Estoy sentado en casa de Peter Thiel sobre Sunset Strip. Thiel es famoso por ser el multimillonario fundador de PayPal, por ser el primer inversor externo de Facebook, por sus visiones opositoras sobre los negocios, y por haber destruido a Gawker y desafiado públicamente a Google. Pero no estoy aquí para hablar con él sobre nada de esto.
Transcurren unos minutos, y el asistente que me ha hecho pasar vuelve para hablar conmigo.
—Peter estará con usted en un momento. ¿Puedo ofrecerle algo más, señor? ¿Quiere más café?
—No, gracias —digo. Me avergüenza haberme tragado la taza entera. Él sonríe y sale.
Esta sala de estar de dos pisos podría pertenecer a una edición de la revista Architectural Digest sobre el estilo de mediados de siglo. Las ventanas con paneles de techo a suelo dan a una piscina infinita con vistas a Sunset Boulevard. Es hogareño, pero también majestuoso.
La pieza central de la amplia habitación es un minibar construido en uno de los muros de la galería, con paneles de roble llenos de obras de arte en tonos fríos: fotografías en blanco y negro, impresiones índigo oscuro y grabados grises. Entre ellas, hay una mancha de tinta con forma de cangrejo que quizás sea un Rorschach; una lámina grande que contiene círculos abstractos y varas, probablemente sea geometría molecular; y un tríptico de un hombre de pie hundido hasta la cintura en lo que parece un lago helado de montaña.
En otro sector de la habitación, hay objetos más escuetos expuestos entre los sillones de terciopelo suave y los sofás. En el centro de la mesita de café de madera de quince centímetros de ancho que está frente a mí, una escultura plateada metálica en forma de lágrima se sostiene en equilibrio, desafiante, en su propia punta. Unas puertas dobles de seis metros de alto (que he visto solo en catedrales) llevan a la siguiente sala. Cerca de la puerta, hay un tablero de ajedrez esperando a un contrincante digno. (No seré yo). Un telescopio apunta a una ventana junto a un busto griego. Todo coexiste en un conjunto. Si la película El juego de la sospecha hubiera sido dirigida por Ray Eames, tendría el mismo aspecto que la casa de Peter Thiel.
Un hombre aparece en la pasarela del segundo piso, en el extremo más lejano de la sala.
—Estaré contigo en un minuto —dice Peter Thiel.
Saluda con la mano y sonríe, luego desaparece a través de una puerta. Oigo agua correr. Diez minutos después, reaparece vestido con una camiseta de béisbol, pantalones cortos y calzado deportivo. Desciende por la escalera de caracol.
—Hola, soy Peter —dice, extendiendo la mano—. Así que has venido a hablar sobre las ideas de Girard.
René Girard, un francés que trabajó como profesor de literatura e historia en Estados Unidos, formuló su primer descubrimiento sobre la naturaleza del deseo a finales de los años cincuenta. Cambiaría su vida. Tres décadas más tarde, cuando Peter Thiel era estudiante de filosofía en Stanford, el profesor también cambiaría su vida.
El descubrimiento que cambió la vida de Girard en los cincuenta y la de Thiel en los ochenta (y la mía en los dos mil) es el deseo mimético. Es lo que me llevó a casa de Thiel. Me cautivaba la teoría mimética, simplemente porque soy mimético. Todos lo somos.
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La teoría mimética no es como aprender algunas leyes impersonales de física, lo cual es posible estudiar desde la distancia. Significa aprender algo nuevo sobre tu propio pasado que explica cómo ha sido conformada tu identidad y por qué ciertas personas y cosas te han influenciado más que otras. Implica encontrarle sentido a una fuerza que atraviesa las relaciones humanas: vínculos de los que, en este instante, formas parte. Uno nunca puede ser observador neutral del deseo mimético.
Tanto Thiel como yo hemos experimentado el mismo desconcierto al descubrir esa fuerza que opera en nuestras vidas. Es tan personal que dudé sobre escribir un libro al respecto. Escribir sobre el deseo mimético es revelar un poco de uno mismo.
