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A veces a la tercera
no va la vencida

Quiero estar donde sea menos aquí.

Donde sea menos aquí de pie, en medio de esta sala excesivamente fría que hiede a dolor, a sufrimiento y a una gran cantidad de antisépticos. Le dirijo una sonrisa fugaz a Hudson antes de encararme al resto del grupo.

—¿Qué es lo primero que vamos a hacer? —inquiere Macy en voz baja, pero la pregunta de mi prima hace eco por la enfermería en ruinas, y rebota por las paredes vacías y las camas rotas como un disparo.

Es la pregunta del millón, o más bien del billón. Y ahora mismo, delante de Macy y nuestros amigos, no tengo ni idea de cómo contestar.

A decir verdad, llevo en estado de shock desde que aparecimos en el Katmere y nos lo encontramos arrasado, con las paredes manchadas de sangre, las aulas hechas un desastre y todos los alumnos y los profesores desaparecidos. Y ahora nos enteramos de que no ha habido forma de salvarle la pierna a Flint. Estoy destrozada, y el hecho de que él intente con tanto ahínco mostrarse fuerte lo empeora mil veces más.

Una hora después, y tras haberme dado una ducha, puede que me sienta más limpia, pero todavía no me he recuperado de tanta devastación.

Peor aún, mientras paso la vista del rostro de uno de mis amigos al otro —Jaxon, Flint, Rafael, Liam, Byron, Mekhi, Eden, Macy, Hudson—, es evidente que están tan alterados como yo. Y ninguno parece tener mucha más idea sobre qué va a ser lo siguiente.

Pero, bueno, ¿qué se supone que debemos hacer en un momento así? Un momento en el que el mundo tal y como lo conoces está llegando a su fin y tú estás en medio viendo cómo se desmorona ladrillo a ladrillo. Un momento en el que cada muro que has reforzado tan solo ha creado una grieta en todo lo que te rodea que lo hará derrumbarse.

No es la primera vez que hemos sufrido una pérdida en los últimos meses, pero sí es la primera desde que mis padres murieron que parece que no hay esperanza para nosotros.

Incluso cuando estaba sola en el campo del Ludares, supe que las cosas saldrían bien: si no para mí, sí para el resto de las personas que me importan. O cuando me enfrenté a los gigantes con Hudson, siempre supe que él sobreviviría. Lo mismo cuando estábamos en la isla de la Bestia Imbatible para enfrentarnos al rey vampiro y a sus tropas, aún sentía que teníamos una oportunidad. Aún sentía que, de alguna forma, encontraríamos la manera de derrotar a Cyrus y sus impías alianzas.

Y al final, cuando huyó, pensamos que lo habíamos conseguido.

Que al menos, si no habíamos ganado la guerra, habíamos ganado esa batalla.

Que los sacrificios, los inconmensurables sacrificios que habíamos hecho, habían valido la pena.

Hasta que regresamos aquí, al Katmere, y nos dimos cuenta de que no habíamos librado una guerra, ni siquiera una batalla. No, lo que para nosotros había sido una cuestión de vida o muerte, lo que nos había hecho caer de rodillas y nos había abocado a un abismo de desesperación, ni siquiera había llegado a ser una batalla. En lugar de eso, había consistido más bien en un juego; uno que trataba de mantener a los niños ocupados mientras los adultos se encargaban de ganar la verdadera guerra.

Me siento como una idiota..., como una fracasada. Porque, a pesar de que sabía que no se puede confiar en Cyrus, a pesar de que sabía que se guarda una infinidad de ases bajo la manga, nos lo tragamos. Peor aún, algunos de los nuestros incluso murieron.

Luca murió y ahora Flint ha perdido una pierna.

A juzgar por la cara de cada una de las personas que hay en la enfermería, no soy la única que se siente así. Una mezcla amarga de agonía e ira se cierne sobre nosotros. Es tan pesada que apenas sobra espacio para sentir cualquier otra cosa; apenas sobra espacio incluso para pensar en cualquier otra cosa.

