Capítulo dos
No lo hago.
Durante lo que pareció casi una eternidad, solía temer el inicio de esta estación porque indicaba que la maldición había comenzado de nuevo. Volvería a tener dieciocho años recién cumplidos y estaría atrapado en una repetición interminable del otoño. Estaría solo con Grey, el antiguo Comandante de mi Guardia, intentando encontrar a una chica que me ayudara a romper la maldición que me atormentaba a mí y a todo Emberfall.
Este otoño, Grey no está.
Este otoño, tengo a una chica a mi lado.
Este otoño, supongo, tengo diecinueve años por primera vez. La maldición se ha roto.
No lo parece.
Lilith, la hechicera que una vez me atrapó con su maldición, ahora me tiene atrapado de otra forma.
Harper, la primera chica que rompió la maldición, la «princesa de Dese» que juró ayudar a mi pueblo, está en el patio que hay bajo mi ventana, practicando con la espada junto a Zo, su mejor amiga. Zo también fue una vez su guardia, hasta que ayudó a Grey a escapar. No voy a quitarle a Harper a su mejor amiga, pero no puedo permitirme tener una guardia cuya lealtad esté dividida.
La tensión ya está por las nubes.
Harper y Zo se alejan la una de la otra, respirando con dificultad, pero Harper recupera la postura casi de inmediato.
Eso me arranca una sonrisa. Su parálisis cerebral hace que el manejo de la espada sea todo un reto —algunos dirían que es algo imposible—, pero Harper es la persona más decidida que conozco.
A mi espalda, una voz habla en tono ligero.
—Ah, Su Alteza. Es adorable ver cómo la princesa Harper cree que puede sobresalir en esto.
Pierdo la sonrisa, pero no me muevo de la ventana.
—Lady Lilith.
—Perdóname por interrumpir tus cavilaciones —dice ella.
No digo nada. No la perdono por nada.
—Me pregunto cómo le irá en las calles de su Dese si no logras vencer a los invasores de Syhl Shallow.
Me quedo inmóvil. Me amenaza a menudo con llevarse a Harper de vuelta a Washington D. C., donde yo no tendría ninguna esperanza de llegar hasta ella. Donde Harper no tendría nada ni a nadie en quien confiar y ninguna forma de volver a Emberfall.
Lilith ignora mi silencio.
—¿No deberías estar preparándote para la guerra?
Sí. Probablemente debería hacerlo. Grey me dio sesenta días para entregar Emberfall antes de ayudar a Lia Mara a tomar este país por la fuerza. Ahora está en Syhl Shallow, preparándose para liderar un ejército contra mí. Nunca estoy seguro de si su principal motivación son los recursos (porque sé que el país está desesperado por acceder a las rutas comerciales) o si lo motiva más reclamar el trono que una vez dijo que no deseaba.
Sea como fuere, atacará Emberfall. Me atacará a mí.
—Estoy preparado —digo.
—No veo a ningún ejército reunido. Ningún general conspirando en tus salas de guerra. No…
—¿Ahora eres estratega militar, Lilith?
—Sé cómo es una guerra.
Quiero rogarle que se vaya, pero eso solo hará que se quede más rato. Cuando Grey estaba atrapado aquí conmigo, me consolaba el hecho de que nunca sufría en soledad.
Ahora sí, y es… agonizante.
En el patio de abajo, Harper y Zo vuelven a entrechocar las espadas.
—No persigas su hoja, milady —le digo.
Se separan y Harper se gira para mirarme, sorprendida. Sus rizos castaños se enroscan en una trenza rebelde que le cuelga sobre un hombro, y lleva brazaletes de cuero y una coraza dorada como si hubiera nacido siendo de la realeza y empuñando un arma. Está muy lejos de ser la chica cansada y polvorienta que Grey sacó de las calles de Washington D. C., hace tantos meses. Ahora es una princesa guerrera, con una larga cicatriz en una mejilla y otra en la cintura, ambas cortesía de la horrible hechicera que está detrás de mí.
Cuando me mira, sus ojos siempre escudriñan mis rasgos, como si sospechara que estoy ocultando algo. Como si estuviera enfadada conmigo, aunque no lo diga.
Lilith espera en las sombras, a mi espalda. En el pasado, Harper me invitó a sus aposentos para protegerme de la hechicera. Ojalá pudiera volver a hacerlo.
No he estado en sus habitaciones en meses. Entre nosotros hay demasiadas cosas sin hablar.
—No sabía que estabas mirando —dice Harper y envaina su espada como si estuviera disgustada.
—Solo ha sido un momento. —Dudo—. Perdóname.
En cuanto lo digo, me gustaría poder retirarlo. Parece que me estuviera disculpando por otra cosa. Aunque supongo que lo estoy haciendo.
Debe de oír el peso que cargan mis palabras, porque frunce el ceño.
—¿Te he despertado?
Como si durmiera alguna vez.
—No.
Me mira fijamente y yo le devuelvo la mirada, y desearía poder desenredar toda la maraña emocional que pende entre nosotros. Ojalá pudiera hablarle de Lilith. Ojalá pudiera ganarme su perdón y recuperar su confianza.
Hay muchas cosas que me gustaría deshacer.
—No sé a qué te refieres con lo de perseguir la hoja —dice al final.
—Podría enseñarte —me ofrezco.
Se le congela la expresión, pero solo durante un instante. El corazón me da un vuelco en el pecho. Aguardo a que se niegue. Ya se ha negado antes.
Pero luego dice:
—De acuerdo. Baja.
El corazón me da un vuelvo, hasta que Lilith habla a mi espalda.
—Sí —dice ella—. Adelante, Alteza. Muéstrale el poder de tu arma.
Me doy la vuelta y la fulmino con la mirada.
—Vete de aquí, Lady Lilith —susurro furioso—. Si tanto te preocupan mis preparativos para la guerra, te sugiero que encuentres alguna forma de ser útil, en lugar de atormentarme cada vez que necesitas un entretenimiento pueril.
Se ríe.
—Como digas, príncipe Rhen.
Extiende una mano como para tocarme la mejilla, y yo retrocedo de golpe, hasta que choco con la pared. Su tacto puede ser como el fuego, o peor.
La sonrisa de Lilith se ensancha. Cierro las manos en puños, pero ella desaparece. Desde el patio de abajo, oigo que Harper me llama:
—¿Rhen?
Inspiro, tenso, y vuelvo a la ventana. El sol ha empezado a iluminar el cielo, pintando sus oscuros cabellos con chispas de oro y rojo.
Se supone que me estoy preparando para la guerra, pero siento que ya estoy en mitad de una.
—Permíteme que me vista —digo—. Bajaré en un momento.