El texto crítico de La Araucana se basa en la edición completa impresa por Pedro Madrigal en 1590 bajo la supervisión de don Alonso de Ercilla, con el cotejo de todas las demás ediciones preparadas y revisadas por el autor, las de Pierres Cosin en 1569; Domingo de Portonariis en 1574; Pierres Cosin en 1578, tanto en 4º como en 8º; la viuda de Alonso Gómez en 1585; y, muy especialmente, Pedro Madrigal en 1589.
Los signos ° y ▫ remiten respectivamente a las notas complementarias y a las entradas del aparato crítico.
Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de cámara del rey nuestro señor y de los que residen en el su Consejo,1 doy fe que, habiéndose visto por los señores de él un libro intitulado La Araucana, compuesto por don Alonso de Ercilla y Zúñiga, caballero de la orden de Santiago, tasaron la primera, segunda y tercera parte en papel en siete reales y dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del dicho libro y no se pueda vender sin ella.2 Y para que de ello conste, di la presente, que es fecha en Madrid, a once días del mes de enero de mil y quinientos y noventa años.
Juan Gallo de Andrada
Por cuanto por parte de vos, don Alonso de Ercilla y Zúñiga, nos fue fecha relación que vos habíades compuesto la tercera parte de La Araucana y juntádola con la primera y segunda, en que se acaban de escribir las guerras de la provincia de Chili hasta vuestro tiempo, y por ser obra provechosa para la noticia de aquella tierra,3 suplicándonos os mandásemos dar licencia para imprimir las dichas tres partes de las cuales hicistes presentación,4 y privilegio por veinte años o por el tiempo que fuésemos servido o como la nuestra merced fuese; lo cual, visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hicieron las diligencias que la premática por nos fecha sobre la impresión de los libros dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra célula en la dicha razón, e nos tuvímoslo por bien. Por la cual, por os hacer bien y merced, os damos licencia y facultad para que vos o la persona que vuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis hacer imprimir y vender el dicho libro que de suso se hace mención en todos estos nuestros reinos de Castilla, por tiempo y espacio de diez años, que corran y se cuenten desde el día de la data de esta nuestra cédula, so pena que la persona o personas que sin tener vuestro poder lo imprimiere o vendiere o hiciere imprimir o vender, pierda la impresión que hiciere con los moldes y aparejos de ella, y más incurra en pena de cincuenta mil maravedís cada vez que lo contrario hiciere; la cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare y la otra tercia parte para nuestra cámara y fisco, con tanto que todas las veces que hobiéredes de hacer imprimir el dicho libro, durante el dicho tiempo de los dichos diez años, le traigáis al nuestro Consejo juntamente con el original que en él fue visto, que va rubricado cada plana y firmado al fin de él de Juan Gallo de Andrada, nuestro escribano de cámara,5 de los que residen en el nuestro Consejo, para que se vea si la dicha impresión está conforme a él o traigáis fe en pública forma de como, por corretor nombrado por nuestro mandado,6 se vio y corrigió la dicha impresión por el dicho original y se imprimió conforme a él, y quedan impresas las erratas por él apuntadas para cada un libro de los que ansí fueren impresos, para que se os tase el precio que por cada volumen hobiéredes de haber, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en las leyes y premáticas de nuestros reinos. Y mandamos a los del nuestro Consejo y a otras cualesquier justicias que guarden y cumplan y ejecuten esta nuestra cédula y lo en ella contenido. Fecha en San Lorenzo, a trece días del mes de mayo de mil y quinientos y ochenta y nueve años.
