PROLOGO

I

En el período de tiempo que va desde 1746 hasta 1758 se publican en Francia los libros que van a ser origen y confirmación de un clima ideológico y político ya irreversible en el combate que enfrentaba a la burguesía con la monarquía feudal. Historia Natural, de Buffon; Pensamientos filosóficos, de Diderot; Discurso sobre las ciencias y las artes y Discurso sobre la desigualdad, de Rousseau; Sobre el espíritu, de Helvetius; Reflexiones sobre el origen de los animales, de La Mettrie; Cartas filosóficas y El siglo de Luis XIV, de Voltaire, además de las sucesivas ediciones de la Enciclopedia y los opúsculos y panfletos que surgían por todas partes, son libros que dejan consolidado el entramado ideológico de la Ilustración y apuntan a un radicalismo revolucionario que encontraría su fecha en 1789.

Cuando Voltaire, en 1758, comienza a escribir Cándido o el optimismo está ya inmerso en este doble movimiento. Por una lado era reconocido como principal impulsor de lo que se estaba incendiando; por otro, Voltaire se alejaba rápidamente de una agitación filosófica y social que iba mucho más allá del liberalismo ilustrado.

Si al final de su vida Voltaire se había convertido en la voz de la «conciencia pública» que luchaba contra el fanatismo religioso, los abusos del poder judicial y la iniquidad política, también manifestaba nuestro autor su profundo distanciamiento de los nuevos aires filosóficos que corrían: materialistas y ateos radicales le causaban tantas náuseas como terror.

Voltaire nace en París el 21 de noviembre de 1694, hijo de Francisco Arouet, notario y tesorero del Tribunal de Cuentas del Reino, y de María Margarita Daumast, mujer rica y aficionada a la vida social e intelectual de la época. En 1701 muere la madre de Voltaire, y tres años más tarde ingresa en el colegio Louis-le-Grand, de París, regentado por los jesuítas y por el que pasan las élites francesas de la época.

En 1711, Voltaire comienza a estudiar Derecho. Destinado a un puesto de lujo —«avocat d'etat»— que su padre le había comprado, el joven interrumpió sus estudios y dijo no. Cambiaba un ocio por otro: de la mano de su tío, padrino y conocido libertino en la época, abate de Châteauneuf, Voltaire se movía ya con soltura en tertulias literarias y sociedades secretas. Con quince años, era miembro del Temple y de la familia secreta de los Libertinos. En una única decisión conciliaba dos efectos: halagar su propio deseo y tantear la ira de su padre.

En 1713 lee con éxito en Sceaux su obra teatral Edipo, y durante unas vacaciones en Caen, Voltaire escandaliza públicamente por su libertinaje en el salón de Mme. d'Osseville. De puero regnante, sátira en verso escrita con cierta frivolidad por Voltaire contra el Regente en 1717, le lleva a la Bastilla durante un año. Nuestro autor ni se inmuta: venía de los escándalos libertinos y caminaba hacia su futuro como millonario e ideólogo radical. Negó repetidas veces ser autor de la sátira, como hará a lo largo de su vida con todo aquel escrito que le cree problemas. Era ya la hipocresía del que se siente fuerte.

Voltaire es apaleado en 1726 por los criados del noble y mariscal de campo Rohan-Chabot, que dirigía la escena: «No le peguéis en la cabeza que podría salir algo bueno»; Voltaire ve por primera y única vez en su vida doblegado su orgullo. Contrata matones a sueldo y él mismo toma lecciones de esgrima, cuidándose bien de divulgar lo más posible sus preparativos. Fijada ya la fecha del duelo, interviene el Regente y Voltaire es embarcado en Calais camino de un destierro en Londres que duraría tres años. Fue una herida que nunca cicatrizó, y Voltaire comprendió que su honor no se restituiría con la dialéctica de su esgrima, sino con otra más técnica y oscura: los plebeyos contra los nobles en el contexto de lo que ya se estaba incendiando. Poco después lo diría Sade de forma más clara: «el Brumario y la guillotina».

