Introducción

Todo comenzó cuando Luly y Derank se escaparon de casa y pusieron rumbo al centro de su pueblo, Rolián, para comprar un juego que había salido a la venta.

¡ES INCRBLE que vayamos a tenerlo! ¡Por fin! —dijo Luly—. ¡Estoy emocionada!

Derank, por otro lado, no lo veía tan claro. La tienda estaba llena de gente y la cola era tan larga que creía que se iban a agotar antes de que llegaran siquiera a verlo.

—¡Para una vez que no quiero ser ahorrador! —dijo.

Los minutos pasaban y se acercaba la hora del cierre, pero lo peor aún estaba por llegar.

—Se me están cansando los pies de estar aquí parados. ¡Y encima tengo hambre! —exclamó Luly.

—Sí, yo también tengo hambre… y ¿qué hora es? Casi no hay sol ya —le contestó Derank.

No sé qué hora es, pero no hacía falta que me escupieses para preguntarlo —le contestó Luly con cara de asco mientras se limpiaba la cara.

—¡Pero si no he sido yo! Además, yo también lo he notado, creo que está empezando a llover —le respondió Derank mirando al cielo.

Así era. Aunque primero había comenzado a chispear, la lluvia cogió cada vez más fuerza y acabó por formarse una gran tormenta. Un motivo más que importante para volver a casa. Y otro motivo para que la tienda decidiese cerrar unos minutos antes y dejara a Luly y Derank sin su juego y con mucha tristeza.

¡Corre! Tenemos que volver a casa rápido. ¡Nuestros padres se van a dar cuenta de que no estamos si nos empapamos aquí fuera! —le dijo Derank a Luly.

—Tienes razón, aunque todo esto es muy raro —contestó ella—. En las noticias dijeron que hoy haría sol —siguió diciendo mientras corría junto a Derank hacia casa.

Derank asintió con la cabeza y miró a Luly.

¿Notas ese olor? ¿No huele un poco raro aquí? —preguntó Derank—. Si has sido tú, me lo puedes decir.

—¿Pero qué dices, tonto? ¡Yo también lo he olido! Es esta tormenta tan extraña —replicó Luly indignada.

Mientras los dos corrían camino a casa, y aun con la fuerte lluvia, lograron oír un trueno y, junto a ese sonido, la voz de alguien pidiendo ayuda. Ninguno de ellos pudo evitarlo y fueron corriendo hacia el lugar del que venía el grito, donde, para su sorpresa, se encontraron con un gato negro y blanco rodeado de humo en un callejón muy oscuro.

¡Pobrecito, tenemos que llevarlo a su casa! ¡No podemos dejarlo aquí! —exclamó Luly desesperada—. ¡Pero mis padres no se pueden enterar o me dejarán sin paga!

—¡Mis padres son alérgicos a los gatos! ¡Si me lo quedo yo, se darán cuenta enseguida! —respondió Derank.

—Es verdad, no me acordaba. ¡Déjame tu chaqueta! ¡El pobre está empapado! —dijo Luly. Luego envolvió al gato con la chaqueta de su amigo.

Y, sin pensarlo dos veces, lo rescataron de ese callejón y lo llevaron a casa de Luly a escondidas. Trepando por una enredadera consiguieron llegar hasta la ventana de su cuarto. Una vez dentro, escondieron al gato bajo las mantas de la cama.

¿Y AHORA q hacemos? —preguntó por fin Derank.

—¡De momento vete de aquí, corre! —le contestó ella mientras le daba calor al gato con la manta y le devolvía la chaqueta a su dueño.

Derank saltó rápidamente por la ventana, pero tuvo la mala suerte de tropezar y caer al suelo haciendo muchísimo ruido. Luly se asomó a mirar si Derank estaba bien y los padres de Luly, alarmados, fueron corriendo a la habitación de su hija.

¿ESTÁS BIEN, nena? ¿Qué ha sido eso? —le gritaron desde la puerta.

Luly disimuló en la ventana diciendo que no lo sabía, que podría haber sido un pájaro, y sus padres se fueron. Después, Luly le quitó la manta al gato y este le dio las gracias.

