Thot, el dios sabio por excelencia, venerado en el corazón de Egipto, Achmunein o Hermópolis, patrón de bibliotecas y de estudios esotéricos, y llamado por los griegos Hermes Trimegistro, detalló en un largo escrito los secretos para entender, someter y ejercer los poderes del agua, del fuego, del aire y de la tierra con sus montañas y sus profundidades, así como los del Inmenso Abismo.
Encontró entonces que tal volumen de revelaciones no podía quedar al alcance de todos por el peligro a abusos y desequilibrios catastróficos. No sólo peligrarían los hombres, sino el orden mismo de la Naturaleza.
Por todo ello, decidió poner sus escritos a salvo de intereses egoístas.
Los encerró primero en una caja de oro, y la introdujo dentro de otra de plata. Puso en seguida la caja de plata en otra de marfil y ébano; luego, depositó la anterior en una de bronce. Acto seguido metió la de bronce en otra, de cobre. Entonces, encerró la de cobre en una caja de hierro. Y la séptima caja habría de ser el río Nilo mismo, en Coptos.
Recuérdense que ríos y playas son fajas de territorio canceriano. Particularmente si aún las señala el cangrejo y la Luna, impone a sus habitantes rasgos tales como el del mentón y la nariz prominentes y el rostro en general —sobre todo en las mujeres que sienten la vocación de la brujería— delgado y fino.
Pero, volviendo al divino Thot, tales registros de sus conocimientos sobre las posibilidades sobrehumanas —parapsicológicas— se hicieron entonces motivo de codicia.
Cunde la primera gran admiración por el Zodíaco
La astrología, en aquellos tiempos, era fuente constante de maravillas, por lo que no sólo presentaba un especial interés para los religiosos, como el gran sacerdote Petorisis, apasionado estudioso, sino que la nobleza ejercía todo su poder para que se le permitiera participar, aunque de modo superficial, concretándose a una perspectiva un tanto frívola, aunque también podemos señalar algunas excepciones, como el rey Nechepso.
Tampoco faltaron sacerdotes sacrílegos como el que, valiéndose de sus conocimientos iniciáticos, dedujo que el punto del ocultamiento debía ser de índole canceriana y, por tanto, estar en relación con el río y con recipientes ocultos bajo el agua, no lejos de la orilla y recubiertos de arena, junto a una vasta llanura dorada; es decir, con orientación hacia la naturaleza de Leo, el siguiente signo.
Cien piezas de plata fue el primer pago por el Zodíaco
Siguió investigando, valiéndose siempre de sus conocimientos zodiacales y, finalmente, vio sus esfuerzos recompensados. Pero su naturaleza era ruin y no supo disfrutar espiritualmente de su éxito, particularmente cuando sabía que su secreto sería muy apreciado por los nobles. Y por 100 piezas de plata vendió el secreto a un príncipe ávido de conocimientos trascendentales. Sin embargo, a causa de su comprensible torpeza, no consiguió este desdichado mucho más que apoderarse del libro, porque le sucedieron inmediatamente sucesivas desgracias que lo aniquilaron junto a sus parientes más cercanos.
Debe recordarse que aquellas cajas son, en lo esencial, el simbolismo perteneciente a Cáncer, y son, por el orden zodiacal, invocadas después de que el mono predecesor del hombre recibiera el soplo geminiano de la inteligencia. No el del espíritu, no el de la inmortalidad, pues tales privilegios le vendrían al ser humano posteriormente, por obra de Prometeo, el dios que rige y determina la acción del signo de Acuario, que da lugar a la acumulación de poderes mentales que tienen su esencia en el mar y rige Neptuno desde su domicilio del signo de Piscis.
El hombre llegó así, zodiacalmente, a rey de las fieras
Por esta razón Thot fue representado precisamente con la figura del mono, al aludir a la sabiduría que representaba, pues con ello los ocultistas dejaban constancia del origen de la inteligencia humana: un soplo divino, aludido con el elemento aire que anima (esta es la palabra) el signo geminiano.
Vinieron luego las cajas de Cáncer, que señalan la recurrencia del hombre al hogar, a la casa, a la familia, a la congregación.