Marise, la enfermera del instituto y la única superviviente que queda en el Katmere, descansa en una de las camas de hospital. En sus brazos y en una mejilla siguen apreciándose las magulladuras y los cortes; son el testimonio de que peleó con uñas y dientes, pues su metabolismo vampírico todavía no la ha curado. Macy le lleva una botella de sangre de una nevera cercana y Marise asiente como agradecimiento antes de beber. Es evidente que haber ayudado al especialista con Flint ha agotado las pocas fuerzas que le quedaban.

Le echo un vistazo a Flint, que descansa en una cama del rincón con lo que le queda de pierna en alto; observo el dolor que marca un rostro que normalmente esboza una amplia sonrisa bobalicona y se me cae el alma a los pies. Parece tan pequeño, con los hombros hundidos por el dolor y la pena, que tengo que tragarme la bilis que me sube por la garganta. Lo único que me mantiene en pie en estos momentos es la pura fuerza de voluntad; bueno, eso y Hudson, que me envuelve la cintura con un brazo, como si supiera que me caería al suelo sin su apoyo. Su abrazo, su evidente intento de consolarme, debería tranquilizarme. Y quizá lo haría si ahora mismo no estuviera temblando tanto como yo.

El silencio se extiende entre nosotros como una cuerda en tensión, hasta que Jaxon se aclara la garganta y dice con una voz tan áspera como nuestros sentimientos:

—Tenemos que hablar de Luca. No queda mucho tiempo.

—¿Luca? —pregunta Marise, su congoja es evidente en la afonía de su voz—. ¿No ha sobrevivido?

—No. —La respuesta de Flint es tan vacía como sus ojos—. No lo ha hecho.

—Hemos traído su cuerpo de vuelta al Katmere —añade Mekhi.

—Bien. No debería quedarse en esa isla del demonio. —Marise intenta articular algo más, pero su voz se quiebra a la mitad. Se aclara la garganta y vuelve a intentarlo—: Pero tenéis razón. No queda mucho tiempo.

—¿Tiempo para qué? —indago a la par que miro a Byron, quien se saca un móvil del bolsillo de delante.

—Hay que avisar a los padres de Luca —contesta mientras pasa el dedo por la pantalla—. Tienen que enterrarlo antes de que pasen veinticuatro horas.

—¿Veinticuatro horas? —repito—. Me parece muy poco tiempo.

—Es que lo es —afirma Mekhi—. Pero si no está sellado dentro de una cripta para entonces, se desintegrará.

La dureza de esa respuesta, de este mundo en general, hace que me falte el aire.

Por supuesto, todos nos convertimos en polvo al final, pero qué horrible que ocurra así de rápido. Puede que antes incluso de que los padres de Luca puedan verlo. Sin duda, antes de que cualquiera de nosotros pueda hacerse a la idea de que nos ha dejado de verdad.

Antes de que podamos despedirnos.

—Byron tiene razón —confirma Macy entre susurros—. Los padres de Luca merecen la oportunidad de despedirse.

—Por supuesto que sí —coincide Hudson con una voz que convierte el repentino silencio en una herida punzante—. Pero no podemos permitirnos concedérsela.

Parece que nadie sabe qué contestar a eso y, en vez de hablar, todos lo miramos fijamente, desconcertados. No puedo evitar preguntarme si lo he oído mal y, a juzgar por la cara de los demás, sienten lo mismo que yo.

—Tenemos que decírselo —anuncia Jaxon, y está claro que no tiene ganas de discutir sobre el tema.

—¿A qué te refieres? —pregunta Macy a la vez. Aunque no suena enfadada. Solo preocupada.

—Necesitan tiempo para trasladar el cuerpo a la cripta familiar —informa Byron, pero ha dejado de toquetear el móvil; quizá porque por fin ha encontrado el número de los padres de Luca o porque no se puede creer lo que está oyendo—. Si no los llamamos ahora, no quedará ni rastro de él.

Hudson aparta el brazo con el que me rodea la cintura y se aleja, no puedo evitar temblar ante la ausencia de su calidez.

—Ya lo sé —contesta a la par que se cruza de brazos—. Pero son vampiros, de la Corte Vampírica. ¿Cómo sabemos que podemos fiarnos de ellos?

