Capítulo uno
Los demás están agrupados en torno a las llamas que arden en el hogar central del salón principal del Palacio de Cristal, bebiendo la primera tanda de vino de invierno del cocinero, pero Iisak detesta el calor, así que estoy desafiando al frío y a la oscuridad en la veranda para jugar a los dados con el scraver. La única llama que arde aquí fuera es una solitaria vela encerrada en un tarro de cristal posado sobre la mesa, entre nosotros.
Iisak agita los dados plateados y los deja caer sobre la mesa.
—Infierno de plata —murmuro mientras cuento el resultado de su tirada. Se me dan bien las cartas, pero los dados parecen odiarme. Con las cartas hay cierto elemento de estrategia, de elección, pero los dados no se mueven más que por el destino. Lanzo una moneda a la mesa, aceptando su victoria.
Iisak sonríe y, mientras la oscuridad pinta sus ojos negros y su piel gris de sombras aún más oscuras, la luz de la luna hace relucir sus colmillos.
Se guarda la moneda en el bolsillo, pero es probable que más tarde se la dé a Tycho. Se preocupa por el niño como una vieja abuela. O quizá como un padre que echa de menos al hijo que una vez perdió.
—¿Dónde está nuestra joven reina esta noche? —pregunta.
—Lia Mara está cenando con una de sus Casas Reales.
—¿Sin ti?
—Solicitaron una audiencia privada, y ella tiene la obligación de tenerlos contentos. —Las Casas Reales ya presionaban a la antigua reina antes de que fuera asesinada, pero Karis Luran gobernaba con puño de hierro y pudo mantenerlas a raya. Ahora que Lia Mara está en el poder y en Syhl Shallow abunda la desesperación por conseguir recursos, la presión para hallar rutas comerciales a través de Emberfall parece haberse duplicado, sobre todo porque Lia Mara no desea gobernar como lo hizo su madre.
Me encojo de hombros y me guardo los dados en una mano.
—Aquí no todo el mundo se siente cómodo con la magia, Iisak.
—Eso lo he supuesto por la multitud, Su Alteza. —Echa un vistazo a los alrededores de la oscura veranda, que está desierta salvo por los guardias que permanecen junto a la puerta.
—Bueno —digo, sin querer mojarme—. Esta noche hace frío.
Pero tiene razón. Es probable que sea por la magia.
Me llevo bien con la mayoría de los guardias y soldados de Syhl Shallow, pero percibo una distancia que no sé definir del todo. Cierto recelo. Al principio creía que era porque me tenían por alguien leal a Emberfall y porque apoyé a Lia Mara cuando mató a su madre para reclamar el trono.
Pero con el paso del tiempo, ese recelo se vuelve más evidente cada vez que curo una herida o rechazo a un oponente en el campo de entrenamiento. Resulta más patente cuando voy a la armería a guardar mis armas y las conversaciones se interrumpen o los corrillos se dispersan.
Un fuerte viento sopla por la veranda, haciendo que la vela titile y se apague.
Me estremezco.
—Lo que yo decía.
—Deberíamos aprovechar nuestra intimidad —dice Iisak, y su voz suena más baja, casi un susurro, nada que pueda llegar a oídos de mis guardias.
Coloco un dedo sobre la mecha y hago un movimiento circular, dejando que las estrellas de mi sangre bailen a lo largo de las yemas de mis dedos. Lo que antes parecía un reto, ahora no supone ningún esfuerzo. Una llama cobra vida.
—Creía que ya lo estábamos haciendo.
—No necesito más monedas tuyas.
Sonrío.
—Me parece perfecto, porque solo me quedan unas pocas.