Y después, con el signo de Leo, se alude a la etapa humana del gran cazador, en una era que ya no podía negarle al hombre el título que habría de merecer hasta nuestros días: el de rey de las fieras.
El signo de la especie ya erguida es Leo
Salió entonces de la selva y se proyectó erguido a la dorada planicie. Llevaba ya, como arma principal, su recién nacida inteligencia. Prueba de ella eran sus armas y sus planes de acción, tanto individual como conjunta. Pero, sobre todo, su conciencia de la ambición, la tenacidad y la generosidad entre miembros de la especie para alcanzar el gran objetivo de reinar sobre toda la Tierra, primero, y sobre el Universo después.
Por tanto, es preciso señalar que la humanidad es Leo. Que nuestro origen real como señores del planeta está marcado con el signo de Leo. Y no se tome esta afirmación como una figura poética. Hay en esta declaración un largo, muy largo convencimiento, producto de azoradas comprobaciones que, paso a paso, signo a signo, se ha realizado por espacio de años.
Hacia el año 1000, la astrología fue dividida en siete especialidades o posibilidades distintas:
1. Astrología natural o astronomía.
2. Astrología electiva o de selección del momento justo.
3. Astrología meteorológica o de previsión del tiempo.
4. Astrología horaria o del establecimiento de la hora en que se presenta una cuestión o dilema.
5. Astrología fisiognómica, que enseña a escoger los amuletos.
6. Astrología médica o estudio del cuerpo humano.
7. Astrología judicial o pronóstica.
Astrología y magia obedecen a los mismos principios cósmicos
De hecho, ya se estaba perdiendo el conocimiento de los antiguos sacerdotes medos en el sentido de que magia y astrología parten de un mismo principio: la existencia del aura, esa fuente de energía que, de manera propia y distintiva, emiten personas, animales y cosas, y que es constantemente influida por las fuerzas que cada planeta emite y por las que se entretejen en la totalidad del Universo y convergen sobre el Sol, que las remite a la Tierra de manera característica, es decir, con efectos específicos que es posible distinguir y de los cuales se puede señalar la fuente original a base de analizarlos, como es evidente que hicieron con asombroso acierto los antiguos astrólogos.
Era verdad, ¡planetas y Sol giran en torno a la Tierra!
Se considera, erróneamente, desde Copérnico, que la astrología se equivocaba al señalar que la Tierra es el centro del Sistema Solar. Del Universo incluso. Pero no hay error alguno.
En realidad, este es el punto de partida de sus asombrosos aciertos, coincidentes con los principios señalados por Hermes Trimegisto, o Thot, en el tratado de astrología cuyos papiros fueron reencontrados hace apenas unas cuantas décadas. Sin duda, parte del caudal depositado en aquellas siete cajas.
A este respecto, debe recordarse asimismo lo escrito por el filósofo y matemático francés Charles de Bouelles en su obra El Sabio, publicada en 1511: «El hombre es el centro y el epílogo del universo, resumiendo en sí todos los aspectos de la Naturaleza: sustancia material; viviente; sensible; racional; y participando de la asedía de la piedra, de la voracidad de la planta, de la lujuria de la bestia y de la inteligencia del alma razonable».
En cualquier caso, remontándonos a los orígenes de lo astrológico, es preciso reconocer que los sacerdotes magos de la fabulosa Sumer eran eruditos maestros entregados a sus funciones de estudio y divulgación. Sabían por qué eslabonamiento de causas y efectos debían reconocimiento a cada planeta y adoración a Utu, cuya naturaleza reflejaba el Sol, así como la de Nanna, centrada en la Luna, y la de Inanna, la amorosa estrella del crepúsculo y, en fin, distinguían la acción que cada uno ejercía en cada uno de sus pasos.
De hecho, conocían no sólo el orden de los cuerpos integrantes de nuestro sistema planetario, sino también gran número de medidas que hasta hace muy poco tiempo no logró establecer de nuevo la astrofísica, como son las distancias que separan a cada planeta del Sol, por ejemplo. Y todas las que —libros colosales— se dejaron registradas en las pirámides de Egipto, así como en las de Teotihuacán, Chichen Itzá (donde moraban los guerreros del caracol, de carácter fuertemente canceriano) y, en fin, tantas otras que también fueron erigidas con objeto de salvaguardar la sabiduría de la Luna, del Sol y de las estrellas.
