Una aproximación a
Jiddu Krishnamurti

A unque se han descrito con todo detalle los primeros años de la vida de Krishnamurti, estos aparecen llenos de mitos, magia y misterio.

Hasta los quince años, nada en la vida del muchacho hacía pensar que sería famoso, ni tampoco su comportamiento en los veinte años siguientes.

Hasta que tuvo treinta y cinco años, nada hacía suponer que sería un gran maestro religioso. Y sin embargo, este era el hombre acerca del cual los grandes escépticos del mundo, y también los grandes oradores, llegarían a hablar en términos hiperbólicos.

George Bernard Shaw denominó a Krishnamurti: «Una figura religiosa de la más alta distinción», y añadió: «Es el ser humano más maravilloso que haya visto nunca».

Henry Miller escribió: «No hay hombre que pudiera tener el mayor privilegio de conocer».

Aldous Huxley, después de asistir a una de las conferencias de Krishnamurti, confesó en una carta: «Fue lo más impresionante que haya escuchado nunca. Fue como haber escuchado un discurso del propio Buda, con tanta fuerza, tanta autoridad en sí mismo».

Jalil Gibran escribió: «Cuando entró en mi habitación pensé: “Sin lugar a dudas, el Señor del Amor acaba de hacer su aparición”».

La historia comienza muchos años antes de que naciera. La Sociedad Teosófica fue fundada en 1875, en Nueva York, por Elena Petrovna Blavatsky. Era una mujer de origen ruso, que había basado los principios de la Sociedad en numerosas enseñanzas esotéricas y ocultistas: la Cábala, el Gnosticismo, el Maestro Eckhart, Paracelso, y más tarde en creencias hinduistas, budistas y tibetanas como el karma y la reencarnación.

Dos creencias de esta Sociedad serían de gran importancia para la vida de Krishnamurti. La primera era la creencia de la existencia de Maestros o expertos, seres humanos ya perfeccionados que guían la evolución espiritual del hombre. Algunos de estos Maestros viven en el Himalaya, y pueden entrar en contacto con ellos, en el plano astral, aquellos que poseen poderes ocultos para hacerlo.

La segunda creencia sostiene que el señor Maitreya (el cual, en la jerarquía teosófica, es incluso superior a los Maestros, aunque inferior al Buda) se iba a reencarnar de nuevo en un cuerpo humano, como ya lo había hecho anteriormente en el cuerpo de Jesús y, antes de eso, en el cuerpo de Sri Krishna.

Por lo tanto, la venida del Maestro de la Humanidad era algo muy importante para la teosofía; esto tendría lugar cuando el señor Maitreya encontrara el cuerpo adecuado para ello, el vehículo propio para reencarnarse, el ser que sería preparado y protegido por los Maestros. Nada de esto, por sí mismo, podía resultar sorprendente. Sin embargo, Blavatsky, y más tarde, Annie Besant (sucesora en la presidencia de la Sociedad), establecieron una organización mundial para preparar la venida del Maestro de la Humanidad. Uno de los propósitos de la organización era la de «encontrar» a la persona, en alguna parte del mundo, cuyo ser y cuerpo físico reuniera las características necesarias para que el Señor Maitreya pudiera reencarnarse en el vehículo encontrado. Y lo único que los líderes de la Sociedad tenían para guiarse era la fe en sus propios poderes ocultos.

Madanapalle es una pequeña ciudad en el corazón de la India, a unos 241 kilómetros de Madrás. Hace un siglo, el joven brahmán llamado Jiddu Narianiah se mudó a Madanapalle con su mujer, Jiddu Sanjeevamma (el nombre de la familia, Jiddu, procede de su pueblo de origen). Narianiah tenía en su casa una sala para hacer «puja». «Puja» significa oración o alabanza, y una mujer brahmán ortodoxa no debe entrar en una de estas salas o en un templo para dar a luz. El hacerlo se considera un sacrilegio. Sanjeevamma insistió en dar a luz a su octavo hijo en la sala para hacer «puja». El niño nació media hora después de la medianoche del 11 de mayo de 1895. Se le puso el nombre de Krishnamurti en recuerdo de Krishna, que también fue el octavo hijo según la mitología hindú.

