Algunos estudiosos afirman, y no sin cierta razón, que la subdivisión zodiacal en 12 partes fue un tanto arbitraria. Afirman que probablemente estuvo motivada por el hecho de que los antiquísimos y misteriosos pueblos que recibieron la revelación, como los sumerios, realizaba su contabilidad mediante operaciones por 12 y por 60, como agudamente señala Maurice Chatelain en su obra Nos ancestres venus du cosmos, aunque se equivoca al deducir que el principal motivo fue la intención de los sumerios de fraccionar el horizonte en 12 partes alusivas a los países con los que pretendían fijar sus relaciones comerciales.
De hecho, podría insistirse en que pudo haberse reducido aún más el número de los signos o en que, por el contrario, pudo haberse ampliado, ya que existen innegables correspondencias complementarias entre signos, como es el caso de Sagitario y Piscis, pues el uno es a la tierra lo que el otro al mar. Situación comparable es la existente entre los signos de Géminis y Virgo, pues el primero es al pensamiento y el análisis aéreo lo que el segundo es al mismo proceso pero en firme, sobre la tierra.
Otra de las razones, quizá una de las más poderosas, es la de que el signo de Libra fue originalmente concebido como integrante del gajo zodiacal de Escorpión, teniéndosele precisamente como las pinzas del arácnido. El caso es que esto desequilibra la balanza.
Por otra parte, pudo igualmente intentar la división del Zodíaco en marinos, en intelectuales, en conquistadores y en organizaciones, para conformar la actuación de los individuos en relación con el cálculo zodiacal de las naciones, que fue el más interesante en los inicios de la astrología o, más aún, pudo multiplicarse por dos para hacerlo más especializado, e incluso por tres (por decanatos) como hacemos en esta misma obra.
Pero, observemos que la división del círculo zodiacal se hizo en 12 signos de 360 grados y no en 10 signos, o en 100 o en 1.000 grados, debido a una razón esencialmente matemática: la de que el número 360 se correspondía, como ya hemos dicho, con el sistema que los magos-sacerdotes seguían debido a que el número 360 cuenta con mayoría de divisores, que son:
1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - 8 - 9 - 10 - 12 - 15 - 18 - 20 - 24 - 30 - 36 - 40 - 60 - 72 - 90 - 120 - 180 - 360
Así el estudio del Zodíaco podía hacerse de 22 formas distintas, abarcando muchos más divisores y posibilidades que si se hubiera ajustado la cifra a 1.000. Por tanto, al sobrenatural alcance del 12 se añadía la gran conveniencia de aquella contabilidad basada en el sesenta, a cuya herencia debemos muchas de nuestras actuales medidas de la vida, como la del tiempo y la que resume la mecánica mística de la cristiandad.
Más que un acierto, una revelación
La experiencia ha demostrado, sin embargo, que la división en 12 casas habitadas por planetas fue mucho más que un acierto de los sacerdotes magos.
De hecho, tuvo que ser una revelación. La esencia de cada arquetipo zodiacal trasciende lo humano y lo nacional para configurar incluso la historia del devenir universal, galáctico o terrestre en una época en la que los conocimientos humanos no podían incluir mucho más de cuanto exigía la existencia cotidiana.
Y sin duda a tal revelación estuvo ligada la desaparición de los sumerios como pueblo y su consiguiente legado de sabiduría astral, del mismo modo en que está relacionada con la mitología judeocristiana.
En tiempos de la gran Sumer y de Babilonia, así como en los del antiguo Egipto, los estudiosos de lo sobrenatural, o magos, debían ser necesariamente astrólogos —pues no se concebía, ni se concibe el estudio de la naturaleza sobrehumana si no es sobre la base astrológica— y eran tenidos, pues, como practicantes de una ciencia inaccesible e incluso sabiamente velada al pueblo, que conocía las potencias celestiales únicamente en relación con personalidades divinas dotadas de poderes distintivos y domiciliadas en los astros que estaba en sus posibilidades percibir, por lo que no se le hablaba de que había otros planetas más allá de Júpiter por más que, como repetimos varias veces en esta obra, Plutón mismo estuviera en el conocimiento iniciático desde tiempos incalculables, como lo demuestra Nostradamus.