Le pregunté a Peter por qué no había mencionado de modo explícito a Girard en su popular libro sobre negocios De cero a uno, a pesar de que estaba plagado de conceptos propios de su mentor 1. «Hay algo peligroso en las ideas de Girard», dice Thiel. «Creo que las personas tienen mecanismos de defensa contra algunas de estas cosas». Él quería que todos vieran que los conceptos de Girard contenían verdades importantes y que explicaban lo que ocurría en el mundo que los rodeaba, pero no quería llevar de la mano a sus lectores del otro lado del espejo.
Una idea que desafía suposiciones comúnmente aceptadas puede parecer amenazante… lo cual da aún más razones para inspeccionarla con detenimiento: para entender el porqué.
Una verdad en la que nadie cree suele ser más peligrosa que una mentira. La mentira en este caso es la idea de que uno quiere cosas por voluntad propia, sin la influencia de los otros; que uno es el rey soberano que decide qué quiere y qué no. La verdad es que los deseos son derivativos y están mediados por otros, y que somos parte de un deseo ecológico que es más grande de lo que podemos llegar a comprender.
Si creo en la mentira de mis deseos independientes, solo me engaño a mí mismo. Pero si rechazo la verdad, niego las consecuencias que tienen mis deseos para otras personas y los suyos para mí.
Resulta que lo que queremos importa mucho más de lo que pensamos.
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Al igual que Henry Ford viendo la cadena de montaje en un matadero o el psicólogo Daniel Kahneman dándole forma al nuevo campo de la economía conductual, el descubrimiento de Girard llegó cuando estuvo fuera de su área de especialización, la historia. Ocurrió cuando se vio obligado a aplicar su pensamiento a novelas clásicas.
A principios de su carrera académica en Estados Unidos, le pidieron que enseñara unos cursos de literatura que analizaban libros que aún no había leído. Reticente a rechazar trabajo, lo aceptó. A menudo leía las novelas del programa prácticamente antes de ir a clase. Leyó y enseñó a Cervantes, a Stendhal, a Flaubert, a Dostoievski, a Proust y a muchos más.
Dado que carecía de entrenamiento formal y necesitaba leer rápido, comenzó a buscar patrones en los textos. Descubrió algo sorprendente, algo que parecía presente en casi todas las novelas más cautivadoras jamás escritas: los personajes de esos libros dependían de que otros personajes les mostraran qué valía la pena desear. No querían nada con espontaneidad. En cambio, sus deseos se formaban al interactuar con otros personajes que modificaban sus objetivos y su comportamiento. Y, sobre todo, precisamente, sus deseos.
El descubrimiento de Girard fue como la revolución newtoniana en la física, en la que es posible comprender las fuerzas que influyen en el movimiento de los cuerpos solo en relación con un contexto. El deseo, al igual que la gravedad, no reside de modo autónomo en nada ni en nadie, sino que habita el espacio intermedio 2.
Las novelas que Girard enseñaba no avanzaban gracias a la trama o a los personajes. Estaban basadas en el deseo. Las acciones de un personaje son un reflejo de sus deseos, los cuales cobran forma al vincularse con los deseos de otros. Las tramas se desarrollan según quién está en una relación mimética con quién y cómo interactúan y resultan sus deseos.
Los dos personajes ni siquiera deben conocerse para que esta relación ocurra. Don Quijote, solo en su habitación, lee sobre las aventuras del famoso caballero Amadís de Gaula. Lo invade el deseo de imitarlo y se convierte en un hidalgo errante que merodea por el campo en busca de oportunidades para demostrar sus virtudes caballerescas.
En todos los libros que Girard enseñó, el deseo siempre involucraba a un imitador y un modelo. Otros lectores no lo habían notado o lo habían pasado por alto al subestimar la posibilidad de un tema tan generalizado.
La distancia de Girard con el objeto de estudio, combinada con su intelecto sagaz, le permitió reconocer el patrón. Los personajes de las grandes novelas son tan realistas porque quieren cosas del mismo modo que nosotros: no espontáneamente, no fuera de una cámara interna de deseo auténtico, no de modo aleatorio, sino a través de la imitación: de su modelo secreto a seguir.
