El aire tiene tres misiones específicas en el Zodíaco, cada una encomendada a uno de sus signos, habiéndose establecido esto de la siguiente manera.
Géminis es el aire en acción, desde su carácter original de soplo divino, al de tornado devastador.
Libra es el aire estático, inmóvil, equilibrado.
Acuario es el aire que impulsa al agua (el agua de la sabiduría) para esparcirla y repartirla.
La constelación de Géminis está ubicada en la región media del hemisferio boreal. Dio origen al signo que lleva su mismo nombre en el Zodíaco de los signos trópicos. Se encuentra limitada por las constelaciones del Can Menor, Monoceros, Orión, Tauro, el Auriga, Telescopium y Cáncer.
Esta constelación es fácilmente reconocible entre noviembre y abril gracias a la brillantez de sus estrellas dobles Cástor y Pólux, las más bellas del cielo, cuya condición de inseparable hermandad (van girando la una entorno a la otra) le da nombre a la constelación y al signo. Significativamente, la constelación es rica en estrellas variables, cuya naturaleza determina la voluble o mutable condición psicológica de los nacidos bajo el influjo de Géminis.
La palabra hombre es la justa traducción del término hebreo adam, de manera que el Génesis no sólo alude a un único individuo, sino que, evidentemente, su propósito fue el de expresar los hechos protohistóricos en términos que pudieran fijarse en la memoria de quienes no los comprendían y los expusieron posteriormente a mentalidades preparadas para captar su enorme trascendencia.
En otras palabras, aquel soplo no fue el vehículo de la iluminación y de la inmortalidad que luego bañarían al hombre por el acto del dios acuariano Prometeo, sino que fue el arma que le haría pasar de ser la criatura más indefensa a la más poderosa con una ventaja tal que le aseguraba no sólo supervivencia de la especie, sino su absoluta supremacía.
Géminis, golpe de aire superior
Lo que el soplo divino hizo fue impulsar al homínido dotando a su cerebro de una potencia racional superior. Todo ello es confirmado por el hecho de que la expresión animado que se emplea en el Génesis 2.7 no se ciñe rigurosamente al significado de la palabra hebrea rûah, o nefe, que se traduce por «aliento» sólo a partir del siglo v a. de C. pues antes siempre significó viento o golpe de aire emitido por un ser vivo o por una deidad poderosa, soplo transmisor, en cuyo caso no debe entenderse que se trata sólo de una muestra de vida, sino de la comunicación de algo que trasciende el concepto mismo de vida. Nos referimos a la inteligencia o ingenio, que fue desde entonces y hasta la acción de Acuario el bien más preciado concedido a un ser vivo, hasta el punto de que se le asignó un pan en el círculo zodiacal.
El fluido prometeico, ese que en misteriosa química es fuego y agua simultáneamente y que hizo partícipes a los hombres de la sabiduría inmortal abriendo su mente al flujo y reflujo de la inspiración de las ideas creadoras y de las posibilidades sobrenaturales como la telepatía, caería después del cielo. Mucho después.
Signo del aire en acción
Géminis, signo del aire en acción, señala la duplicidad que se produjo en la humanidad al llegar a enfrentarse hombres engendrados por hombres con otros hombres que, engendrados por dioses, nacieron también de mujeres.
El inspirador soplo divino acabó por transformarse así en torbellino después de permitir el acceso a la inmortalidad a todo ser humano. Es decir, pasó a imprimirle, por medio del trato sexual, características que ya superaban lo mental y conferían a su físico características de una belleza absolutamente sobrehumana, libre por completo del aire de simio que la humanidad conservaba, pese a que su cráneo había sido abierto por las aguas de la sabiduría que desde el cielo había vertido el Acuario (aguador) divino.
El drama de Géminis geográfico (e individual en la correspondiente proporción) ha estado dividido siempre en tres azotes que pueden aparecer de muy diversas formas en los pueblos que afecta:
1. El de la duplicidad o irreconciliabilidad entre sus propios integrantes, generalmente divididos en dos bandos que a la vez aparecen irreconciliables y complementarios.
