
ES la Navidad del año 2005, una fría mañana del mes de diciembre, Ramón Campayo está trabajando en este libro y ya lo lleva muy avanzado. Se me ocurre que tengo algo importante que me gustaría deciros, a propósito de su técnica para aprender idiomas, que puede ser de utilidad y animar a muchos lectores. Por esta razón le dije a Ramón que me dejara escribir algunas palabras para que pudiera contar una experiencia personal. Ramón rápidamente guarda su trabajo en el ordenador y me abre un documento nuevo para que pueda escribir. Se levanta de la silla y me dice: «¡Adelante!».
Ahora estoy sola, frente a vosotros, y deseo contaros una experiencia personal increíble, digna de mención, y que de otro modo muy poquita gente conocería.
Cuando Ramón me dijo un día que iba a escribir un libro sobre la forma ideal de estudiar y de aprender un idioma, la idea me gustó mucho, en cuanto a que prácticamente todo el mundo tiene o quiere estudiar alguno en estos tiempos que corren, y pensé que sin duda sería muy bueno facilitar esta tarea a todos aquellos que vayan a estudiarlo.
Llevo diez años casada con Ramón y aunque tengo un pequeño negocio familiar de decoración en Albacete, suelo acompañarlo en sus viajes, en sus competiciones, en sus conferencias, en sus exhibiciones y en sus cursos. Así, hace unos años lo acompañé en su primer viaje a Alemania, un poquito antes de que consiguiese esos fantásticos 15 récords mundiales en noviembre del año 2003.
Tomamos el avión con destino a Múnich y, una vez habíamos despegado, Ramón sacó de una carpeta unas extrañas plantillas (como las que más adelante conoceréis) y un pequeño diccionario electrónico, al cual conectó unos auriculares que se los colocó en los oídos.
Aunque le he visto hacer cosas mucho más extrañas, le pregunté qué estaba haciendo, y me contestó que iba aprender alemán, porque la conferencia que tenía que dar esa misma tarde, al poco de llegar a Alemania, la quería dar en ese idioma.
En el acto me dio un súbito golpe de risa, pues Ramón no hablaba nada de alemán, ya que en la escuela estudió francés y sus conferencias acostumbra a darlas en inglés.
Le pregunto, un poco en son de guasa, que si va estar todo el viaje (de unas dos horas de duración) estudiando, y me dice que no, que tiene hambre, que piensa tomarse el menú que darán en el avión y que después se tomará el café tranquilamente.
Nunca he dudado de la capacidad de Ramón, ni tampoco de su técnica, pues lo he visto realizar hazañas increíbles con la mente, pero en esta ocasión pensé: «Chaladuras de genio».
Ramón estuvo bastante ocupado todo el viaje (salvo el tiempo empleado en el almuerzo) hasta unos diez minutos antes de aterrizar. En ese momento, y mientras recogía sus cosas, le pregunté que cómo se le había dado, y en tono algo bromista le dije también que si ya sabía hablar alemán, a lo que me contestó sonriendo que sí, que ya hablaba él suficiente.
Nos fuimos derechos al hotel, y casi acto seguido al lugar de la conferencia donde más adelante se celebraría el festival mundial de récords de Starnberg, y donde suelen participar algunos de los mejores memorizadores del mundo. Durante este tiempo, y hasta el momento de dar la conferencia, Ramón no repasó ni revisó documento alguno. Simplemente, y llegado el momento, inició su conferencia en alemán, y reconozco que me quedé con la boca abierta.
No sé bien qué decía, pero, evidentemente, yo escuchaba alemán. Recuerdo que Ramón me comentó que su primera frase sería decir al público, un poco en plan de broma: «Buenas tardes. Hablo muy bien alemán», para que estos se riesen. Y así sucedió cuando dijo esa frase. Pero la auténtica realidad fue que los asistentes escucharon con atención sus explicaciones y toda la conferencia hasta el final, momento en el que, para mi mayor sorpresa aún, el público empezó a preguntarle dudas o aclaraciones, y lo hicieron también en alemán, por supuesto.
Ramón entendía todas las preguntas que le decían, o a decir verdad, y para ser más precisa, casi todas, pues en un par de ocasiones tuvo que decirles cómo debían estructurar gramaticalmente las preguntas para que él las pudiese entender, lo cual cumplieron perfectamente a juzgar por cómo se desarrollaban los diálogos posteriormente.
Cuando terminó su conferencia, un asistente se puso en pie y le dijo a Ramón que le había gustado mucho lo que había escuchado, pero añadió: «Tienes que mejorar tu alemán», a lo cual Ramón le contestó: «Desde luego, pero dame algo más de tiempo». Esta persona del público, cayendo en la trampa que le había tendido Ramón con su respuesta anterior, le preguntó de nuevo: «¿Cuánto tiempo llevas estudiando esta lengua», a lo cual Ramón añadió: «Una hora y 45 minutos exactamente», lo que, como podéis figuraros, ocasionó una carcajada general, y por supuesto dejó con la boca abierta al chico que le acababa de preguntar eso.
