¿Era una buena idea irse justamente en este momento a Bélgica para ver a la familia si sobre el país colgaba la agresión alemana como una espada de Damocles? Pero a veces las circunstancias se imponen y reducen el margen de decisión al ahora o nunca. En la misma situación se encontraba Agirre. Él quería haber hecho este viaje ya en marzo, con motivo de la Semana Santa, pero las autoridades francesas no le extendieron la documentación necesaria para ello. Ahora sí tenía los papeles en regla y encima le dejaban viajar con su mujer y los pequeños.
Naturalmente, la guerra desatada por Alemania daba lugar a preocuparse, pero desde la perspectiva occidental parecía tener un aspecto irreal porque no había realmente combates con los alemanes, quienes seguían atrincherados a su lado de la frontera, fuertemente blindada. Por el relativo silencio que reinaba en las líneas divisorias entre los estados, los franceses hablaban de la drôle de guerre (la guerra cómica), mientras sus aliados ingleses la llamaban phoney war (la guerra falsa) y los alemanes Sitzkrieg (guerra sentada). Visto así la guerra parecía una comedia. En cambio, los noruegos, los daneses y, ante todo, los polacos sí que tenían razones para objetar, sobre todo desde que los comandos de intervención de la Sipo-SD habían empezado a exterminar a la inteligencia polaca. Burocráticamente preparadas, las unidades especiales de la SS registraban casa por casa para detener a la gente que constaba en sus listas y luego asesinarla directamente o enviarla a un campo de concentración. Miles y miles de personas perdieron así su libertad, y su vida no importaba demasiado en el oeste europeo, donde los gobiernos aún no sentían la necesidad de hacer frente al nazismo de la única manera que entendía el fascismo: la fuerza militar. Mientras la guerra no se presentara de forma violenta al oeste de la frontera alemana, parecía ausente. Hay quien define la paz por la ausencia de la guerra. Además, Países Bajos, Luxemburgo, Bélgica y Francia ya llevaban ocho meses viviendo esta casi normal anormalidad. ¿Por qué debería cambiar la coyuntura justamente ahora?
Agirre era una persona cauta que meditaba sus decisiones. No habría emprendido el viaje a la costa belga si hubiera tenido alguna sospecha de que así ponía en peligro a su familia. Para ello era demasiado responsable. No había indicios de que los alemanes atacarían ese mes, solo rumores y la incertidumbre que surgía a partir de ellos. Lo que sí parecía claro era que podía viajar, porque disponía de la documentación que tanto le había costado conseguir. Había que aprovechar el momento. Además no se trataba de unas meras vacaciones en una situación de crisis, sino que en Bélgica vivían exiliadas tanto su familia como la de su esposa. Desde hacía un año o más no se habían visto.
Así que, el 8 de mayo, Agirre tomó con los suyos el tren de la compañía estatal de ferrocarriles SNCF en la gare du Nord de París. Una locomotora de vapor remolcaba los vagones de París a Lille y de ahí al puerto de Dunkerque. El trayecto lo había cubierto también el famoso Night Ferry que unía a la capital francesa con la inglesa. Como indica su nombre, se viajaba de noche y, ante la falta de un túnel, se cruzaba el Canal de la Mancha en ferry. Así los viajeros se ahorraban una noche en un hotel. Sin embargo, solo contaba con coches-cama de primera clase. Debido a la guerra se había suspendido esta conexión, así que Agirre tenía que usar uno de los trenes normales.
Por su posición social y política tendría que haber reservado plaza al menos en segunda clase, si no en primera. Cuanto más alta la clase, más privacidad había, porque los vagones contaban con compartimentos que evitaban que los pasajeros tuvieran que compartir un gran espacio, como ocurría en tercera clase. Yendo en primera, los peques no molestarían a los demás pasajeros. De todos modos, sería ante todo su esposa, María del Carmen Zabala Aketxe —a la que llamaba Mari—, la que cuidaría de los críos. Según las reglas sociales de la época, él mandaba fuera, ella en casa. En la misma, ambos no hablarían de política, así lo habían acordado. Mari no objetaba, sino que compartía esa división de roles con José Antonio.
