
Una amiga mía no soporta mentir. Tiene una familia con dos hijos que ama sin matices. Hace tiempo que el sexo con su marido no funciona. Lo han hablado mil veces. Han intentado diferentes alternativas: cenas románticas, viajes de relax y regalos inesperados. La cosa sigue sin funcionar. No quiere ser infiel; para ella, la sinceridad en la pareja es un valor fundamental. Han ido al psicólogo para conseguir orientación y no ha terminado de funcionar. Han intentado incluso abrir la relación, sin éxito. Ninguno de los dos es capaz de gestionar los celos. Al final, simplemente empieza a resignarse y a reprimir el instinto. Hasta que conoce a alguien.
¿Cuántas veces has oído esta historia? ¿Crees que ella finalmente se va con el otro o, por el contrario, se mantiene fiel a su honestidad? En el caso de mi amiga, ella tuvo relaciones sexuales con ese otro hombre. Y, en ese momento, se planteó si debía explicárselo a su pareja o no. Ella sentía que se había equivocado. Estaba perturbada. ¿Cómo podía haber traicionado a su pareja? Y ahora, ¿qué podía hacer? ¿Se lo diría? Eso le podía suponer con casi total seguridad perder a su familia, que era otro gran valor para ella. «Él no lo entenderá, seguro». Pero otra vocecita dentro de ella pensó: «Quizás la fidelidad no sea tan importante, ¿por qué hace falta decir siempre toda la verdad?». Y otra voz lejana le susurró: «¿Y a dónde vas a ir si lo dejáis? ¿Y quién se quedará con los niños? Quizás tengas que cambiar de trabajo». Después, pensó: «¿Y mi casita? ¿Qué pasará con mi dulce hogar? No sé si voy a tener dinero. Yo lo quiero mucho a él y solo ha sido una tontería. Si se lo digo, nunca más confiará en mí. Pero, por otro lado, me cuesta soportar no ser honesta y valiente. Debo enfrentarlo de cara. Quizás incluso consiga un poco más de libertad y encuentre a alguien que me llene en todos los ámbitos de mi vida. Pero ya soy un poco mayor para estos trotes. No soporto la idea de dejar a mi familia. Solo ha sido una canita al aire y voy a perder todo lo construido a lo largo de tantos años. Siempre dando lecciones de honestidad y ¿ahora qué? No valgo nada, no le merezco, tengo que ser consecuente. ¿Qué será de mi vida? Mi hermana, que ya pasó por una separación, seguro que me ayudaría a rehacer mi vida. Quizás no sea tan grave».
¿No estás un poco mareado? La honestidad, el amor por su marido, la familia, la comodidad, la pereza, el dinero, el miedo al futuro, el instinto, la autoestima o la libertad, ¿qué es lo que más pesa? Si esa mujer deja de ser honesta tiene que ser por una buena causa, ¿o no? ¿Hay que ser honestos, pese a quien pese? Tu respuesta (la tuya, lectora o lector, no la de ella) es reflejo de tu forma de entender el mundo, de tu moral, de aquello que te importa. Vas a dar consejos con base en tus valores, vas a pontificar y decirle «Tienes que ser valiente y decírselo a tu marido» o bien le aconsejarás «No se te ocurra decírselo, no merece la pena por una tontería así».
Es ella quien debe tomar la decisión. Posiblemente pedirá consejo a personas de confianza, y sus amigos y familiares (así como vosotros) le responderán con base en sus propios valores: «La fidelidad es el valor primordial en una pareja» o «No pasa nada por una canita al aire». Algunos actuarán de justicieros: «Dile que él también lo haga para compensar». Y algunos serán incluso más humildes e intentarán ponerse en su piel: «Conecta con tu interior», «¿Qué te dice tu vocecita interna?», y cosas así.