Tras esta respuesta, y habiendo terminado la conferencia, sus declaraciones posteriores a los periodistas ya giraban solamente en torno a los idiomas, a cómo debían estudiarse y aprenderse. De hecho, en sus cursos presenciales sobre técnicas de estudio, de lectura rápida y de memorización, trata también sobre la manera ideal y más efectiva de aprender cualquier idioma, de forma que dedica a ello casi una hora de las veinte que consta cada curso, lo cual supone un tiempo de teoría y de práctica suficiente para que los alumnos se vayan muy motivados y con las ideas claras sobre cómo han de hacerse las cosas.
Cuando abandonamos el lugar de la conferencia le pregunté a Ramón que cómo lo había conseguido, que me lo había pasado muy bien, y me dijo que del mismo modo que memorizaba cientos de naipes en media hora, podía hacer lo mismo con cientos de palabras. Tras su respuesta le contesté que era más fácil saber decir «sota de bastos» o «siete de picas» que «treffen», o que «Gedächtnis», a lo cual me contestó que solamente si se pronunciaban aisladamente, pero que en un contexto, y a sabiendas de lo que vas a decir, una palabra te llevaba a la otra, al contrario de lo que sucede cuando se memorizan los naipes, ya que en este caso cada una tiene un orden azaroso y no existe ninguna relación entre ellas, por lo cual la cosa quedaba compensada.
Que nadie piense que Ramón se aprendió el texto de su conferencia de memoria, porque para nada fue así. Él adquirió el suficiente vocabulario y la suficiente agilidad como para poder expresar en alemán lo que pensaba en castellano y como para poder comprender lo que otras personas le preguntaban en alemán.
Para terminar, también deseo contaros que, a principios del año 2004, Ramón me propuso competir en noviembre de ese mismo año en un campeonato mundial de memorización rápida. Le dije que yo no estaba preparada para ello y que además jamás le podría ganar, a lo cual me contestó: «Pero podrías ser segunda». Yo le dije:
«Eso no puede ser, no me veo capacitada para ello. Además, tengo muy poco tiempo, apenas diez meses, como para querer ser la segunda a nivel mundial».
Él me contestó: «Nos sobra tiempo, por eso no te preocupes, pero, eso sí, tendrías que dedicarle una hora al día, cuatro o cinco veces por semana».
¿Una hora al día? En otras palabras, me reducía el trabajo de mi entrenamiento a solamente cuatro o cinco horas semanales. Nuevamente me sorprendía su respuesta y no sabía ciertamente cómo mirarlo, si como a un genio o como a un loco.
«¿Y solo con esa dedicación conseguiré algo? ¿Haré mejor marca que otros profesionales?»
«Sí, si realizas los entrenamientos que te vaya marcando.» Esa fue su respuesta, respuesta que, por supuesto, no me creí.
Ramón siempre me ha sorprendido con sus logros en el ámbito personal, aunque ahora cada vez menos, desde luego. Pero en este caso esto era algo mucho más difícil de creer, pues me pasaba la pelota a mí. Quería que yo fuese la protagonista de algo, la que obtuviese un logro importante. Dicho de otro modo, al final iba a depender todo de mí, no de él, y eso es lo que de algún modo me daba miedo, además de que, sinceramente, no me veía capaz de obtener una marca de competición en ninguna prueba de memorización. Tampoco confiaba en mí lo suficiente, pero ciertamente también pensé que tendría su apoyo y que no había nada que perder.
Mientras pensaba esto durante unos instantes, Ramón me observaba y me leía el pensamiento, pues es muy buen psicólogo. Él sabía que mi duda era una duda de aceptación, por lo que interrumpió mi pensamiento y añadió enseguida:
«Te prometo que te lo pasarás muy bien y que el entrenamiento te enganchará. Será una actividad que desearás hacer cada día. Te encantará superarte y disfrutarás con ello».
Le dije que muy bien, que me pondría a entrenar, pero que no le podía prometer nada. Así fueron pasando los días, y, en efecto, recuerdo muy buenas sensaciones entrenando. Era algo muy divertido, y mi hora diaria de entrenamiento se me pasaba rápidamente. Muchas veces Ramón me cortaba y no me dejaba entrenar más de ese tiempo. Yo le decía:
«Déjame un poquito más, que ahora se me está dando muy bien».
Él me decía que no, que precisamente era al momento de cortar:
«Has adquirido buenas sensaciones, y el cortarte ahora hará que mantengas cierta ansiedad durante todo el día, el cual te servirá para entrenar mañana todavía mejor».
Lógicamente tenía que hacerle caso, él era mi entrenador, y la idea de que yo compitiese también había sido suya. Mi progresión fue muy grande, y mi confianza también aumentó mucho, aunque sinceramente, cuando iba a empezar el campeonato en Starnberg (Alemania), el día 7 de noviembre de 2004, me asaltaban muchas dudas sobre el resultado que podía obtener. Él percibía mis dudas y me decía:
«No te preocupes por el resultado, este vendrá solo. Aquí hemos venido a disfrutar y a pasarlo bien».