En enero de 1909, Narianiah, que por muchos años había sido teósofo, se jubiló y se trasladó a la Oficina Principal de la Sociedad Teosófica en Adyar, Madrás, con el fin de trabajar como secretario auxiliar. La madre de Krishnamurti había muerto cuatro años antes, y la familia de Narianiah estaba ahora formada por cuatro hijos que aún vivían. Krishnamurti era el segundo de los cuatro; había pasado su infancia siendo un niño soñador y ausente al que no interesaba la escuela ni aprender, sino que se sentía fascinado por la naturaleza y los artilugios mecánicos. Solía observar a las hormigas durante horas, o desmontaba el reloj de su padre para ver cómo funcionaba su mecanismo. Se sentía unido a su madre y a su hermano más joven, Nitya, pero era evidente que a nada más, y mucho menos a las cosas materiales. Se le castigaba a menudo en el colegio, pero eso no parecía afectarle en lo más mínimo. Esta era una cualidad que conservaría toda su vida: ni la alabanza ni la crítica dejaban en él la más mínima huella. De igual modo, nunca se vio influido por las ideas o los pensamientos de otras personas, lo cual le resultó muy útil mientras era educado por los teósofos en Oriente y Occidente. Krishnamurti describió esta característica suya una vez, comparándola a un barco con muchos agujeros: todo lo que se vierte en él, sale enseguida a través de los múltiples agujeros, nada permanece.

Charles Webster Leadbeater era una figura de gran fuerza, y afirmaba que había desarrollado poderes ocultos, incluyendo la habilidad de ver e interpretar el aura alrededor de cada persona y la de comunicarse con los Maestros.

En 1909, Krishnamurti contaba catorce años. Un día estaba jugando y bañándose en la playa de Adyar. Leadbeater vio el aura de Krishnamurti y la encontró maravillosa, sin la más mínima partícula de egoísmo en ella. Se le sugirió a Narianiah que la Sociedad Teosófica podría educar a Krishnamurti y a su hermano más pequeño, Nitya. Y así empezó la educación y preparación para ser Maestro de la Humanidad. El descubrimiento de Krishnamurti puede resultar inexplicable, a menos que confiemos en los poderes ocultos de Leadbeater, ya que difícilmente lo pudo haber elegido por su apariencia externa. Era un niño de aspecto enfermizo, ya que padeció varios ataques de malaria, enjuto, sucio, mal alimentado, con los dientes torcidos, y mostraba una expresión vacua, casi la de un retrasado mental.

Fue instruido y cuidado tanto física como «espiritualmente». En lo físico, mediante comidas nutritivas, largos paseos en bicicleta, natación y tenis; e «instruido» por los Maestros, especialmente por el Maestro Kuthumi, que vivía en un lugar del Tíbet en el cuerpo de su última encarnación, la del Brahmán Kashmiri. Con la ayuda de Leadbeater, Krishnamurti solía visitar al Maestro Kuthumi en el plano astral durante la noche, y por la mañana escribía las enseñanzas recibidas. Posteriormente, en 1910, se publicaron esos escritos, cuando Krishnamurti tenía quince años. El libro se tituló A los pies del Maestro. Como el inglés que dominaba Krishnamurti por entonces era muy pobre, siempre fue materia de discusión si el libro lo escribió él o Leadbeater. No obstante, en el prólogo declaró: «Estas no son mis propias palabras, sino las palabras del Maestro, que me las enseñó».

En 1911, Annie Besant, tras algunos problemas con Narianiah, se convirtió en la tutora legal de los dos hermanos, trasladándolos a Inglaterra. Allí fueron educados entre la alta sociedad inglesa, principalmente por lady Emily Lutyens, hija de un virrey de la India y esposa de sir Charles Lutyens, el arquitecto de Nueva Delhi. Hicieron todo lo que solían hacer los muchachos de su edad y condición social: tenían profesores particulares, vestían impecablemente, se comportaban correctamente, hablaban inglés y francés a la perfección, iban al teatro, jugaban al golf y pasaban los veranos en el continente.

Krishnamurti suspendía sistemáticamente todos los exámenes a los que se le presentaba. Había sido rechazado su ingreso en Oxford, y tampoco pudo completar sus estudios en la Universidad de Londres ni en la Sorbona.

