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LUGAR DE ORIGEN: MINA KOLLUR, INDIA
PROPIETARIOS DESTACADOS: REY LUIS XIV, HENRY PHILIP HOPE, PIERRE CARTIER, EVALYN WALSH MCLEAN |
VALOR ESTIMADO: 200-350 MILLONES DE DÓLARES
UBICACIÓN ACTUAL: MUSEO NACIONAL DE HISTORIA NATURAL DEL INSTITUTO SMITHSONIANO, WASHINGTON D. C. |
Lo arrancaron del ojo de un ídolo ciclópeo hindú en la India. Terminó con la monarquía francesa. Fue la ruina de los miembros de la nueva aristocracia norteamericana. Las personas a quienes ha pertenecido o que lo han llevado puesto han sido descuartizadas por perros, recibido disparos, han muerto decapitadas, arrojadas por acantilados, se las ha dejado morir de hambre o se han ahogado en buques naufragados. Este diamante ha causado suicidios, locura y muerte infantil. Mató a Rod Serling y en él se inspiró James Cameron para la piedra preciosa Corazón del Mar que aparece en la película Titanic.
Todo esto es obra del diamante Hope, y es que está maldito.
Con 45,52 quilates, el Hope es el diamante azul más grande del mundo. Es el ideal platónico de objeto maldito. Tiene un origen exótico y una leyenda que se expande a lo largo de siglos, a pesar de que es tan pequeño que cabe en un bolsillo. Es lo bastante pequeño como para robarlo. Como para perderlo. Como para que desaparezca. Posee el suficiente valor como para comprarlo, para que se negocie con él, o incluso para robarlo en la exclusiva atmósfera de los salones de trono y los aviones privados. Han sido muchos sus propietarios, y la cadena que estos conforman se parece a una versión cara del juego de la patata caliente. Y, por supuesto, las tragedias han corrido paralelas y se han entrelazado con toda esta cadena.
Sin embargo, no se ha comprobado que las afirmaciones aportadas en el primer párrafo de este capítulo, y que circulan de boca en boca, sean veraces, a excepción de la anécdota del Titanic. Pero no importa. La historia real del diamante Hope, incluido el motivo por el que se lo considera maldito, es igualmente fascinante.

Su historia empieza hace mil millones de años, a más de ciento cincuenta kilómetros por debajo de la corteza terrestre. Fuerzas primarias pulverizaron carbono hasta convertirlo en un trozo de cristal. Era un proceso común en aquella época. Pero ocurrió algo extraño en este caso. Partículas de boro se fusionaron con la estructura del cristal, lo que provocó que la gema se volviera azul marino. Finalmente, la actividad volcánica hizo que la roca emergiera a la superficie en un lugar que un día se llamaría India, donde la legendaria industria minera india la extrajo hace cientos de años.
Antes se consideraba que la India era la única fuente de diamantes del planeta. Y es por ello por lo que un comerciante pionero francés llamado Jean-Baptiste Tavernier realizó seis viajes épicos a este país a mediados del siglo XVII. Durante estos viajes, se hizo con un diamante azul de ciento doce quilates con forma de corazón extraído en la mina Kollur. La piedra, más tarde, sería conocida como la Violeta Tavernier (en aquella época el término violeta era sinónimo de azul). Al contrario de lo que dice la leyenda, no la robó del ojo de un ídolo (aunque vio muchos ídolos con ojos de joyas en los templos de la India), sino que la obtuvo a través de los canales ordinarios de comercio.
Tavernier vendió la piedra al rey Luis XIV de Francia, junto con más de mil diamantes. Pero, obviamente, esta gran gema azul era especial. Costaba el 25 por ciento del total que se pagó por todo el lote. Luego Tavernier no fue descuartizado por perros, como afirman algunos, sino que se retiró de sus días de aventuras a orillas del lago de Ginebra. Más adelante dejó su trabajo, pero vivió confortablemente hasta los ochenta años de edad.
Luis XIV también tuvo una vida larga. Mientras estuvo en sus manos, el futuro diamante Hope fue tallado y convertido en una piedra más brillante y ostentosa de sesenta y siete quilates. Por aquel entonces se denominaba el Azul de Francia y estaba considerada como una pieza importante de entre las joyas de la corona francesa.
Estas joyas se fueron heredando sin ningún drama particular hasta el reinado de Luis XVI, quien ostentó el trono durante la Revolución francesa, una revuelta que les costó la decapitación a él y a su esposa María Antonieta. Algunos culpan al diamante Hope de la muerte de María Antonieta, a pesar de que casi nunca lo llevó. Le encantaban los diamantes, pero el Azul de Francia estaba reservado para su marido. Estaba incrustado en una insignia de una de sus órdenes y solo fue extraído en aquella época en una ocasión, cuando se sometió a un examen científico. La monarquía francesa se disolvió tras la revolución y, en 1792, el Azul de Francia fue robado y se perdió para la historia… temporalmente.
Algunos eruditos creen que el Azul de Francia fue usado para sobornar a Carlos Fernando, el duque de Brunswick, Alemania, para que no invadiera Francia. La mayoría de Europa estaba aterrorizada ante la idea de que la revolución que había tenido lugar en Francia se extendiera en otros países y todos los ejércitos estaban preparados para sofocar cualquier conflicto potencial. Fuera como fuera, el diamante reapareció dos décadas más tarde, esta vez en Inglaterra, y su propietario era un comerciante de piedras preciosas llamado Daniel Eliason. Fue tallado de nuevo, esta vez hasta los cuarenta y cuatro quilates (del tamaño de una nuez), probablemente para que no lo reconociera Napoleón, quien de otro modo habría querido recuperar la joya de la corona francesa.
