Capítulo tres
Lo cual está bien. Cuando yo estoy con él, una pequeña bola de ira arde en mis entrañas, y nada parece poder apagarla.
La ira me hace sentir culpable. Todo lo que él hace, lo hace por su reino. Por su pueblo. Ser un príncipe, ser un rey, requiere sacrificios y decisiones difíciles.
No importa cuántas veces me lo recuerde, no logro olvidar lo que les hizo a Grey y a Tycho.
No soy capaz de olvidar que volví aquí en lugar de irme con mi hermano.
En lugar de irme con Grey.
Me vuelvo hacia Zo, pero ella ha envainado su espada. Su mirada es tensa.
—Debería volver a mis aposentos.
No quiere estar aquí con Rhen. Dudo y luego frunzo el ceño.
Zo llegó al castillo hace meses, cuando Rhen intentaba reunir a su gente para defender Emberfall contra la invasión de Syhl Shallow. Había sido aprendiz del Maestro de la Canción en Silvermoon Harbor, pero tenía conocimientos de arquería y esgrima, así que se presentó como candidata a la Guardia Real y Grey la eligió y me la asignó como guardia personal.
Nos hicimos amigas muy deprisa, algo nuevo para mí después de la caótica vida que dejé atrás en Washington D. C. Es inteligente y fuerte, con un sentido del humor ácido, y a veces me quedaba despierta hasta bien entrada la noche cuando ella estaba apostada frente a mi puerta. Nos preguntábamos qué le había pasado a Grey después de que se rompió la maldición, susurrábamos sobre los rumores de la existencia de un heredero desaparecido o reflexionábamos sobre lo que le podría ocurrir a Emberfall si Syhl Shallow volvía a atacar.
Pero entonces encontraron a Grey escondido en otra ciudad y al parecer conocía la identidad del heredero desaparecido, pero se negó a revelársela a Rhen. Rhen lo torturó para obtener la información y la consiguió, pero no de la manera que esperaba. Grey conocía la identidad del heredero desaparecido porque él era el hermano mayor de Rhen. Era un hechicero con magia en la sangre. Era el heredero al trono.
Él nunca lo había sabido. Tampoco Rhen.
Ayudé a Grey a escapar después de que Rhen lo torturara.
Zo me ayudó.
Le costó su puesto en la Guardia Real. Grey me contó una vez que sus guardias renuncian a la familia y a las relaciones precisamente por ese motivo. Ella le prestó juramento a Rhen, pero actuó por mí. Rhen nunca es frío con ella, tiene demasiado sentido de la política como para eso. Pero ahora hay algo afilado entre ellos. Como la bola de ira que yo misma siento en las tripas y que no desaparece, que no estoy segura de que vaya a desaparecer.
Quiero rogarle a Zo que se quede, porque cada momento que paso con Rhen parece sembrado de espinas. Pero pedírselo me parece egoísta.
Es probable que pedirle que ayudara a Grey también fuera egoísta. Zo y yo somos amigas, pero ella era mi guardia. ¿Me ayudó por amistad o por obligación? Ni siquiera estoy segura de que importe. Me ayudó y ahora se ha quedado sin trabajo, un trabajo que adoraba.
Rhen no es despiadado. Le dio el sueldo de un año y le escribió una carta de recomendación. Guarda ambas cosas en su habitación, pero no se ha ido y él no la ha obligado a hacerlo.
Quería ser guardia. Renunció a su puesto de aprendiz. Dice que no quiere dejarme sola mientras la situación sea tan precaria, pero una parte de mí se pregunta si es que no quiere volver a casa cargando con el peso de las decisiones que tomó. De las decisiones que tomé yo.
He dudado durante demasiado rato. Rhen entra por la puerta del patio, seguido por dos de sus guardias. Es alto y atractivo, con el pelo rubio y los ojos marrones, y su vestimenta es siempre muy intricada, desde la empuñadura ornamentada de la espada que lleva en la cadera hasta los botones de plata tallados a mano de su chaqueta. Se mueve con determinación y gracia atlética, sin dudar nunca. Se mueve como un príncipe. Como un rey. Un hombre nacido para gobernar.
