Ese mismo día, momentos antes, cuando Erika me envió el mensaje de texto, yo me encontraba viajando por ese agujero de gusano. Y me encontraba en ese viaje porque eso es lo que ocurre cuando alguien reaparece después de cuatro años. Y de pronto ese alguien, esa chica, está parada en medio de la cafetería de tu escuela, como si nunca se hubiese marchado...
«Tú», es lo que piensas. «Tú estás aquí».
Y por un segundo, te preguntas si estás alucinando. Porque, siendo sincero, sabes que has imaginado este día más de lo que te gustaría admitir. Has representado la escena en tu mente cientos de veces. Pero cuando en verdad ocurre, en tu cafetería (de todos los lugares posibles tenía que ser en la cafetería), solo te quedas ahí parado, viéndola mientras sostiene su charola y busca un lugar para sentarse. Mientras busca un rostro amigable. Y tú no puedes moverte porque tus pies están paralizados. Estás deteniendo la fila para servirse y todos piensan que estás actuando de manera extraña. Pero lo que no saben es que estás viajando.
A través del tiempo.
Eres un viajero del tiempo.
En una misión a través de un agujero de gusano. De pronto, el pasado y el presente se ven conectados por una flexión, no tan sencilla, del continuo espacio-tiempo.
Y justo cuando falta un solo examen parcial para la graduación.
Al mismo tiempo, tu cumplida novia, la que nunca de- saparece, te está enviando un mensaje de texto. Sus palabras no leídas circulan por el aparato en tu bolsillo. Pero esas palabras no llegan hasta ti. Porque no estás en el ahora, sino en el entonces.
Estás frente a una botella que gira y una chica que te besa, una chica que aún no ha desparecido llevándose consigo tu corazón.
Y mientras todo esto ocurre, te olvidas de una de las verdades fundamentales de los agujeros de gusano.
Un agujero de gusano puede matarte.