Mayo de 2022
Me lancé a la calle adoquinada, aquella tarde llovía a cántaros, el suelo de la Cuchillería resbalaba, pero corrí hacia mi piso, en la plaza de la Virgen Blanca, en el corazón de la ciudad.
Marqué el número de Esti. Ella continuaba en activo como inspectora de la División Criminal. Estíbaliz Ruiz de Gauna tenía el alma caliente y las ideas muy claras. Era una combinación ganadora, y yo necesitaba desesperadamente una buena carta porque no sabía si tenía delante un farol o un payaso.
—Esti, he recibido una llamada de un supuesto secuestrador. La he grabado y quiero que la escuches. Te la paso.
Colgué y se la envié. Esperé un par de minutos y volví a llamar.
—¿La has escuchado?
—Eres huérfano desde niño, ¿de qué va todo esto? —contestó aturdida.
—Tiene que ser una broma de muy mal gusto. No sé qué credibilidad darle, la verdad.
Había llegado ya a mi portal, subí los tres pisos dando zancadas. Y no sé por qué, me fui a los ventanales para controlar desde allí toda la plaza de la Virgen Blanca.
—Ha de ser una broma —coincidió—, pero me inquieta mucho lo del Libro Negro de las Horas.
—Por el librero anticuario que ha aparecido asesinado, ¿verdad? Por eso te he llamado. Es demasiada casualidad.
Un par de días antes nos habíamos despertado con una inquietante noticia: el más conocido de los libreros anticuarios de la zona norte había aparecido muerto en su propio local, la prestigiosa librería Montecristo, la cueva de Alí Babá para bibliófilos de todo el mundo a la que peregrinaban en busca de incunables y ediciones raras de biblias en lemosín.
Se llamaba Edmundo, y aunque no se apellidaba Dantés, él se hacía llamar el Conde.
Era un personaje que no pasaba desapercibido, seductor y derrochador. Su empleada lo había encontrado en la trastienda, posiblemente envenenado con alguna sustancia volátil, porque ella también se intoxicó al respirar el aire y acabó en el hospital de Txagorritxu.
—¿Qué puedes contarme del librero, algún elemento en común con el Libro Negro de las Horas? —quise saber.
—No sé nada de libros de horas, ni sé todavía si le robaron algún ejemplar valioso. Su muerte fue provocada, en todo caso. Estamos interrogando a su entorno. Edmundo no era un hombre discreto precisamente, era de los que alardeaban de sus últimas adquisiciones en libros de coleccionista. Estaba casado con la heredera de los Goya, diez años mayor que él.
—¿Los Goya, los de las confiterías?
—No sé si están emparentados o son una rama, pero sí que proviene de una familia de empresarios de toda la vida —me aclaró—. No tenían hijos, ella es directiva de la Fundación Sancho el Sabio, es una mecenas en el mundo de la cultura. También he de decirte que no me lo está poniendo fácil para tomarle la primera declaración. Lleva dos días dándome largas por teléfono. O es muy estoica o la he visto muy entera. Pero ahora mismo vamos a centrarnos en la llamada que has recibido y lo trataremos como un posible secuestro. Hay dos voces, dos personas implicadas. Voy a pasar esta grabación al laboratorio de Acústica Forense y hay que preparar un operativo. El tal Calibán dice que te enviará el ADN de la rehén en unas horas. Vendrá a través de un mensajero, imagino, pero vamos a detenerlo y rastrearemos el origen del envío. ¿Estás en tu piso, en Vitoria?
—Sí, aquí estoy, si me ponéis un par de compañeros, estaré bien. Habla con el laboratorio y avisa de que puede que en unas horas les enviemos dos muestras de ADN para cotejar, que le den prioridad. Sea quien sea que esté secuestrada, hubo gritos y forcejeos, está en peligro.
—Pensaba hacerlo, después me acerco a tu piso. Si llega en unas horas, seré útil a tu lado. Pero, Kraken...
Solo Esti me seguía llamando Kraken, y no me molestaba.