Se habían conocido alrededor de 1923 en Getxo. El pueblo se encuentra situado fuera del «bocho», a unos 15 kilómetros al norte de Bilbao, donde la desembocadura del Nervión en el golfo de Bizkaia se denomina El Abra. Getxo se halla en la Margen Derecha de la ría. En 1893 se inauguró en el municipio —para conectar esta localidad con la de Portugalete, en la Margen Izquierda— el Puente Colgante. La espectacular construcción se convertiría en un icono representativo, sobre todo para aquellos extranjeros que llegaban mayoritariamente por mar a Bilbao, cuyo puerto seguía siendo una de sus fuentes de riqueza, además de la minería y siderurgia, de la construcción naval y de la banca. Durante la industrialización del siglo XIX, la clase media alta y la oligarquía bilbaínas se afincaban en Getxo para escaparse del aire contaminado que producía sobre Bilbao la industria pesada de la Margen Izquierda. La denominación geográfica conllevaba también una connotación política y social, ya que en aquella orilla se concentraban los barrios en los que vivían ante todo obreros, marinos y pescadores con sus familias. Poco tenían que ver Mari y Joseba Andoni con ellos.
Mari era la quinta de los siete hijos que tuvieron su padre, Constantino de Zabala Arrigorriaga, y su madre, María Milagros Panta de Aketxe Heras. Ella nació el 13 de noviembre de 1906 en la calle Casilda Iturrizar n.° 4-1.° de Portugalete, el pueblo costero situado en la Margen Izquierda del Nervión. Su padre no solo era marino de profesión, sino también armador y propietario de la Naviera Amaya S.A. Matriculó algunos de sus barcos con los nombres de las mujeres de su familia, como hizo en 1919 con el vapor María, que aludía a su esposa. Durante la Gran Guerra, en la que el reino español se mantuvo neutral, los armadores y navieros bilbaínos hicieron buenos negocios, porque por los riesgos letales que suponía la contienda para sus barcos y tripulaciones subían el precio de los fletes. La demanda por parte de las empresas de los países en guerra aumentaba la oferta. La dinámica causó un boom en el sector, paralelo a la inevitable especulación. La burbuja reventó cuando la guerra acabó con la firma del armisticio en 1918. Cuatro años más tarde, Constantino añadió a sus actividades empresariales la labor política en el momento en que asumió la alcaldía de Getxo. Dejó el cargo en 1923, cuando el general Miguel Primo de Rivera inició su dictadura bajo el reinado de Alfonso XIII.
Hasta Getxo se habían trasladado también los Agirre-Lekube, que anteriormente habían vivido en la calle de La Cruz n.° 6-4.° del centro histórico de Bilbao. En aquella casa Bernardina Lekube Aramburu trajo a su primogénito al mundo en la noche del 5 al 6 marzo de 1904. En la cercana Iglesia de los Santos Juanes, ella y su marido, Teodoro Agirre Barrenetxea-Arando, lo bautizaron con el nombre de su abuelo paterno, José Antonio. Hasta 1920 el matrimonio tendría diez hijas e hijos.
El hecho de que la familia pudiese adquirir una casa en Getxo se debía al negocio con el chocolate, por el cual el abuelo paterno de José Antonio se había trasladado de la villa guipuzcoana de Bergara a Bilbao, en los años ochenta del siglo XIX. En 1907 su padre, Teodoro, lo heredó. Modernizó y amplió la fábrica, creando con otros tres socios la empresa Chocolates Bilbaínos S.A., conocida por el acrónimo Chobil.
A pesar de pertenecer a la clase media alta, los Agirre-Lekube mantenían su vínculo con la cultura vasca y su idioma. En casa seguían hablando en euskara, que en Bilbao había sido prácticamente reemplazado por el castellano. En 1918 Teodoro fundó con otros prohombres Eusko Ikaskuntza. Esta —la Sociedad de Estudios Vascos— tenía como objetivo principal elevar la investigación de la cultura vasca, muy presente en las zonas rurales fuera de los centros industriales, a un nivel académico superior.
Otra impronta que él y Bernardina dejaron en su hijo mayor fue la religión cristiana. La fe católica y la Societas Jesu, fundada en 1540 por el vasco Ignacio de Loyola, se convirtieron en coordenadas de orientación moral para José Antonio. Siguiendo el ejemplo de la élite local, los padres le mandaron a Urduña, donde la Compañía de Jesús disponía de un colegio de estudios secundarios.