Yo, el Rey
Por mandado del rey, nuestro señor,
Juan Vázquez7
Nos, don Felipe, por la gracia de Dios, rey de Castilla, de Aragón, de León, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Hungría, de Dalmacia, de Croacia, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algecira, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, de las Indias Orientales y Ocidentales, Islas y Tierra Firme del mar Océano, archiduque de Austria, duque de Borgoña, de Brabante, de Milán, de Atenas y Neopatria, conde de Abspurg,9 de Flandes, de Tirol, de Barcelona, de Rosellón y Cerdaña, marqués de Oristán y conde de Gociano,10 por cuanto por parte de vos, don Alonso de Ercilla y Zúñiga, caballero de la orden de Santiago, gentilhombre de la cámara del emperador, mi sobrino,11 se nos ha hecho relación que con vuestro trabajo e ingenio habéis compuesto un libro intitulado Tercera parte de La Araucana y que lo deseáis hacer imprimir en los nuestros reinos de la corona de Aragón, suplicándonos os mandásemos dar licencia para ello con la prohibición acostumbrada y por el tiempo que fuéremos servido; e nos, teniendo consideración a vuestros grandes servicios, valor y partes, habiendo sido reconocido el dicho libro por nuestro mandado, con tenor de las presentes, de nuestra cierta ciencia y real autoridad, deliberadamente y consulta, damos licencia, permiso y facultad a vos, el dicho don Alonso de Ercilla y Zúñiga, y a la persona que vuestro poder tuviere, que podáis imprimir o hacer imprimir al impresor o impresores que quisiéredes el dicho libro intitulado Tercera parte de La Araucana, con las otras dos partes o sin ellas, en todos los dichos nuestros reinos y señoríos de la corona de Aragón, y vender en ellos así los que hubiéredes impreso o hecho imprimir en los dichos reinos como fuera de ellos en otras cualesquier partes, y esto por tiempo de diez años; prohibiendo, según que con las presentes prohibimos y vedamos, que ninguna otra persona los pueda imprimir, ni hacer imprimir ni vender, ni llevarlos impresos de otras partes a vender a los dichos nuestros reinos y señoríos, sino vos o quien vuestro poder tuviere, por el dicho tiempo de diez años, del día de la data de las presentes contaderos, so pena de docientos florines de oro de Aragón12 y perdimiento de moldes y libros, divididiera en tres iguales partes: una a nuestros reales cofres, otra para vos, el dicho don Alonso, y la tercera para el acusador. Con esto, empero que los libros que hubiéredes impreso y hiciéredes imprimir no los podáis vender hasta que hayáis traído en este nuestro Sacro Supremo Real Consejo, que cabe nos reside,13 uno de ellos, para que se compruebe con el original que queda en poder del noble don Miguel Clemente, nuestro protonotario,14 y se vea si la dicha impresión está conforme con el original que ha sido mostrado y aprobado; mandando con el mismo tenor de las presentes a cualesquiera lugartenientes y capitanes generales, regente la cancellería,15 regente el oficio y portant veces de nuestro general gobernador,16 justicia de Aragón y sus lugartenientes,17 bailes generales,18 zalmedinas,19 vegueres, sotvegueres,20 justicias, jurados,21 alguaciles, vergueros, porteros22 y otros cualesquier oficiales y ministros nuestros, mayores y menores, en los dichos reinos y señoríos de la corona de Aragón constituidos y constituideros23 y a sus lugartenientes o regentes, los dichos oficios, so encurrimiento de nuestra ira e indignación24 y pena de mil florines de Aragón, de bienes del que lo contrario hiciere, exigideros y a nuestros reales cofres aplicaderos, que la presente nuestra licencia y prohibición y todo lo en ella contenido os tengan, guarden y cumplan tener, guardar y cumplir hagan sin contradición alguna, y no permitan ni den lugar que sea hecho lo contrario en manera alguna, si, demás de nuestra ira e indignación, en la pena sobredicha desean no incurrir. En testimonio de lo cual mandamos despachar las presentes con nuestro sello real común en el dorso selladas. Data en el monesterio de San Lorenzo el Real, a veintitrés días del mes de setiembre, año del nacimiento de Nuestro Señor de mil y quinientos y ochenta y nueve.
Yo, el Rey
Vidit Frigola vicechancellarius. Vidit Comes generalis thesaurarius. Vidit Quintana regens. Vidit Campis regens. Vidit Marzilla regens. Vidit Pellicer regens. Vidit Clemens pro conservatore generali.25
Dominus Rex mandavit mihi don Michaeli Clementi, visa per Frigola vicechancellarium, comitem generalem thesaurarium, Campi, Marzilla, Quintana et Pellicer regentes chancellariam, et me pro conservatore generali.26
Eu, el rei, faço saber a os que este albará virem,27 que eu ei por bem e me praz que pessoa alguã naõ possa em meus reinos e senhorios de Portugal imprimir nem vender a primeira, segunda e terceira parte da Araucana, que dom Alonso de Ercilla e Çuñiga tem composto, e em que acaba de escreber as guerras da Provincia de Chili ate o seu tempo, nem as possa trazer de fora impressas, senao elle dito dom Alonso ou quem sua comissão tiver; e isto por tempo de dez annos soomente, que se começaraõ da feitura deste em diante: sob pena de qualquer pessoa que imprimir ou fizer imprimir as ditas tres partes da Araucana, ou trouxer de fora impressas ou vender sem consentimento do dito dom Alonso, perder todos os volumes que dos ditos livros tiver e que forem achados, e mais pagar sincoenta mil reis:28 a metade pera a minha câmara e a outra metade pera quem acusar. E mando a todas as justiças e oficiaes a que este albará for mostrado, e o conhecimento de le pertenecer, que o cumprão e guardem e façaõ inteiramente comprir como se nele contem; posto que naõ seja passado pela chancelaria e o efeito dele aja de durar mais de hum anno, sem embargo das ordenazões do segundo libro, titulo vinte, que o contrairo dispõem. E este albará se imprimira no começo dos ditos volumes ou no cabo. Antonio Moniz da Fonsequa o fez em Madrid, aos 30 de novembro de 1589.29
Rey
Si pensara que el trabajo que he puesto en la obra me había de quitar tan poco el miedo de publicarla, sé cierto de mí que no tuviera ánimo para llevarla al cabo; pero, considerando ser la historia verdadera y de cosas de guerra, a las cuales hay tantos aficionados, me he resuelto en imprimirla, ayudando a ello las importunaciones de muchos testigos que en lo más de ello se hallaron y el agravio que algunos españoles recibirían quedando sus hazañas en perpetuo silencio, faltando quien las escriba; no por ser ellas pequeñas, pero porque la tierra es tan remota y apartada y la postrera que los españoles han pisado por la parte del Pirú que no se puede tener de ella casi noticia,30 y por el mal aparejo y poco tiempo que para escribir hay con la ocupación de la guerra, que no da lugar a ello. Y, así, el que pude hurtar le gasté en este libro,31 el cual, porque fuese más cierto y verdadero, se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios,32 escribiendo muchas veces en cuero, por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños que apenas cabían seis versos, que no me costó después poco trabajo juntarlos. Y por esto y por la humildad con que va la obra, como criada en tan pobres pañales, acompañándola el celo y la intención con que se hizo, espero que será parte para poder sufrir quien la leyere las faltas que lleva.
