
Séneca (c. 4 a. C.-65 d. C.) fue uno de los escritores más geniales y eruditos de su tiempo. Como infeliz consejero del malhadado régimen del emperador Nerón en Roma, llegó a ser asimismo uno de los hombres más ricos del mundo. Pero la razón por la que la mayoría de la gente siente interés por Séneca en nuestros días es otra: el motivo es que escribió acerca de la filosofía estoica, que ha experimentado un tremendo resurgimiento popular en los últimos años.
Aunque la escuela estoica comenzó en Atenas aproximadamente trescientos años antes del nacimiento de Séneca, la mayor parte de los escritos de los estoicos griegos se han perdido. Sobreviven únicamente en breves citas o fragmentos. Esto convierte a Séneca en el primer escritor estoico importante cuyas obras filosóficas han llegado casi completas hasta nosotros. Poseía una de las mentes mejor informadas y más curiosas de su tiempo, y exhibía en sus escritos una osada libertad intelectual y apertura mental. A esta cualidad se debe que parezca muy moderno.
En este libro, que incluye nuevas traducciones de sus obras, explico de la manera más clara posible las ideas clave y las sabias doctrinas de Séneca. Se trata, asimismo, de una introducción a la filosofía estoica en general, porque resulta imposible comprender plenamente el pensamiento de Séneca sin entender las ideas estoicas en las que se basa. Para desarrollar y profundizar en las ideas defendidas por Séneca, cito también a dos estoicos romanos posteriores: Epicteto (c. 50-135 d. C.) y Marco Aurelio (121-180 d. C.).
El espíritu se acostumbra a deleitarse, antes que a cuidar de sí mismo, y a hacer de la filosofía un divertimento, cuando es un remedio.
Séneca, Epístolas 117.33
Antes de comenzar nuestra exploración del estoicismo, hemos de aclarar un malentendido generalizado. El estoicismo no tiene nada que ver con «mantener la compostura» ni con «reprimir tus emociones», lo cual todos sabemos que es poco saludable. Aunque Séneca era un filósofo estoico, resulta esencial reconocer que, con el transcurso de los siglos, el significado de estoico ha cambiado radicalmente: hoy en día, la palabra estoico no guarda relación alguna con el estoicismo del mundo antiguo. Mientras que en la actualidad ser estoico significa «reprimir tus emociones», los antiguos estoicos jamás defendieron nada por el estilo. Como todos los demás, los filósofos estoicos no tenían ningún problema con los sentimientos normales y saludables como el amor y el cariño. Como decía el filósofo Epicteto, el estoico no debería ser «insensible como una estatua». Antes bien, los estoicos desarrollaron una «terapia de las pasiones» para ayudar a evitar las emociones extremas, violentas y negativas capaces de abrumar la personalidad, como la ira, el temor y la ansiedad. Más que reprimir esas emociones negativas, su objetivo era transformarlas mediante la comprensión.
Algunas ideas estoicas importantes se remontan al filósofo griego Sócrates (c. 470-399 a. C.), quien pronunció la célebre sentencia «Una vida sin examen no merece ser vivida». En otras palabras, «Conócete a ti mismo»: el autoconocimiento es esencial para llevar una vida feliz. Sócrates sugiere, asimismo, que, del mismo modo que la gimnasia está diseñada para mantener sano nuestro cuerpo, ha de existir alguna clase de arte que se preocupe de la salud de nuestra alma. Aunque Sócrates nunca puso un nombre a este «arte», la implicación evidente era que «el cuidado del alma»1 es la función de la filosofía y del filósofo.
Estas dos ideas —que el conocimiento es crucial para la felicidad y para vivir una buena vida, y que la filosofía es una suerte de terapia para el alma— eran los fundamentos esenciales en los que se basaba el estoicismo. Como escuela, el estoicismo se originó en torno al año 300 a. C. en Atenas, donde el filósofo Zenón de Citio (c. 334-c. 262 a. C.) daba clases en la Stoa Pecile o Pórtico Pintado; de ahí el nombre de la escuela.2
Al igual que otros filósofos de la época, los estoicos estaban profundamente preocupados por la cuestión ¿qué es necesario para vivir la mejor vida posible? Si los humanos fuésemos capaces de responder esa pregunta, creían, podríamos florecer y vivir una vida tranquila y feliz, incluso si el mundo mismo pareciera estar loco y fuera de control. Esto hizo del estoicismo una filosofía supremamente práctica, y explica asimismo su resurgimiento actual, porque nuestro tiempo —social, política, económica y medioambientalmente— también se nos antoja loco y fuera de control.
