Capítulo seis

Rhen

Había olvidado que Harper podía ser así.

Ahora mismo, estoy tan enfadado que quiero decirle a Lilith que se vaya al infierno, que puede llevarse a Harper de vuelta a Washington D. C. y que me alegraré de ello. Estoy solo en medio de la pista de baile, y aunque nuestras palabras no han sido pronunciadas bastante fuerte como para llegar muy lejos, no se puede disfrazar nuestra discusión como algo distinto de lo que ha sido. A pesar de lo molesto que estoy con Zo, me alegro de que se haya llevado a Harper antes de que pudiéramos decir algo más.

Dustan cruza a zancadas la pista de baile para detenerse frente a mí.

—Milord.

Ha sido mi Comandante de la Guardia desde que Grey se fue. Es fuerte, competente y en general muy apreciado. Formaba parte de un ejército privado en el oeste antes de que yo pidiera más guardias y fue uno de los primeros en prestarme juramento. Mientras que Grey podía ser estoico y distante, Dustan es más jovial y mantiene una buena relación con los guardias. Fue una elección fácil en un momento de desesperación.

Pero, aunque es bueno haciendo lo que le digo, a veces me gustaría que fuera mejor haciendo lo que no digo.

Grey habría impedido que Harper entrara a la fiesta sin mí.

Grey habría intercedido antes que Zo. Grey habría…

Tengo que dejar de pensar en Grey. Se ha ido. Es mi enemigo.

Lo colgaste del muro.

Las palabras son como una daga clavada en el pecho y es difícil respirar con ella ahí. Ojalá Dustan me hubiera traído un vaso de licor azucarado. Es probable que Grey tampoco lo hubiera hecho, pero se le habría ocurrido decirle a un sirviente que se encargara de ello.

—Ve tras ella —le digo.

Él frunce el ceño.

—Milord…

—Ve tras ella —digo de nuevo. El castillo está lleno de gente cuyas motivaciones (y lealtades) estarían bastante dispersas en un mapa. Harper acaba de convertirme en un objetivo, pero ella misma también se ha convertido en uno—. Mantenla a salvo. Asegúrate de que no salga del recinto.

—¿Cree que lo haría?

Recuerdo las numerosas veces en las que Grey y yo tuvimos que correr tras ella al principio.

—Ahora mismo, me sorprendería más que se quedara aquí. —Me doy la vuelta.

Él duda.

—Pero…

Me doy la vuelta y debe de haber hielo de sobra en mis ojos, porque me hace un gesto con la cabeza y dice:

—Sí, milord. Ahora mismo.

Grey no habría dudado.

Un sirviente se acerca por fin con una bandeja y agarro una copa de vino. Necesito todo mi autocontrol para no bebérmelo todo de un trago. Así pues, me bebo la mitad.

Uno de los Grandes Mariscales se acerca. Conrad Macon, de Rillisk. Debido a la distancia de su ciudad con Ironrose, no lo conozco bien, pero eso no es malo. Los únicos Grandes Mariscales a los que conozco bien son los que viven cerca o los que estaban enfrentados con mi padre.

Conrad ha respondido con rapidez a cualquier petición desde que Grey fue capturado dentro de sus fronteras. Y se ha presentado aquí esta noche.

—Perdóneme —dice, y su tono es conciliador—. No era mi intención causarle tensión a la princesa.

—Hay tensión más que suficiente para todos —digo—. Usted no es la causa de ella.

Parece aliviado al escuchar eso.

—Ah… Sí, milord. Estoy de acuerdo. —Duda—. Tengo entendido que estáis preparando al ejército para otro ataque de Syhl Shallow.

Ahora sí me acabo la bebida.

—Sí.

—Rillisk tiene un pequeño ejército privado, como sabe —dice—. Sé que ha tenido… conflictos con Silvermoon. Pero he estado hablando con el Gran Mariscal del Valle Wildthorne y creemos que, juntando nuestros soldados, podríamos presentar una fuerza bastante grande en el oeste, que podría tener la potencia suficiente como para evitar que cualquier otra ciudad intente desertar y defender el gobierno del falso heredero.

Mis pensamientos seguían enredados en lo que me había dicho Harper, pero esto me llama la atención.

—¿Cree que sus fuerzas armadas serían suficientes para enfrentarse a Syhl Shallow?

—Bueno, el Mariscal Baldrick tiene una mujer a su servicio que ha sido capaz de conseguir cierta información sobre los soldados de Syhl Shallow.

—Una espía —digo.

Esboza una mueca.

—Más bien es una mercenaria —dice en voz baja—. Por lo que tengo entendido, no es barata. Pero fue capaz de infiltrarse en sus fuerzas en el pasado y evitó que Valle Wildthorne sufriera muchas pérdidas.