Regresa a París en 1729 y poco después termina la Historia de Carlos XII y las Cartas filosóficas. Voltaire había comenzado la escritura de las Cartas filosóficas durante su exilio en Inglaterra, donde conoció personalmente al rey Jorge I y a la reina, a quien dedicó su obra teatral Henriade. Impresionado por el modo de vida inglés, su floreciente actividad comercial e industrial y el ambiente cultural y científico libre y abierto a las ideas nuevas, el filósofo escribe en 1729 unas iniciales Cartas sobre los ingleses, tomando como ejemplo lejano las Cartas persas de Montesquieu y cercano a las Memorias de Gramont sobre Inglaterra. El texto definitivo aparece en abril de 1734 con el título de Cartas filosóficas por M. de V., en Amsterdam, casa E. Lucas, en el libro de Oro. En realidad fueron editadas por Jorre en Rouen y tuvieron un éxito fulminante y escandaloso. El editor fue encarcelado, el Parlamento otorgó a la policía una orden de detención contra Voltaire y el libro fue quemado en acto público como condena de su contenido «propio a inspirar el libertinaje más peligroso para la religión y el orden de la sociedad civil». Voltaire replicó: «Verdaderamente, puesto que se grita tanto contra esas condenadas cartas, ¡me arrepiento de no haber dicho en ellas mucho más todavía!» A pesar de todo, el libro circuló rápidamente en sucesivas ediciones clandestinas hasta su inclusión en las Obras completas. En 1736, Voltaire comienza su correspondencia con Federico, príncipe heredero de Prusia. Este mismo año viaja a Holanda y escribe una obra considerada menor, pero que hoy tiene un notable interés, Discurso en verso sobre el hombre. Cuatro años después corrige y hace sugerencias sobre el manuscrito Anti-Maquiavelo, de Federico II, sobre quien Voltaire ejercerá una considerable influencia hasta su violenta ruptura.

Para dirigir el estreno de su obra La princesa de Navarra se instala en Versalles en 1745. La obra se representaría en la ceremonia nupcial del Delfín. Es elegido miembro de la Academia de Francia y nombrado historiador real. Dos años antes había sido elegido miembro de la Royal Society de Londres. Voltaire está ya plenamente instalado en su éxito. «Con larga cabellera que desciende hasta sus hombros en largos bucles, su rostro es enjuto, la tez muy blanca, los ojos oscuros de mirar penetrante, frente alta, amplia, nariz larga, ligeramente puntiaguda y boca fina, grande, algo sumisa, de labios que se contraen ligeramente en un rictus entre burlón y amargo.» Al retrato pintado por Largilliére en 1730 habría que añadir, cuando Voltaire cuenta cuarenta y seis años, tuberculosis, insomnio y viruela, cierto desaliño en el vestir, y los dos alimentos que le acompañaron durante toda su vida: café, que tomaba constantemente, y opio, en dosis más razonables.

Llamado por Federico II, que le nombra Chambelán, Voltaire se instala en Berlín en 1750. Divide su tiempo entre el Rey y las últimas correcciones de lo que será su obra magna, El siglo de Luis XIV, que se publicará un año después. En esta obra, Voltaire rompe con el relato histórico que se venía haciendo hasta entonces —más relato y menos historia— y, por primera vez en la historiografía occidental, acierta a preguntarse sobre el porqué y consecuencias de los acontecimientos sociales. «Bueno es que haya archivos de todo, para poder consultarlos en caso necesario; yo consulto ahora todos los grandes libros, como los diccionarios. Pero después de haber leído tres o cuatro mil descripciones de batallas, y el contenido de varios centenares de tratados, me parece que, en el fondo, no estoy más instruido que antes. En todo eso no aprendo sino acontecimientos. No conozco mejor a franceses y sarracenos por la batalla de Carlos Martel... ¿Era España más rica antes de la conquista del Nuevo Mundo? ¿Estaba más poblada en tiempos de Carlos V que de Felipe IV? ¿Por qué Amsterdam tenía apenas veinte mil almas hace doscientos años?» Los hechos históricos no se recortan para ser narrados, sino para ser explicados, y ello, apuntó Voltaire, no es posible sin la mediación de las ideologías.

En 1755, acosado en Francia y expulsado de Prusia, después de diferentes altercados con Federico II, Voltaire duda dónde asentarse. Compra dos fincas colindantes en la frontera franco-suiza, y por primera vez se siente seguro en sus tierras: «Yendo así de una madriguera a otra me salvo de los reyes y los ejércitos.» Repuebla de colonos sus tierras, construye poblados y escuelas y funda con rigor ilustrado e imaginación bursátil una explotación agrícola, a la vez que asienta una floreciente industria relojera. Voltaire era otra vez feliz. Volvieron los invitados, las recepciones y su gran pasión, el teatro. Éste era el género literario preferido por Voltaire, que reconocía en él la escritura de la fama —como literatura dominante en la época— y la fantasmagoría de la representación. Se hizo construir en su propia casa un teatro a la italiana donde representaba junto con sus invitados sus propias obras. Afloraba entonces lo mejor de su máscara: frivolo, apasionado, hipócrita y bufón. La Razón tenía en Voltaire su defensor y su arlequín.