Cuando José Antonio estaba cursando el último año de bachillerato, su padre murió de forma repentina, con solo cuarenta y siete años, el 1 de noviembre de 1920. A pesar de la pérdida del hombre, que tradicionalmente «traía el dinero a casa», la posición económica de la familia le permitía seguir estudiando. Agirre optó, como su padre, por la carrera de Derecho. Estudió en la Universidad de Deusto, otro centro que pertenecía a la orden jesuita. De ahí egresaron numerosas generaciones de dirigentes políticos, abogados y hombres de negocios, varios de ellos vinculados al nacionalismo vasco. Agirre se licenció en 1925. El mismo año, por obtener la mayoría de edad a los veintiún años, le hicieron consejero en Chobil y después gerente. Más tarde dejó los dos puestos, por razones profesionales, en manos de su tercer hermano, Juan Mari, nacido en 1908.
En los tiempos que corrían, el capitalismo había encontrado su contrapeso en las ideologías de izquierdas, sobre todo en el socialismo, comunismo y anarquismo, que además rechazaban cualquier religión y sus respectivas estructuras. Entre esos dos bloques se situaba una corriente de la Iglesia Católica y de la patronal que promocionaba una tercera vía. Con la denominada doctrina social se pretendía conciliar la acción empresarial capitalista con las reivindicaciones de condiciones dignas de trabajo para la clase obrera. En el ámbito patronal, José Antonio se adhirió a esta tendencia. En ello coincidió con el PNV y su sindicato Euzko Langile Alkartasuna o Solidaridad de Trabajadores Vascos. Ambas formaciones se entendían como una alternativa ideológica, política y sindical tanto al capitalismo salvaje como también al polifacético socialismo laico y ateo que la burguesía veía como la principal amenaza del sistema de producción capitalista, del orden religioso, social y político de la época.
Fuera de la vida laboral y familiar, Agirre adquirió cierta fama como futbolista del Athletic Club de Bilbao. Se le apodó «Aguirre “Chocolate”» para diferenciarlo de otros jugadores con el mismo apellido, un tanto común en tierras vascas. En las artes creativas se decantó por la música, afiliándose a la Sociedad Filarmónica de Bilbao.
Después de diez años de noviazgo, y con una considerable carrera empresarial y política, formalizó su relación con Mari. El 8 de julio de 1933 se casaron en la basílica de Begoña, tal y como lo mandaban sus costumbres burguesas y el nacionalismo vasco que les unía. Al entrar en el templo los asistentes entonaron el Agur jaunak, una canción tradicional vasca de recibimiento o despedida, y luego, al salir, el himno del PNV, el Euzko Abendaren Ereserkia (en castellano: himno nacional vasco). El acto religioso lo ofició el tío carnal de Agirre, Antonio de Lekube. Su madre, Bernardina, hacía de madrina y su suegro, Constantino, de padrino. Después, los recién casados bajaron al casco antiguo de Bilbao donde, en la calle Arenal 5, celebraron su boda con sesenta invitados en el restaurante del moderno hotel Torróntegui, con sus setenta y cinco habitaciones. El viaje de boda les llevó a los países nórdicos. El diario nacionalista Euzkadi informó en primera página del acontecimiento.
Tres años más tarde, Mari dio a luz a la primogénita, Aintzane. La familia seguía viviendo en Getxo cuando militares, monárquicos y falangistas se alzaron contra la República. El transcurso de la guerra, sin embargo, acabó con la vida idílica de los Agirre y Zabala en Euzkadi. Tres días después del bombardeo de Gernika, el 29 de abril de 1937, Bernardina dejó su casa en Getxo, que se hallaba en la calle Miramar n.º 2 del barrio de Algorta. Cruzó la frontera al País Vasco continental, donde se alojó en la Villa Nande, ubicada en la rue Chambre d’Amour de Anglet. Su hija Mari Cruz aguantó en la casa de Algorta hasta el 14 de junio de 1937. Al día siguiente, la Brigada Mixta italiana Flechas Negras ocupó Getxo. Para entonces, los familiares más cercanos de José Antonio y de Mari ya se habían refugiado en la República Francesa.