No me devuelve la sonrisa, así que adopto una expresión más seria. Iisak es un rey por derecho propio, aunque ha jurado pasar un año a mi servicio. Estaba atrapado en una jaula en Emberfall, en la que Karis Luran lo mantenía encadenado. Le he ofrecido liberarlo una docena de veces, pero siempre se niega. Es una clase de lealtad que no estoy seguro de merecer, sobre todo porque sé lo que ha perdido: primero, a un hijo que desapareció, y después, su trono en Iishellasa. Cuando me pide atención, hago lo posible por dársela.
—¿Qué necesitas? —digo.
—La gente de Syhl Shallow no es la única que teme a la magia.
Frunzo el ceño. Está hablando de Rhen.
Mi hermano.
Cada vez que lo pienso, algo en mi interior se retuerce con fuerza.
—Una vez dijiste que no querías estar en guerra con él —dice Iisak.
Bajo la mirada a los dados que tengo en la palma de la mano y les doy vueltas entre los dedos.
—Sigo sin querer.
—Has empezado a preparar un ejército en nombre de Lia Mara.
Cierro los dedos alrededor de los cubos plateados.
—Sí.
—Las arcas de Syhl Shallow están cada vez más vacías. Es probable que solo dispongas de una oportunidad para enfrentarte a él. Las pérdidas de la última batalla contra Emberfall ya fueron considerables debido a la criatura en la que se convirtió el príncipe Rhen. No habrá posibilidad de un segundo asalto. —Hace una pausa—. Y le concediste sesenta días para que se preparase para la batalla.
—Lo sé.
—Por mucho que anheles preservar vidas, este tipo de batallas implican pérdidas.
—Eso también lo sé.
Otra ráfaga de viento recorre la veranda, apagando la llama de nuevo. Esta vez, ha sido Iisak quien ha atraído al viento. He aprendido a identificar la sensación que deja su magia, cómo vive en el aire de la misma forma en que la mía vive en mi sangre.
Lo fulmino con la mirada y reavivo la llama.
Otra ráfaga. Entrecierro los ojos. Iisak siempre presiona. Cuando empecé a practicar para controlar mi magia, lo encontraba frustrante, pero he aprendido a disfrutar del desafío. Sostengo el dedo ahí y la llama lucha por permanecer encendida. Las estrellas inundan mi visión mientras intento mantener viva la magia. El viento se ha vuelto lo bastante fuerte como para que me piquen los ojos y se me mueva la capa. Las alas de Iisak se agitan, pero la llama no se apaga.
—¿Recuerdas que he dicho que tenía frío? —le pregunto.
Él sonríe y deja que el viento se aleje hacia la nada.
En la repentina ausencia de su magia, mi llama se eleva un momento, lo cual envía chorretones de cera vela abajo, y la suelto.
—Quizá sea buena idea enseñar al pueblo de Lia Mara lo útil que puede ser la magia —dice.
Pienso en la gente a la que he curado con mi magia. En la forma en la que logro mantener a los enemigos alejados de mí y, poco a poco, de cualquiera que luche a mi lado.
—Ya lo he hecho —digo.
—No me refiero solo a que tengáis que reforzar la potencia militar.
Estudio su expresión.
—Quieres decir que debo usar la magia contra Rhen. —Hago una pausa—. Eso es justo lo que él teme.
—Le has dicho que vas a enviar a un ejército. Estará preparado para toma represalias. Estará preparado para luchar a distancia, como lo hacen los reyes.
Pero estará impotente contra la magia.
Sé que lo estará. Ya lo está.
—Rhen te conoce —dice Iisak—. Él espera violencia. Espera un asalto armado. Espera un ataque eficaz y brutal, como el que envió la propia Karis Luran. Tú has reunido a un ejército y eso es como si hubieras hecho un voto.
—No lo subestimes. —Pienso en las cicatrices de latigazos que tengo en la espalda. En las que tiene Tycho—. Cuando está acorralado, Rhen es capaz de demostrar una brutalidad muy eficiente.
—Sí, Su Alteza. —Iisak hace que la llama parpadee de nuevo y esta hace brillar sus ojos negros—. Y tú también puedes.