2. La debilidad politicoeconómica, de la que despiadadamente se sirven terceros.
3. El de la discriminación racial, originada por el recuerdo subyacente en lo profundo del ser humano —la memoria arcaica—, que le hace tener muy presente que algunos pueblos o razas heredaron más atributos de los dioses. Y esto, en la era monoteísta se interpreta como la tendencia natural a hacer imperar la belleza sobre la rusticidad. Pero se llega aún a la creencia de que la belleza no es lo único que los dioses legaron a sus descendientes, sino que va unida a una inteligencia que necesariamente sobrepasa las posibilidades humanas. En este sentido, digamos por ahora sólo que cuando los espíritus esenciales del signo fueron puestos entre las constelaciones se les situó como estrellas idénticas, de modo que Cástor, hijo de hombre, y Pólux, hijo de hombre, brillan exactamente con la misma intensidad.
Géminis es el signo de lo humano inmortal.
Los celtas reverenciaban a Cástor y a Pólux como hijos del Oceáno, lo cual demuestra su alto nivel iniciático junto con el de la iniciación de los gemelos con los caballos —los que montaban eran blancos, símbolo de la máxima sabiduría. Lo mismo hicieron los germanos, que les profesaban una particular devoción y los llamaron Alcis, a la manera de los griegos que los señalaban en pareja como Dióscuros. En Australia fueron conocidos como Turri y Wangel.
REPRESENTACIÓN DE LOS DOCE SIGNOS DEL ZODÍACO

Aries - Tauro - Géminis

Cáncer - Leo - Virgo

Libra - Escorpión - Sagitario

Capricornio - Acuario - Piscis
Los griegos llamaron a estas dobles estrellas también Tindáridas, ya que Leda, su madre, era esposa de Tíndaro, rey de Esparta, y quedó embarazada de Cástor el mismo día en que Júpiter decidió poseerla, para lo cual adoptó la figura de cisne.
El resultado fue que en el vientre de Leda se realizó así una doble fecundación que habría de tener un mismo fin: que Leda pusiera en el monte Taigeto dos huevos, del que habrían de nacer Cástor con su hermana Clitemnestra (símbolo de lo femenino inseparable de estas personalidades, que así se manifiestan total y absolutamente duales) y Pólux con su hermana Helena.
Con un trozo de cascarón como gorro
En cuanto rompieron el cascarón, y aún con la parte de este en la cabeza, que en adelante siempre les serviría como gorro (pileus, o gorro lacedemonio) fueron tomados por Mercurio, quien los entregó a su madre en el palacio de Tíndaro en Pelana.
Allí crecieron y se educaron, aunque no de manera muy ortodoxa debido a su irrefrenable movilidad física y mental, lo cual hizo que Cástor destacara en su habilidad para domar caballos (se trata de una de las conexiones ocultas con el signo opuesto, Sagitario) y Pólux como púgil, maravillando la natural destreza de sus brazos y la potencia de sus puños.
De hecho ambos mantenían siempre una viva relación con los caballos. Entre sus incontables hazañas destaca su aparición, relatada por Dionisio de Haliarnaso, en la que vestidos de púrpura y armadura refulgentes, montando imponentes potros blancos, se pusieron a la cabeza de la caballería romana durante la batalla del lago Regilo, permitiendo así derrotar al enemigo. Entonces desaparecieron para materializarse en la plaza pública, donde comunicaron al pueblo la victoria.
Cástor y Pólux, secuestradores y cuatreros
Pero antes hay que resaltar un hecho muy significativo que no sólo revela la correspondencia de su personalidad con la de su pícaro y divino protector, el dios Mercurio, sino que apunta el carácter de su influencia sobre sus pueblos y sobre los individuos cuyo nacimiento influye.
Los gemelos fueron invitados a las bodas de Febea e Hilaria (nombres significativamente alusivos a la luz) con los hermanos Sidas y Linceo. Pero, sintiéndose poderosamente atraídos por las jóvenes, durante el banquete nupcial Cástor y Pólux se apoderaron de ellas y huyeron.
Cástor, el gemelo de naturaleza humana, robó además algunos bueyes pertenecientes a Idas, quien lo persiguió acompañado por su hermano Linceo. Le dieron alcance y lo hirieron gravemente, dejándolo ahí, yaciendo entre lamentos de agonía.