Kepler y las radiaciones que imponen los astros
Vinieron luego los importantísimos descubrimientos de Kepler, que escribió: «La ciencia de los astros se divide en dos partes. La primera, la astronomía, que se refiere a los movimientos de los cuerpos celestes; la segunda, la astrología, que se refiere a los efectos de estos mismos cuerpos en el mundo sublunar».
Remarcó Kepler su convicción de que los astros poseen el poder de emanar determinadas y desconocidas radiaciones que influyen sobre la conducta de los individuos, emanaciones que debían ser consideradas hasta su perfecto conocimiento.
Ya en su tiempo se habían olvidado de que los hombres emiten también, y permanentemente, unas peculiarísimas radiaciones que se manifiestan en forma de luz de diversas tonalidades y con forma de huevo en torno al cuerpo. Luz que proviene de un extraño órgano que es el punto de unión entre la materialidad de la persona y su espíritu, que es el periespíritu, y que se halla en relación con las funciones de la glándula pineal, a la que puede considerarse como punto de contacto del ser con la totalidad del Cosmos, y que Kepler ya no conoció, pues no estaba iniciado en los misterios que entreveía y que tanto le seducían.
Y sin embargo, ¡se movía!
Actualmente, la convicción milenaria, la maravillosa astrología, ha cobrado nuevo vigor, aunque conserva detractores más o menos preparados que, después del descubrimiento de los planetas Urano, Neptuno y Plutón, desearían desmantelar la «ciencia de las ciencias» objetando que si formuló sus predicciones basándose en la existencia de cinco planetas, siete astros y dos luminarias, el Sol y la Luna, lógicamente, algunas de ellas, sobre todo la influencia de los planetas, han sido por lo menos imperfectas, hipótesis esta aceptable.
Sin embargo, también es innegable que la astrología funcionaba con los elementos incompletos de que disponía, aunque, como ya hemos indicado, debiera dejar en el misterio el significado de muchas relaciones, conclusiones y hechos concretos, debidos a la acción de los planetas ocultos a la vista del científico de aquellos días.
Descubrimiento de la frecuencia astral entre familiares
De hecho, tiene que afirmarse que, al carecer de la información correspondiente a la influencia de estos planetas, los horóscopos presentaban lagunas, especialmente los referentes a aquellos individuos que sufrían su influencia, pero no demuestran en absoluto que esta influencia no fuese real sobre dichos individuos, como lo ilustran recientes estadísticas de eminentes especialistas sobre personas vivas y desaparecidas.
La estadística astrológica ha perfeccionado indudablemente el estudio de los astros, sobre todo gracias a Paul Choisnard, quien mediante muy meritorios estudios, llegó a descubrir las correspondencias astrales relativas a las aptitudes innatas y, en segundo lugar, estableció la frecuencia de similitud astral entre familiares.
Fue a raíz de los estudios de Aristarco como los eruditos se interesaron por la relación existente entre cada uno de los 12 signos y un determinado color, perfume, flor, etc., reviviendo con ello la antiquísima técnica para el cultivo de la suerte, con la consiguiente búsqueda y conformación de amuletos, además del reconocimiento culto de que las fuerzas de brujos y magos eran auténticas, portentosas y temibles.
REPRESENTACIÓN DE LOS DOCE SIGNOS DEL ZODÍACO

Aries - Tauro - Géminis

Cáncer - Leo - Virgo

Libra - Escorpión - Sagitario

Capricornio - Acuario - Piscis
Los antiguos magos-sacerdotes persas llamaban hvareno al don magnificado que los dioses concedían a los reyes destinados a gobernar con acierto. Según se consignó en inscripciones y documentos, se trata de un signo de protección divina que se manifiesta como un resplandor en torno a la cabeza.
«Es el hvareno —señalaban, intentando reservar el aura dorada— la luz gloriosa con la que Mitra y Anaita nimban a los soberanos que cuentan con su protección.» Y las primeras manifestaciones del especial hvareno —que, en realidad, es el aura humana sobrepotenciada, exactamente como puede suceder a toda persona que se esfuerza en profundizar en lo espiritual—, eran el éxito en la mayoría de sus empresas y un estado de alegría y propensión particular a acertar en una o varias formas de creación. La suerte, en suma.