Si alguien de los Agirre y los Zabala albergaba la esperanza de que los vencedores insurrectos les permitiesen regresar, esta se vio truncada tan solo dos meses y medio después de la caída de Bilbao. El 28 de agosto de 1937, la Junta extraordinaria de accionistas destituyó al suegro de Agirre de sus cargos vitalicios de presidente del consejo de administración y de director gerente. En un principio, el pleito dividía a los accionistas en demandantes y en un solo demandado, Constantino padre. Aunque la familia tuvo que abandonar la casa de la calle Arecheta en Getxo, le quedaba cierta autonomía financiera, porque supo salvar al menos alguna parte de los activos de su naviera. Paralelamente corrían rumores de que la Junta de Franco o unos fanáticos falangistas podrían atentar contra la familia del lendakari. En el exilio, Agirre no se daba por rendido, sino que seguía luchando por la liberación de Euzkadi. El temor a un atentado o a un secuestro por parte de sus enemigos españoles no carecía de fundamento: los servicios secretos de los insurrectos —y de sus aliados alemanes e italianos— contaban con una fuerte presencia tanto en el País Vasco continental como también en París y en la zona limítrofe con Catalunya.
Por eso los primeros en poner el máximo de kilómetros entre ellos y los territorios vascos fueron los Zabala-Aketxe. El 7 de septiembre de 1937, la Gendarmerie Nationale belga registró su entrada al país cuando sus agentes controlaban a las personas mayores de quince años que viajaban en el tren de París a Bruselas. A Constantino y María les acompañaban por un lado sus hijas Mari y Margarita y su hijo Ignacio; por otro, las sirvientas María Luisa Larrazabal Arteta y Tomasa Lejardi Cenarruzabeitia. Los hijos Vicente y Santiago llegaron más tarde porque primero tuvieron que prolongar sus pasaportes caducados en París. Desde octubre de 1936, su otro hermano, Constantino junior, residía en Lovaina. La ciudad, que se situaba a treinta kilómetros al este de Bruselas, debía su fama a la Universidad Católica. En 1914, soldados alemanes la asaltaron, saquearon y quemaron. A unos veinte kilómetros al este de Lovaina, Constantino padre compró la casa de la Dorpsstraat 1, en el municipio de MeenselKiezegem. El 18 de septiembre, las autoridades belgas registraron que la familia vasca residía oficialmente en esta dirección.
La compra de la casa correspondía, por una parte, a la obvia necesidad logística de que una familia, compuesta por al menos diez personas, precisaba un lugar donde quedarse. Por otra parte, la adquisición del inmueble les ayudaría a legalizar su estancia en Bélgica, que, como tantos otros países, concedía los permisos de residencia a aquellas personas extranjeras que no necesitaban ser sostenidas por el Estado belga. La medida respondía al hecho de que desde 1933 la Alemania nazi había cargado a sus países vecinos con todos aquellos ciudadanos alemanes, austriacos, checoslovacos y polacos que había expulsado de su Reich por motivos racistas y políticos.
Disponer de cierto poder financiero agilizaba, sin duda, los trámites, pero hacía falta también presentar a una persona que avalara a la persona inmigrante. En favor de los Zabala-Aketxe intervino el senador por Lovaina Louis Joseph Ignace Verheyden, del demócrata cristiano Parti catholique/Katholieke Partij. El 20 de septiembre de 1937, el político se dirigió por escrito a las autoridades belgas. Dejó constancia de que «los refugiados de España» se habían instalado en una casa que habían comprado ellos mismos. «Estos extranjeros disponen de un capital cuyos ingresos les permiten vivir holgadamente», constató, y seguía: «El marido es un armador: varios de sus barcos han sido embargados por el Gobierno de Valencia. Otros tres, llevando el pabellón británico, están todavía de servicio».
Un mes más tarde que sus consuegros Zabala y Aketxe, Bernardina inició la etapa del exilio de los Agirre-Lekube en Bélgica. La Gendarmería belga registró que entró con su hija Mari Cruz al país el 18 de octubre de 1937. Dos semanas más tarde arribaron su hijo Ángel; su hija Teresa con sus hijitas, Garbiñe, de dos años y Miren Teresa, de apenas cuatro meses, y su hija Encarnación, en compañía de Juana Aguirre Recondo y la sirvienta Luisa Lizundia Arrizabalaga. El marido de Teresa, Juan Madariaga Astigarraga, se había quedado en el País Vasco continental, en Sara. Más tarde, Bernardina pudo abrazar a sus dos hijos Teodoro e Ignacio. Además acogió al estudiante getxotarra, José Antonio Pertusa y García, quien, según las autoridades de inmigración, disponía de «suficiente fortuna para mantenerse». Bernardina se instaló con sus hijas en el 84, Boulevard de Tirlemont de Lovaina mientras que sus hijos y Pertusa residían en la Marie Theresiastraat 9.