Eso pasa porque todo el mundo quiere hacer simple lo complejo, queremos resolver con una mirada superficial lo que requiere profundidad. Le decimos a ella lo que nos diríamos a nosotros mismos. En esta situación, cada persona dará una respuesta diferente y todas ellas son válidas para alguien. Pero la única respuesta válida para ella es la de ella. Para decidir acertadamente debe conocer cuáles son sus valores y sus saboteadores.
Si nos perturbamos es porque algo nos importa. Y solo nos pueden importar dos cosas: nuestros valores o nuestros saboteadores.
Si nos perturbamos es porque algo nos importa. Y solo nos pueden importar dos cosas: nuestros valores o nuestros saboteadores. Si no tuviéramos valores, si no nos importara la honestidad, la familia, el perro, el trabajo, comer sano o tener un jardín cuidado, sencillamente no nos perturbaríamos cuando alguien mintiera, cuando se muriera nuestra abuela, cuando el perro vomitara o cuando nos pegáramos un atracón de carne y nos emborracháramos. Hay mucha gente que no se perturba por nada de eso. También existen, por supuesto, las perturbaciones puramente físicas, por ejemplo cuando estás cansado, con resaca o con ganas de ir al baño. Las perturbaciones físicas duran poco, pasan rápido (excepto algunas enfermedades, traumas o dolores crónicos, pero esa es otra historia). Los animales y los niños fluyen el noventa y cinco por ciento de su tiempo y solo se alteran con las cuatro rabietas, lloriqueos y miedos por la noche. También cuando se hacen un corte en la pierna con el canto de la mesa, pero las heridas leves en el cuerpo sanan rápido.
En cambio, a medida que uno se hace adulto, empieza a «mentalizar» lo que le importa y comienza a perturbarse mucho más tiempo porque el curso de la vida no discurre como le gustaría.
La diferencia entre lo que nos gustaría que fuera la realidad (valores) y la realidad en sí (lo que es, es como es) representa el sufrimiento. Una viuda que ha perdido a su marido y no tiene cerca a su único hijo llora porque le gustaría tenerlo cerca. Un joven que quería hacer deporte esta mañana y se ha quedado en la cama tiene remordimiento y se perturba. Nuestros valores nos importan y nos perturbamos cuando no los podemos expresar, cuando la realidad no se manifiesta como nos gustaría.
Ahora bien, no solo nos importan los valores. También les damos de comer a nuestros saboteadores: al perfeccionista, al controlador, al que evita el conflicto, al obsesionado con el dinero, al que piensa que no vale para nada, al que mendiga cariño, al que necesita conseguir triunfos para sentirse valorado... y así, a tantos como creencias irracionales tengamos en nuestra mente y las consideremos importantes.
La diferencia entre lo que nos gustaría que fuera la realidad (valores) y la realidad en sí (lo que es, es como es) representa el sufrimiento.
Los saboteadores también son valores en el sentido de que son creencias que valoramos. Son importantes para nosotros, aunque no lo queramos admitir. Ante ellos, por tanto, seamos vulnerables para poderlos descubrir.
El problema de los saboteadores es que son creencias irracionales y limitantes; a diferencia de los valores, más que darnos satisfacción, nos amargan la vida. Lo pasamos mal con ellos. «Tengo que controlarlo todo», «Los demás siempre hacen las cosas mejor», «Necesito poder para ser reconocido», «Solo me valoran por mi físico».
¿Te das cuenta de la diferencia entre los valores y los saboteadores? ¿Te das cuenta de que detrás de los saboteadores hay una creencia o mentira limitante? Cualquier creencia irracional es un saboteador en potencia. Cuando eras pequeño, tus padres y maestros fueron tus «Reyes Magos». En Navidad te trajeron algunos regalos preciosos (valores), pero también te brindaron algunas zapatillas llenas de carbón (saboteadores).
Por tanto, cuando nos sentimos perturbados, deberíamos preguntarnos: ¿por qué estoy así?, ¿qué hay detrás de la cortina?, ¿por qué me siento mal? Si indagamos a fondo encontraremos un valor o un saboteador. Haz la prueba.