Y si a alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más extendidamente de lo que para bárbaros se requiere, si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio de ella, veremos que muchos no les han hecho ventaja y que son pocos los que con tan gran constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos como son los españoles. Y, cierto, es cosa de admiración que, no poseyendo los araucanos más de veinte leguas de término, sin tener en todo él pueblo formado ni muro, ni casa fuerte para su reparo,33 ni armas, a lo menos defensivas, que la prolija guerra y españoles las han gastado y consumido, y en tierra no áspera, rodeada de tres pueblos españoles y dos plazas fuertes en medio de ella, con puro valor y porfiada determinación hayan redimido y sustentado su libertad,34 derramando en sacrificio de ella tanta sangre, así suya como de españoles, que con verdad se puede decir haber pocos lugares que no estén de ella teñidos y poblados de huesos, no faltando a los muertos quien les suceda en llevar su opinión adelante; pues los hijos, ganosos de la venganza de sus muertos padres,35 con la natural rabia que los mueve y el valor que de ellos heredaron, acelerando el curso de los años, antes de tiempo tomando las armas, se ofrecen al rigor de la guerra. Y es tanta la falta de gente por la mucha que ha muerto en esta demanda,36 que, para hacer más cuerpo y henchir los escuadrones, vienen también las mujeres a la guerra, y, peleando algunas veces como varones, se entregan con grande ánimo a la muerte. Todo esto he querido traer para prueba y en abono del valor de estas gentes, digno de mayor loor del que yo le podré dar con mis versos. Y pues, como dije arriba, hay agora en España cantidad de personas que se hallaron en muchas cosas de las que aquí escribo, a ellos remito la defensa de mi obra en esta parte, y a los que la leyeren se la encomiendo.
SONETO A DON ALONSO DE ERCILLA
Parten corriendo con ligero paso
Marón de Mantua y de Esmirna Homero,37
cada cual procurando ser primero
en la difícil cumbre del Parnaso.38
Van de la Italia Ariosto, el culto Tasso39
y, del pueblo famoso del Ibero,40
Boscán, Mendoza, célebre y sincero,
y el ilustre y divino Garcilaso.41
Vais después de ellos, generoso Ercilla,
y, aunque en tiempo primero que vos fueron,
pasáis delante a todos fácilmente.
Apolo en veros tal se maravilla,
y, antes que a todos los que allá subieron,
con lauro os ciñe la sagrada frente.
SONETO DE FRAY ALONSO DE CARVAJAL, DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS, EN MODO DE DIÁLOGO42
–¿Quién sube por la escala de discretos?43
–Don Alonso es, de Ercilla, el animoso.
–Decidme: ¿dónde va tan presuroso?
–A dar subido lustre a sus concetos.
–¿Es este el que no alcanzan los perfetos?
–Él es, que al más facundo hace medroso.44
–¿Qué causa es la que lleva este famoso?
–Mostrarnos el valor de sus decretos.
–Pues ¿nadie lo entendiera en este caso?
–Ninguno, ni vendrá ya quien lo entienda.
–Estraño debe ser su estilo y arte.
–Es tal que ya se estiende hasta el ocaso.
–Luego, ¿daranle el lauro sin contienda?45
–Sí, que es Virgilio en verso, en armas Marte.
SONETO DEL DOCTOR JERÓNIMO DE PORRAS, CATEDRÁTICO EN LA UNIVERSIDAD DE ALCALÁ, A DON ALONSO DE ERCILLA46
Claro señor, que ilustras y celebras
la gloria de las armas españolas
del Indo mar a las hesperias olas,47
del Escítico a las líbicas culebras,48
y a muerte robas las vitales hebras
que siega como flacas amapolas,49
haces que Mantua no se alabe a solas,
y al invidioso la esperanza quiebras.
