Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid (2002-2012), fue la madrina providencial que acogió a Abascal en sus peores momentos. «La querencia a lo vasco de esta política con hechuras de lideresa nacional no solo se nota en su apellido de lehendakari sino en que durante años dio asilo político a no pocos militantes del PP vasco que, después de dar la cara frente al nacionalismo, fuimos dejados de lado por los nuevos señores del partido»,1escribe agradecido Abascal en su libro No me rindo, haciendo alusión a José Antonio Aguirre, primer lendakari del Gobierno Vasco, con quien la lideresa madrileña comparte apellido.
La generosidad de Aguirre, a costa del erario autonómico, se tradujo para Abascal en dos espléndidos nombramientos: en febrero de 2010 lo hizo director de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad de Madrid y, tras la supresión de este organismo en abril de 2013, fue designado director gerente de la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social por Ignacio González (heredero de Aguirre en la Presidencia regional). Quizá por casualidad, el sueldo asignado a ambos cargos era el mismo: 82.491 euros anuales brutos y 11.363 euros de productividad, más de lo que cobraba entonces el presidente del Gobierno.2Él mismo ha reconocido que esta es la etapa de su vida de la que se siente «menos orgulloso».
El 5 de noviembre de 2013, tras llevar más de medio año en su segundo puesto, comparece ante la Comisión de Asuntos Sociales de la Asamblea de Madrid para defender los pobres resultados de su gestión: una beca de 9.000 euros en una agencia de noticias y una donación de 1.000 euros. Como colofón de su intervención, acaba interrogándose «sobre el futuro, la eficacia, la viabilidad y la existencia de organismos» como el que dirige.3«Yo mismo lo vi por dentro y propuse su cierre», le diría en 2018 a la periodista Leyre Iglesias.4
Lo cierto es que cuando acudió a la comisión parlamentaria ya sabía que su suerte estaba echada. Una semana antes, el 29 de octubre, el Gobierno madrileño había aprobado el proyecto de presupuestos de la comunidad para el ejercicio 2014 y no incluía la partida anual de 183.000 euros destinada a la fundación que dirigía Abascal. Tampoco estaba previsto prorrogar la cesión del piso que le servía de oficina. Cerrado el grifo del dinero público, el patronato rector del organismo acordó por unanimidad su disolución.5
Pocas semanas después, el 22 de noviembre, el exdiputado vasco daría un sonado portazo al partido en el que había militado durante casi dos décadas devolviendo el carné que le entregó su padre (el número 1.999), junto con una carta dirigida al presidente del PP, Mariano Rajoy, que el mismo Abascal hizo pública, en la que le acusaba de haber «secuestrado» a la formación y de «traicionar sus ideas y principios».6Ese mismo día puso a disposición de Ignacio González su cargo de director de la fundación pero, como la decisión de disolverla ya se había tomado, siguió en el puesto hasta completar la liquidación de la entidad. Esta se acordó el 17 de diciembre de 2013, el mismo día en el que un nuevo partido denominado Vox quedaba inscrito en el registro del Ministerio del Interior.
En estos años, Abascal ha ofrecido dos versiones contradictorias sobre su salida de la fundación. Por una parte, asegura haberla cerrado por voluntad propia, porque era «un chiringuito» inútil financiado con recursos públicos (como los que tanto criticaría luego Vox). Por otra, presume de que fue su decisión de dejar el PP, por discrepancias políticas con Rajoy, la que le hizo perder su empleo. «Cuando me fui del PP, cobraba un sueldo de 5.100 euros netos al mes. Y renuncié a él. Y me fui al paro.»7
No estuvo mucho tiempo en el paro. Nombrado secretario general de Vox en la asamblea fundacional del 8 de marzo de 2014, comenzó de inmediato a cobrar una retribución mensual de 3.500 euros netos. Que una formación política que acaba de nacer y apenas cuenta con afiliados tuviera ya cargos a sueldo resulta insólito, pero el primer presidente del partido, Alejo Vidal-Quadras, lo justifica alegando que «Abascal pasaba por una mala racha». Acababa de ser padre por tercera vez y debía pagar pensión a los dos hijos de su primer matrimonio.
La dirección de la Agencia de Protección de Datos y de la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social solo ocuparon, en realidad, parte del tiempo de Abascal durante aquellos años. A lo que dedicó sus mayores desvelos fue a la presidencia de Defensa de la Nación Española (DENAES). Esta fundación privada, creada en 2006, tenía como fines primordiales, según sus estatutos, «el cultivo del patriotismo y la afirmación de España como nación».
Entre 2008 y 2014, la Comunidad de Madrid la subvencionó con 389.483 euros, mediante adjudicaciones a dedo y sin concurso público, a pesar de que su sede estaba en un polígono industrial de Cantabria.8Como las incubadoras de start-ups, DENAES fue el laboratorio donde se gestó Vox y se ensayaron sus métodos, desde la artillería jurídica —DENAES se querelló contra el actor Pepe Rubianes por sus palabras escatológicas contra España en TV3 y denunció ante el juez la pitada al himno nacional por parte de las aficiones del Fútbol Club Barcelona y del Athletic de Bilbao en la final de la Copa del Rey de 2009— hasta las concentraciones en la plaza de Colón, a veces con asistencia de cargos públicos del PP (la más multitudinaria fue la que tuvo lugar el 7 de octubre de 2017, una semana después del referéndum del 1-O, en la que decenas de miles de personas pidieron la suspensión de la autonomía catalana). Otras iniciativas reflejaban cierta confusión entre la patria y el patrimonio de algunas empresas, como la concentración convocada en junio de 2012 ante la embajada argentina en Madrid para protestar por la expropiación a la petrolera Repsol de su filial YPF llevada a cabo por el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. DENAES sirvió para diseñar y probar sobre el terreno estrategias y rituales, de forma que incluso la costumbre de cerrar los mítines de Vox con el himno nacional la estableció la fundación.