Es necesario un cruel ejercicio de honestidad para reconocer que, a veces, nos importa ser envidiosos, nos importa mandar, o nos es imprescindible ser protagonistas e imponer nuestro criterio. Aceptemos la verdad. Tenemos que asumir nuestro lado oculto, nuestros valores en la sombra. Esos también forman parte de nosotros. No los escondamos en el desván, por favor, si lo hacemos, van a salir por las cañerías del retrete.
Escuchemos también las emociones que hay dentro de cada perturbación. Especialmente tres de las emociones básicas: tristeza, rabia y miedo. La tristeza es recomendable vivirla sin quedarse enganchado; a menudo, incluso te conecta con la gente. La rabia no suele ser tan positiva, más bien nos ancla en el pasado, en las recriminaciones y los remordimientos, aunque bien canalizada puede ser una importante fuente de energía. El miedo nos lleva, en cambio, hacia el futuro, a estar permanentemente preocupados, a estar paralizados porque pensamos que pasará algo negativo.
A medida que afines el radar, te será mucho más fácil detectar si esa onda de perturbación lleva consigo tristeza, rabia, miedo u otro tipo de emoción. ¿Te has parado a pensar qué onda llevas encima en este momento? ¿Qué emoción desprendes? ¿Qué valor o saboteador estás honrando? ¿Sabes por qué eso es importante para ti?
Hay días en que todo fluye, nuestro cerebro vibra de manera continua en ondas Alfa (8-13 Hz), vivimos casi como los niños y los animales. Los místicos dirían que estamos conectados al Ser y el fluir del universo. O al camino del Tao, para los taoístas. Seguimos el wu wei, nos convertimos en agua y en «Be water, my friend». Otros días, en cambio, nos perturbamos desde el minuto uno de la mañana y podemos llegar a tener diversas ondas de perturbación a lo largo del día. Un tema con tu madre, un proyecto inacabado, un remordimiento por no llamar a tu hermano, un dolor de cabeza, un miedo a perder tu trabajo, un conflicto con un amigo íntimo, una planta muerta en tu casa... y, así, es un no parar.
Decía Krishnamurti que meditar es observarse todo el día, ver las ondas que nos invaden, comprender las emociones que asoman detrás, aprender a discernir de dónde provienen, qué es aquello que estás defendiendo, entender a qué te estás aferrando. ¿Es un valor o un saboteador? Esta mañana estuve un ratito con la tristeza (me sentía solo porque llovía y mi pareja no estaba en casa), después de desayunar me visitó la rabia (en una reunión no me dejaron hablar), más tarde me llamó a la puerta la ansiedad y el miedo (no me daba tiempo de llegar al supermercado a comprar la comida de mi hija). ¿Te ves capaz de detectar los valores, los saboteadores y las emociones que llevan consigo, en cada uno de tus días? Ese es uno de los grandes ejercicios en el camino del autoconocimiento.
Volvamos al principio. Todo esto que parece tan sencillo se vuelve más complejo cuando intentamos tomar decisiones relevantes en nuestras vidas. ¿Os imagináis a mi amiga intentado poner en la balanza todos sus valores y saboteadores, y entender cada una de sus emociones, antes de hablar con su marido? ¿Os la imagináis ponderando la importancia de cada valor y cada saboteador? A la honestidad le doy un 20%; a conservar la familia, un 15%; a la libertad, un 10%; al miedo al futuro, un 25%; a mi necesidad de controlar, un 10%; a mi instinto sexual, un 20%.
Lo peor es que, además, los valores y saboteadores se mezclan entre sí. Por ejemplo, si el consejo a mi amiga hubiera sido: «Ante todo, protege a tu familia, con el tiempo olvidarás lo que pasó y todo volverá a ser como antes». La familia es un valor, pero ¿y si detrás se esconde el saboteador del miedo al cambio? Por otra parte, la versión opuesta «Ahora que ya has sido infiel, no digas nada y sigue disfrutando de tu sexualidad, tienes derecho» defiende la libertad como un gran valor, pero ¿y si detrás se esconde el saboteador del miedo a afrontar el conflicto?».