No solamente aplican sus oídos
al dulce son de tu glorioso cuento
Neptuno, Doris, Melicerta y Glauco,50
mas aun reciben gusto los vencidos
de oír loar con tan suave acento
los vencedores del famoso Arauco.
SONETO DEL MARQUÉS DE PEÑAFIEL A DON ALONSO DE ERCILLA51
Gloria lleváis del bárbaro trofeo
con pluma honrando al que vencéis con lanza,
y lo que en tiempo y muerte no se alcanza
alcanza en vida el inmortal deseo.
Voláis de Arauco hasta el mar Egeo,52
y con ínclito triunfo y alabanza,
libre de alteración y de mudanza,
de lejos veis las aguas del Leteo.53
Tanto, Ercilla, valéis vivo y presente
que de Zoílo el infernal veneno
jamás prevaricó la gloria vuestra.54
Dais gloria a Arauco y vais de gente en gente55
con lauro ufano y de alabanzas lleno,
que el premio es vuestro y la ventura nuestra.
SONETO DE LA SEÑORA DOÑA LEONOR DE ICIZ, SEÑORA DE LA BARONÍA DE RÁFALES, A DON ALONSO DE ERCILLA56
Mil bronces para estatuas ya forjados,
mil lauros de tus obras premio honroso
te ofrece España, Ercilla generoso,
por tu pluma y tu lanza tan ganados.
Hónrese tu valor entre soldados,
invidie tu nobleza el valeroso
y busque en ti el poeta más famoso
lima para sus versos más limados.
Derrame por el mundo tus loores
la fama y eternice tu memoria,
porque jamás el tiempo la consuma.
Gocen ya, sin temor de que hay mayores,
tus hechos y tus libros de igual gloria,
pues la han ganado igual la espada y pluma.
SONETO DE LA SEÑORA DOÑA ISABEL DE CASTRO Y ANDRADE A DON ALONSO DE ERCILLA57
Araucana nação mais venturosa,
mais que quantas og’ha de gloria dina,
pois, na prosperidade e na ruina,
sempre envejada estais, nunca envejosa.
Se enresta o illustre Afonso a temerosa
lanza, se arranca a espada que fulmina,
creyo que julgareis que determina
s’o conquistar a terra belicosa.
Faraa, mas nao temais essa mão forte
que se vos tira a liberdade e a vida:
ella vos pagará be largamente;
qu’atroco dúa breve e honrada morte,
con seu divino estilo, esclarecida
deixará vossa fama eternamente.58
Con armas doradas y con la roja señal del glorioso patrón de España, veréis este generoso retrato de don Alonso de Ercilla y Zúñiga, que, con la barba crespa y cabello levantado y constantes ojos,60 da muestra de caballero de animosa determinación y ajeno de todo temor. El que veis ahora con armas de infante, poco ha que le vistes revolviendo a una y otra parte el feroz caballo,61 con la espada desnuda, en los apartados valles del no domado estado de Arauco, a quien no le pusieron espanto los escuadrones de bravos caciques, señores de innumerables vasallos, ni los incultos y ligeros puelches,62 usados a las armas en el rigor del invierno, ni los indómitos y robustos araucanos, que con tanta constancia defienden sus términos, y, con más que humanas fuerzas y armas de gigantes, sacudieron el yugo, jamás probado de sus cervices, y derramaron tanta sangre de españoles, volviendo aquel suelo idólatra y bárbaro sepulcro religioso de cristianos. No le impidieron su deseo de gloria los peligrosos asaltos y escaramuzas del fuerte de Penco,63 ni las crueles muertes de españoles, ni la fama de los mapochotes, constantes en defender sus leyes,64 ni los dispuestos promaucaes, diestros en arrojar la flecha;65 antes, encendido en generosa braveza, deseoso de servir a Dios y ensanchar las tierras de su rey, siempre se halló en las ocasiones peligrosas, sin tener hora de reposo, como se lee en muchos lugares de su historia.
Y en la sangrienta batalla de Millarapue,66 donde los araucanos con tanto valor y diciplina militar se mostraron en aquella áspera breña, donde se habían hecho fuertes gran número de ellos, allí mostró don Alonso su valor y esfuerzo, provocado y llamado por su nombre de los suyos, para que diese fin a aquella señalada empresa. Y, a mucho peligro y riesgo de su vida, se abalanzó en aquella espesura y maleza, y hubo una sangrienta refriega, como se puede creer de los que se ven apretados del peligro, que con tan porfiado coraje vendieron los araucanos sus vidas que tuvieron por mejor partido morir allí todos peleando que rendir las armas a los nuestros. Y en las montañas de Purén,67 donde, cerrados los pasos por los enemigos, asaltaron a nuestra gente, y la industria de don Alonso, juntamente con su esfuerzo, pudo librar a los que con él se hallaron de la furia y tempestad de los bravos enemigos, que con todo género de armas arrojadizas, a semejanza de espesos torbellinos, los herían allí. En aquella desorden reconoció el arte militar,68 donde ni las heridas que recibió, ni el temor de la presente muerte, ni el desconcierto de los nuestros en la espesura y aspereza de aquellas hondas quebradas,69 le pudo ser de impedimento para que, con sosegado pecho, dejase de usar de su prudencia y consejo, que de tanta importancia fue entonces. Pues él y once caballeros que recogió, subiendo por la áspera cuchilla de la montaña,70 ganaron la difícil cumbre,71 donde, dejando los caballos ya inútiles por el gran cansacio y aspereza del sitio, a pie dieron a los enemigos por las espaldas tal rociada72 que el súbito temor que con este estratagema concibieron les sacó la vitoria de las manos, haciéndolos retirar con pérdida de la presa que habían ganado.
