Introducción

LOCALIZACIÓN DE LA CONSTELACIÓN DORADA

La constelación de Tolomeo, localizada casi en su totalidad en el hemisferio norte, está cargada de implicaciones mágicas en relación con el don de mando. Con el nombre de Leo designaban los alquimistas el oro. Asimismo, la más brillante de sus estrellas, Régulo, fue conocida en la Antigüedad como el corazón del león y los griegos la conocieron como Basiliscos, que significa «rey», además de que a los nacidos bajo su influencia les señalaban regia estirpe. La constelación de Leo dio origen al signo que lleva su mismo nombre en el Zodíaco de los signos trópicos; al norte limita con el León menor, al este con la cabellera de Berenice y con la Virgen, al sur con la Copa y el Sextante, y al oeste con el Cangrejo.

UNIVERSALIDAD DEL ZODÍACO

Hace 12.000 años que se sabe que estamos ligados al Cosmos.

La astrología es la ciencia más antigua del mundo y fue, desde tiempos inmemoriales hasta hoy, definida como «ciencia de las ciencias». En la actualidad, cuando empieza a conocer su segundo gran auge, sigue siendo dominio de contados iniciados, pese a que sean muchos los que se dicen llamados.

En teoría, el primer paso hacia la astrología se dio cuando en la remota Antigüedad los hombres, al observar los movimientos del universo y percibir las fuerzas naturales que lo entrecruzan, hallaron coincidencias, comprobaron asombrosas repeticiones y repercusiones y sorprendieron presagios en las condiciones cambiantes de los fenómenos del Universo, relacionando así el futuro y el pasado individual con algo superior que, si bien no sentenciaba inapelablemente (y esto es algo que se sigue discutiendo), al menos condicionaba las acciones humanas.

Teoría histórica sobre la astrología

Dentro del margen de lo detectable, puede afirmarse que todo empezó cuando, casi diez milenios a. de C., los sacerdotes sumerios, orientados por una voluntad superior para que buscasen la presencia y la esencia de la Humanidad en el cielo, registraron el hecho de que cuatro estrellas muy destacadas aparecieran señalando en la bóveda celeste una división en cuatro partes aparentemente iguales, y las llamaron reales.

Se trataba de: Régulo, del León; Antares, del Escorpión; Aldebarán, del Toro y Fomalhaut, del Pez.

Son las mismas que sostienen al horóscopo chino

Provocado por la misma señal, en la extremidad del Oriente los astrólogos chinos, cuyo sistema lunar establece también unas muy interesantes correlaciones con la personalidad (aunque desde una perspectiva anual, como veremos al final de esta obra en combinación con el signo de Leo), las conocieron también desde tiempos muy remotos como estrellas de las estaciones, tomándolas como índice de su calendario.

Pero pronto se perdió de vista la unión de astrología y magia

Inicialmente, se estableció un vínculo entre astrología y magia. Sin embargo, con el paso de los siglos la ciencia astrológica se hizo compleja, se exigió más precisión, llegó a hacerse temible (se prohibió que se hiciesen cálculos relacionados con emperadores) y empezó a ser cultivada básicamente por eruditos, por espíritus más diligentes que los del simple hechicero o la bruja de aldea. Fue así como los grandes sabios, los más respetados filósofos y matemáticos establecieron y divulgaron la influencia de los astros sobre la formación del carácter humano.

Los últimos descubrimientos científicos confirman que la astrología tuvo su génesis —aunque rudimentaria y todavía en estado embrionario— en Babilonia, afirmación demostrada por las 22.000 tablillas con caracteres cuneiformes conservadas en el Museo Británico en las que, basándose en las condiciones meteorológicas, se formulan numerosas predicciones.

El ser humano, según concepción que comparten íntegramente los iniciados de nuestros días, es el espejo del Universo y la astrología era estudiada para bien y utilidad de la comunidad.

De hecho, aún no se compilaban horóscopos individuales. A cada dios se le atribuía un determinado dominio terrestre o aéreo y los planetas eran denominados con nomenclatura divina. Eran sólo siete: Luna, Sol, Júpiter, Venus, Saturno, Mercurio y Marte.