Los últimos veinte años de su vida los pasa Voltaire rodeado de elogios. A los dos períodos de prisión y los dos forzados exilios, además de la aceptación general de sus obras, va a añadir la acción directa contra el poder eclesiástico y los abusos judiciales. Con falsas pruebas, las autoridades religiosas de Toulouse obtienen en 1761 la condena a muerte en la hoguera de Jean Calas, miembro de la colonia protestante de la ciudad. El asunto causa escándalo, y Voltaire, convencido de la monstruosidad que los jesuítas de Toulouse habían cometido, acoge en su casa a los dos hijos de Calas. Decidido a provocar la revisión del juicio, se pone en contacto con los círculos ilustrados de Inglaterra, Suiza y Alemania, e imprime miles de hojas sueltas destinadas al público explicando el proceso judicial irregular. Convence a la amante de Luis XV, Mme. de Pompadour, y obtiene un documento oficial que ordena la revisión del proceso. Con mayor escándalo aún, Calas es rehabilitado en su tumba y salen a relucir los métodos de investigación y de presión que las autoridades eclesiásticas habían utilizado para forzar a un inocente: potro, suplicio del agua, exposición encadenado ante la catedral, fractura de todos los miembros, horca y hoguera en público.

En 1765 vuelve a participar en otro asunto semejante: rehabilitar a Sirvent, que había sido condenado por el asesinato de su hija. Voltaire consiguió que la fianza para la reapertura del proceso fuera pagada por los reyes de Prusia, Polonia, Dinamarca y Catalina de Rusia, demostrándose, al final, que la hija de Sirvent se había suicidado después de enloquecer como resultado de las torturas a que había sido sometida en un convento de Toulouse.

Atrayéndose definitivamente el odio de la Iglesia francesa, Voltaire vuelve a intervenir con su pluma y dinero, en 1766, a favor del caballero de La Barre —quemado en la hoguera junto a su ejemplar de las Cartas filosóficas de nuestro autor— en 1767, en la rehabilitación de Lally-Tollendal, y en 1773 en el caso de los esposos Montbailli. Ferney es lugar de cita de ilustrados —Olavide viaja desde España y Casanova aparece en público por primera vez después de su fuga de Los Plomos de Venecia—, y Voltaire aparece ya a los ojos de los europeos como el «intelectual» por antonomasia, inaugurando así la fascinación que los escritores de la modernidad van a sentir por la política: Emile Zola, Bertrand Russell, Jean Paul Sartre u Octavio Paz, más allá de su obra, a veces en contradicción con ella, se convierten casi en auténticos «ombudsmann».

En 1767 publica el cuento El ingenuo, en 1768 El hombre de cuarenta escudos, y en agosto de 1770 un opúsculo que quiere refutar el Sistema de la Naturaleza, de d'Holbach. Voltaire repite incansable a sus allegados la profunda aversión que siente por la filosofía materialista de Diderot y d'Holbach. En 1775 escribe el cuento Historia de Jenni, auténtico manifiesto contra el ateísmo; en 1777 se realiza la edición de sus Obras completas, y el 10 de febrero de 1778 vuelve a París en un ambiente de júbilo personal y triunfo intelectual. A la multitud que le recibe y acompaña en su trayecto, Voltaire, anciano y enfermo, sólo es capaz de responder con una semisonrisa.

El 11 de febrero recibe más de trescientas visitas, es nombrado director de la Academia, y la Comedia Francesa le tributa un caluroso homenaje. Dos meses más tarde, presentado por Condorcet y Franklin, ingresa como miembro de la Logia Masónica de París. El 30 de mayo de 1778 muere y las autoridades eclesiásticas le niegan sepultura.

Sus conocimientos: ciencias experimentales, economía y filosofía. Su fobia: la beatería que toda religión lleva dentro. Lo mejor de su obra: quince mil cartas de escritura libre, sin nada que demostrar y todo para comentar.

II

En el contexto anterior se puede ya advertir que Voltaire era un autor de fuerte tirón didáctico y de pocas ganas narrativas. Cada una de sus páginas se inscribe inmediatamente en la lucha ideológica de la época y se alimenta directamente de ella. Es coherente, así, que en el campo literario Voltaire se aplicara al teatro. No sólo era el género literario de moda en la época, y sabemos cómo Voltaire era sensible al éxito, sino que su dedicación al teatro viene también explicada por un específico literario: el teatro para Voltaire es lo contrario de la novela; lo público contra lo privado, las ideas frente a la imaginación. La palabra literaria que gustaba en su época, también al propio Voltaire, es la que procede de los actores, se despliega en un escenario y llega al auditorio —la representación estratificada de toda la sociedad— . A pesar de ello, de las docenas de obras teatrales que Voltaire estrenó con éxito, hoy no llega a nuestra sensibilidad ninguna. Por el contrario, Cándido o el optimismo nos llega pleno en su sentido y construcción.