Pero, cuando el hvareno languidecía, parpadeaba y se desnaturalizaba por obra de la suciedad que las bajas pasiones imponen; la suerte de los monarcas resultaba aplastada, pues el hvareno corrupto actúa como imán para la derrota y la desgracia en toda empresa.
Lo mismo puede ser degradado el hvareno por las propias inclinaciones (opuestas al propio criterio de lo justo), o por obra de los intensos sentimientos de aversión de los enemigos que, al llegar a un número excesivo, adquieren una potencia destructora que aniquila la suerte de la persona odiada. Puede deducirse que las divinidades consideran que un individuo repudiado por muchos debe ser, quizá con criterio un tanto democrático, considerado reo de castigo.
La suerte puede ser cultivada, limpiada y mejorada
El aura o hvareno es, pues, en esencia, una energía de densidad variable, que brota de toda materia, ya sea orgánica o inorgánica —todo lo creado fue originalmente luz, naturaleza del dios de dioses—, pero que en los seres humanos cobra características distintivas por obra de lo que en la Antigüedad se denominó soplo divino. Tal es entonces la fuerza que da lugar al estudio de las influencias zodiacales.
Aquellos sacerdotes magos de hace 12 milenios, poseedores de venerables conocimientos universales, por obra de misteriosas revelaciones, actuaban como cultivadores y cuidadores del espíritu de los hombres. Lo hacían a partir de sus facultades para conocer, reconocer y alterar las propiedades humanas del aura.
Se ocupaban de aclarar o limpiar esta emanación de las manchas degradantes e incluso ofensivas para las divinidades (origen del concepto de mancha dado al pecado), que envilecían el destino del pecador, destruían su suerte en el trato con su prójimo, quebrantaban su salud y lo hacían insignificante e indeseable para cuantos debían tratar con él o sólo mirarlo.
Fijaban la dimensión de esta energía —guiándose por su resplandor o hvareno— en 1 metro aproximadamente en torno a la totalidad del cuerpo, semejando un gran huevo de luz y color que envolviera a la persona y al que se le han reconocido connotaciones cancerianas —fueron los primeros en ser llamados magos (en realidad el término es una descomposición del gentilicio medo) y conocidos por su potencia para realizar prodigios que después pasarían a enriquecer el patrimonio sacerdotal egipcio en tiempos aún repletos de hechos y circunstancias que trascendían todo concepto de materialidad.
Grandes científicos se han visto obligados a reconocer la validez de las creencias en lo paranormal, empezando por su gran base, la astrología. A este respecto, Carl G. Jung declaró que «existen analogías asombrosas entre el signo astrológico y el suceso psicológico, así como entre el horóscopo y la disposición caracterológica». Y añadió que es posible «esperar, con alto grado de probabilidad, que una situación psicológica bien definida vaya acompañada por una configuración astrológica análoga».
Acabó reconociendo que la astrología tiene aún mucho que ofrecer a la psicología, en tanto que ya está menos claro lo que esta pueda hacer por su «hermana mayor».
Esta gran ciencia, lo mismo que el aura o hvareno en que se basa, tras haber sido tantas veces negada, erradicada, redescubierta, utilizada, rechazada, readmitida, reutilizada y nuevamente ocultada, está siendo actualmente reseleccionada y reciclada desde las aulas y los laboratorios universitarios, los cuarteles militares e, incluso, en los ámbitos de la vanguardia industrial, con el propósito de aprovechar cada una de sus manifestaciones en las ramas de la comunicación, el espionaje, el sabotaje, entre tantas otras posibilidades.
La astrología antigua y medieval operaba únicamente sobre la base de los cinco planetas entonces conocidos: Venus, Mercurio, Marte, Júpiter y Saturno. Pero, como también ya hemos dicho, los astrólogos eran conscientes de la existencia de rasgos o características no ubicables en sus cartas, aunque se conformaban con la comprobación de que las influencias identificadas correspondían fielmente al planeta señalado por la tradición y que estas les permitieran hacer descripciones de carácter y pronósticos muy aceptables, aunque carentes de amplitud y detalle.