A Krishnamurti se le recordaba constantemente que tenía un gran futuro, con grandes responsabilidades, porque se convertiría en el Maestro de la Humanidad, y miles de personas en muchos países estaban dando dinero y dedicando sus vidas a construir una organización para él y sus enseñanzas, y muchas más estaban esperando con impaciencia el día en que apareciera delante de ellos a exponer sus enseñanzas. Esta organización se llamó La Orden de la Estrella de Oriente, y contaba con miles de seguidores y colaboradores en todo el mundo. Su misión era la de preparar el camino para la llegada del Instructor de la Humanidad. El barón Von Pallandt le regaló el castillo de Eerde, en Ommen, Holanda, junto con cinco mil acres de terreno para que se organizaran campamentos anuales a donde acudirían miles de personas de todo el mundo para escucharle. Algo evidente en la vida de Krishnamurti es que nada de todo esto parece haber producido ningún efecto interior en él. Exteriormente era, y siguió siéndolo a lo largo de su vida, una persona tímida, considerada y amable. La señora Besant, Leadbeater y los teósofos, protegieron a Krishnamurti a conciencia. Nadie podía tocarle, ni siquiera a su raqueta de tenis. Siempre que era posible, tenía dos compañeros, e incluso los compartimentos contiguos al que viajaba, cuando iba en tren, los ocupaban sus protectores.

Krishnamurti dependía mucho de su hermano Nitya, un muchacho despierto y adorable. Lo compartían todo, eran tan íntimos como si fueran gemelos. Su misión era la de proteger y cuidar a Krishnamurti. Nitya nunca había gozado de buena salud y contrajo tuberculosis. Se le sugirió que el clima de Ojai, un valle interior a la altura de Santa Bárbara, en California, sería ideal para Nitya. Los dos hermanos fueron a Ojai y se instalaron en un lugar llamado «Pine Cottage». Fue en ese lugar donde en agosto de 1922 comenzó un extraño «proceso», la primera evidencia externa de que algo inexplicable y misterioso estaba ocurriéndole a Krishnamurti. Durante tres días, desde el 17 al 20 de agosto, Krishnamurti sufrió unos dolores atroces por todo el cuerpo. Estuvo inconsciente la mayor parte del tiempo, gritaba, no podía soportar que lo tocaran, se quejaba de que lo que le rodeaba estaba sucio, y sufría dolores de cabeza y en el cuello, se desmayaba, no comía, los escalofríos le recorrían el cuerpo y, sin embargo, se mantenía extrañamente quieto, hasta que, finalmente, el tercer día se sentó bajo un pimentero joven y entró en un trance profundo. La descripción de esta experiencia por parte de Krishnamurti termina con estas palabras: «Estoy embriagado de Dios».

Ni Annie Besant ni Leadbeater pudieron hallar una explicación lógica y completa de este proceso que Krishnamurti experimentaría, con alguna variación, en diferentes momentos de su vida durante años. Una de las explicaciones dada fue que el cerebro pudiera habitar en el vehículo elegido. Otra de ellas era que la energía Kundalini estuviera ascendiendo por el cuerpo de Krishnamurti; esta energía, y su despertar desde la base de la columna vertebral hacia arriba atravesando el cuello hasta los centros cerebrales para producir finalmente la apertura del tercer ojo, ha sido descrita desde hace milenios por los sabios hindúes. Las descripciones de este proceso presentan una extraordinaria similitud con las experiencias de Krishnamurti. Lo cierto es que algo de vital importancia y completamente inexplicable le aconteció a Krishnamurti en agosto de 1922, cuando contaba veintisiete años de edad.

Exteriormente su vida no sufrió ningún cambio. Continuó viajando, dando conferencias bajo los auspicios de la Sociedad Teosófica y de la Orden de la Estrella de Oriente. No hubo nada asombroso o diferente en las mismas.