Ningún hombre habría que pudiese tolerar los inmensos trabajos a que obliga la guerra –las vigilias, centinelas, hambre, sed y el excesivo frío y los ardientes calores sin reparo,73 el peso de las armas–, si, por una parte, la inclinación con que el hombre nace para seguir este ejercicio y, por otra, el deseo de gloria no le hiciese ligera esta carga. Y no es de menos importancia el tratar las armas desde los tiernos años, porque del hábito y costumbre de manejarlas nace la tolerancia y fortaleza del alma; y ninguna parte de estas faltó a don Alonso, como vemos en el discurso de su vida, pues, siempre con ellas a cuestas y ejercitándolas, tomó tan dudosa carrera que, cuando otra cosa no fuera, sino darnos noticia de tantas provincias, ya merecen gran premio sus jornadas, dignas de perpetua recordación.
Y una de las cosas en que se ve la grandeza del ánimo del hombre y la parte inmortal a donde aspira es no hallarse contento ni satisfecho en un lugar,74 procurando hartar su deseo, inclinado a diversidad de cosas, rodeando el mundo y tentando diferentes lugares para hurtar el cuerpo a los fastidios de la vida, como refiere con elocuencia Guillelmo Rondelecio que suele acontecer a los peces,75 que algunos hay que, siendo nacidos en los ríos, en ellos perpetuamente viven y, alegres con sus asientos y moradas, allí se mantienen de sus naturales pastos, sin buscar estancias ajenas; y otros que, siendo nacidos en el mar y en los estaños marinos,76 enfadados de sus propios alimentos, mudan sus lugares y se deslizan a recrearse por las ondas dulces de los ríos, donde, atraídos con la copia del mantenimiento77 y con la suavidad de las aguas regalados, y con la tranquilidad de las ondas entretenidos, como encantados en la frescura y amenidad de sus vivares o apartamientos,78 pasan lo que les resta de la vida olvidados de todo punto de su primero domicilio.
En las historias antiguas habemos leído de muchos que, deseando ver con los ojos lo que con lección de libros habían peregrinado,79 corrieron muchas provincias y mares, como hizo Pitágoras, que vio los adevinos de Menfis;80 Platón, a todo Egipto y aquella costa de Italia que antiguamente se llamaba la Grande Grecia,81 que no le costó poco trabajo, pues, floreciendo su nombre en las academias de Atenas, tuvo por bien –como dice san Jerónimo– antes andar desconocido y aprender vergonzosamente ajenas dotrinas como dicípulo que jatarse de las suyas como maestro.82 Y, como anduviese en seguimiento de las letras, que entonces parecía que iban huyendo de los hombres, esta dificultosa empresa le costó la libertad, y así vino a ser peregrino y captivo. Y muchos varones nobles leemos haber salido de España y Francia por conocer a Tito Livio, fuente de la elocuencia; y valió la fama de este hombre para atraer a aquellos a quien la contemplación y grandeza de Roma no pudo llevar tras de sí. Y en aquella edad hubo grandes milagros nunca oídos y dignos de ser celebrados en la duración de los siglos, que a muchos, hallándose en la triunfante Roma, no les hartaba su deseo, como adelante se verá en don Alonso, y se salían de ella codiciosos de conocer cosas nuevas y peregrinas. Dejo de tratar, entre otros muchos, de Apolonio, que pasó de la otra parte del Cáucaso los escitas, masagetas y los ricos indios,83 y revolvió con muchas distancias a ver los montes de la Luna y mesa del Sol en Etiopía,84 y tantas y tan diversas provincias que, para persuadirnos a que el trabajo de un hombre las pudo andar todas, hay necesidad de que creamos que no le debió de ayudar poco a Apolonio para esto el nombre de mago que vulgarmente todos los escritores le atribuyen.85
Ya tenemos noticia de lo que nuestros españoles navegaron de mediodía al ocidente, del grande y espacioso continente de tierra firme que hallaron, de las muchas islas con oro, piedras y perlas enriquecidas que descubrieron. También se acordarán los nuestros de aquel venturosísimo navío, por nombre Vitoria, el cual circundó todo el mundo, que, por particular favor dado a la ventura de césar Carlos Quinto, lo concedió el cielo al animoso Magallanes y sus compañeros,86 donde se manifestaron a los ojos de aquellos hombres –dignos de que la tierra los honre– muchos lugares y montes poblados de gentes bárbaras, no conocidos por los antiguos, que, aunque se gloríe Alexandre de Macedonia y levante su espíritu al cielo por haber sido el primero que pasó de la otra parte del Oriente en jornadas seguras por tierra, pero no con navíos, como lo refiere Vopelio en su Cosmografía,87 por lo cual, como señor potentísimo que señoreó el mundo, todos levantan y engrandecen su nombre y nunca se cansa Quinto Curcio, Dión y Clitarco y otros de encarecer esta felicidad,88 que, bien considerado, a los que vivimos ahora no nos ha de maravillar lo que a los pasados, teniéndolo por cosa monstruosa, pues vemos a este caballero y a los que iban en su compañía que corrieron por tantas tierras y mares que, si todo lo que anduvo Alexandre se juntase y numerase con lo que don Alonso ha andado, no será la décima parte.