Ver en tal condición a Cástor enfureció a Pólux hasta el punto de llevarlo a arrojarse ciegamente sobre los asesinos y matar a Linceo. Júpiter completó la venganza emprendida por su hijo lanzando uno de sus rayos sobre Idas, que fue reducido a cenizas.
Y viendo el dolor de Pólux que había tomado entre sus brazos el cuerpo de su hermano ya muerto, le anunció su propósito de conceder a ambos la inmortalidad. Sin embargo, para no torcer lo dictado por el destino Júpiter ideó el arreglo perfecto: repartió entre los gemelos el tiempo y las condiciones de la vida y de la muerte, de manera que cada uno estaría un día en los Infiernos y otro en la tierra, lo que en los nativos de Géminis se traduce en la frecuencia y facilidad con que pasan de la euforia a la depresión.
Desde el Cielo los gemelos se hicieron protectores de gran número de privilegios e instituciones humanas, como la juventud, la caballería, el ganado vacuno (que les conecta en lo oculto con Venus). La tumba y santuario de Cástor el humano, hermano de un semidiós, quedó situada en Esparta.
La debilidad en lo político y en lo económico está causada por su movilidad. No en vano es figura geminiana la del Ashavero, o judío errante, por más que los judíos sean pueblo regido por el signo de Escorpión. Y es que Géminis es el signo de la inmortalidad humana retratada desde la remota Antigüedad por los grandes sacerdotes-magos en la leyenda de los Dióscuros con la dualidad hombre-dios que, como todas las que encierran conocimientos de primer orden sobre la Humanidad, ha sufrido variaciones de acuerdo con los pueblos y los tiempos que las recogen, pero que en su esencia son inmutables.
Ya hemos señalado que Cástor y Pólux son Dióscuros cuando se les designa en relación con la semilla de Júpiter, y Tindáridas cuando se considera la paternidad de Tíndaro. Esta realidad, divina y humana dividida en dos personalidades inseparables, ha dado lugar a la infinita serie de conflictos entre los hombres.
De Géminis son la mayoría de los pueblos negros. Y de Géminis son asimismo los blancos más emocionalmente indispuestos a admitir que los negros son sus iguales. De hecho, en los círculos concéntricos del afecto personal el trazo más alejado en la mente del hombre blanco corresponde al de la realidad del hombre de color.
Por todo lo dicho, puede parecer insólito que el concepto universal de la justicia descanse sobre columnas mercurianas. Las columnas que desde el Partenón se han hecho transmitir de generación en generación entre los iniciados como distintivo de los palacios de los tribunales supremos de naciones y ciudades, en su mayoría están regidas por Virgo o por Sagitario, pero, particularmente por Géminis, domicilio de Mercurio.
En efecto, estos edificios muestran por lo menos su fachada dominada por estas columnas anunciadoras de la naturaleza sobrenatural y humana de la justicia que en ellos se imparte. Lo divino y lo humano individualizado por los Dióscuros es en el propósito casi sobrehumano de leyes y tribunales, la representación más perfecta del propósito de dar o quitar según criterios humanamente armonizados con el concepto de la divinidad.
La luz zodiacal y su eterno significado
Se debe observar que sobre estas columnas descansa un triángulo, tímpano o frontón que desde los tiempos del antiguo Egipto no sólo es representación de la luz zodiacal, sino del Zodíaco mismo en su esencia. Representa a los doce signos, por lo que abarca a la totalidad de la especie humana en todas sus condiciones, caracteres y peculiaridades. Los egipcios dispusieron este triángulo en sus templos, pero desde los griegos y los romanos se generalizó el propósito de hacerlo formar parte distintiva de los palacios de justicia montado sobre los pilares mercurianos.
También es el triángulo en cuyo centro suele representarse el ojo divino. Algunos, erróneamente, lo han interpretado como alusivo a la Trinidad católica, pero la realidad es que se trata de un símbolo con bastantes más milenios que hace referencia a la luz zodiacal, por lo que ha de interpretarse como vigilancia divina entre todos los seres humanos sujetos al Zodíaco.