Juan Mari fue el último de los Agirre Lekube en fijar oficialmente su residencia en Bélgica. Entró en el reino el día de San Silvestre de 1937 con un pasaporte español que le había expedido el Consulado de Londres. Ante las autoridades belgas «afirmó ser director de una fábrica de chocolate establecida en Bilbao». Los gastos de su estancia los cubriría con el dinero que había traído. No vino únicamente para estar con la familia.
En abril de 1938, Juan Mari participó en la fundación de la Compagnie Maritime & Commerciale en Amberes. La firma se dedicaba a la importación y exportación por tierra y mar. En la labor le asistía Martín de Lasa Ercilla, que había cruzado la frontera belga el 3 de noviembre de 1937 en calidad de delegado del Gobierno de Euzkadi. Los dos vascos pusieron el belga Edouard Joseph Ferdinand Demarbaix al frente de la empresa. Así querían evitar que el Estado español lograse incautarla, tal y como intentaba hacerlo con las demás propiedades del Euzkadi’ko Jaurlaritza en otros países europeos. En adelante, la Compagnie Maritime serviría para financiar la labor política del Euzkadi’ko Jaurlaritza en el exilio. En 1938, Lasa empezó a obrar asimismo como agente de la Demid Atlantic Shipping Company. Su jefe era otro vasco, con pasaporte filipino, Marino Gamboa. Esta segunda empresa realizaba el transporte de los bienes con los que comerciaba la Compagnie.
Por diversas razones, Juan Mari ocupaba una posición clave a la sombra de su famoso hermano José Antonio. Por un lado, era el único de los Agirre que contaba con un trabajo remunerado y podía ayudar a la familia si hiciera falta. Por otro, operaba en una empresa no menos clave para el ejecutivo vasco en el exilio. Tal vez, su línea de trabajo se situaba más allá del negocio de importación y exportación, como hace pensar una anécdota que ocurrió en la Nochebuena de 1938. Aquel 24 de diciembre, la Gendarmería belga le controló cuando viajaba en el tren 115 de París a Bruselas. Entonces los agentes detectaron que el pasaporte español n.º 1431, extendido en Bilbao el 2 de septiembre de 1936, había caducado. No obstante, Juan Mari se identificó con otros dos documentos, una carta de identidad francesa y un salvoconducto que le permitía entrar y salir de Francia. Como domicilio figuraba el Château de Belloy, en la localidad francesa de Saint Germanen-Laye. El Gobierno de Euzkadi había alquilado el lugar para alojar al coro y grupo de danza vasca Eresoinka. El grupo realizaba una gira por Europa como embajador cultural a favor de la causa vasca. En un momento en el que era frecuente que los extranjeros carecieran de documentos de identidad y contaran con la movilidad muy reducida, los gendarmes se quedaron sorprendidos por la abundancia de permisos en posesión de una sola persona de fuera. Ante las dudas, optaron por incautarle toda la documentación para que las autoridades superiores la revisaran. «El interesado no estaba inquieto cuando le fueron retirados sus documentos de identidad y enviados al departamento de Asuntos Extranjeros para su regularización», anotaron los agentes sobre la reacción de Juan Mari en su informe.
La actitud del hermano del lendakari se explica quizá porque sabía que no tenía nada que temer por este formulismo o porque su carácter era así. Sea como fuere, tampoco había que tensar las relaciones con los belgas, ya que su madre, Bernardina, había dado quebrantos de cabeza a las diplomacias republicana y belga. Prueba de ello es la carta del 2 de marzo de 1938 que el embajador español en Bruselas, Mariano Ruiz Funes, dirigió al ministro de Asuntos Exteriores, Paul-Henri Spaak. En la misiva le pidió que se interesase por la señora Lecube, que «se queja de ser objeto de numerosas burocracias por parte de las autoridades de la policía». El español añadía que se trataba de «la madre del señor José María [sic] Aguirre Lecube, presidente del Gobierno autónomo del País Vasco». Cinco días más tarde, Spaak marcó la misiva como «muy urgente» y se la reenvió a su compañero flamenco de gabinete, el ministro de Justicia Eugène Soudan, del Parti Ouvrier Belge (POB), de tendencia socialdemócrata.