Si hay algo que tengo, es dinero a espuertas. Durante cinco años, en Emberfall no hubo mucha actividad de la familia real, porque no tenía necesidad de gastar ni una sola moneda de cobre. Es parte de la razón por la que Syhl Shallow está tan desesperado por conquistarnos.

—Que el Mariscal Baldrick concierte una reunión con esa mercenaria —digo—. Si el dinero es un problema, haré que a ella le merezca la pena. Me gustaría oír más, pero directamente de sus labios.

—No será necesario —dice Conrad—. La ha traído con él.

Chesleigh Darington es más joven de lo que esperaba, de unos veinticinco años, con el pelo oscuro hasta la cintura, piel aceitunada y ojos grises calculadores. Tiene una cicatriz en la mejilla similar a la de Harper, aunque la de Chesleigh se extiende hasta el nacimiento del pelo, por encima de la oreja, donde la melena le ha vuelto a crecer en un estrecho mechón blanco. A diferencia del resto de las mujeres de la fiesta, lleva pantalones (de piel de becerro negra), botas con cordones y una túnica fina de color morado intenso. Va más armada que la mayoría de mis guardias y me fijo en que varios de ellos se acercan cuando se reúne con nosotros en una mesa de la esquina.

El Mariscal Baldrick y el Mariscal Macon se sientan a la mesa y beben sorbos de vino. Parecen orgullosos de haber aportado algo. En otra vida, podría despreciar su regodeo, pero esta noche quiero que la gente los envidie. Quiero que la gente busque mi favor. Necesito que Emberfall esté entero para enfrentarnos a Grey. Él ya se ha ganado el cariño de muchos de los pueblos del norte y yo piso terreno pantanoso en lo que se refiere a Silvermoon Harbor. Es un milagro que el Mariscal Perry haya aparecido esta noche.

Ojalá Harper no hubiera salido furiosa de aquí.

Recorro con el dedo el tallo de mi copa de vino y presto atención al asunto en cuestión.

—¿Crees que tienes información sobre los militares de Syhl Shallow? —le pregunto a Chesleigh.

—No solo acerca de su ejército —responde—. Puedo cruzar la frontera a voluntad.

Frunzo el ceño.

—¿Cómo?

—Hablo syssalah. Estoy familiarizada con sus costumbres y han llegado a verme como a una ciudadana más.

Me apoyo en la mesa.

—¿Cómo?

—Nací allí.

Los Grandes Mariscales de la mesa intercambian una mirada, pero es Baldrick el que se aclara la garganta.

—Chesleigh es leal a Emberfall.

Mis ojos no se apartan de los suyos.

—¿Por qué?

—Porque su reina asesinó a mi familia. —Sus palabras son planas y carentes de emoción, su mirada es fría. Pero yo fui un monstruo por culpa de una hechicera y maté a mi propia familia, así que mi tono es el mismo cuando hablo de ello. Sé cuánta rabia, furia y pérdida pueden ocultar un par de ojos fríos.

—Cuando su ejército llegó por primera vez al paso de montaña —continúa—, me sorprendió lo fácil que era perderse entre sus filas. Pocas personas en Emberfall hablan syssalah, y aún menos gente se acercaría a un soldado de Syhl Shallow sin demostrar miedo después de lo que han hecho. Las mujeres audaces son más raras aquí, pero son comunes en Syhl Shallow.

—¿Y te dejan cruzar la frontera? —pregunto—. ¿Así de fácil?

Me dedica una oscura sonrisa conspiratoria.

—Creen que soy una espía.

No le devuelvo la sonrisa.

—¿Cómo sé que no lo eres?

—¿Cómo sabe que alguien no lo es? —Mira a los Grandes Mariscales y luego vuelve a mirarme—. Entiendo que su… princesa de Dese no ha traído las fuerzas militares que prometió. Que la familia real pereció mientras estaba bajo la protección del rey de Dese. Tal vez ella sea la espía.

—Creía que estábamos aquí para hablar de lo que tú puedes ofrecer —digo.

—En efecto. —Hace una pausa—. Le puedo asegurar que mi palabra es de fiar.

—Demuéstralo.

Se echa hacia atrás en su silla y da un sorbo a su bebida.

—No trabajo gratis, Su Alteza. Las mujeres tenemos que comer.

Es muy atrevida. Ya veo por qué no tendría problemas para integrarse en Syhl Shallow. Estoy acostumbrado a los discursos con intenciones ocultas de los hombres de esta mesa, así que una petición directa es casi… refrescante.

—Cincuenta monedas de plata —digo sin pestañear.

Ella sonríe.

—Doscientas.

El Mariscal Macon resopla y el otro murmura una maldición, pero yo sonrío.

—Debes de estar hambrienta.

Sus ojos brillan.

—No tiene ni idea.

—Cincuenta —repito.

—¿No va a negociar?

—Todavía no.

Me estudia durante mucho rato.