Pues ya sabemos que el divino poeta Homero, como consta por sus obras –que en esto es digno de que se le conceda la gloria, como en lo demás–, no tuvo noticia de estas partes; y, aunque a Ulises y a Néstor les dio epítetos y atributos de prudentísimos, no fue porque hayan sido señalados en los estudios de las letras, sino por haber tratado y conversado con varias naciones y visto muchas repúblicas y costumbres diferentes. Y haber don Alonso navegado más que el famoso Ulises no hay para qué dificultarlo, pues cuanto pudo navegar este griego fue lo que por sus historias parece, desde el arcipiélago y mar Egeo al mar Jonio y todo el Mediterráneo y sus costas, hasta romper por el estrecho de Gibraltar y correr parte del Océano y llegar a la gran ciudad de Lisboa, que la dejó ilustre con su nombre.89 Pero este animoso caballero, habiéndose criado desde su niñez en la casa del rey Felipe, nuestro señor, como él lo dice al principio de su libro, y seguídole en todas sus jornadas –como en la primera que hizo a Flandes lo escribe con manificencia de estilo Cristóbal Calvete de Estrella, cronista de su majestad, en su Viaje, donde refiere el nombre de don Alonso, llamándole de Zúñiga–,90 corrió, no una, pero muchas veces, todas las provincias que contiene nuestra España, Italia, Francia, Inglaterra, Flandes, Alemania, Bohemia, Moravia, Slesia,91 Austria, Hungría, Estiria y Carintia.92
Y, no contentándose con esto ni con tener lugar en la casa de tan alto señor, en cuyo servicio, ayudado de su virtud, linaje e ingenio, como los demás caballeros pudiera acrecentar su casa, encendido en su deseo, sabiendo que el apartado reino del Pirú y provincias de Chili, rebelados contra el servicio de su rey, habían tomado las armas, sin temer los grandes peligros y dificultades de tan largas derrotas y jornadas,93 salió de Londres y, vuelto a España, navegó por el Océano al Poniente; y, tocando de paso en muchas islas, llegó a tierra firme, donde, atravesando las altísimas sierras de Capira, pasó al Océano exterior, llamado mar del Sur,94 y descubrió otro polo y otras estrellas y corrió por todos los reinos del Pirú, pasando la línea equinocial y tórrida zona;95 y, siguiendo siempre sus designios,96 pasó asimismo el trópico de Capricornio97 y costeó los grandes despoblados de Atacama y Copayapó,98 donde el seco y pelado suelo no consiente cosa viva. Y, entrando por los términos de Coquimbo, pasó la Ligua y el famoso, aunque pequeño, valle de Chile, del cual toma nombre toda aquella provincia.99 Y, dejando atrás la fértil llanura de Mapocho,100 llegó a las riberas de los promaucaes y atravesó el arrebatado río Maule y el raudo Itata;101 y, barqueando el caudaloso Biobío,102 el cual hasta el mar conserva siempre su nombre, entró en el indómito estado de Arauco.
Y, después de haber dado fin a la porfiada guerra que él mismo escribe y halládose en siete batallas campales y otras muchas escaramuzas y rencuentros,103 y en la fundación y población de cuatro ciudades, pasó las levantadas montañas de Purén y llegó a Cautén y su espaciosa tierra,104 vadeando el ancho Nivequetén hasta arribar al lago de Valdivia.105 Y, no satisfecho con haber andado tantas y tan extrañas provincias, pasó adelante al descubrimiento y conquista de la última que por el estrecho de Magallanes está descubierta hasta el valle de Chiloé; y, sulcando en piraguas el arcipiélago de Ancud,106 bojó gran número de islas,107 saltando en algunas de ellas; y, atravesando el ancho desaguadero con treinta soldados,108 entró la tierra adentro y llegó a donde ninguno hasta ahora ha llegado. Y, en conclusión, con deseo de descubrir otro mundo, abriendo para ello nuevos caminos, se puso casi debajo del Antártico, pasando para llegar allí innumerables ríos isleos,109 promontorios, volcanes, montañas asperísimas, comunicando y conversando con extrañas y diferentes naciones, así en lenguas como en costumbres, ritos, leyes, naturalezas, figuras y trajes, habiendo dado fin a todas estas jornadas y escrito la primera parte de su Araucana y, vuelto a España, a la corte de su rey, a continuar el servicio de su casa, antes que acabase de cumplir los veinte y nueve años de su edad.
