El olor del incienso se mezclaba con el de las rosas que llenaban el salón.
El Salón de la Luna Llena veía danzar cientos de bandejas repletas de suculentos manjares.
Los invitados iban vestidos de colores llamativos y se pavoneaban por el salón luciendo sus modelitos.
Los novios presidían la celebración acompañados de sus padres. No dejaban de sonreír en ningún momento.
Qamra llevaba un vestido plateado que brillaba cada vez que se movía y Saif vestía una túnica ceremonial de tono ahuesado.
Saludaban desde un escenario situado entre las trompas de dos esculturas de elefantes blancos a tamaño real.
A su espalda, el balcón abierto mostraba la inmensa luna llena que lucía esa noche.
Los invitados se acercaban al escenario a saludar a los anfitriones y dejaban a sus pies flores representativas de sus países de origen mientras un emir los anunciaba.
El embajador de Francia llevaba una flor de lis entre las manos, el de China una enorme peonía rosa, los padres de Britt estaban también en la cola con un ramo de lirios de los valles de color blanco.
Avancé hacia el escenario, sin perder de vista a Ewan.
El príncipe escocés estaba al otro lado del salón, y él también me seguía con la mirada.
No recordaba que fuera tan…
—Serenísimo —repitió Mundi.
—Calla —le pedí.
Es un código secreto que tenemos mi amiga y yo.
Cuando un chico es guapísimo decimos que está «serenísimo».
Viene de esa expresión tan pomposa que se usa a veces para dirigirse a la realeza…
—Su alteza serenísima, la princesa Alma Florencia Ifigenia de España —anunció precisamente un mayordomo al pie del escenario.
Mundi le dijo algo al oído.
El hombre, sin mostrar ningún tipo de expresión, dijo:
—Y su alteza serenísima, la princesa Mir Alhad Massai, de Uvalu.
Por un momento, pensé que todos se iban a echar a reír.
Sin embargo, nos saludaron con solemnidad.
Nosotras dos nos inclinamos ligeramente ante los novios.
Los reyes de Jordania y sus herederos nos dedicaron una sonrisa.
—Bienvenida, Alma —me saludó Qamra, la reluciente novia—. Mi hermana no deja de hablar de ti.
—Es un honor participar en esta fiesta, altezas —dije.
—Un honorazo —añadió Mundi.
Le di un codazo para que no se saltase el protocolo.
Entonces el mayordomo dio paso a los siguientes invitados y nos alejamos.
—¿Mir Alhad Massai? —pregunté.
—Es lo primero que se me ha ocurrido —respondió ella.
Cruzamos junto a una espectacular fuente dorada que vertía champán de color rosa.
—Alerta de serenísimo —advirtió Mundi.
—¿Dónde…? —me quedé con la pregunta en la boca.
Al lado de la fuente, apareció Ewan de Escocia.
Mirándome con esos ojos de lobo.
¿Desde cuándo Ewan tenía una mirada tan intensa?
Solo habíamos dejado de vernos unas semanas… ¿cuándo se había vuelto tan serenísimo?
—Te has puesto roja —me acusó Mundi con una risa.
Negué con la cabeza y, en ese momento, Ewan se acercó.
—¿Has tenido buen viaje? —me preguntó.
Sus ojos grises profundos volvieron a paralizarme.
¿Estaba muy cerca o era yo?
Mundi tenía razón: serenísimo, serenísimo.
¿Cómo no me había fijado antes?
¡Ah, sí! Porque estaba ocupada ligando con un robot…
Enrojecí de nuevo.
—Sí, sí, todo bien —respondí.
—Yo os dejo, que tengo que ir… a cualquier sitio —dijo Mundi, haciendo una reverencia y alejándose.
Ewan y yo nos miramos, sonriendo los dos como bobos.
—Estás mucho más guapo —solté.
¿¡Qué!?
¿¡De verdad había dicho eso!?
Tierra, trágame.
—Tú también —contestó él.
—Ah, pues fenomenal entonces —dije, riendo—. Los dos guapísimos.
¿¡Qué me pasaba!?
¿¡Es que no podía dejar de decir tonterías!?
