¡Y el Rafalito no dejó entrar ni una! Lo petó. La verdá. Todos cantábamos en masa animándolo cada vez que paraba un gol del equipo contrario:
—¡Raaaaaaaaa-falito! Pum pum, pum pum, pum.
Y aplaudíamos.
El Rafalito estaba que no cabía en la pelleja, había pasado de ser el mamarracho del equipo a ser «er más kíe de tó’r barrio», así que imagínate tú, casi le da un avenate de la emoción. Ese partido marcó un antes y un después en la vida de Rafalito, ya que se dio cuenta de que servía para algo, no como le decía su padre: «Rafalito, ¡no vales ni pa está escondido!».
El Rafalito había estado siempre con nosotros y nunca nos habíamos dado cuenta de que tenía ese potencial, ni siquiera él mismo. Estábamos tan acostumbrados a que siempre jugasen los mismos que nos parecía imposible que alguien nuevo pudiera darle un giro tan bueno al equipo.
¡Ahí está la venda que tenemos que quitarnos! Ver más allá de todo ese decorado del postureo para dejar de regirnos por los estereotipos que la sociedad nos ha impuesto como correctos o incorrectos. Solo así podremos encontrar magia en lugares o personas en los cuales nunca nos habríamos fijado.
Una vez que nos hayamos quitado este peso de encima comenzaremos a verlo todo de forma diferente, y será entonces cuando estemos preparados para adentrarnos en las profundidades de tiendas y mercadillos, a la caza de gangas.

Descubrirás que hay un mundo aparte lleno de posibilidades para la ropa, y te sorprenderá tanto que no volverás a mirar el mundo con los mismos ojos.