De donde sacaremos con cuánta mayor ventaja debiera celebrar ahora Homero el esfuerzo y prudencia de este caballero, con los demás que le siguieron, si hubiera de tener atención a sus trabajos, navegaciones, jornadas, batallas y peligros, retirándose a lo más apartado y escondido de la tierra, entrando por las escuras tinieblas de lo incógnito y peligroso para traernos a los presentes y dejar a los por venir claridad de lo que vieron y descubrieron.110 Y, porque con mayor relación de verdad y admiración nos quedase esta peregrinación y jornadas dignas de memoria, quiso nuestra buena suerte fuese tal su ingenio que, ayudado de las fuerzas de él y de sus estudios, con no cansado trabajo y con generoso cuidado, guiado por su natural inclinación, abriese camino para escribir tan dificultosa empresa, aspirando sus designios a lo sumo de la gloria; pues, andando envuelto entre las mismas armas, escribió esta historia en verso heroico, a cuya pureza de lengua castellana, facilidad, igualdad y dulzura en el decir se le debe tanta gloria por famoso poeta como por famoso soldado, donde parece no haber tenido hora de descanso, pues, cuando se aflojaba la cuerda al reposo, se ocupaba en escribir las jornadas del día pasado, como lo dice en el canto veintitrés:
Estando así una noche retirado, escribiendo el suceso de aquel día.111
Virtud digna de eterno loor del que llega a ser tan venturoso que puede juntar las armas y las letras. Y no es cosa que trae consigo extrañeza, letras y armas; antes es negocio que se debe celebrar con extraños loores haber venido la prudencia humana a quitar de entre los hombres este divorcio tan injustamente puesto, reconciliando para nuestro provecho estos dos ejercicios; porque, de la suerte que es cosa importante que suceda a la tristeza la alegría y al trabajo el descanso y al estruendo y alboroto la quietud, así, después de la braveza de las armas, enemigas del reposo, hacen en el alma un asiento suavísimo y saludable la tranquilidad de los estudios, el sosiego de la lección de los buenos libros, con cuya apacible comunicación el hombre se restaura de sus trabajos y, volviendo a recogerse en sí mesmo, se pone en pacífico y glorioso estado. Sinificación tiene,112 y no vulgar, lo que los antiguos dicen del dios Marte en sus historias fabulosas, que, para templar su aspereza y terribilidad, le vinieron a dar por consorte a Venus, porque, atrayéndole con su tierna hermosura y con la dulzura de sus halagos, mitigase el rigor de su condición implacable,113 que no es de poca consideración la pintura que los poetas hicieron, si nos diera lugar para extendernos en este paso esta figura, que, por tener sombra de deleite humano, nos quita la libertad de hacer discurso en ello.
Y así, pasando adelante en lo primero, quien considerare a Plinio Segundo, tesoro de toda la erudición humana, en él se verá si el haber seguido la guerra, como la siguió, le pudo ser impedimento para que no fuese profundo filósofo,114 sacando a luz aquella historia, donde mostró un teatro de toda la hermosura de la madre naturaleza o, por mejor decir, de la ordinaria potestad de Dios. ¿Qué diremos de Julio César, que en las noches escribía con estudiosa puntualidad las jornadas de los días que peleaba? ¿Y de Teodosio, que, templando las batallas con el canto de las musas, entre los cimbros y saurómatas,115 se divertía por algunas horas de todo lo que era furor de Marte? Pues, ¿qué diremos de Pericles, de Alcibíades, elocuentísimos?116 ¿Del grande Alejandro, que heredó tanta parte de erudición de su maestro Aristóteles?117 ¿Y el piadoso poeta Aurelio Prudencio?118 Y el nuestro, honra de las españolas musas, Garcilaso de la Vega, siendo soldado y teniendo a su cargo algunas banderas de infantería española, en tiempo del emperador Carlos Quinto, fue tan escogido en el ejercicio de las armas como excelente en la dulzura de sus versos.119 Dice en la écloga III:
Entre las armas del sangriento Marte, do apenas hay quien su furor contraste, hurté del tiempo aquesta breve suma, tomando ora la espada, ora la pluma.120
De aquí nació aquel bien considerado soneto del duque de Medinaceli, que, después de haber gobernado en Sicilia, fue a los estados de Flandes, que dice de esta manera a don Alonso:
¿Quién jamás vio caber en un sujeto tres virtudes heroicas sublimadas, como se ven en vos hoy colocadas con provechoso fruto y raro efeto? En que os habéis mostrado tan discreto cuanto en vos resplandecen adornadas, con dulcísimo son comunicadas más al de ingenio y juicio más perfeto? Así en Virgilio y Livio no se vieron, ni en el divino Julio esclarecido, que su fama hasta vos han sustentado. Déseos la palma, pues habéis subido donde pocos al fin hasta hoy subieron, y os han Marte y las Musas consagrado.121