Cuando Voltaire comenzó a escribir esta novela, su vida atraviesa uno de sus peores momentos. Acaba de descubrir la traición amorosa de Mme. du Chátelet, su compañera en los últimos diecisiete años; pierde el favor real obligándose a huir de Versalles; su amistad con Federico II finaliza con la detención y posterior expulsión de Prusia, y sus ensayos filosóficos son públicamente atacados por Rousseau. Voltaire renuncia a recomponer la línea de su pensamiento, seguirá fiel en el resto de su obra a los filósofos del optimismo —Pope, Wolff y Leibniz—, limitándose a añadir cierta desconfianza y pesimismo. La realidad de la época —la Guerra de los Treinta Años, el terremoto de Lisboa, que incorporará como marco espacial del Cándido— le fuerza a admitir que el Bien, el Optimismo y la Providencia no subsu-men totalmente la fuerza de lo irracional, del Mal; al contrario, crean una zona de sombra demasiado intensa. Ésta es la situación en que se desarrolla la acción del relato y la razón por la cual responde Voltaire con una novela a la crítica filosófica: acoge la ruina y lo absurdo con el sentimiento, no con la razón.

Voltaire toma el cuento filosófico que Prévost, Rousseau y Diderot estaban haciendo en la época y lo gira en otra dirección. Apoyándose en la novela de itinerario, y en el relato en primera persona de la picaresca española, va a hacer que Cándido realice un viaje filosófico. Se trata de un relato de iniciación desde la ignorancia a la felicidad, en el cual se aprende a través de los desastres.

La obra se articula en torno al destino, las fuerzas de la maldad de los hombres, que hacen viajar al protagonista, y su visión del mundo aún sin formar. Cándido, optimista e inexperto, se enfrenta poco a poco con una vida que le va endureciendo por la vía del absurdo y el pesimismo. Para que Cándido adquiera un sentido común que le sirva para afrontar su vida es necesario un trayecto simbólico: será preciso que Cándido sea expulsado del castillo en que vive, sea apresado por el rey de los búlgaros, naufrague en la rada de Lisboa, sea castigado por escéptico en auto de fe público, asesine al Gran Inquisidor, reencuentre a su amada Cunegunda en Lisboa y huyendo la pierda en Buenos Aires, dé muerte por azar al hermano de Cunegunda en Paraguay, se haga rico en Eldorado, encuentre a Martín, «filósofo pesimista», en Surinam, vuelva con Martín a Europa, localice a Pangloss, su antiguo «maestro optimista», como remero en una galera turca y, finalmente, reencuentre a Cunegunda en Constantinopla.

Con una técnica realista que refuerza el verosímil del relato, Voltaire hace que Cándido vaya descubriendo al lector sus sentimientos e ilusiones en la acción. No es en el pensamiento o en la reflexión filosófica donde Cándido forma su vida, sino en la acción: en la actuación instintiva ante el peligro, en el placer del amor o en el sufrimiento ante la desgracia. Sufrimiento y placer que resumen la elección moral final de Cándido: la vida solamente tiene sentido a costa de no tenerlo.

Cándido, a pesar de todo, es capaz de la pasión y el entusiasmo. En una obra donde se suceden mil y una desgracias, el joven protagonista sólo llora tres veces. Cuando le separan de su amor: «Echado Cándido del paraíso terrestre, anduvo mucho tiempo sin saber adonde dirigirse, llorando, alzando los ojos al cielo»; en el desastre de Lisboa y, finalmente, cuando pasa delante del esclavo negro en Surinam que tenía cortadas la pierna izquierda y la mano derecha y que preguntado por Cándido contesta con un alegato contra la esclavitud: «No se nos da más ropa que un par de calzones de lona cada seis meses; si trabajamos en los trapiches, y la muela nos aplasta un dedo, nos cortan la mano; si nos queremos escapar, nos cortan una pierna; en ambos casos me he visto yo; y todo esto se hace para que ustedes coman azúcar en Europa.»