Por suerte, en ese momento llegaron el resto de Las Princesas Rebeldes.
Allí estábamos todas.
Reunidas de nuevo.
—¡Alma! —me saludó con ilusión Bella de Jordania—. ¡Qué alegría verte!
La hermana de la novia se fundió conmigo en un agradable abrazo.
Me sentí a salvo de todo.
Bella siempre había sido muy amable conmigo, era la única que me había acogido en el grupo desde el primer instante.
También me había agradecido muchas veces que Jojo se hubiese sacrificado por nosotros. Y había tenido la delicadeza de no mencionar que mis poderes se hubiesen apagado después de perder mi baqueta.
—La que faltaba —dijo Britt de Suecia, señalándome—. ¿Sabes que ese vestido seguramente se ha cosido en talleres ilegales donde trabajan niños?
La princesa heredera del trono de Suecia seguía igual.
Llevaba el pelo de punta y una camiseta negra gigantesca que decía: «Con lo que gastas en esta fiesta, se limpia la isla de plásticos del Pacífico».
—Imagino que la camiseta te la has hecho tú —respondí, fijándome en que iba descalza.
—Empieza la pelea, hagan sus apuestas —se rio Ion de Rumanía, acercándose para tenderme la mano.
—Nada de peleas, por favor —intervino Patrizia de Mónaco, poniéndose en medio.
Llevaba un impresionante vestido turquesa de seda, con transparencias de gasa en los hombros y bordados finísimos. La verdad es que Patrizia siempre era la más elegante en todos los eventos.
La princesa monegasca era la líder del grupo.
Era ella quien había decidido que no nos viéramos durante un tiempo para no levantar sospechas.
La última vez, tuvimos problemas con unos drones asesinos.
Y también con el famoso youtuber Loquo, empeñado en subir vídeos comprometedores.
Por eso, Patrizia nos pidió que fuésemos discretos.
Todos le hicimos caso, por supuesto.
Ahora, con la boda real, volvíamos a reunirnos.
—Me alegro tanto de veros —expresé.
—Pues no hay muchos motivos para alegrarse de nada, princesita —se quejó Britt—. El planeta va directo a la destrucción y nadie hace nada por evitarlo.
Lo dijo como si fuese culpa mía.
Apreté los puños para contenerme, porque estaba claro que Britt no iba a hacerlo.
Me volví hacia Patrizia.
Ella era la experta en tecnología.
—¿Has descubierto algo sobre los drones o sobre Loquo… o sobre lo que sea? —le pregunté.
Bella me sonrió agradecida porque no hubiese entrado en la provocación de Britt.
—Nada todavía —confesó Patrizia—. Es de lo más frustrante. Esos drones se fabricaron fuera del sistema. No hay ni rastro en intranet ni en ninguna parte.
—¿Eso puede ser? —pregunté.
—Es la única explicación —confesó Patrizia—. Y en cuanto a Loquo, ni idea, todas sus comunicaciones están encriptadas, ningún hacker parece conocer sus fuentes, es un misterio.
—No desfallezcas —le dijo Ewan, poniendo la mano sobre su brazo—. Juntos encontraremos la manera.
—¿Y Jojo? ¿Ha vuelto? —me preguntó Bella.
—No —confesé, avergonzada.
Ahora que no tenía poderes…
¿Me echarían del grupo?
La mirada de Britt decía exactamente eso.
—¡ALMA FLORENCIA IFIGENIA! —el grito de mi madre me devolvió a la realidad.
Me giré asustada.
Allí estaba la reina.
Y el rey.
Y mi hermano Máximo.
La familia real al completo había llegado a la fiesta.
Un poco más allá vi a… Mir de Uvalu, bailando, ajena a la presencia de mis padres.
Mundi era una gran bailarina y se lo estaba pasando en grande en la pista, justo delante de la orquesta.
Mi madre me hizo un gesto severo para que me acercara.
—Mandaré un mensaje para que nos veamos a solas —susurró rápidamente Patrizia—. Tenemos muchas cosas de las que hablar.
Sin más, Las Princesas Rebeldes se dispersaron como la niebla.
A mí también me habría gustado hacerlo.
La cara de la reina de España daba miedo.