Incluso si el mundo parece fuera de control, los estoicos enseñaban que podíamos llevar una vida significativa, productiva y feliz. Además, incluso en situaciones adversas, nuestra vida puede seguir siendo tranquila y caracterizarse por la ecuanimidad psicológica. Este fuerte énfasis en el proyecto de vivir una vida buena, significativa y tranquila es lo que convirtió el estoicismo romano en una escuela filosófica tan popular durante las épocas de Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, y lo que explica asimismo la popularidad actual del estoicismo, en unos tiempos no menos estresantes.
Este énfasis en vivir una vida buena separa también el estoicismo de la filosofía académica moderna, que ha abandonado las preocupaciones humanas prácticas en favor de los problemas teóricos abstractos, en su mayor parte carentes de sentido fuera de la torre de marfil del filósofo. Pero como recalcaba el antiguo filósofo Epicuro (340-270 a. C.):
Vacío es el argumento de aquel filósofo que no permite curar ningún sufrimiento humano. Pues de la misma manera que de nada sirve un arte médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad ninguna en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma.3
Análogamente, los estoicos veían la filosofía como una forma de curación de las «enfermedades del alma». La concebían como «un arte médico» e incluso definían al filósofo como «un médico del alma». Los estoicos calificaban asimismo la filosofía como «el arte de vivir», y Séneca describía sus propias enseñanzas como «útiles medicinas». A su juicio, esas «medicinas» eran eficaces para tratar sus propias dolencias y deseaba compartirlas con los demás, incluidas las generaciones futuras.4
Como cabría esperar, los filósofos estoicos defendían ideas diferentes acerca de numerosos temas, pero hay varios puntos clave en los que todos los filósofos estoicos romanos convenían. Eso es lo que los hacía estoicos y no miembros de alguna otra escuela filosófica. Estas ideas fundamentales del estoicismo se reflejan también en las obras de Séneca, y se remontan en su mayor parte a los primeros estoicos griegos.
Aunque las exploraremos más en profundidad en los capítulos siguientes, merece la pena mencionar en este punto estas ocho ideas principales del pensamiento estoico, a modo de rápida degustación de lo que se avecina. (Dicho esto, si prefieres considerar estos temas más adelante, no dudes en saltar a la siguiente sección de esta introducción.)
Al igual que muchos pensadores anteriores y posteriores, los estoicos creían que la racionalidad existe en la naturaleza. Podemos ver evidencias de ello en los patrones, los procesos y las leyes de la naturaleza, que permiten el excelente funcionamiento de las formas naturales. Dado que los seres humanos formamos parte de la naturaleza, también somos capaces de ser racionales y excelentes. A juicio de Zenón de Citio, el fundador del estoicismo, si «vivimos conforme a la naturaleza», nuestra vida «fluye suavemente». (Por supuesto, cuesta imaginar que vivamos una vida feliz si estamos luchando constantemente contra la naturaleza.) Aunque vivir conforme a la naturaleza tenía múltiples sentidos para los estoicos, uno de los significados centrales y más importantes era que, como seres humanos, deberíamos afanarnos para desarrollar nuestra propia racionalidad y excelencia humanas.
Aunque esto entraña varias dimensiones, me limitaré en este punto a mencionar una sola: si careces de esta clase de bondad interior, no serás capaz de usar nada de una manera adecuada, ni en beneficio propio ni en el ajeno.