Girard descubrió que llegamos a desear muchas cosas no por motivaciones biológicas, por pura razón o por decreto de nuestro yo ilusorio y soberano, sino que lo hacemos por imitación.
La idea me resultó difícil de aceptar la primera vez que la oí. ¿Acaso todos somos máquinas imitadoras? No. El deseo mimético es solo una pieza de la visión global de la ecología humana, la cual también incluye libertad y una comprensión relacional de la individualidad. La imitación del deseo está vinculada con nuestra apertura profunda ante la vida interior de otras personas: algo que nos distingue como humanos.
Deseo, en el sentido en que Girard usaba la palabra, no se refiere al impulso de buscar comida, sexo, refugio o seguridad. Es mejor llamar a esas cosas necesidades: están programadas en nuestro cuerpo. Las necesidades biológicas no dependen de la imitación. Si estoy muriendo de sed en el desierto, no necesito a nadie que me muestre que quiero agua.
Pero después de cubrir nuestras necesidades básicas como criaturas, entramos en el universo humano del deseo. Y saber qué querer es mucho más difícil que saber qué necesitar.
Girard estaba interesado en cómo llegamos a querer algo cuando no hay ninguna base instintiva clara para ello 3. Considerando los mil millones de objetos de deseo potenciales en el mundo, desde amigos a carreras o estilos de vida, ¿cómo llegan las personas a desear unas cosas más que otras? ¿Y por qué los objetos y la intensidad de nuestro deseo parecen fluctuar de manera constante y carecen de estabilidad real?
En el universo del deseo, no hay jerarquía clara. Las personas no escogen objetos de deseo del modo en que eligen vestir un abrigo en invierno. En lugar de señales biológicas internas, tenemos una señal externa diferente que motiva estas elecciones: los modelos. Los modelos son personas o cosas que nos muestran qué vale la pena querer. Son los modelos —no nuestra capacidad de análisis «objetivo» o nuestro sistema nervioso central— los que moldean nuestros deseos. Con esos modelos, las personas participan de una manera de imitación secreta y sofisticada a la que Girard llamó «mímesis», del griego mimesthai (que significa «imitar»).
Los modelos son los centros gravitacionales alrededor de los cuales gira nuestra vida social. Es más importante entender esto ahora que en cualquier otro momento de la historia.
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Con la evolución humana, las personas han pasado menos tiempo preocupadas por sobrevivir y más tiempo anhelando cosas: menos tiempo en el mundo de las necesidades y más en el mundo del deseo.
Incluso el agua ha hecho la transición del mundo de las necesidades al mundo de los deseos. Imagina que viniste aquí de otro planeta que aún está en la etapa evolutiva previa a la existencia del agua embotellada (una etapa crítica) y yo te pregunto si prefieres Aquafina, Voss o San Pellegrino. ¿Cuál escogerías? Claro, podría darte la composición mineral y los niveles de PH de cada una, pero estaríamos engañándonos al pensar que así es cómo tomarías tu elección. Te digo que yo bebo San Pellegrino. Y si eres una criatura imitativa como yo, o si solo crees que soy un ser más desarrollado que tú (porque tú provienes de una civilización en la que aún no existe el agua San Pellegrino), escogerás la misma marca que yo.
Si prestas atención, encontrarás un modelo (o varios) para prácticamente todo: tu estilo personal, tu modo de hablar, el aspecto y la ambientación de tu hogar. Pero los modelos que la mayoría de nosotros pasamos por alto son los modelos del deseo. Es difícil y engañoso descubrir por qué compramos ciertos objetos; es extraordinariamente arduo comprender por qué anhelamos alcanzar ciertos logros. Es tan complicado que pocas personas se atreven a preguntar.
El deseo mimético atrae a las personas hacia las cosas 4. «Esa atracción, ese movimiento… [es] la mímesis. Para la psicología es lo mismo que la gravedad para la física» 5, escribe James Alison, un académico adepto a las ideas de Girard.
La gravedad puede hacer que una persona caiga de un acantilado. El deseo mimético puede hacer que una persona se enamore o se desenamore, que tenga deudas, amistades o empresas, o puede someterla a la esclavitud degradante de ser solo un producto de su entorno.