Pero soy capaz de ver algunos cambios sutiles. Las sombras bajo sus ojos se han vuelto ligeramente más oscuras. Su mandíbula parece más afilada, sus pómulos son más pronunciados. La inquietud se ha instalado en sus ojos en las últimas semanas.
Sus guardias ocupan un lugar junto a la pared mientras él cruza el patio hacia nosotras. Zo suspira.
—Lo siento —le susurro.
—Tonterías. —Hace una reverencia a Rhen, a pesar de que lleva calzones y armadura—. Su Alteza.
—Zo —la saluda con frialdad. Sus ojos giran hacia mí—. Milady.
Respiro hondo para intentar decir algo que alivie la tensión entre ellos, pero Zo dice:
—Si me perdona, estaba a punto de volver a mis aposentos.
—Por supuesto —dice Rhen.
Me muerdo el labio mientras ella se aleja.
—Está huyendo de mí —dice Rhen, y no hay ninguna pregunta en su mirada.
Me envaro de inmediato.
—No está huyendo.
—Desde luego, parece una retirada.
Vaya. Desde luego, alguien parece un idiota.
—A Zo se le permite estar cabreada, Rhen.
—A mí también.
Eso impide que mi boca forme las palabras que iba a decir. No sabía que seguía enfadado con Zo. Me pregunto si todavía estará enfadado conmigo, si no soy la única con este núcleo ardiente de ira en las entrañas.
Antes de que pueda preguntarle nada, desenvaina su espada.
—Enséñame lo que has aprendido.
Llevo la mano en la empuñadura, pero no desenvaino. No estoy del todo segura de por qué, sobre todo después de haberle dicho que viniera a enseñarme. Tal vez sea porque ha sonado como una orden. Tal vez sea porque parece estar de un humor beligerante. En cualquier caso, no quiero enfrentarme a él con un arma.
Desvío la mirada.
—No quiero seguir con esto. —Me giro hacia la puerta por la que acaba de llegar—. Debería ir a vestirme para el desayuno.
Oigo que desenvaina su espada y luego su mano me retiene el brazo con suavidad.
—Por favor.
Es una palabra rota. Una palabra desesperada que abre un pequeño agujero en mi ira.
—Por favor —dice de nuevo, muy suave—. Por favor, Harper.
Tiene una forma mágica de decir mi nombre, su acento suaviza los bordes de cada r para convertir un par de sílabas en un gruñido y una caricia a la vez, pero eso no es lo que me llama la atención. Es el por favor. Rhen es el príncipe heredero. El futuro rey. Él no suplica.
—¿Por favor qué? —pregunto en voz baja.
—Por favor, quédate.
Se refiere a este momento, pero siento que es algo más grande. Que abarca más.
Un recuerdo titila en mis pensamientos, de hace un año. Mamá ya estaba enferma, el cáncer le invadía los pulmones, y papá se había gastado los ahorros de la familia intentando cubrir aquello de lo que el seguro no quería encargarse. Tomó malas decisiones para conseguir el dinero, decisiones que pusieron a nuestra familia en peligro. Cuando mamá se enteró, nos dijo a Jake y a mí que recogiéramos nuestras cosas. Papá lloraba en la mesa de la cocina, rogándole que se quedara. Recuerdo a mi hermano mayor metiendo cosas en una bolsa de lona mientras yo estaba sentada en su cama con los ojos abiertos como platos.
—Todo irá bien, Harp —seguía diciendo Jake—. Tú recoge tus cosas.
No iba bien. Nada iba bien. En ese momento, la idea de marcharme era aterradora. Recuerdo que me alivió que mamá cediera, que nos quedáramos. Que ella se quedara.
Más tarde, cuando las cosas empeoraron, recuerdo desear que no lo hubiera hecho. Miro a Rhen a los ojos y me pregunto si estoy tomando las mismas decisiones. Jake se fue con Grey. Mi hermano estará en el otro bando de esta guerra.
Tomo aire y lo expulso.
—No quiero pelear.
No estoy hablando de espadas, y creo que Rhen lo sabe. Asiente.
—¿Qué te parece si, en vez de eso, paseamos?
Dudo.
—De acuerdo.
Me ofrece su brazo y yo lo acepto.