Por ejemplo, los estoicos no veían el dinero como un bien en sí mismo, ya que unas veces puede usarse bien y otras mal. Si posees sabiduría y moderación, que son virtudes, es probable que puedas hacer un buen uso del dinero. Ahora bien, si alguien que carezca de sabiduría o moderación acaba despilfarrando miles de dólares en un fin de semana en drogas y otros vicios, pocos considerarán que eso sea algo bueno o saludable, o un buen uso del dinero. Como escribió Séneca, «la virtud [o excelencia del carácter] es ella el único bien, porque ninguno existe sin ella».5
Lo que hace verdaderamente buena una virtud como la justicia o la imparcialidad es el hecho de que sea siempre o sistemáticamente buena. En cambio, de otras cosas cabe hacer un buen o un mal uso. No son intrínseca ni sistemáticamente buenas.
Para los estoicos, las únicas cosas que están plenamente bajo nuestro control son nuestras facultades internas de juicio, opinión y toma de decisiones, nuestra voluntad y nuestra manera de interpretar las cosas que experimentamos.
Con el fin de reducir el sufrimiento emocional, la persona necesita concentrarse en aquello que se halla bajo su control, al tiempo que continúa tratando de crear una vida mejor y un mundo mejor para los demás. (Exploraremos esto en los capítulos 6, «Cómo dominar la adversidad», y 8, «La batalla contra la fortuna: cómo sobrevivir a la pobreza y la riqueza extremas».)
Esto es sumamente significativo para los estoicos, puesto que las emociones negativas extremas se originan en las opiniones o los juicios erróneos. Ahora bien, si entendemos y corregimos las interpretaciones equivocadas considerando las cosas de otro modo, también podemos librarnos de las emociones negativas. (Véanse los capítulos 3, «Cómo superar la angustia y la ansiedad», y 4, «El problema de la ira».)
Para los estoicos, todo desafío o adversidad que encontramos supone una oportunidad tanto para poner a prueba nuestro carácter interior como para desarrollarlo. Además, creer que nunca nos acontecerán infortunios supondría estar completamente desconectados de la realidad. Antes bien, deberíamos esperar activamente los baches ocasionales en el camino, que a veces serán importantes. (Véase el capítulo 6, «Cómo dominar la adversidad».)
Eudaimonía se ha traducido de diversas maneras, como «felicidad», «florecimiento humano», «bienestar» y «tener la mejor actitud posible». Pero, para los estoicos, tal vez la traducción más adecuada sea «tener una vida verdaderamente digna de ser vivida». (Véase el capítulo 14, «Libertad, serenidad y gozo perdurable».)
En una de sus famosas «paradojas» o dichos paradójicos, los estoicos decían que una persona perfectamente sabia, un sabio estoico, poseería la eudaimonía incluso mientras estuviera siendo torturada en el potro. Si bien no podríamos describir a una persona que estuviese sufriendo tortura como «feliz» en el sentido moderno de la palabra, podríamos imaginar que poseyera una vida verdaderamente digna de ser vivida, en especial si estuviera siendo torturada por enfrentarse a un tirano malvado.6 De un modo análogo, muchas personas heroicas han dado su vida luchando por el mayor bien, para beneficiar a la sociedad. En otras palabras, vivir la mejor vida posible, o una vida verdaderamente digna de ser vivida, podría implicar cierto dolor.
La filosofía implica el pensamiento crítico, el análisis intelectual y el intento de entender científicamente el mundo. Pero en última instancia, para los estoicos, la dimensión más importante de la filosofía es la ética, que posee un carácter muy práctico. Los estoicos romanos veían la filosofía auténtica como una suerte de camino en el que avanzamos hacia la virtud o el desarrollo de un carácter mejor. (Véase el capítulo 1, «El arte perdido de la amistad».)