En su casa, Peter Thiel me cuenta que él es más propenso que la mayoría de las personas a tener un comportamiento mimético. Aunque es famoso por ser un pensador contrario, no siempre ha sido así.
Al igual que muchos estudiantes de instituto, él se esforzó por ser admitido en una universidad prestigiosa (en su caso, Stanford) sin cuestionarse por qué deseaba estudiar en ese lugar. Era lo que hacían las personas de su entorno.
Una vez allí, el esfuerzo continuó: quería obtener buenas calificaciones, becas y otros símbolos de éxito. Notó que había cierto grado de diversidad decente entre las metas profesionales de los recién llegados, pero con el transcurso de los años, los objetivos de todos parecieron coincidir: finanzas, derecho, medicina o asesoría. Thiel tenía la sensación molesta de que algo no andaba bien.
Comprendería mejor el problema después de descubrir al profesor Girard a través de un grupo reducido de estudiantes fascinados con sus ideas. En su penúltimo año, empezó a asistir a comidas y reuniones en las que sabía que el profesor participaría.
Girard desafiaba a sus alumnos a comprender el cómo y el por qué detrás de los sucesos actuales. Recorría sistemáticamente la historia humana, mostrando capa tras capa de significado, a veces incluso citaba a Shakespeare de memoria para ilustrar su argumento.
Analizaba textos antiguos y literatura clásica con tal profundidad penetrante que sus estudiantes sentían una corriente de adrenalina, como si hubieran llegado a un nuevo universo. Uno de sus primeros alumnos, Sandor Goodhart, que ahora es profesor en la universidad Purdue, recuerda que Girard inició su primera clase de literatura, mitos y profecías con estas palabras: «Los seres humanos no luchan porque son diferentes, sino porque son iguales y en su esfuerzo por destacar se han convertido en enemigos gemelos, humanos dobles en la violencia recíproca» 6. Muy alejado del saludo más típico de «Bienvenidos a la clase. Leamos el plan de estudios».
Después de haber vivido en Francia bajo ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, Girard llegó a Estados Unidos en septiembre de 1947 para enseñar francés y trabajar en su doctorado en historia en la Universidad de Indiana. Se destacó en el campus de Bloomington: tenía una cabeza tan grande como sus ideas y podía resultar intimidante para los novatos.
Girard conoció allí a su esposa, una estadounidense nacida en Indiana llamada Martha McCullough. No podía pronunciar su apellido cuando pasaba lista. Se reencontraron aproximadamente un año más tarde, cuando Martha ya no era su alumna. Con el tiempo, contrajeron matrimonio 7.
Girard no obtuvo la titularidad en Indiana porque no hizo suficientes publicaciones de su trabajo. Lo despidieron. Fue a enseñar a la Universidad de Duke, al Bryn Mawr College, a la Universidad Johns Hopkins y a la sede de la New York State University en Búfalo. Finalmente, en 1981, se convirtió en el profesor Andrew B. Hammond de Francés, Literatura y Civilización en la Universidad de Stanford, donde permaneció durante el resto de su carrera hasta su retiro oficial en 1995 8.
Para muchos estudiantes y profesores de Stanford, Girard exudaba el carisma del Viejo Mundo. Cynthia Haven, una escritora y académica aliada desde hace tiempo a la universidad, recuerda a un hombre muy apuesto con cabeza «de tótem» caminando por el campus, antes de saber quién era él. Con el tiempo se hicieron amigos y ella escribió una biografía titulada La evolución del deseo: una vida de René Girard. «Él tenía el tipo de rostro que un director de cine podría contratar en una película para interpretar a uno de los mejores pensadores de todos los tiempos, a un Platón o un Copérnico» 9, escribió.