Según parece, Bernardina era una mujer de armas tomar a la que no le gustaba en absoluto someterse al rígido control de inmigración belga como hacían los demás exiliados. Tal vez pensaba que con haber rellenado, el 19 de noviembre 1937, el Inlichtingsbulletin (hoja de información), había cumplido con todos los trámites. En el formulario hizo constar que «cuenta con los recursos necesarios para mantenerse». No obstante, tres meses más tarde, el 21 de febrero de 1938, tuvo que rellenar otro más en el cual declaraba «no pertenecer a ningún grupo político, es de fe católica romana» y de «no haberse fugado». Dado que a otra pregunta respondió que sí se había fugado de su domicilio en Algorta, tal vez Bernardina interpretaba su llegada a Bélgica no como una fuga sino como un traslado hecho de manera voluntaria. En comparación con sus consuegros, no parecía mostrar mucho empeño en renovar su tarjeta de residencia y en informar a las autoridades de sus traslados dentro de Bélgica.
El mismo mes, Mari decidió trasladarse con Aintzane a París. Le acompañaba la sirvienta Tomasa Lejardi. De su salida informó a las autoridades belgas, que dejaron constancia del hecho en el correspondiente dosier, subrayando que por el cambio de domicilio no les había sido entregada la vreemdelingenkaart (tarjeta de extranjero) a las dos mujeres. El 21 de septiembre de 1938, sus padres decidieron dejar Meensel-Kiezegem para ir a vivir a Lovaina, donde fijaron residencia en la Leopoldstraat 35. Les siguieron Santiago, Margarita, José Ignacio, Vicente y Constantino junior.
En Bélgica, los Agirre-Lekube y Zabala-Aketxe formaban parte de la comunidad exiliada, integrada por 793 refugiados republicanos mayores de edad y cinco mil niños no acompañados. Su posición social y económica daba a las dos familias vascas mucho más margen de maniobra que al promedio de sus compatriotas exiliados. Aquella desigualdad social se repetía también entre los demás grupos de exiliados que el fascismo internacional había desterrado a lo largo de la década de los años treinta. El denominador común de refugiados pobres y ricos era que en el caso de una invasión alemana todos correrían el mismo riesgo de caer en manos de aquellos de los que se habían escapado.
En ello no estaba pensando Agirre cuando bajó del tren con Mari, Aintzane y Joseba Andoni en Dunkerque. Para recorrer los últimos veinte kilómetros hasta el pueblo costero flamenco de De Panne —La Panne en francés— podían tomar otro tren o un taxi. El destino final de su viaje se encontraba a solo tres kilómetros detrás de la frontera francesa. Si ocurriese alguna emergencia, Agirre podría regresar pronto, incluso a pie, a la République Française. Gracias a la infraestructura existente contaría con suficientes medios para retornar a París. Incluso podría cruzar el Canal de la Mancha en barco a Inglaterra. La travesía tardaría alrededor de dos horas.
Tampoco había que dar más vueltas a lo que podría pasar porque eso lo decidirían otros, no el lendakari. Más valía pensar en el presente y aprovechar los momentos con la madre y la suegra, hermanas y hermanos, cuñadas y cuñados. El lugar que habían elegido invitaba a ello.
Hasta la segunda mitad del siglo XIX, De Panne había sido un pueblo de pescadores quienes, al no tener puerto, desembarcaban su pesca directamente en la orilla. Más tarde el lugar se convirtió en un balneario cuya primera línea de casas llegaba hasta la playa. Junto con el dique, invitaban a pasar un bonito rato por el litoral del Canal de la Mancha. De hecho, De Panne se promocionaba por tener la playa más ancha de Bélgica. En paralelo a ella corría incluso un tranvía de vapor, símbolo de la riqueza del país colonizador en África. El avance tecnológico más su conexión ferroviaria con Dunkerque explicaba que hasta finales del siglo XIX el pueblo se hubiera convertido en una atracción turística para los belgas pudientes. Hasta su majestad el rey solía veranear en aquel lugar. De Panne emulaba lo que Donostia y Biarritz eran para las altas sociedades española y francesa de entonces. Ante el pasado empresarial del lendakari la decisión de reunirse con los suyos en De Panne no carecía de cierta ironía. En una postal de la época, la villa se promocionaba como la Côte d’Or, bon chocolat.