Los estoicos eran los filósofos más prosociales del mundo antiguo. Enseñaban que la humanidad es como un único organismo y que, como parte de dicho organismo, deberíamos contribuir al mayor bien de la sociedad en su conjunto. (Véase el capítulo 10, «Cómo ser auténtico y contribuir a la sociedad».) Significativamente, los estoicos no solo estaban interesados en mejorar sus propias vidas. Estaban interesados en mejorar las vidas de toda la humanidad.7
Este es un libro sobre las ideas de Séneca, no sobre su vida. Naturalmente, sin embargo, existe una cierta relación entre ambas, por lo que son pertinentes unos cuantos datos. (A quienes deseen saber más sobre la vida de Séneca, les recomiendo la excelente biografía de Emily Wilson.)8
Séneca nació en torno al año 4 a. C. en una acomodada familia de équites, o familia de caballeros romanos, en lo que hoy es la ciudad de Córdoba, en España. Su padre, Séneca el Viejo (54 a. C.-39 d. C.), fue un maestro de retórica y oratoria. Al igual que hoy, ser un excelente comunicador era una destreza vital para forjarse una carrera exitosa en el Imperio romano, y la familia de Séneca sobresalía en ello.
Sabemos poco sobre la infancia de Séneca, pero su padre le llevó a Roma cuando contaba cinco años o poco más. En su adolescencia estudió con varios profesores en Roma, incluidos diversos filósofos.
Por desgracia, Séneca padecía desde la niñez alguna clase de enfermedad pulmonar crónica, probablemente una combinación de asma y tuberculosis. Cuando rondaba los veinticinco años, su tía lo llevó a Alejandría, en Egipto, en un intento de mitigar la enfermedad, que podría haberse agravado viviendo en Roma. Sorprendentemente, acabó quedándose diez años en Egipto y no regresó a Roma hasta los treinta y cinco años más o menos. Por fortuna para Séneca, su tía tenía contactos políticos y, debido a su influencia, fue capaz de ingresar en el Senado romano, cuando Roma estaba bajo el imperio de Calígula.
En el siglo anterior, Roma había sido una república. Pero, con la disolución de la república, los recién creados emperadores romanos poseían, a todos los efectos, poderes absolutos que conducían, por supuesto, a abusos terribles. Los reinados de Calígula (12-41 d. C.), Claudio (10 a. C.54 d. C.) y Nerón (37-68 d. C.), bajo los cuales vivió Séneca, fueron corruptos más allá de lo imaginable, y estuvieron repletos de ejemplos de crímenes, envenenamientos y asesinatos, infidelidades sexuales (incluidos casos de incesto), exilios de Roma de personas inocentes, torturas brutales y otros actos terribles, muchos de ellos basados en el simple capricho. Era como una telenovela en la que todo se tuerce de la peor manera posible, pero con consecuencias letales en la vida real.
Como senador bajo el imperio de Calígula, Séneca comenzó a acumular una inmensa riqueza personal, que continuaría creciendo a lo largo de su vida. Pero esas recompensas financieras no estaban exentas de inconvenientes, pues a medida que Séneca ascendía hacia la cima del estatus social y del poder en Roma, su vida peligraba cada vez más.
En la cumbre de su carrera, bajo el emperador Nerón, Séneca parecía dirigir en realidad el Imperio romano, con la ayuda de Burro, el prefecto de la Guardia Pretoriana. Nerón era un mero adolescente que solo contaba dieciséis años cuando fue proclamado emperador, y carecía de la experiencia para gobernar por sí solo el imperio más grande del mundo. Durante los cinco primeros años de su reinado, Séneca lo guiaba y las cosas discurrían bien tanto para ambos hombres como para el Imperio. Séneca también fue elegido cónsul, que era el cargo político más elevado que cabía alcanzar en Roma. Sin embargo, tras ese pacífico lustro, Nerón asumió el control pleno y comenzó a actuar de forma sanguinaria.
Por desgracia, cuando Séneca escribió sus Epístolas, en su vejez, sabía que su vida se hallaba bajo la amenaza de Nerón, que tenía la mala costumbre de matar a las personas que ya no le gustaban. Sabedor de que su vida corría peligro, Séneca intentó en vano alejarse de Nerón en dos ocasiones.
Cuando Séneca rondaba los cuarenta y tres años, empezaron sus problemas con Calígula, quien quiso ejecutarlo por envidia, solo porque se sintió eclipsado por un brillante discurso pronunciado por Séneca ante el Senado. Por fortuna, una de las amantes de Calígula lo disuadió de matar a Séneca porque este se hallaba enfermo y ella pensaba que moriría pronto en cualquier caso.