¡Madre mía, qué complejo! Mejor compramos alguna de las fórmulas mágicas en el supermercado de la autoayuda, ¿verdad?
Las decisiones importantes se corresponden siempre con situaciones complejas. Cambiar de trabajo, tener un hijo, dejar a una pareja o lanzar un nuevo proyecto, por poner algunos ejemplos. En esas situaciones es muy difícil vislumbrar el camino a tomar. Muchos gurús y amigos del alma te dirán: «Sigue tu voz interior», «Escucha el sonido del universo», «Conecta con lo que sientes» y otros consejos de este tipo. La realidad, sin embargo, es que en estos casos no hay una única voz sino muchas al mismo tiempo. Está tu ética, tu proyecto de vida, tus instintos, tu intimidad, tu sentido de la existencia, tu propósito, tus apegos, tus comodidades y tus posibilidades. Todo junto y revuelto. Y todo compitiendo por salir a la luz en tu consciencia.
Lo siento, los humanos somos seres complejos. Aunque la autoayuda pretenda mostrar lo contrario, somos personas cuya existencia tiene millones de sutilezas. Por eso mismo triunfaron los existencialistas a mediados del siglo xx, porque se dieron cuenta de que no podemos comprender a las personas mediante cuatro fórmulas, una matriz y siete esferas. Puede que no nos guste, pero cada existencia es única y extremadamente embrollada. En el año 1972, Hal y Sidra Stone, un matrimonio americano de psicólogos clínicos, crearon la metodología del Diálogo de Voces (Voice Dialogue) para lidiar con nuestros conflictos internos. Según ellos, nuestro auto lo llevan muchos conductores: tenemos numerosas subpersonalidades o voces en nuestro interior que responden a diversas motivaciones. A algunas voces las hemos hecho protagonistas y a otras, en cambio, las hemos reprimido. Estas últimas están escondidas, pugnan por manifestarse y, si uno no les da salida, acaban ejerciendo una presión que puede incluso hacernos enfermar.
De este modo, en nuestra psique conviven el niño vulnerable, el controlador, el complaciente, el señor ético, el padre responsable, el libertario, el instintivo, etc. Cada persona tiene sus propias voces y lo bonito de la metodología del Voice Dialogue es que consigue que acabes hablando por boca de cada uno de tus personajes interiores. Según Hal y Sidra, siempre hay un personaje principal, el Yo consciente, que, trabajado adecuadamente, acaba haciendo de director de orquesta y sabe dar juego de manera equilibrada a todas las voces, incluso a las que has reprimido durante tanto tiempo.
Os presento a mi segundo amigo. Su problema se puede resumir en dos palabras: está harto. No se siente realizado. Quiere volver a conectar con su esencia. Está atrapado porque necesita dinero. Tiene una hija y un hogar que debe mantener. En su trabajo tiene mucha presión, pero manda y le hacen caso. A veces se siente bien. Siente que ha demostrado que vale y los demás le reconocen. Pero no soporta el estrés. Hay días en que acaba agotado y se hincha a galletas. La empresa va bien, en parte gracias a él y lo sabe. Pensaba que no valía y ahora se da cuenta de que sí. Pero odia su trabajo. No lo soporta más. A menudo le salen irritaciones en la piel y siente asfixia. ¿Qué va a hacer si lo deja? No tiene mucha formación. El mercado no está boyante. Lo primero es mantener a su familia. Siempre había sentido que no servía para nada y ahora siente que sus trabajadores le valoran. Pero es el peor trabajo de su vida. Él necesita algo tranquilo, es muy sensible. Durante una época fue feliz, ahora ya no.
¿Qué consejo le vas a dar a mi segundo amigo? ¿Se te ocurre alguna fórmula sencillita?