—Hay un pasaje estrecho a través de las montañas, a tres o cuatro días de camino al noroeste de aquí. No es lo bastante ancho como para que las tropas pasen por él, pero de este lado no está vigilado.

Me enderezo.

—¿Y?

—Es lo bastante amplio como para permitir que pase un pequeño contingente de soldados cada vez, y después de que sus fuerzas arrasen muchas de sus ciudades más pequeñas, podrían empezar a acampar dentro de Emberfall. —Hace una pausa—. Sin previo aviso.

Me quedo inmóvil.

—¿Ya ha comenzado?

Se encoge de hombros y toma un sorbo de vino.

Entrecierro los ojos.

—Podría averiguarlo yo mismo enviando exploradores.

—Sí, y tardaría una semana y probablemente perdería a esos exploradores. —Apura su copa y luego sonríe. Parece auténtica y hace que su expresión pase de ser calculadora a algo más intrigante—. ¿Vale eso otras ciento cincuenta monedas de plata, Su Alteza?

No. No lo vale.

—Cien ahora —le digo—. Cien cuando haya verificado lo que me has dicho.

—¿Arriesgará a sus hombres de todos modos?

—Prefiero arriesgar a unos pocos ahora que arriesgar a todo mi ejército por tu palabra. —Hago una pausa—. Ahora, dímelo.

—Sus fuerzas ya han acampado en el lado occidental de las Planicies Blackrock, justo en la base de las montañas.

Los Grandes Mariscales jadean. Yo no.

—¿Cuántos?

—Al menos mil.

Infierno de plata. Un millar de soldados enemigos han acampado en mi país y yo no tenía ni idea.

Una parte de mí se queda helada al pensarlo. Grey me avisó. Incluso Lilith me avisó. No quería creerlo.

Tengo que reprimir un escalofrío. Miro a uno de mis guardias.

—Busca al General Landon. —Me hace un rápido gesto con la cabeza y se va corriendo. Vuelvo a mirar a Chesleigh—. Te pagaré y comprobaré tu historia. Si me estás diciendo la verdad, vuelve a Ironrose en una semana y te daré el resto.

Ella no se mueve.

—Puedo hablarle de algo más que de los soldados, Su Alteza.

—¿De qué más?

Enarca las cejas.

—Hay una diferencia entre el hambre y la codicia —digo.

—¿La hay? —pregunta ella con inocencia.

—Ciento cincuenta ahora.

Vacila, y me doy cuenta de que está sopesando si jugar conmigo para obtener más. Nunca he hecho un trueque con mercenarios, pero he visto a mi padre hacerlo y sé por experiencia que una vez que fijas una cantidad, te pedirán más la próxima vez. Hoy no conseguirá más que eso de mí y quizá mi expresión me delate.

—Se ha formado una facción en Syhl Shallow —dice—. Hay muchos que temen a la magia. Muchos otros que no la quieren entre su gente. Hay registros y libros mayores sobre los hechiceros, sobre las cosas que podían hacer, sus vulnerabilidades. —Hace una pausa—. Hay quienes se oponen a la reina y a su alianza con el forjador de magia.

Me quedo quieto.

—¿Eres parte de esta facción?

—Podría serlo.

—¿Cuán vulnerables son?

—He oído que puede imbuirse magia en cierto tipo de acero forjado en los bosques de hielo de Iishellasa. Ese acero puede ser moldeado para portar magia dentro de sí mismo o puede causar heridas que son impermeables a la magia. Muchos de esos artefactos se han perdido con el tiempo, pero algunos aún pueden encontrarse en las aldeas de Syhl Shallow donde antaño vivían los herreros.

—Es un disparate —exclama uno de los Grandes Mariscales.

Pero no es absurdo. Una vez Grey llevó un brazalete de plata que la hechicera había atado a su muñeca. Le permitía cruzar el velo hasta Washington D. C.

No tengo ni idea de dónde ha ido a parar. Pero sé que esa cosa existe.

Mi respiración se torna superficial y mis pensamientos se aceleran. ¿Hay algún arma que pueda dañar a Lilith? ¿Acaso la solución ha estado en Syhl Shallow durante todo este tiempo?

—He oído un rumor sobre una de esas armas —dice Chesleigh. Se encoge de hombros—. Sin duda hay otras.

—Un arma así podría usarse contra el falso heredero —oigo murmurar a uno de los Grandes Mariscales.

No, pienso. Un arma así podría usarse contra Lilith.

Parece arriesgado. No hay pruebas. No hay nada seguro. No es como si pudiera preguntarle a la propia Lilith. Incluso ahora, quiero echar una mirada alrededor, como si ella pudiera estar escuchando nuestra conversación.

—¿Podrías conseguir esa arma?

Sus ojos brillan.

—Saldrá caro.

—Puedes poner tú misma el precio.