—Su hijo está muerto. —A Flint se le quiebra la voz por la indignación mientras forcejea para ponerse de pie. No me puedo creer que ya se haya levantado y esté moviéndose, pero los metamorfos se curan rápido, incluso bajo las circunstancias más funestas. Jaxon se vuelve para ayudarlo, pero Flint levanta la mano en un silencioso «ni te me acerques», aunque no aparta la mirada de Hudson ni un segundo—. ¿De veras crees que se pondrán del lado de Cyrus?

—¿Tanto te sorprende la idea? —El rostro de Hudson no muestra emoción alguna cuando se vuelve hacia Jaxon—. Tú apenas has sobrevivido al último encuentro con tu propio padre.

—Eso es distinto —espeta Jaxon.

—¿Por qué? ¿Porque se trata de Cyrus? ¿En serio crees que es el único que piensa de esa forma? —Levanta una ceja—. Si lo fuera, no nos las habríamos tenido que ver con tanta gente en esa maldita isla.

El silencio se alarga hasta que Eden habla.

—Me duele, pero creo que Hudson tiene razón. —Niega con la cabeza—. No sabemos si podemos fiarnos de los padres de Luca. No sabemos si podemos fiarnos de nadie.

—Su hijo está muerto —repite Flint con empatía y entrecierra los ojos para mirar a Eden—. Tienen que saberlo mientras todavía quede tiempo para enterrarlo. Si sois unos putos cagones y no queréis hacerlo, pues lo haré yo. —Le clava una mirada llena de ira a Hudson—. ¿No se te ha ocurrido que no tendríamos que darles esta noticia si tú hubieras hecho tu trabajo?

Yo jadeo cuando las palabras reverberan por mi cuerpo como si me hubieran golpeado. Está claro que se refiere a la habilidad de Hudson de desintegrar a nuestros enemigos con solo pensarlo. Quiero cantarle las cuarenta a Flint por haber sugerido siquiera semejante cosa o, peor aún, por esperar que lo hiciera; pero sé que está dolido y que ahora no es el momento.

Hudson busca mi mirada enseguida, pero yo intento asegurarle con los ojos que no es culpa suya. Aun así, a la velocidad del rayo vuelve a centrarse en Flint y abre los brazos en un gesto de incredulidad.

—Yo estaba ahí luchando, igual que tú.

—Pero no es lo mismo, ¿no crees? —Flint enarca una ceja—. Actúas como si lo hubieras dado todo de ti en esa pelea, pero todos sabemos que no es verdad. ¿Por qué no te haces esta pregunta?: Si hubiera sido Grace la que hubiera estado a punto de morir, ¿estaríamos teniendo esta conversación o seguiría con vida?

Hudson aprieta la mandíbula.

—No sabes de qué coño estás hablando.

—Sí, sigue engañándote.

Y con eso, Flint usa el borde de la cama para saltar hasta un par de muletas que hay en la esquina. Se las coloca debajo de las axilas y se esfuma sin pronunciar palabra.

Hudson no dice nada. Nadie dice nada.

Se me encoge el corazón al pensar en las decisiones que tiene que tomar, las expectativas que carga a la espalda. Expectativas demasiado pesadas para que nadie pueda con ellas. Y aun así, él lo hace. Siempre.

Pero eso no significa que tenga que hacerlo solo.

Lo atraigo otra vez hacia mis brazos y apoyo la cabeza contra su pecho, cierro los ojos y escucho el estable latido de su corazón hasta que comienza a relajar los hombros, hasta que apoya los labios en mi pelo y me da un suave beso. Solo entonces suspiro. Va a estar bien. Todos vamos a estar bien.

Pero entonces abro los ojos, mi mirada se posa en nuestros amigos y me quedo sin aliento.

Arrepentimiento. Ira. Acusación. Está todo ahí... dirigido hacia Hudson y hacia mí.

Es entonces cuando reconozco la verdadera victoria de Cyrus.

Estamos divididos.

Lo cual es otra forma de decir que estamos bien jodidos. Otra vez.