Girard era un autodidacta de amplio espectro. Estudió antropología, filosofía, teología y literatura, e integró todas las disciplinas para crear una visión del mundo única y sofisticada. Descubrió que el deseo mimético estaba muy relacionado con la violencia, en especial con la idea del sacrificio. En la historia bíblica de Caín y Abel, Caín asesina a su hermano Abel después de que su sacrificio ritual complaciera menos a Dios que el ritual de Abel. Ambos deseaban lo mismo (ganar el favor de Dios), lo cual los llevó a un conflicto directo entre ellos. Para Girard, la raíz de la mayoría de la violencia es el deseo mimético.
En un programa de televisión francés de la década de 1970, Girard explica la teoría mimética ante un panel de entrevistadores, echando la ceniza de su cigarrillo mientras habla. Les dice a los panelistas: «Lo que me ha fascinado durante mucho tiempo es el sacrificio, el hecho de que el hombre en casi todas las sociedades humanas, por motivos religiosos, mata a un animal e incluso a víctimas humanas» 10. Él anhelaba con fervor comprender el problema de la violencia y la fascinación religiosa con el sacrificio que se extiende en prácticamente cada parte de la cultura humana.
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René Girard en un encuentro de la Facultad de Artes de la Universidad de Búfalo, julio de 1971. (Todas las fotos son cortesía de Bruce Jackson). |
Girard en la apertura de su seminario que sentaría las bases de su libro La violencia y lo sagrado, en la primavera de 1971. |
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Girard conversando con Diane Christian, profesora distinguida de Inglés en la Universidad de Búfalo. |
Girard en la primavera de 1971, con el teórico literario francés Gérard Bucher. |
(De hecho, una de sus afirmaciones más controversiales es que la domesticación de gatos y perros podría no haber sido intencional. Las personas no tenían originalmente la intención de convivir con estos animales del modo en que lo hacemos hoy, integrándolos en paz en nuestras familias durante toda su vida. Ese proceso habría requerido generaciones de esfuerzo coordinado. Él argumentaba que la razón por la que domesticamos a los animales fue mucho más práctica: las comunidades integraron a los animales en sus vidas para poder sacrificarlos. Los sacrificios son más efectivos cuando provienen del interior de una comunidad: cuando la víctima tiene algo en común con los que realizan el sacrificio. Hablaremos sobre el motivo en el capítulo 4 11).
Las consecuencias que tiene el deseo mimético funcionan de manera curiosa en muchas áreas diferentes. La mayor parte del drama ocurre detrás de escena.
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La exposición que Peter Thiel hizo ante Girard no hizo que cambiara su rumbo de inmediato. Aceptó un empleo en contabilidad y estudió en la escuela de derecho. Pero se sentía perdido. «Tuve una crisis existencial cuando me di cuenta de que todas las cosas hipercompetitivas que perseguía se debían a estos malos motivos sociales», me dijo.
Conocer a Girard en Stanford introdujo a Thiel a la mímesis, pero la comprensión intelectual no se tradujo de inmediato en un cambio de conducta. «Uno queda atrapado en todos esos ciclos miméticos nocivos. Y había mucha resistencia por mi parte, una doctrinaria resistencia libertaria. La teoría mimética rechaza la idea de que todos somos individuos atomizados», dice. La adulación de la autosuficiencia es poderosa. «Me llevó un tiempo superar eso», dice Thiel.
Describe una transformación que fue a la vez intelectual y existencial. Cuando aprendió sobre el deseo mimético, logró identificarlo cuando lo veía… en todos, menos en sí mismo.
«La transformación intelectual fue rápida porque era algo que yo buscaba», explica. Pero continuó teniendo dificultades después de graduarse porque no veía cuán enredado estaba él mismo en las cosas que Girard había mencionado. «Pero tardé un poco en entender la dimensión existencial».
Thiel abandonó el mundo corporativo y cofundó Confinity con Max Levchin en 1998. Empezó a utilizar su conocimiento sobre la teoría mimética como ayuda para organizar su negocio y su vida. Cuando aparecieron las rivalidades competitivas dentro de su empresa, le dio a cada empleado tareas claras, precisas e independientes para que no compitieran por cumplir las mismas responsabilidades. Esto es de gran importancia dentro del ambiente de una empresa emergente porque las funciones suelen ser fluidas al inicio. Una empresa en la que evalúan a las personas basándose en objetivos claros de desempeño (y no en su desempeño en relación con los demás) minimiza la rivalidad mimética.