—¿Acabas de hablar o me estoy volviendo loca? —le preguntó Luly con los ojos como platos.

CLARO, ¿ves algún otro gato parlanchín por aquí?

Para sorpresa de Luly, el felino había respondido con otra pregunta. Los dos se miraron durante un largo rato hasta que, por fin, el gato se decidió a romper el silencio. La cabeza de Luly iba a toda velocidad.

A ver, que tampoco has visto un fantasma —empezó el cuadrúpedo parlanchín—. Ya sé que es un poco raro, pero te juro que yo era un gato normal. Estaba tan tranquilo buscando algo de comer en el contenedor del callejón donde me encontrasteis cuando una luz muy fuerte me cegó. Creo que lo llamáis rayos o algo así. —Se interrumpió un momento para analizar el gesto de Luly—. Desde ese momento, me siento diferente, soy otro gato.

—¿Desde ese momento? —Luly no podía creerlo—. Querrás decir desde hace cinco minutos, ¿no?

—¡Eso para un gato es mucho! En este tiempo he aprendido muchas cosas. Algo se ha activado en mí, es extraño, siento que tengo todo tipo de poderes. Sé todos los secretos del universo.

ERES UN GATO. —Luly sabía que era evidente, pero necesitaba decirlo para convencerse de que realmente estaba hablando con un gato.

—¡No me llames así! No soy un simple gato, ya no; ahora soy más que eso. Soy mágico y creo que te interesará saber que puedo hacer tus deseos realidad.

El gato mágico le contó a Luly que, gracias a sus nuevos poderes, tenía la capacidad de conceder deseos. Pero con un límite de tres.

—Me estás mintiendo, seguro. ¡Demuéstralo! —le soltó ella por toda respuesta.

—¡Pues, entonces, pídeme un deseo!

Luly siempre había querido ser conocida en su pueblo y que la gente la reconociese por la calle, como les pasaba a los famosos.

¡Ja! Haz esto si puedes: ¡quiero ser la más famosa del mundo!

De repente, su móvil empezó a vibrar y a recibir mensajes sin parar, llamadas y muchas notificaciones. Se había convertido en la persona más buscada de internet.

—¡No me lo puedo creer! ¡Esto no está pasando! ¿Puedo pedir otra cosa? —le preguntó algo tímida al gato.

—Claro, pero solo te quedan dos deseos.

Luly pidió algo diferente, algo que de verdad demostrase que no había sido una casualidad.

¡Quiero TOCAR instrumentos INVISIBLES!

—¿Quién en su sano juicio querría eso? Bueno, es tu deseo, está bien —le contestó el gato algo asombrado.

Pero no parecía haber pasado nada. Todo seguía igual que antes.

—¡Me has mentido! No hay instrumentos invisibles… —le dijo ella—. ¡Eres un mentiroooooooo…! ¡Oh...! —exclamó mientras se tropezaba con algo.

Los instrumentos sí estaban en su habitación, pero, claro, eran invisibles, tal y como ella había exigido. Luly tropezó con todos ellos haciendo que su habitación se llenara del ruido más insoportable posible: tambores, pianos, platillos… A sus padres no pareció gustarles.

¡¿QESTÁ PASANDO AQ?! ¿Qué es todo ese ruido? —le gritó su madre.

Luly les explicó que era culpa del gato que había rescatado de la calle, pero cuando se giró a enseñarlo ya no estaba.

—Os lo prometo, estaba justo ahí —dijo señalando a la cama.

—¿Qué gato? ¿De qué estás hablando? ¡Deja de inventarte excusas! Y que sepas que estás castigada, por mentirosa —sentenció su padre, a lo que su madre asintió con aprobación.

Los dos, muy enfadados, cerraron de un portazo. Luly se tumbó a llorar en su cama y con la almohada encima de la cabeza. Entonces pronunció unas palabras que apenas pudo escuchar, pero que le cambiarían la vida.

Ojalá no existiesen los padres.

El gato, que estaba en la ventana en ese momento, dirigió la mirada hacia ella.

¡DESEO CONCEDIDO! —respondió a la vez que el sonido de un trueno rebotaba y él se marchaba de allí.