Más tarde, cuando Séneca tenía cuarenta y cinco años, el emperador Claudio lo desterró a la isla de Córcega durante ocho años y le arrebató la mitad de su patrimonio, bajo falsas acusaciones, como una alternativa a matarle. Ese exilio, que conllevaba una separación total de su esposa, tuvo lugar tan solo unas semanas después de la muerte del único hijo de Séneca, que todavía era un niño pequeño.
Tras pasar ocho años en Córcega, donde escribió con profusión (porque nada más podía hacer allí), Séneca fue llamado a regresar a Roma, pero solo a condición de que se convirtiera en tutor del joven Nerón, que a la sazón contaba once años.
Pese a los esfuerzos de Séneca por ayudar a Nerón a desarrollar un buen carácter, el proyecto fue un absoluto fracaso. Nerón no tenía ningún interés en la filosofía ni en la ética. Sus únicos intereses eran la autogratificación y el poder a expensas de los demás, lo cual lo convirtió en un monstruoso tirano. Al final, Nerón hizo matar a muchos de quienes lo rodeaban, incluidos su propia madre, su hermano y su esposa (que se le antojaba aburrida en comparación con su amante). Nerón acabó haciendo ejecutar también a Séneca, cuanto este contaba sesenta y nueve años, tras una conspiración fallida para apartar del poder a Nerón. En esa nueva ola de asesinatos perdieron su vida muchas personas, entre ellos los dos hermanos y el sobrino de Séneca.
Pero, a pesar de los graves obstáculos que encontró en su vida, que hoy en día destruirían psicológicamente a muchas personas, la filosofía estoica de Séneca lo ayudó a soportar las dificultades y a transformar las adversidades en algo positivo. Incluso cuando Nerón obligó a Séneca a suicidarse en su ancianidad —lo cual era preferible con creces a las formas alternativas de ejecución al uso—, Séneca aprovechó la ocasión de su propia muerte para pronunciar un discurso final sobre filosofía a varios amigos que lo acompañaban, como hiciera Sócrates cuando fue forzado a beber cicuta.
Como un buen estoico, Séneca llevaba muchos años preparándose para la muerte como parte de su entrenamiento filosófico, y no mostró ni un solo rastro de inquietud ni preocupación al entregar su vida.
Se dice que expresó con toda naturalidad: «¿A quién había pasado desapercibida la crueldad de Nerón? Asesinados su madre y su hermano…, ya nada le faltaba sino añadir a esas muertes la de su educador y maestro».9 Y aunque las últimas palabras de Séneca sobre la filosofía no hayan llegado hasta nosotros, cabría imaginarlo haciéndose eco de las palabras de Sócrates acerca de su propia muerte: «Aunque podáis matarme, no podéis hacerme daño».10 O, como también podríamos expresarlo: «Aunque podáis matarme físicamente, no podéis destruir mi carácter interior».
Si lees las obras de Séneca, una de las cosas que más te sorprenderán es cómo parece describir precisamente nuestro mundo actual, pese a haber escrito hace dos mil años.
Los ciudadanos adinerados de Roma habían convertido el consumismo en un bello arte, y se deleitaban con el lujo físico y el hedonismo. Como en nuestro tiempo, en que podemos ir al supermercado en pleno invierno y comprar naranjas y aguacates cultivados en el otro lado del mundo, los romanos habían desarrollado el comercio internacional hasta tal punto que las mercancías exóticas, los alimentos y los artículos de lujo procedentes de tierras remotas inundaban Roma.