Cuando surgió el riesgo de una guerra sin cuartel contra la empresa rival de Elon Musk, X.com, Thiel se fusionó con él para fundar PayPal. Sabía gracias a Girard que cuando dos personas (o dos empresas) se consideran mutuamente modelos miméticos, comienza una rivalidad en la que el único final posible es la destrucción, a menos que sean capaces en cierto modo de ver más allá de la rivalidad 12.
Thiel también tomó en cuenta la mímesis al evaluar decisiones relacionadas con las inversiones. Reid Hoffman, el fundador de LinkedIn, le había presentado a Mark Zuckerberg. Thiel vio con claridad que Facebook no era solo otro MySpace o SocialNet (la primera empresa de Hoffman). Facebook está construido alrededor de la identidad, es decir, de los deseos. Ayuda a las personas a ver lo que otras tienen y quieren. Es una plataforma para encontrar modelos, seguirlos y diferenciarse de ellos.
Los modelos de deseo son los que hacen que Facebook sea una droga tan potente. Antes de Facebook, los modelos de una persona provenían de un grupo reducido de gente: amigos, familia, trabajo, revistas y quizá televisión. Después de Facebook, todo el mundo es un modelo potencial.
Facebook no está lleno solo con cualquier tipo de modelo: la mayoría de las personas a las que seguimos no son estrellas de cine, atletas profesionales o celebridades. Facebook está lleno de modelos que están dentro de nuestro mundo, en términos sociales. Son lo bastante cercanos como para que nos comparemos con ellos. Son los modelos más influyentes de todos y hay mil millones de ellos.
Thiel percibió rápido el poder potencial de Facebook y se convirtió en el primer inversor externo de la compañía. «Aposté por la mímesis», me dijo. Con el tiempo, su inversión de quinientos mil dólares le generó más de mil millones.
Debido a su cualidad social, el deseo mimético se expande de persona a persona a través de la cultura. Se manifiesta en dos movimientos diferentes —dos ciclos— de deseo. El primer ciclo lleva a la tensión, el conflicto y la volatilidad; rompe vínculos y causa inestabilidad y confusión porque los deseos que compiten entre sí interactúan de manera volátil. Este es el ciclo por defecto predominante en la historia de la humanidad. Hoy está más acelerado.
Pero es posible trascender el ciclo por defecto. Es posible iniciar un ciclo distinto que canalice la energía en objetivos creativos y productivos que sirvan al bien común.
Este libro explorará estos dos ciclos. Son fundamentales para el comportamiento humano. Al ser tan cercanos a nosotros —porque operan dentro de nosotros—, solemos pasarlos por alto. Sin embargo, estos ciclos están en funcionamiento constante.
Los movimientos del deseo son los que definen nuestro mundo. Los economistas los miden, los políticos los sondean, los negocios los alimentan. La Historia es la historia del deseo humano. Sin embargo, el origen y la evolución del deseo son un misterio. En 1978, Girard llamó a su obra maestra Cosas ocultas desde la fundación del mundo. Era una alusión a los extremos a los que han llegado los humanos para esconder la verdadera naturaleza de sus deseos y sus consecuencias. Este libro es sobre esas cosas ocultas y sobre cómo funcionan en el mundo de hoy. No podemos permitirnos ignorarlas porque:
En el análisis final, hay dos preguntas esenciales: ¿Qué quieres? ¿Qué has ayudado a que otras personas quieran? Una pregunta ayuda a responder la otra.
Y si no estás satisfecho con las respuestas que encuentras hoy, no hay problema. Las preguntas más importantes conciernen a lo que querremos en el futuro.
Al finalizar este libro, comprenderás el deseo de un modo diferente: lo que tú quieres, lo que otros quieren, y cómo vivir y liderar en base a un modelo en el que el deseo es una expresión de amor. Para ayudarte a llegar allí, esta obra aborda un viaje que consta de dos partes.