Los filósofos griegos racionalizaron la astrología

A la caída del Imperio Babilónico, los asirios heredaron sus conocimientos astrológicos. A partir de entonces, el estudio de la astrología se amplió lentamente, conquistando nuevas latitudes: India, China, Persia y, finalmente, Grecia, donde se desarrolló el sistema del horóscopo individual.

Fue precisamente con los filósofos griegos, grandes astrólogos, cuando la «ciencia de las ciencias» perdió sus últimos contactos con la magia para afirmarse como ciencia. Heráclito, con su concepto de que «la naturaleza del cosmos es igual a la de la psique humana», establece, a través de la teoría de los contrarios, que cada uno de los 12 signos zodiacales está constituido intrínsecamente por elementos positivos y negativos, que pueden realizarse más o menos libremente en bien o en mal, ya que el hombre posee la ratio para superar los negativos.

Platón, con su teoría de las ideas, formula la doctrina sobre la relación subyacente entre fenómenos cósmicos y acontecimientos terrestres.

Se descifró así el principio universal de los amuletos

Aristóteles, al sostener que «toda fuerza de nuestro mundo es gobernada por los movimientos del mundo superior», sintetiza la filosofía heracliana y platónica. También con Aristarco se formulan las primeras asociaciones entre astros y minerales, astros y colores y astros y metales.

Pero habría de ser el matemático y astrónomo Hiparco el primero en observar la precisión de los equinoccios y en catalogar las estrellas fijas, atribuyendo a cada parte del cuerpo humano un signo del Zodíaco.

Sesenta asteriscos se concretaron en doce

También pudo ser mucho más numeroso el conjunto de signos zodiacales, pues, repetimos, la base de todo esto es la astrología, en cuyo creciente conocimiento ponían toda su atención y su devoción los sacerdotes medos, artífices de la grandeza mágica de la naciente Persia y herederos de los misteriosamente desaparecidos sumerios, que hace 9.700 años hicieran de la ciudad de Ur, capital de Sumer, el gran centro del conocimiento paranormal, a la que llegaba el hombre en busca de su poder de trascendencia en el tiempo y en el espacio, y se lo mostraban en la forma de un huevo de luz coloreada.

Aquellos magos clasificaron en 12 las influencias astrales y las distribuyeron en un círculo seccionado en 12 partes, de las cuales se ha dicho, y no sin razón, que obedecen a una subdivisión que pudo ser un tanto arbitraria, ya que su sistema de contabilidad lo llevaban por 12 y por 60, como agudamente señala Maurice Chatelain en su obra Nos ancêtres venus du cosmos, aunque se equivoca al deducir que el principal motivo fue la intención de los sumerios de fraccionar el horizonte en 12 partes alusivas a los países con los que pretendían fijar sus relaciones comerciales.

Quizá pudo haberse reducido aún más el número de los signos o, por el contrario, haberse aumentado, ya que existen innegables correspondencias complementarias entre los asteriscos, como es el caso de Sagitario y Piscis, pues como hemos señalado en sus respectivos volúmenes, el uno es a la tierra lo que el otro al mar.

Signos, asteriscos o panes zodiacales

Asimismo, pudo dividirse el Zodíaco en marinos, en conquistadores, en organizadores y en intelectuales o, más aún, pudo multiplicarse por dos para hacerlo más especializado, e incluso por tres (por decanatos), como hacemos en esta misma obra. Pero el establecimiento que finalmente hizo Hiparco al confirmar que debían ser precisamente 12 las divisiones de la eclíptica —de 30° cada una, llamándose signos, o asteriscos, o panes— es el considerado de mayor acierto y orden y adoptado en todo Occidente.

Aquella división en 12 casas habitadas por planetas, fue mucho más que un acierto. De hecho, tuvo que ser una revelación. La esencia de cada arquetipo zodiacal trasciende lo humano y lo nacional para configurar incluso la historia del devenir universal, galáctico o terrestre en una época en que los conocimientos humanos no podían incluir mucho más de cuanto exigía la existencia cotidiana. Sin duda, a tal revelación estuvo ligada su desaparición como pueblo y su consiguiente legado de sabiduría astral rescatado por los medos.