De estas tres virtudes, de las dos pienso que se ha tratado alguna cosa, que son aquellas que se hallan escritas de Plinio, en una epístola que está al principio de la Natural Historia, donde dice haber alcanzado don de Dios y merecer llamarse dichosos aquellos que hacen cosas dignas de escribirse o que escriben cosas dignas de leerse, y sobre todos bienaventurados aquellos que alcanzaron lo uno y lo otro.122 Y aunque hubiera cumplido don Alonso con estas dos virtudes escribiendo en prosa esta historia con aquella verdad y partes que quiere Quintiliano123 –que sea para más satisfación de su opinión y para más opinión de nuestra nación–, la escribió en verso heroico para que fuese más universal esta forma de escritura, cuanto lo es más la poesía que la historia.124 Porque con el verso muestran los poetas la grandeza, esplendor, erudición y afectos que nos enseñan, deleitan y mueven los ánimos, como los altos oradores; porque, verdaderamente, si no hubiera poetas, no parecieran, como parecen, las hermosuras de esta naturaleza criada, porque estos son los que las conocen y dan a conocer, con la divinidad de los versos, como ellas son. Y ha habido algunas naciones de tanta infelicidad que, por no producir en ellas el cielo poetas, vienen a hallarse faltas de toda elegancia, urbanidad y hermosura. Y su ingenio de don Alonso es de suerte que, cuando sus razones no las sujetara a las ligaduras de los versos y consonantes con aquel número, igualdad y concinidad que en ellos vemos,125 su espíritu, sus extraordinarios pensamientos, retirados del común discurso, lo muestran verdaderamente poeta; porque no lo es solamente, como dice Fracastorio, el que en número de pies y cadencia de ritmo lo manifiesta, pero también merecerá este nombre el que lo fuere por naturaleza, aunque no lo muestre por la pluma.126
Y de todo esto resultará estimar en mucho las obras de este caballero, pues, juntando en él a competencia la fuerza del arte con la naturaleza, lo vinieron a hacer tan insigne que con razón se podrá España defender con él contra la soberbia y presunción de los extranjeros, que yo estoy cierto que, si atentamente le miraren y consideraren, hará con su dulce canto el efeto que el escudo poderoso de Palas, y este será el que nos defenderá de aquí adelante y será suficiente para rebatir los golpes que contra nuestra nación descargaren los envidiosos escritores.
Y, porque todas las virtudes resplandecen más en un ilustre y generoso supuesto,127 será esta la tercera virtud en este discreto caballero, que tanto más le adornan las armas y las letras cuanto más honrado debe ser por la antigüedad de su linaje y casa; que su origen y calidad dirá bien la nobilísima villa de Bermeo, cabeza de Vizcaya, donde, sobre el puerto y cerrado muelle, está fundada de gruesos y anchos muros, labrados de sillería,128 la antigua torre de Ercilla,129 celebrada en los antiguos cantares de aquella tierra y ensalzada con la gloria de sus agüelos, señores de ella, cuyo nombre conserva para testimonio de su nobleza don Alonso de Ercilla, caballero de la orden de Santiago y gentilhombre de la cámara del emperador, de quien se ha tratado en este elogio, hijo digno de Fortunio García de Ercilla, caballero de la misma orden, que por sus divinas obras dejó perpetua memoria de su raro ingenio, siendo de las naciones extranjeras llamado por excelencia el subtil español.130 Y, porque con los versos de su hijo daré mejor remate a esta escritura que podría con los ajenos, en la segunda parte de su Araucana, canto veinte y siete, dice de esta manera:
Mira al poniente, a España, y la aspereza de la antigua Vizcaya, de do es cierto que procede y se extiende la nobleza por todo lo que vemos descubierto. Mira a Bermeo, cercado de maleza, cabeza de Vizcaya, y, sobre el puerto, los anchos muros del solar de Ercilla, solar antes fundado que la villa.131
Año 1585132
Como todas mis obras de su principio están ofrecidas a vuestra majestad, esta, como necesitada, acude al amparo que ha menester. Suplico a vuestra majestad sea servido de pasar los ojos por ella, que con merced tan grande, demás de dejarla vuestra majestad ufana, quedará autorizada y segura de que ninguno se le atreva.133
Guarde nuestro Señor la católica persona de vuestra majestad.
Don Alonso de Ercilla y Zúñiga