Pero, a diferencia del partido, esta nació con vocación transversal: se dirigía a cuantos, a derecha o izquierda, compartieran una concepción del nacionalismo español que, en palabras de Abascal, rehuía la «palabrería patriotera» y pretendía entroncar con la tradición liberal de la Constitución de 1812. Su presidente se desmarcaba entonces de «la derecha ultra, que se apropia de España como si de una chocolatina de supermercado se tratara, que expide y retira certificados de españolidad y se lo pone en bandeja a quienes dicen que la patria es el último refugio de los canallas»9(una frase del escritor inglés Samuel Johnson que Abascal no citaría demasiado en el futuro).
La creación de DENAES fue idea del empresario montañés Ricardo Garrudo (de ahí su domicilio en Cantabria) y lo primero que hicieron este y Abascal, antes de ponerla en marcha, fue pedir su bendición al expresidente José María Aznar, quien la otorgó sin mucho entusiasmo. La fundación atrajo a figuras varias, como el filósofo Gustavo Bueno —su hijo fue secretario de DENAES y coautor de un libro con Abascal—,10el profesor y presidente de Convivencia Cívica Catalana Francisco Caja, el sociólogo Amando de Miguel o el historiador Fernando García de Cortázar, además de políticos como Gabriel Cisneros o Alejo Vidal-Quadras. A su escuela de verano fueron invitados socialistas de la vieja guardia como Joaquín Leguina o Nicolás Redondo Terreros.
La generosidad de Aguirre no se limitó a proporcionar empleo a Abascal y regar con dinero público a DENAES; incluso le cedió la Real Casa de Correos (sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, en plena Puerta del Sol) como escenario para la gala de entrega de los galardones anuales de la fundación. Entre los premiados estuvo el programa en el que se curtirían televisivamente los futuros líderes de Vox: El gato al agua de Intereconomía.
La ruptura definitiva de Abascal con el PP se consumó en diciembre de 2013, pero el distanciamiento ya se inicia en 2008. Tras la derrota en las elecciones del 9 de marzo de aquel año —la segunda ante el socialista José Luis Rodríguez Zapatero—, Mariano Rajoy, inicialmente inclinado a tirar la toalla, decide seguir al frente del partido y convoca un congreso para el mes de junio en Valencia. A la todavía presidenta de los populares vascos, María San Gil, se le encarga la ponencia política, junto a la catalana Alicia Sánchez-Camacho y el canario José Manuel Soria. Sin embargo, tras imponer la dirección del PP una línea de acercamiento a los nacionalistas, San Gil renuncia a firmar la ponencia y dimite como presidenta del PP vasco al sentirse desautorizada por Rajoy. En septiembre, apenas un par de meses después, abandona su escaño y se retira de la política, dejando a Abascal huérfano de todo apoyo político en su tierra.
En el congreso de Valencia, Vidal-Quadras, Abascal y otros cuatro cargos del PP presentan una enmienda alternativa a la ponencia política oficial que la dirección dice aceptar en un 80 %; salvo, claro está, el punto principal: la negativa a pactar con CiU y el PNV. Cuando los críticos se dan cuenta, ya pasada la votación, aseguran que han sido burlados y acusan a su interlocutor, el exministro de Defensa Federico Trillo, de trilerismo político.
Todos estos movimientos entre bambalinas son meros fuegos de artificio, ya que no hay alternativa a Rajoy debido a la incomparecencia de su única rival posible: Esperanza Aguirre. «Muchos han criticado, y algunos siguen haciéndolo, que no me presentara frente a Mariano», se excusaba años después la lideresa madrileña. «Es verdad que representamos dos maneras diferentes de cuál debe ser la política del PP. [...] Por eso, a algunos les parece que deberíamos haber confrontado nuestras concepciones en aquel congreso de Valencia. Yo no quise presentar mi candidatura porque, fundamentalmente, no me lo pidió el cuerpo. Además, porque muchos, a los que yo apreciaba, me lo desaconsejaron para no dividir al partido. Y porque mi intuición me dijo que no tenía nada que hacer porque, con el sistema de avales vigente, no llegaría ni siquiera a candidata, pues yo sabía que a casi todos los compromisarios los “invitaban amablemente” a avalar la candidatura oficial.»11Es decir, Aguirre habría dado un paso al frente si Rajoy se hubiera retirado y le hubiese dejado el campo libre para competir, de igual a igual, con otro rival, como el por aquel entonces alcalde de Madrid Alberto Ruiz-Gallardón, pero no estaba dispuesta a enfrentarse a una derrota segura frente al aparato. A estas alturas, puede parecer política-ficción pero, «si Aguirre se hubiera presentado en Valencia y hubiese ganado, seguramente nunca habría nacido Vox», reflexiona Vidal-Quadras.12