Así, la iniciación de Cándido en la vida se hace por una doble vía. El amar a Cunegunda le lleva a la desgracia. Ésta, por azar absurdo, le lleva de nuevo a Cunegunda. Si la prosa de Voltaire se mantiene sorprendentemente fresca, con un estilo elaboradamente sencillo, otro tanto se puede decir de la estructura del relato. Voltaire divide la obra en treinta capítulos que funcionan por la rápida sucesión de las acciones y no por la acumulación de lo narrado. Se ahorran las notaciones ambientales y de atmósfera, no se produce acumulación psicológica en los personajes, excepto en Cándido, a través de quien se sigue la novela. Esta planitud del texto, que hoy nos resulta distante y fría, viene contrapuesta por la simbolia de los viajes. Voltaire hace que Cándido, en su peregrinación, se desplace siempre hacia el Oeste, hacia Eldorado, y que, adquirida su madurez, cuando Cándido interpreta ya el mundo y se hace rico, cambie el rumbo y se desplace siempre hacia el Este, hasta Constantinopla, ciudad bisagra de Oriente y Occidente, donde recibirá de un sabio turco el último consejo que Cándido necesitaba. Esta misma estructura la repetirá Voltaire en la diseminación de las discusiones filosóficas entre los protagonistas, discusiones que hacen el papel de «héroe negativo». A lo largo de todo el relato sólo tres veces Cándido reflexiona sobre el sentido de la vida y la proporción de felicidad y tristeza que conlleva. Voltaire distribuye las discusiones de forma geométrica en el capítulo X, cuando Cándido va hacia el Oeste, en el capítulo XX, cuando va hacia el Este, y en el capítulo XXX, que cierra el relato.

Como contrapunto del vitalismo de Cándido, Voltaire introduce en el libro un segundo personaje, el filósofo Pangloss, que sufrirá el mismo devenir de Cándido y será, bajo forma de parodia, la voz —Leibniz y la metafísica del optimismo— ilustrada del texto: «Todo va bien en el mejor de los mundos posibles..., los males particulares forman parte del bien general.» Ante la desgracia, Pangloss permanecerá ciego de fe en la Providencia y el Bien. La realidad para Pangloss no tiene peso específico propio, será siempre coda y ejemplo de su pensamiento alienado. Ambos personajes reflejan la contradicción en que se movía Voltaire, las dos caras de una misma moneda: la barbarie. El vitalismo de Cándido es consecuencia de un mundo azotado por la ignorancia y Pangloss está perdido por lo irracional de su superstición filosófica.

Voltaire fustiga a la Iglesia pero cree en Dios; tiene fe en la razón pero desconfía del materialismo que conlleva, que sólo admite a nivel de sentimiento. Hasta su muerte, Voltaire seguirá fiel a la filosofía del optimismo. Cándido no es sino otra vertiente literaria, brillante e irónica, de la filosofía de Voltaire.

Francisco ALONSO

CRONOLOGÍA

1694. Nace Voltaire.

1709. Oda a Santa Genoveva.

1715. El cenagal y Anti-Giton, poemas satíricos.

1718. Edipo, tragedia.

1720. Artemisa, tragedia.

1723. La Liga, poema épico.

1725. El indiscreto, comedia.

1727. Ensayo sobre la poesía épica y Ensayo sobre las guerras civiles.

1728. La Henriada, poema épico.

1730. Bruto, tragedia.

1731. Historia de Carlos XII.

1732. Zaire, tragedia.

1733. El templo del gusto.

1734. Cartas filosóficas.

1735. La muerte de César.

1738. Elementos de la filosofía de Newton.

1741. Mahoma, tragedia.

1745. La princesa de Navarra, tragedia, y La batalla de Fontenow, poema épico.

1747. Zadig, cuento.

1748. Semiramis, tragedia.

1750. Orestes y Roma salvada, tragedias.

1751. El siglo de Luis XIV, ensayo.

1752. Micromegas, cuento.

1755. La doncella, poema cómico.

1756. Poema sobre el desastre de Lisboa, Ensayo sobre las costumbres.

1759. Cándido. Relación de la enfermedad deI jesuíta Berthier. Historia de Pedro el Grande.

1761. Cartas sobre «La nueva Eloísa».

1762. El sermón de los cincuenta.

1763. Tratado sobre la tolerancia.

1764. Diccionario filosófico portátil.

1765. Preguntas sobre los milagros y La educación de los jóvenes.

1766. Relación de la muerte del caballero de La Barre.

1767. El ingenuo y Las preguntas de Zapata.

1768. La princesa de Babilonia.

1769. Epístola a Horacio y Cartas a Amabed.

1771. Preguntas sobre la Enciclopedia.

1775. Historia de Jenni y Elogio histórico de la razón.

1776. La Biblia por fin explicada.

1778. Irene, tragedia. Muere Voltaire.