¡Cof, cof!

Perdón, quería decir que… ¡cof, cof, cof!

Ya está, creo que por fin he terminado de… ¡cof, cof!

No, no es que me haya vuelto loca. Es que aquí dentro hay tanto polvo que no puedo parar de toser. ¡Has hecho bien en abrir el libro de par en par! Así se ventilará un poco esta historia.

Una historia que comenzó hace unos días… con una gran limpieza mágica.

¿A que lo de «mágica» suena divertido? Bueno, pues no. Es como una limpieza normal, solo que en vez de plumero usas varita. Por lo demás, resulta igual de aburrida.

—¡Aburrida pero necesaria! —replicó Sarah Kazam, la mejor alumna de mi club mágico.

Me dio rabia, pero Sarah tenía razón. ¡No veas cómo estaba nuestro cuartel general! Se trata de una casa encantada donde nos reunimos a medianoche para estudiar hechicería.

Últimamente estaba tan sucia que, más que miedo, daba asco.

—Tiene más mugre que una granja de cerdicornios —bromeó Ángela Sésamo, que aquella noche se había presentado con tutú de bailarina. No me preguntes por qué.

—Qué exageradas —rio Marcus Pocus, mi mejor amigo—. No está tan mal…

Tuvo que callarse cuando entramos a limpiar los dormitorios. Apenas se podían distinguir las colchas de las telarañas. De las lámparas colgaban setas. Las almohadas olían a pies.

A pies de muerto.

—Cof, cof —tosí yo, levantando aún más polvo—. Oye, ¿esto no debería limpiarlo Carapuerro?

Así se llama el mayordomo fantasma que vigila la enorme mansión.

—¡Carapuerro está de vacaciones, querida! —exclamó alguien a mi espalda—. Su prima lo ha invitado a pasar un mes en su cetenmerio. Es decir, mecenterio. ¡Ay, cementerio, córcholis!

La que se acercaba era Madame Prune, nuestra maestra. Jamás la había visto tan nerviosa. Iba por ahí como loca, sacudiendo alfombras y abrillantando espejos. A veces se equivocaba y se ponía a sacar brillo a las alfombras. Como le diera por sacudir un espejo, íbamos listos.

—Daos prisa, queridos —repetía, disparando a ciegas sus conjuros quitamanchas—. Nuestros invitados deben encontrarlo todo ferpecto. Ay, digo, perfecto.

Y no eran unos invitados corrientes. ¡Eran brujos y brujas como nosotros!

Resulta que íbamos a ser los anfitriones del Gran Festival Anual de Brujería. Un montón de aprendices de otros clubes viajarían a Moonville para pasar con nosotros el fin de semana.

Eso suponiendo que lo tuviéramos todo a punto para el viernes, claro. Lo veía difícil. Sobre todo cuando empecé a barrer bajo las camas y una enorme rata gris salió disparada.

Espera. Era mi gato Cosmo, rebozado en polvo como una albóndiga.