Debemos dejar bien claro el hecho de que aquellos sacerdotes magos de la sabia Sumer eran eruditos maestros, no pomposos sembradores de supersticiones y recolectores de oro. Vivían realmente entregados a sus funciones de estudiosos y divulgadores. Y sabían por qué debían reverencia al signo de la estrella y adoración a Utu (el Sol), Nanna (la Luna) e Inanna (estrella del crepúsculo).
De hecho, no sólo conocían el orden de los cuerpos integrantes de nuestro sistema planetario, sino también un gran número de medidas que sólo hasta muy recientemente logró establecer de nuevo la astrofísica, como son las distancias que separan a cada planeta del Sol, por ejemplo, además de que sus conocimientos sobre los planetas situados después de Júpiter ha dado lugar al asombro de los que en la actualidad luchan por desentrañar los alcances de su saber.
Muchos siglos después, con el decaimiento de la astrología provocado por el empuje militar y político del monoteísmo, se produjo —como verdadero accidente— la fusión de astrología y astronomía, es decir, el estudio de lo espiritual astral con el de lo físico. Y fue tal el olvido de lo zodiacal a que esto dio lugar y tal la ignorancia que propició, que los pueblos más civilizados quedaron literalmente conmocionados cuando de nuevo alguien (Copérnico) les señaló que en lo físico la Tierra no es el centro, que únicamente lo es en lo trascendental, en lo inmortal, en lo astrológico.
A este respecto debe recordarse lo escrito por el filósofo y matemático francés Charles de Bouelles (Carolus Bovillus) en su obra El Sabio, publicada en 1511: «El hombre es el centro y el epílogo del universo, resumiendo en sí todos los aspectos de la Naturaleza: sustancia material; viviente; sensible; racional; y participando de la asedía de la piedra, de la voracidad de la planta, de la lujuria de la bestia y de la inteligencia del alma razonable…».
Misteriosa materia oscura que envuelve las galaxias
La astrología está compuesta de irrealidades tangibles y la astronomía de intangibles realidades. Esta última lleva ventaja en el reconocimiento público, en tanto que la astrología la tiene en el reconocimiento íntimo. Y así seguirá siendo ya durante muy pocos años.
De hecho, el gran público ha empezado a interesarse profundamente por las realidades mesurables del espacio y lee con fruicción lo escrito por los astrónomos, en tanto que estos responden interesándose con la misma avidez por lo que les dice el horóscopo.
De nuevo coinciden ambas ciencias en que nuestra galaxia y todas las galaxias no son únicamente enjambres que desbordan un imponente aura lumínica emitida por estrellas y reemitida por inmensas nubes de polvo, sino que están envueltas por una misteriosa materia oscura de naturaleza jamás contemplada y de composición insospechada.
Tras el primer giro de la rueda zodiacal
También coinciden ambas ciencias en que la iniciación o creación del Universo tuvo lugar a partir de una manifestación propia del signo de Aries.
Para los sacerdotes magos, una fuerza que reunía la esencia de un poderoso carnero embistiendo contra la misteriosa materia oscura antes mencionada dio lugar al gran estallido, o Big Bang, a partir del cual el Universo experimentó una sucesión de cambios no sólo cuantitativos y que se corresponden con la naturaleza trascendental de los siguientes signos del Zodíaco.
Para explicar el creciente acuerdo o coincidencia entre astrónomos y astrólogos convendrá especificar que con la sucesión de los signos se puso de manifiesto en la etapa inicial del cosmos —el primer giro de la rueda zodiacal— que se definía un comportamiento peculiar al cual los astrofísicos definen como «transiciones de fase»; este comportamiento determina un fenómeno funcional bien definido, como el del magnetismo, que súbitamente, con el paso de un signo a otro, cambia de características y hasta de comportamiento al variar la temperatura del sistema. Precisamente la temperatura elevada, la de los signos hoy clasificados como de fuego o de aire (Aries, Leo, Sagitario, y Géminis, Libra y Acuario) dan lugar a una fase desordenada, en tanto que los de temperatura baja, los llamados de tierra y de agua (Tauro, Virgo, Capricornio, y Cáncer, Escorpión y Piscis), producen una fase ordenada. Analicemos en esta obra el concepto de desorden que pudo generar el signo de Libra —el que tanto tiende al equilibrio y a la armonía— al ser el que dio el toque artístico a la conformación del ser humano.