De ahí posiblemente cayó en manos del rey Jorge IV del Reino Unido durante un periodo de tiempo, pero en 1839 pertenecía a la adinerada familia de banqueros londinense llamada Hope. Y de ahí su nombre actual.
Thomas Hope trajo el diamante a su familia, en la que, tras la muerte de aquel, la piedra fue la protagonista de toda una cara secuencia de herencias, disputas testamentarias y bancarrotas. De la familia Hope pasó a pertenecer a una empresa de joyas, que la vendió a un tal sargento Habib, que actuaba en nombre del sultán de Turquía, que luego tuvo problemas financieros y la vendió una vez más a otra empresa de joyas. En 1920, el diamante cayó en las cuidadas manos de Pierre Cartier en París.
Y prácticamente debemos agradecer el atributo de maldito a Cartier.
En aquella época se habían descubierto enormes minas de diamantes en Sudáfrica. Los diamantes se habían convertido en piedras más accesibles, y no solo para los superricos. Al cabo de unas pocas décadas, era habitual que todo el mundo tuviera una alianza con un diamante para prometerse en matrimonio, una tradición que sigue hoy en día, puesto que, como sabéis, los diamantes son para siempre. Estas gemas se estaban volviendo populares.
Cartier quería vender su diamante azul a un miembro de la clase rica emergente en Estados Unidos, y sabía que para hacer especial un diamante en el mercado y pedir por él un precio más elevado, necesitaba una historia. Así que marcó el diamante tanto con un precio como con una maldición. No fue difícil. Algunos artículos aparecidos en la prensa ya habían encendido la mecha, y la idea de las piedras malditas se había extendido gracias a novelas populares como La piedra lunar, de Wilkie Collins (1868),1 o El signo de los cuatro, de sir Arthur Conan Doyle (1890).2 Cartier también realzó la joya rodeándola de dieciséis pequeños diamantes blancos, que proporcionaron al diamante Hope el aspecto que tiene hoy en día. La historia de esta gema maldita encandiló a Evalyn Walsh McLean y a su esposo, Ned, de Washington D. C. Los McLean adquirieron el diamante por 180.000 dólares, o aproximadamente 4,5 millones de dólares en la actualidad.
Durante las décadas en que le perteneció, Evalyn se puso el diamante en un sinfín de fiestas. A veces lo llevaba en una diadema en la cabeza, otras en el cuello y a veces dejaba que lo llevara su perro. Lo había llevado a que un cura lo bendijera, lo había empeñado temporalmente para pagar el rescate del malhadado bebé Lindbergh, y había hablado sin tapujos de su maldición. Cuando su hija de nueve años murió atropellada por un coche, el New York Times no pudo evitar mencionar la maldición de la gema al informar del incidente. Finalmente, la relación entre Ned y Evalyn terminó en divorcio, Ned tuvo que internarse en un psiquiátrico, y otro de sus hijos se suicidó. En otras palabras, sus vidas terminaron exactamente como cabría esperar que acabaran las vidas de unas personas que ostentaban una joya maldita.
Tras la muerte de Evalyn en 1947, el diamante Hope pasó a pertenecer al joyero norteamericano Harry Winston, junto con el resto de sus joyas, por casi un millón de dólares, (unos 11,5 millones de dólares actualmente). Winston hizo un viaje por América del Norte para mostrarlo y, finalmente, lo donó al Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsoniano en 1958, a cambio de una importante exención fiscal y del sueño de iniciar una colección de joyas «de la corona» norteamericana. Y ahí es donde se encuentra actualmente. Desde la corteza terrestre hasta la capital de Estados Unidos.
El diamante Hope está expuesto en la sala de geología, piedras y minerales Janet Annenberg Hooker del Instituto Smithsoniano. Se encuentra en el centro de la sala, presidiéndola desde una caja rotativa a la que los visitantes pueden acercarse a pocos centímetros…, si es que pueden cruzar toda la aglomeración que hay a su alrededor. Algunos creen que el diamante Hope es el objeto más importante y popular de la colección del Instituto Smithsoniano, lo que lo convierte más en un talismán para el museo que en un objeto maldito. Otros piensan que ha maldecido a todo el país al entrar a formar parte de su tesoro nacional.
A pesar de que no se puede negar que todos los propietarios del diamante Hope han muerto, la gema no parece haber sido la causa principal de los problemas, sino más bien un efecto secundario de ellos. Después de todo, tienes que ser extremadamente rico para poseer este diamante, y este nivel de riqueza conlleva sus propios problemas. De hecho, Evalyn Walsh describió en sus memorias de 1936, Father Struck It Rich, los problemas que ella misma había tenido desde que compró el diamante azul como «la consecuencia natural de una riqueza inmerecida en unas manos indisciplinadas». Esto probablemente era una puñalada a su marido.
No es de extrañar que cualquier piedra preciosa singular o lo suficientemente grande como para merecer su nombre también merezca su propia maldición. Tal vez se trate de una advertencia inconsciente contra la avaricia o un castigo fantasioso para los superricos. Quizá al atribuirle tantas leyendas y al contarlas una y otra vez, aquellos de nosotros que nunca podríamos permitirnos comprar tal joya nos convertimos en sus propietarios colectivos.
Según esta lógica, el hecho de escribir este capítulo significa que el diamante Hope me pertenece. Con suerte me permitirá jubilarme.