Algo más sobre la luz zodiacal
La luz zodiacal es el aura terrestre que se hace visible en determinados puntos y condiciones. En algunos países europeos, particularmente en los de clima benigno, es apreciable al caer la tarde como un cono de tenue fulgor que en primavera y en invierno se eleva por el oeste. En verano y otoño se le ve por el este antes del amanecer.
Pero es en el Ecuador donde se aprecia más su radiante majestad. Los aztecas y los mayas reconocieron su trascendencia sobrenatural y la reverenciaron. Pero en la actualidad se trata de reducir a una explicación simplista, considerando sólo parte de su naturaleza, como serían las versiones de que sólo es una faja de polvo cósmico que se desplaza en torno al Sol, o materia nebulosa situada en torno a la Tierra que refleja los rayos solares. De cualquier manera, independientemente de que en lo físico pueda haber en esto algún acierto, no basta una teoría tan pobre para explicar la reverencia que le profesaron los grandes magos e iniciados, profundos conocedores de la mecánica universal que, pese a cualquier evidencia de los sentidos, siempre será de potencia esencialmente espiritual.
El influjo mercurial sobre la justicia
También es un hecho que desde hace milenios la representación de la justicia ha estado en relación con los gemelos engendrados por un dios y por un mortal en el vientre de una mortal. Pero estos famosos infantes tienen mucho del carácter de otro dios, hermano precisamente de Cástor y Pólux, Mercurio, al que se ha considerado pervertidor o inductor a la delincuencia de los hermanos conformadores del signo de Géminis, lo cual constituye una de las cumbres de dualidad que les caracterizan.
De hecho Mercurio aportó a la Humanidad los instrumentos para efectuar pesas y medidas, entre los que destaca la balanza, que habría de tomarse —junto con las columnas indicadoras de la conjunción de lo divino y lo humano en un edificio— como símbolo del examen, del análisis y la consideración de lo bueno y lo malo, puesto cada valor en un platillo.
Otro dato que certifica el influjo de la naturaleza mercuriana en la esencia de los tribunales de justicia es el hecho de que Mercurio era el encargado de traducir en palabras humanas las conclusiones de los dioses y que entre los dones que este dios otorga está el de la palabra fácil, el de la elocuencia, el ágil manejo de las ideas que se ha hecho característico de fiscales y defensores.
El fuego de Géminis
Otro fenómeno lumínico de carácter geminiano que ha sido tratado con simplismo científico ha sido el del llamado fuego de san Telmo que, como flama de gas, aparece en el aire posándose en objetos metálicos durante las tormentas.
En al Antigüedad los marinos sabían interpretar su significado según las partes de su nave que fueran tocadas, así como la presencia de una o dos. En el primer caso los augurios eran funestos, pero si las llamitas se presentaban en pares se les aclamaba jubilosamente como promesa de que todo saldría finalmente bien no sólo en cuanto al episodio de la tormenta, sino también en lo relativo al comercio de la carga que transportara el barco.
Esto es así desde que en el viaje a la Cólquida una terrible tormenta se contuvo y aplacó en el instante en que sobre las cabezas de Cástor y Pólux aparecieron sendas guirnaldas de llamas azules. A partir de aquel episodio de su leyenda se les consideró protectores de la navegación, en la misma medida en que ya lo eran de los caminantes.
Pero, en lo hermético, los fuegos en la cabeza de los hermanos indican mucho más que la brillantez mental que trasmiten a los nativos del signo zodiacal que conforman. Refieren la realidad de que Mercurio, donador del fuego a la Humanidad, le dio con él el don de alumbrarse en más de un sentido, es decir, en todos los que alumbra el concepto de sabiduría, aunque sin que este fuego otorgue la inmortalidad, pues semejante habría de serle concedido al hombre gracias a Prometeo. Él robó el fluido al que tenía acceso como regente de Acuario y lo distribuyó entre toda la especie humana. Este fluido se acumuló en el mar regido por Neptuno y que otorga al hombre facultades que ya trascienden el ámbito cerebral propiamente dicho y llegan a lo espiritual o periespiritual, haciendo que la materia se altere por obra del espíritu, lo que ya, como temieron los dioses, podría permitir a la Humanidad capacidades que ellos no estaban dispuestos a conceder.