REPRESENTACIÓN DE LOS DOCE SIGNOS DEL ZODÍACO

Aries - Tauro - Géminis

Cáncer - Leo - Virgo

Libra - Escorpión - Sagitario

Capricornio - Acuario - Piscis
Lo que está arriba es como lo que está abajo, señaló Hermes Trismegiso, máxima referencia de la astrología y, en general, de la sabiduría trascendental. Y aquellos fenómenos registrados en las primeras vueltas del Zodíaco tienen su equivalente en los que dieron lugar a la conformación de nuestro planeta.
Uno y otro período parecen confundirse en la Biblia. Tal vez no sea así. Pero lo que realmente se pone de evidencia es la sucesión de temperaturas y de ambientes zodiacales, como el que sobrecogedoramente describe así: «En el principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era caótica y desolada, las tinieblas cubrían el océano y el espíritu de Dios batía las alas sobre el agua. Y Dios dijo: “Que se haga la luz”. Y la luz se hizo… ».
Zodiacalmente podría escribirse una gran cantidad de libros en torno a la frase «y el espíritu de Dios batía las alas sobre el agua».
Aire y agua, por la esencia de sus respectivos signos, instrumentos del Creador, se movían sobre la Tierra que aún estaba por ser creada como centro de vida, pero que existía ya como elemento, al igual que el fuego.
En un término que científicamente se ha fijado entre los catorce y los cinco millones de años atrás, los antepasados de los hombres se decidieron a salir del bosque, donde inicialmente pasaron etapas sagitarianas y, por fin, geminianas. Y ya en las cuevas, en los primeros y temerosos asomos a las grandes extensiones se manifestaron en sus actos las directrices cancerianas. Pero la salida definitiva de los bosques a la sabana fue inducida por el signo de Leo, que permitió a nuestros remotos antepasados erguirse poco a poco y servirse cada vez más de las patas traseras y menos de los nudillos de las manos como apoyo para la carrera.
La espalda humana es un don de Leo
Para los iniciados resulta indiscutible que Leo gobierna desde entonces la espalda humana y que en aquella etapa también otorgó a la que sería la especie reina del planeta, las facultades para dominar la llanura que es reserva natural del rey cazador. Y no hay duda de que en semejante terreno debían erguirse si deseaban sobrevivir, ya que debían transportar cuanto recolectaban para comerlo en las cuevas que bajo el signo de Cáncer aprendieron a necesitar y a disfrutar, además de tener que llevar a cuestas a sus crías, lo cual exigía piernas más largas, ágiles y fuertes, a la vez que brazos y manos libres.
Todo esto conllevaba otros cambios, como el de que los pulgares de los pies acabaran situándose junto a los otros dedos, puesto que no debían facilitar ya la marcha arbórea, sino la terrestre.
Asimismo, la pelvis se acomodó y remodeló para contribuir mejor al sostenimiento del peso distribuido ahora de modo distinto; las rodillas se situaron gradualmente dentro de la línea de las caderas y los tobillos se especializaron y reforzaron contribuyendo a obtener la máxima utilidad de la posición erguida.
A la vez, como resultado de la nueva posición vertical, la laringe se desplazó hacia abajo y favoreció la aparición del lenguaje, aunque, ciertamente, por obra de la primera era de Piscis, la forma original de comunicación entre los hombres de entre ocho y cuatro millones de años atrás fue la telepatía, como muestran las pinturas rupestres cuya ejecución no obedeció a fines artísticos, sino de intercomunicación entre cazadores o reclamo telepático para las bestias pictóricamente invocadas, así como medio de comunicación con los dioses, a los que no imaginaban, sino que eran entidades reales que fueron conformando a la humanidad, paso a paso, a partir de la decisión de «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza».
Del soberbio Leo a la realista Virgo
Por supuesto, el influjo de la era de Leo no convirtió a estos hombres en cazadores de la noche al día. Los científicos coinciden en que lo más probable es que nuestros antepasados se hayan iniciado en la degustación de la carne en calidad de meros carroñeros, conformándose con las sobras abandonadas por los grandes felinos aficionándose particularmente al tuétano, en espera de desarrollar instrumentos de mayor utilidad que la del simple garrote o la piedra que directamente la mano empleaba para golpear o arrojar.