Pero el momento que marcó el cambio decisivo en la vida de Krishnamurti tuvo lugar en noviembre de 1925. Krishnamurti y Nitya se hallaban en Ojai, y hacía tiempo que Nitya no se encontraba bien. Le habían pedido a Krishnamurti que viajara a la India para dar unas conferencias organizadas por la Sociedad Teosofica, pero él no quería dejar a Nitya solo. Sin embargo, los líderes de la Sociedad le aseguraron que los Maestros protegerían a Nitya. No le permitirían que muriera. No sin ciertos reparos, Krishnamurti marchó hacia la India. Cuando el barco atravesaba el canal de Suez recibió un telegrama. Nitya acababa de morir. Krishnamurti se quedó tremendamente sorprendido y aturdido por la noticia. De acuerdo con testigos y personas cercanas a él, Krishnamurti lloró sin descanso durante varios días. Sin embargo, siguió con su pena, sin intentar evadirse de ella, o explicarla, y cuando el barco llegó a la India, la crisis había pasado. De ahora en adelante Krishnamurti nunca dependería de nada ni de nadie, y este tema se convirtió en algo muy importante en sus enseñanzas.

Desde 1926 a 1929 Krishnamurti continuó sus viajes a lo largo y ancho de la India, Europa y América. Sin embargo, estaba claro que se había producido un cambio, el cual se hacía patente en las declaraciones expresadas en varias reuniones públicas. Se había vuelto más pensativo, más serio y reflexivo, menos dispuesto a que le dijeran lo que tenía que hacer.

En agosto de 1929, en el campamento de Ommen, Holanda, en presencia de la señora Besant y ante una concurrencia de 3 000 personas, Krishnamurti disolvió la Orden de la Estrella. Entre otras cosas, dijo que la Verdad era una tierra sin caminos, y que ninguna organización debería fundarse para guiar y reprimir a la gente haciéndola seguir un determinado sendero, porque la Verdad, al ser ilimitada y absoluta, no podía ser estructurada y no se podía llegar a ella a través de ninguna religión, secta u organización del tipo que fuere. Dijo también que no quería pertenecer a ninguna orden de tipo espiritual, porque una organización tal se convertiría en una muleta, una flaqueza, una atadura que mutilaría al individuo. Añadió que no quería tener ningún tipo de adeptos o discípulos, porque en el momento en que seguimos a alguien dejamos de buscar la Verdad. Dijo también que nadie posee la llave de la Verdad; esta llave es nuestro propio yo, y en la purificación e incorruptibilidad de ese yo en soledad… Finalmente, agregó que llevaba más de dos años pensando acerca de esta situación, con calma, cuidadosa y pacientemente; que nadie le había persuadido para actuar así: «A mí no se me persuade en tales temas», y que su decisión era definitiva.

Aquello fue una tremenda sorpresa para todos. Krishnamurti abandonó la Sociedad Teosófica, así como todas las organizaciones, órdenes y fundaciones de las que había sido miembro hasta ese momento. Dejó todo aquello que le había sido ofrecido hasta entonces, posesiones, dinero y el castillo de Eerde. Contaba entonces treinta y cuatro años de edad.

Krishnamurti no había sentido nunca el menor deseo de dinero, poder o de una vida confortable. Cuando la gente le indicó que el suyo había sido un magnífico acto de renuncia y le preguntaron qué iba a hacer a partir de entonces, Krishnamurti contestó que su única preocupación era la de liberar al hombre, liberarle de todas sus ataduras, de todos sus miedos; no iba a fundar una nueva religión, ni tampoco nuevas teorías o filosofías. En lugar de eso, viajaría por el mundo hablando y reuniéndose con la gente, porque «si hubiera tan solo cinco personas que me escucharan, que vivieran, que tuvieran sus miradas puestas en la eternidad, eso sería suficiente».

A partir de ese momento no dejó de viajar por todo el mundo. Iba a cualquier lugar donde se le invitara. Habló a miles de personas en conferencias públicas, fue entrevistado para la radio, la prensa y la televisión. Creó cuatro fundaciones, en América, Inglaterra y Puerto Rico; varias escuelas para niños; por todo el mundo se crearon centros de información; y finalmente impulsó la creación de un Centro de Estudios para Adultos. El 17 de febrero de 1986 murió de cáncer, a la edad de 90 años, en Ojai, California.

CENTRO DE INFORMACIÓN
KRISHNAMURTI