Los romanos de clase alta llegaban a obsesionarse con la ostentación de su riqueza como un signo de estatus social. Lo que ahora llamamos «no ser menos que el vecino» existía ya en la antigua Roma. Séneca lo describe de este modo:
¡Y cuántas cosas nos procuramos ahora porque otros se las han procurado, porque la mayoría las posee! Entre las causas de nuestros males se cuenta vivir siguiendo el ejemplo de los demás y no gobernarnos por la razón, antes bien somos arrastrados por la costumbre. Lo que no querríamos imitar si lo hicieran pocos, cuando empiezan a hacerlo más, lo secundamos como si fuera más honesto porque es más frecuente.11
Los ricos construían villas a orillas del mar, con mármol exótico de importación, que incluían vistas espectaculares del océano, piscinas y elegantes baños, amén de todos los lujos imaginables. Algunos enfriaban sus bebidas y sus piscinas durante los calurosos meses estivales con nieve y hielo transportados desde lugares muy lejanos. Otros celebraban extravagantes banquetes, cenas y fiestas, que con frecuencia costaban sumas astronómicas de dinero, con los más raros manjares importados del mundo entero, que después vomitaban para dejar espacio a otros nuevos. Aunque los romanos habían vivido modestamente en épocas precedentes, ya no era ese el caso.
Finalmente, la dispendiosa cultura romana de la época de Séneca exhibía las mismas clases de excesos asociados con las celebridades actuales, sobre los que leemos en los tabloides de Hollywood y en los sitios web de chismes de famosos. Séneca comenta:
Además, los libertinos quieren que, mientras vivan, se hable de su vida, porque, si es silenciada, creen que se fatigan en vano. Así pues, de vez en cuando realizan alguna acción que despierta habladurías. Muchos devoran sus bienes, muchos tienen amantes: para alcanzar nombradía entre esta gente no basta solo con realizar una acción disoluta, sino una que sea notoria; en medio de una ciudad tan atareada, la perversidad ordinaria no provoca comentarios.12
Si estas cosas suenan tan habituales hoy en día es sencillamente porque la naturaleza humana no ha cambiado. Aunque nuestra cultura actual sea mucho más avanzada tecnológicamente, en un sentido psicológico somos exactamente iguales que las gentes de la época de Séneca. Somos criaturas complejas que padecen codicia, ambición, inquietud, temor, aflicción, cólera, ansiedad financiera, deseo sexual y adicciones, junto con el deseo de ser buenas personas y de hacer del mundo un lugar mejor.
Aunque el estoicismo propugnaba la vida sencilla, no prohibía la acumulación de riqueza, siempre y cuando esta pudiera usarse sabiamente. Pero, como uno de los hombres más adinerados del Imperio romano, entre cuyos colegas profesionales figuraban los puestos más altos de la élite social, Séneca tenía experiencia de primera mano acerca de las consecuencias de buscar el lujo excesivo. Es muy probable que fueran esas experiencias directas las que hubieran llevado a Séneca a reconocer la vacuidad y la superficialidad de la vida lujosa, y lo hubieran conducido a escribir en contra de esta:
Admiramos los muros cubiertos de fina capa de mármol, cuando sabemos qué material se esconde en ellos. Engañamos nuestros ojos, y cuando revestimos con oro la techumbre, ¿qué otra cosa hacemos sino complacernos con la mentira? Porque sabemos que, debajo de aquel oro, se oculta sórdida madera. Y no solo el tenue adorno se extiende por delante de los muros y del artesonado: la felicidad de todos estos que ves caminar altivos es superficial. Examínalos y comprobarás cuánta miseria se oculta bajo este tenue revestimiento de dignidad.13
Lo que vuelve único a Séneca en la tradición estoica es su profunda perspicacia psicológica acerca de la condición humana, incluidos la ambición y los temores. Fue la primera persona del mundo occidental que exploró profundamente la psicología del consumismo. También hizo contribuciones significativas a la comprensión de las emociones y la ira, que preservan su vigencia en nuestros días. En resumidas cuentas, Séneca no era un teórico académico, sino alguien que lo había «visto todo» en la vida real: tanto las mejores como las peores caras de la naturaleza humana.14 Tenía experiencia de primera mano de aquello sobre lo que escribía, así como una habilidad excepcional para comprender las motivaciones psicológicas internas de los demás. Esto es lo que convierte a Séneca en un guía tan valioso para los lectores actuales, dos mil años después.
Al fin y a la postre, la época de Séneca es nuestra época. Es nuestro contemporáneo y compartimos profundamente las mismas preocupaciones.