Después llegó la era de Virgo, signo de esencia femenina que les indujo a valerse de utensilios y administrar lo que lograban, señalándoles la necesidad de organizarse para sobrevivir como especie. Durante estos milenios la mujer vio con gran temor la posibilidad de ser embarazada.
Las mutaciones sufridas por su pelvis causaron el considerable estrechamiento de la vía de nacimiento y no eran pocas las que morían a causa de un parto, particularmente del primero.
Sin duda, el hombre pasó así a ser visto como un peligro imposible de eludir.
Este fue el primer fundamento del signo de Virgo. El segundo sería el temor a la violación, a la que tan habitualmente se vio sometida la mujer por el cazador que acababa de descubrir el poder que en todos los órdenes podía ofrecer la violencia.
Aquel temor se grabó en la memoria generacional tan profundamente que hasta la fecha sigue enraizado en toda mujer, incluso en aquellas que, por hallarse en particular posición de fuerza o ventaja o por practicar la prostitución, cualquiera supondría a salvo de semejante angustia.
La lucha particular de la mujer por la supervivencia
Pero existía otro temor, entre tantos más, de carácter determinante: el de ser abandonada por el hombre, el miedo a que el cazador la desprotegiera y dejara de compartir con ella la carne que cobraba; miedo al hambre de sus crías y de ella misma. Es posible que algunas pudieran conformarse con los frutos y las cortezas tiernas que incluso los hombres menos dotados arrancaban de los árboles cercanos, o con las gramíneas que les ofrecía la sabana, o con la carroña y los pequeños animales, como topos, o ratas, o aves que cazaban, así como insectos tales como hormigas, pero la alimentación de los cazadores y la de quienes debían permanecer en las proximidades de la cueva marcó la primera división social.
Entonces la atención del cazador pasó a ser la gran esperanza de la mujer, particularmente cuando ya había tenido un hijo de él, pues este, conforme la especie evolucionaba, reclamaba unos períodos de crianza más prolongados antes de ser capaz de valerse por sí mismo.
De este modo la primera era de Virgo concluyó con la aceptación de la mujer de que debía conservar a su lado al macho e inducirle a hacerse cargo de la alimentación y la protección de ella y de su descendencia. Y, en lo general, esta era dejó a la especie y a los nativos del signo la tendencia al análisis y a la administración de las posibilidades.
La evolución de los dones de Venus
En la era siguiente la mujer recurrió al primer don de Venus, el de la permanente disponibilidad sexual ya mencionada. Pero hasta la siguiente era de Escorpión no le llegaría la conciencia de atraer, elegir, acceder o negarse y serle o no fiel. Esta fue ya la era de Libra, en la que se determinarían cambios en la fisiología femenina, cambios que tendrían implicaciones decisivas en la conformación de la especie.
La primera mujer, Lilith, fue de Escorpión y asustó a Adán
Aunque tal prodigio aún debería esperar, se dio ya paso a un tipo de mujer que se halló dotada de poderes excepcionales sobre su compañero. En efecto, es la etapa de Lilith, la primera compañera de Adán, la cual, a pesar de erguirse como humana no sólo conservó el temperamento arrollador de la bestia en celo, sino que, como nueva mujer, se halló en posesión de un celo permanente y descubrió que este podría rendirle placer y poder.
Así, empezó reinando en el concepto de casa que le propiciara el signo de Cáncer y que sin duda era una cueva, pero no supo reprimir el deseo de servirse del formidable poder que hasta la fecha mantiene y que entonces utilizó sin medida ni reserva: el poder de Escorpión.
Tal poder escorpiano es, en síntesis, la facultad de negarse o de concederse, de incitar o rechazar. En definitiva, el de manipular habilidosamente la libido masculina, dando lugar así a la despiadada explotación de los apetitos y de los sentimientos y cubriendo una enconada competitividad entre los varones por merecer la elección y los favores de la mujer, sin que la finalidad sirva al concepto de pareja, sino exclusivamente al interés individual.
Esta pugna subsiste en el inconsciente profundo de incontables mujeres y hombres que tienden no sólo a disfrutar del amor, sino a servirse de él, dando lugar, en el mejor de los casos, al fenómeno del matriarcado, que es de esencia absolutamente librana y que se ha manifestado con singular potencia en las eras de este signo, o en las de Cáncer o de Virgo.