—Tu madre murió cuando nació Germán, ¿verdad?
—Está enterrada junto a mi padre en Villaverde. Era de Madrid y no tenía familia, y mis abuelos la acogieron como a una hija desde el principio. Sí, esa es mi historia familiar, el abuelo no puede haberme mentido durante cuarenta años, ¿no crees?
—No, si queda alguien de fiar en este mundo, desde luego es el abuelo. Es solo por asegurarme. De todos modos, ha dicho un nombre. No es nada común. ¿Lo habías escuchado alguna vez? —preguntó mi compañera.
—No creo que nadie que conozca se llame así, me acordaría. El apellido es otra cosa.
—Desde luego —convino ella—, y si esa mujer existiera, tendría que haber nacido en los cincuenta. Voy a lanzar una búsqueda en las bases de datos. Si el tal Calibán afirma que es la mejor falsificadora de libros antiguos, puede que esté fichada. Te cuelgo y me pongo a ello.
Llegó la noche y no apareció ningún mensajero. Bajé varias veces a comprobar el buzón, pero el portal estaba vigilado y solo entraron los vecinos. Aun así me aseguré, por si alguien los había interceptado y les había encargado que metiesen algún sobre en mi buzón. Pero seguía vacío.
Llamé a Alba, conciliábamos como podíamos entre su trabajo al frente del hotel palacio en Laguardia y mis clases de Perfilación en la Academia de Arkaute, a la salida de Vitoria. Nuestra hija Deba crecía feliz y precoz, había cumplido ya cinco años. Yo vivía a caballo entre Vitoria, Laguardia y Villaverde, donde mi abuelo casi centenario se empeñaba en vivir solo mientras bajaba todos los días a cuidar la huerta, como si el tiempo contase de otra manera en su organismo.
Hablé también con el director de la Academia de Arkaute, opté por tomarme unos días libres a la vista de los acontecimientos.
Transcurrió un día completo y nadie acudió a mi portal de Vitoria ni al de Laguardia. Llamé a Estíbaliz.
—Aquí no se presenta nadie, y, en todo caso, tienes a dos agentes vigilando. Me siento un inútil sin adelantar nada y la cuenta atrás de Calibán sigue adelante.
—He dado parte al comisario Medina de la llamada del secuestro. Me ha hecho trasladarte que te puedes incorporar cuando quieras en calidad de asesor en Perfilación, como cuando te encargaste del caso de «Los ritos del agua». Yo necesito ayuda, no te lo voy a negar. Hace dos días hicimos la inspección técnica ocular, pero la librería continúa precintada. Me interesa mucho que veas el escenario del crimen y me des tu opinión como perfilador. Te llevo los informes y nos vemos ahí. Todavía estamos a la espera de los resultados con la autopsia, pero la empleada que lo encontró ya ha salido de peligro, aunque sigue ingresada en Txagorritxu y, si quieres, podemos tomarle declaración. También a su viuda, sigue sin ponérmelo fácil.
—Ten un poco de paciencia, acaba de perder a su marido. Muchos se bloquean y no están preparados para hablar tan pronto con la policía.
—No sé, más que afectada, la encontré muy fría. En todo caso, tengo por delante una inmensa lista de amistades y colegas de profesión en el mundo de la bibliofilia. Edmundo era el típico hiperconector. Y podemos aprovechar para preguntarles por el Libro Negro de las Horas y ganar tiempo. Necesito cribarlos y comenzar a elaborar la lista de personas de interés, quiero estudiar su historia personal y policial. Si encontramos algo, pediré información de sus cuentas a los bancos.
—De acuerdo, voy a llamar al comisario Medina para decirle que agradezco la oferta y que voy a colaborar en el caso de Edmundo —le dije.
—Entonces tienes que saber una cosa, Kraken.
—¿De qué se trata?
—Vi cómo quedó el cadáver, y había algo muy patológico en el modo en que sucedió todo. Solo espero que detrás del asesinato en la librería Montecristo no esté ese tal Calibán que supuestamente ha secuestrado a tu madre muerta.