La primera parte, El poder del deseo mimético, trata sobre las fuerzas ocultas que influencian los motivos por los cuales queremos lo que queremos. Es la teoría mimética para principiantes. En el capítulo 1, empezaré explicando los orígenes del deseo mimético en la infancia y mostraré cómo evoluciona a una forma sofisticada de imitación en los adultos. En el capítulo 2, veremos cómo el deseo mimético funciona de manera diferente dependiendo de la relación que la persona tenga con un modelo. Al inicio del capítulo 3, explicaré cómo funciona el deseo mimético en grupos, lo cual es esencial para comprender algunos de nuestros problemas sociales más persistentes y desconcertantes. En el capítulo 4, llegaremos a la culminación del conflicto mimético: el mecanismo del chivo expiatorio. La primera mitad del libro está centrada en el ciclo de deseo destructivo o por defecto: el primer ciclo.
La segunda parte, La transformación del deseo, subraya el proceso necesario para librarse del primer ciclo, para poder lidiar con nuestros deseos de un modo más saludable. La segunda mitad del libro muestra cómo tenemos la libertad de poner en movimiento el ciclo creativo del deseo: el segundo ciclo. En el capítulo 5, conoceremos a un chef ganador de tres estrellas Michelin que salió del sistema de deseo en el que había nacido y recuperó la libertad de crear. El capítulo 6 muestra cómo la empatía disruptiva rompe los vínculos que evitan que la mayoría de nosotros descubramos y construyamos deseos sólidos que conforman una buena vida. El capítulo 7 aplica las leyes del deseo al liderazgo. Y, por último, el capítulo 8, trata del futuro del deseo.
La primera parte parece un descenso. Es necesario visitar el infierno para no convertirnos jamás en residentes permanentes. El segundo tramo nos indica el camino de salida.
A lo largo de este libro haré hincapié en quince estrategias que he desarrollado para lidiar de un modo positivo con el deseo mimético. Mi objetivo es compartirlas para ayudarte a pensar en términos prácticos sobre estas ideas y que con el tiempo logres desarrollar tus propias estrategias, que probablemente serán muy distintas de las mías.
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El deseo mimético es parte de la condición humana. Puede yacer bajo la superficie de nuestra vida y actuar como nuestro líder no reconocido. Pero hay maneras de identificarlo, confrontarlo y realizar elecciones más intencionales que lleven a una vida más satisfactoria: mucho más plena que la vida en la que nos consume por completo el deseo mimético sin que lo sepamos.
Al finalizar este libro, tendrás un marco simple para comprender cómo funciona el deseo mimético en tu vida y en nuestra cultura. Entenderás mejor qué imitas y cómo lo haces. Saber si respondes de manera más o menos mimética en una situación dada y en relaciones específicas es un paso importante hacia el autocontrol.
Somos cada vez más conscientes de cuán frágiles son los sistemas del mundo y cuán interconectados están. Los sistemas político-económicos que antes parecían estables han sido destruidos. La salud pública ha enfrentado desafíos porque incluso las mejores políticas deben confrontar con grupos de personas que desean cosas diferentes. La pobreza que permanece a la par de las riquezas extremas es un escándalo. Todas estas cosas tienen una base en el sistema de deseo fundamental que intento describir. Este sistema de deseo es para los organismos mundiales lo que el sistema circulatorio es para el cuerpo. Cuando el sistema cardiovascular no funciona adecuadamente, los órganos sufren y, con el tiempo, dejan de funcionar. Lo mismo sucede con el deseo.
Nuestros vínculos fracturados con otros humanos y con el ecosistema entero revelan que lo que queremos, de modo individual y colectivo, tiene consecuencias. Pero si entendemos la naturaleza mimética del deseo, podremos hacer nuestra parte para construir un mundo mejor. Los mejores avances a lo largo de la historia han sido el resultado de que alguien quiso algo que aún no existía y de ayudar a otros a querer más de lo que creían que era deseable.
Tu conciencia nueva o más profunda del deseo mimético hará que veas el mundo de un modo diferente. Si eres como yo, te atormentará tanto que comenzarás a notarlo por todas partes: quizás incluso en tu propia vida. Lo que escojas hacer al respecto depende de ti.