Libra y Escorpión son polos de la sexualidad humana
Pero lo importante es que tal poder le vino a la mujer gracias a la liberación que le otorgó Venus sobre las exigencias sexuales a que estaban sujetas las hembras humanas primitivas, convirtiéndola en única. «Somos una especie consagrada a la sexualidad», concluye la antropóloga norteamericana Helen E. Fisher, refiriéndose a las consecuencias del hecho, por completo excepcional e inusitado, de que la mujer pasara a una condición superior al perder ese timbre cíclico del llamado a la reproducción al que han de responder las demás especies, como es el caso de las hembras de los primates superiores.
Y añade la antropóloga Fisher que la sexualidad «... se halla presente en nuestras conversaciones, nuestras bromas, nuestras lecturas, nos vestimos en función de ella y a ella nos entregamos con asiduidad. Tenemos leyendas que la explican, castigos que la controlan, normas que la regulan. En todas partes hay una forma establecida de cortejo, una forma aceptada de casarse, una razón válida para divorciarse. Las tradiciones y los comportamientos sexuales saturan nuestra vida».
En esencia, esta descripción está orientada por la idiosincrasia libriana, que así fue conformada por los astros hace diez millones de años. Lo suyo es el embellecimiento y el ánimo que conduce a lo sexual pero sin que intervenga necesariamente el propósito de la reproducción, lo cual entraña un privilegio enorme, muy disfrutado, ciertamente, pero aún escasamente comprendido.
Segunda labor de Venus sobre la mujer: el embellecimiento
Siguiendo con los cambios determinados por el don de Venus, quizá ya en la segunda era de Libra, hace aproximadamente unos ocho millones de años, mencionemos entre los más determinantes la desaparición del pelo, así como de las formaciones angulares o ásperas de las áreas corporales distintivas de la feminidad, excepto en las que requiere tal protección.
También los machos experimentaron diversos cambios, aunque los más notorios fueron los que antes les aportó la era de Leo con el fin de habilitarlos como cazadores.
El cuerpo humano fue verdaderamente rediseñado con propósitos de embellecimiento, siendo notoria la intención de hacerlo incitante para la práctica de la caricia y el intercambio de placer, con particular énfasis en la parte frontal, iniciándose la cópula en la postura conocida como misionera, ya que así lo favorecía la nueva conformación dada al esqueleto. Con tal tendencia se desarrolló particularmente el pecho femenino.
Memoria arcaica de la infidelidad
Pero este embellecimiento no fue el causante de que la humanidad se iniciara en el amor a partir de conceptos de promiscuidad, como aseguraron también los pensadores y moralistas de la era más puritana de todos los tiempos, la última de Piscis, en la que aún vivimos.
La marcada tendencia a la promiscuidad, particularmente en el caso de los varones, bien pudiera ser herencia de la etapa simiesca, o protohomínida en cualquier caso, la cual habría pertenecido a la primera era de Escorpión, que incluyó grandes catástrofes y significó muerte y renovación para muchas especies, particularmente para la humana, que en aquellos milenios se vio privada de la luz del Sol, sin duda porque gigantescas capas de polvo levantadas por el impacto de aerolitos, o de ceniza, o por erupciones, o por vapor impedían que los rayos solares atravesaran la atmósfera, siendo esta última posibilidad la más afín con el signo.
Pero, insistiendo sobre la tendencia a la infidelidad, que no sólo predispone al escorpiano a la aventura, sino a los celos, está comprobada la estrecha relación que la humanidad mantiene con gorilas, orangutanes y chimpancés, hasta el punto de no existir diferencia alguna en ciertos aspectos.
Estas y muchas otras especies son promiscuas. De hecho, sólo unos cuantos escapan a la regla, como los gibones y los siamangs, pero tal privilegio no alcanzó a los hombres.
Así se hizo bella la mujer y sedujo a los dioses
Y llegó la hembra humana a ser tan atractiva que pudo despertar deseo en los dioses, de los que tuvo numerosa prole, dando así a la especie humana el máximo caudal de belleza, por más que su número fue pequeño en relación con los no favorecidos y que los privilegiados por tal nacimiento se apartaron del común de los hombres emigrando de África a Europa y Asia a formar sus respectivos pueblos. Pero en cada uno de ellos se mantuvo oculta algo de la espiritualidad de Lilith.