Ahora, la astrología moderna ha añadido a aquellos cinco cuerpos celestes el estudio meticuloso sobre las características astrológicas de las nuevas masas de influencia universal: Urano, Neptuno y Plutón que, con el Sol y la Luna, elevan a 10 el número de factores horoscópicos con efluvios de primera importancia. Incluso se han detectado indicios de que nuestro sistema solar podría tener uno o, incluso, dos planetas más, sin contar la innegable influencia de Lilith, a todo lo cual nos referiremos con mayor detalle en el apartado que dedicamos a los planetas.
Según la tradición astrológica, estas masas o cuerpos celestes de influencia sobre la Tierra se dividen en masculinos y femeninos, benéficos y maléficos.
Entre los masculinos, tenemos al Sol, a Marte, a Júpiter y a Urano; entre los femeninos, a la Luna, a Venus, a Saturno y a Neptuno.
Entre los benéficos, a Venus y a Júpiter; entre los maléficos, a Marte, Saturno y Urano.
No obstante, ello no significa que haber nacido bajo Saturno, por ejemplo, comporte desgracia, sino que, por tradición, los nacidos bajo planetas benéficos encuentran su realización basándose sólo en el influjo de la fortuna, mientras que los otros llegarán igualmente a realizarse —y quizá con mayor esplendor, si tal es su destino— pero deberán conseguirlo con el propio trabajo, con la agudeza de su inteligencia y dominio, lo que, ciertamente, les aportará mayores satisfacciones y conciencia de significado especial entre sus semejantes. Los planetas, como los signos del Zodíaco, tienen influencia sobre nuestra vida según como se presentan, la posición que ocupan y los aspectos que reciben.
En los primeros tiempos de las ciencias ocultas, los estudiosos de lo sobrenatural, o magos, debían ser necesariamente astrólogos —pues no se concebía, ni se concibe, el estudio de la naturaleza sobrehumana, si no es sobre la base astrológica— y eran tenidos, por tanto, como practicantes de una ciencia inaccesible e, incluso, intencionadamente velada al pueblo.
Posteriormente, el término mago pasaría a designar al hechicero culto, al esforzado investigador de todas las posibilidades de la materia y del espíritu (y el periespíritu), a partir de su relación con los astros, a diferencia de las brujas y hechiceros comunes, quienes tomaron de los hallazgos de los antiguos sacerdotes muchas de sus más potentes y asombrosas fórmulas.
De los antiguos sacerdotes queda hoy el empeño de conocimiento y de culto a la gran espiritualidad que utiliza las fuerzas de los cuerpos celestes para determinar todo lo que es y ocurre en la Tierra. La Iglesia misma, que oficialmente tacha de superstición lo astrológico, no ha podido menos que ocultar entre ritos, leyendas y santos el culto y la invocación de tales poderes deíficos. De ello son testimonio claro los zodíacos de tantos templos católicos en todo el mundo, como el de Nôtre-Dame de París.
La astrología sufrió su primera recesión con la expansión del Imperio romano, que la combatió por motivos políticos. Sólo con los árabes volvió a su antiguo esplendor y fue ulteriormente perfeccionada, sobre todo gracias a su máximo representante, el matemático Albatenio, que añadió a las nociones ya conocidas un sistema de casas del horóscopo.
Siempre gracias a los árabes, la astrología recuperó su auge, incluso en Europa. Aunque estudiada conjuntamente con la astronomía en las universidades italianas y alemanas, empezó a ser mirada con desagrado por la Iglesia, que encontraba difícil conciliar muchos de sus principios con la mecánica de las influencias astrales y que, sobre todo, necesitaba borrar en todo el mundo el conocimiento de todos los dioses que intervienen en tantas mitologías, particularmente la griega, la egipcia y la romana, que están construidas de tal modo que se haga perdurar el saber qué ocultan, y pese también a que papas y grandes dignatarios eclesiásticos, lo mismo que de la nobleza, seguían basando en los horóscopos su guía para la conservación y el engrandecimiento de su poder.