Ramón compite primero, y como siempre, se encuentra rodeado de prensa, de organizadores y de jueces. Ha obtenido nueve récords mundiales en las cinco pruebas en las que ha participado y es el indudable número 1 mundial en pruebas de memorización rápida. Yo me preparo, pues compito tras él, según lo ha dispuesto la organización.
Tras el revuelo que crean sus hazañas entre el público, ahora me toca a mí sentarme frente al ordenador de competición aún más preocupada que antes, pues la gente ha presenciado con él un nivel increíble y pienso que inconscientemente me lo van a pedir a mí también. Igualmente, pienso:
«¡Vaya, creo que hubiese sido mejor competir antes que él!».
Siento cierta presión, y eso me molesta un poco. Una vez sentada, Ramón se me acerca, me sonríe y me dice que haga simplemente lo que tantas veces he hecho en casa. Yo le digo que sí, pero que diga al público y a la organización que lo que yo voy hacer no vale nada comparado con lo que tú has hecho, para que no los pille por sorpresa.
Él me replica: «¡Nada de eso! Tu esfuerzo es tan meritorio como el mío y como el de cualquiera. Mira con cariño esa pantalla que tienes delante. Relájate y disfruta como si no hubiese gente, como si estuvieses sola en casa. No te preocupes por más, yo estoy a unos metros de ti apoyándote mentalmente, y cuando termines te querré lo mismo que ahora, hagas lo que hagas».
Cuando Ramón se retira de mi lado veo que habla en voz baja con la juez principal unos instantes, y esta anuncia que ahora va a competir su esposa, la cual no es profesional y solamente lleva unos meses entrenando con él. Estas palabras me reconfortaron bastante, y tras ellas, aunque algunas personas se retiraron, la mayoría se quedaron para verme actuar, aunque supongo que principalmente enganchadas por eso de que «había entrenado con él».
Recuerdo con mucho cariño esta competición. Se me pasó muy rápida, y de forma fugaz la resumo diciendo que, en efecto, quedé segunda del mundo por detrás de Ramón (eso ya lo sabía). Pero, además, mi marca memorizando números decimales en un segundo me colocaba la segunda en el ranquin mundial de todos los tiempos, por delante de Creighton Carvello, de Inglaterra, pues solo Ramón era capaz de realizar marcas superiores a la mía.
Mi conclusión tras esta competición, y lo que de verdad deseo transmitiros desde el principio, es que confiéis siempre en vosotros mismos, que no penséis en el resultado que se puede o no obtener, pues esto solo sirve para generar miedo y tensión, y que se puede estar a gusto y feliz en cualquier sitio, en cualquier situación.
Tenemos que aprender a confiar en nosotros mismos, aunque el resultado que obtengamos parezca no ser el mejor algunas veces. Pensemos que aun así, la vida sigue, y que siempre nos proporcionará nuevas oportunidades en las cuales podremos brillar si no hemos tenido malas sensaciones anteriormente y si hemos sabido aceptar cualquier resultado anterior, pues como Ramón dice, la verdadera fuerza mental reside en la sensación, en el sentimiento, en el ser.
Es una pena que Ramón no haya tenido ninguna respuesta del Gobierno español, pese a haberse ofrecido desinteresadamente para opinar y cooperar acerca de cómo debería ser la educación en las escuelas, en los institutos y en las universidades, y para que todos los estudiantes APRENDIESEN A APRENDER, igual que yo lo he hecho, igual que lo hacen sus alumnos. Para saber cómo reforzar la autoestima y la seguridad personal, para aprender a confiar en nosotros mismos y a ser nuestros mejores amigos.
Otro gallo cantaría si esto sucediese, pero desgraciadamente es al revés, y no tendrá apoyo. Mejor dicho, los poderes públicos nacionales no contarán con su apoyo porque prefieren ignorarlo, aunque posea la memoria más rápida y eficaz de todos los tiempos, aunque haya demostrado tener una capacidad, una inteligencia y un desarrollo personal asombroso. No lo apoyan tampoco en las investigaciones que quiere llevar acerca del entrenamiento mental para tratar ciertas enfermedades derivadas de la mente, algo muy necesario y que parece que solo las personas que tienen algún familiar con estos problemas sean conscientes de ello, pero a las que toda la sociedad tiende sistemáticamente cada vez más, pues indudablemente ahora se viven más años que antes.
Afortunadamente, siempre se podrá comunicar con todo el mundo mediante sus cursos, mediante sus competiciones, mediante sus libros, esté donde esté. Todos los que lo conocemos deseamos que el resultado de sus estudios y de sus investigaciones no caiga en saco roto y contribuya al desarrollo de la sociedad, tanto en el plano educativo como en el desarrollo de la personalidad individual, de forma que muchas enfermedades que ya empiezan a desarrollarse por comportamientos depresivos desde la infancia puedan erradicarse para siempre.
Para despedirme, solo me resta desearos que disfrutéis con este libro tanto como yo lo he hecho. No tenéis nada que perder y seguro que no os arrepentiréis.
M.a JESÚS GARCÍA
(Esposa de Ramón)