Cuando Agirre llegó, su suegra llevaba ya un mes en De Panne. Junto con sus hijos e hijas se había alojado en la Villa La Siesta. Se trataba de un edificio de tres pisos. Su arquitectura de estilo victoriano parecía más juguetona y fina que la de los chalets vascos de Getxo. Cuando María Aketxe se trasladó de Lovaina a De Panne, el 10 de abril, informó debidamente a las autoridades de su cambio de domicilio a la Bortierlaan 37. Sus hijos e hijas siguieron su ejemplo, aunque no toda la familia acudió al encuentro. Para cuando su yerno y su hija llegaron de París, Constantino padre residía ya en Caracas, adonde había emigrado con sus hijos, Vicente y Constantino junior.
En Venezuela, el Gobierno de Euzkadi pensaba dotarse de una industria pesquera. Así quería dar a los refugiados, cercanos al PNV, un futuro profesional y a sí mismo una fuente de ingresos y un sostén político en el extranjero. Constantino senior dejó Europa por América porque en el Viejo Continente se le hacía imposible trabajar en su negocio.
En diciembre de 1939 había pedido un pasaporte a las autoridades belgas para poder viajar durante quince días a Francia. En la república vecina quería tratar con la administración francesa un asunto relacionado con su barco Coele, que se hallaba en el puerto de Rochefort. Como referencias mencionó al ya citado senador Verheyden y a un tal Felix van Aerschodt; al National City Bank de Nueva York, que contaba con una sucursal en Bruselas, y al director de la Association des Armateurs belges en Amberes. Probablemente no se le concedió el permiso. En enero de 1940, Zabala solicitó un visado para poder viajar a Francia e Inglaterra por razones de negocios. Declaró que no se ocupaba de política en Bélgica. En una nota escrita a máquina, que se halla en su dosier de extranjero, consta: «El Gobierno español se opone a la entrega de un pasaporte nacional porque el de Z.[abala] es el yerno de M.AGUIRO [sic], antiguo presidente del gobierno vasco». La nota viene con una tarjeta del señor Willems del gabinete del primer ministro belga Hubert Pierlot, del Parti catholique.
Tampoco todos los Agirre llegaron a De Panne, porque, ya en 1939, María Teresa había regresado con sus hijitas a Biarritz. Según la documentación belga, Bernardina y sus hijos e hijas no dieron parte a las autoridades de su traslado a De Panne. Supuestamente Encarna y Mari Cruz, Juan Mari, Teodoro, Ángel e Ignacio acompañaron a la madre, que el 20 mayo cumpliría los sesenta y cuatro años. Su cumpleaños fue el otro motivo por el que José Antonio viajó a Bélgica.
En De Panne había reservado en la Zeelaan 156, una calle céntrica llena de tiendas y comercios. El alojamiento se hallaba enfrente de la iglesia católica Onze Lieve Vrouwekerk (iglesia de Nuestra Querida Señora). Desde ahí solo tardarían cuatro minutos andando hasta la Villa La Siesta. La casa se encontraba en la tercera fila de la playa.
«El contento de la vida en familia, lejos de las preocupaciones que constantemente nos rodeaban en París, nos hizo casi olvidar la guerra, en aquellos suaves días de mayo junto al mar», relata el lendakari. El mar con su peculiar acústica, la playa y los paseos suelen ser un buen remedio contra el pesimismo y ayudan a cargarse de energía positiva. «Solíamos pasearnos por la inmensa playa cubierta de dunas, que se extiende kilómetros y kilómetros uniendo los pueblos de la costa flamenca, hasta internarse en Francia. Dunkerque se divisaba claramente, pues solamente quince kilómetros le separaban de La Panne», cuenta Agirre.
En la lejana Berlín, los estrategas del Comando Supremo de las FF.AA. incluían Dunkerque en los planes de ataque para los aviones de la Luftwaffe. Por su cercanía a la costa británica, proporcionaba un valor estratégico al puerto para la logística del cuerpo expedicionario británico BEF. El Águila Imperial alemana ya se giraba hacia el oeste esperando a que su amo la soltara.