3

—Mel, no me mires así.

No creía estar mirándolo de ningún modo en particular, porque de hecho me esforzaba por no demostrar mis sentimientos. En realidad me faltaba poco para explotar. No quería que fuera así, pero lo cierto era que hablar con mi padre por primera vez al cabo de años, por más que fuésemos a hablar de trabajo, sacudía todas mis estructuras internas e, igual como Edu en la copa de los árboles, me sentía inestable, vulnerable, sin poder hacer nada para asegurar mi posición.

¿Por qué tenía que ser justo él quien estuviese a cargo de las investigaciones allí, habiendo tantos científicos en el mundo?

—No te miro de ningún modo en particular, Varg.

Ladeó la cabeza y me sonrió como diciendo «¿No?».

—Ahora los dos sois adultos, Mel.

—Lo sé.

—Y ha llamado porque está al tanto de tu carrera. Sabe que nadie mejor que tú…

—No intentes dorarme la píldora. ¿Se te ha olvidado que se largó de aquí…?

—No, claro que no se me olvida. Que tenga una relación cordial con tu padre no implica que le haya perdonado lo que hizo, él conoce mi opinión al respecto, pero esto es trabajo, es tu carrera y, a decir verdad, me siento orgulloso de ti. Harald ha pensado en ti para esto, lo que supone que reconoce tu valor dentro de este campo. Tu nombre no se queda aquí escondido en el Amazonas y lo sabes.

Lo que yo no quería era que mi nombre fuese pronunciado en Svalbard por ser su hija, porque más allá de los lazos de sangre… bueno, entre nosotros dos no había nada.

—¿Mel? —dijo Varg ante mi silencio.

Aparté la vista del mapa de la pared que estaba detrás de él y lo miré a los ojos.

—Eres especialista en la materia, es lógico que haya llamado para hablar contigo.

—Hay profesionales con mucha más experiencia que yo.

—Mel…

—Dudo que haya llamado porque…

—Mel, tu padre ha respetado durante todo este tiempo tus deseos de mantenerte apartada de él. Ahora ha llamado porque conoce tu trabajo.

—No viajaré a Noruega.

—Mel…

—No. Tengo trabajo aquí. No puedo simplemente dejarlo todo e irme. Escucharé lo que tenga que contarme, pero…

—Mel —pronunció mi nombre otra vez, interrumpiéndome.

—¿Qué?

Mi tono no fue el de la científica que debe respetar a su jefe, pero por supuesto Varg no se lo tomó a pecho, porque era lo más parecido a un padre que yo había tenido nunca y yo no era para él solo una de las integrantes de su equipo de investigación, sino la hija de su mejor amiga, la niña que tantas veces trepó a sus hombros para ver la vida desde allí, la mujer que celebró su doctorado con mi madre y con él, comiendo feijoada en casa de mi abuela.

—Lo sé y te aseguro que te entiendo, no tienes que explicármelo. Te llamará para hablar del hallazgo, pero no deja de ser tu padre. Tranquila. Me quedaré aquí contigo. Juro que no te dejaré sola con él.

—Debería hablar con alguna otra persona que no fuese yo.

—Mel, es una oportunidad única. ¿De verdad no te interesa ir hasta allí para estudiar…?

—No me gusta el frío —lo corté, sintiéndome muy estúpida, porque que no me gustara el frío no era justificación suficiente para ignorar el hallazgo, para desestimar la posibilidad de ir a estudiar un «bicho» que había vivido en aquella zona, ahora helada, hacía millones de años.

Varg se limitó a sonreírme y, al instante, a mí se me escapó una risa nerviosa.

—Claro que quiero ver el condenado bicho.

—¿Bicho? —rio Varg.

—He estado hablando con Edu. Se me ha pegado.

—Bueno, ese «bicho» será una tentación para muchos. Podrías considerarte afortunada de tener la posibilidad de estudiarlo, de averiguar más sobre su hábitat. No es solo por el espécimen en sí, todo lo que puedas averiguar les podría ser de mucha ayuda al resto de los científicos que trabajan allí, para comprender cómo era aquello. —Hizo una breve pausa, en la que se quedó mirándome con la intensidad única de sus impresionantes ojos azules—. Este tipo de oportunidades no se desprecian, Mel. Muchos quisieran ir allí.

—Lo sé.

—Y están muy lejos de tener la oportunidad.

—Lo entiendo.

—Svalbard es como una pequeña burbuja. Sabes que no cualquiera puede trabajar allí.

—No tienes que explicármelo.

—Lo bueno es que no necesitas visado. Si tu padre te quiere allí para que te incorpores al equipo de investigación…

—Ese es el problema. Es mi padre. Y yo no quiero… —Me detuve—. No quiero.

Varg alzó las cejas, expectante.

—Lo primero, no me siento cómoda con la idea de verlo, mucho menos de hablar con él, y segundo, eso de que sea mi padre y me quiera allí… Yo no necesito que empuje mi carrera en ninguna dirección. No quiero que el resto de la comunidad científica piensen que voy a tener esa oportunidad única simplemente porque él colaboró con su esperma a la hora de engendrarme.

La sonrisa de Varg se amplió, enseñándome su blanca y bien cuidada dentadura.

—No le he permitido meter mano en mi carrera hasta ahora y no necesito que él interfiera.

—Quien te conozca, sabe que no te apoyas ni jamás te has apoyado en tu padre para tu carrera ni para nada más.

—Pero no todo el mundo me conoce y, si voy allí, pensarán que es solamente por él.

Varg negó con la cabeza.

—En el fondo, sabes que no es así.

No lo sabía, no estaba segura.

—Mel, mucha gente sabe lo que haces aquí. No es que vayas a aterrizar allí sin ninguna preparación.

—No me gusta el frío, mi cuerpo no lo soporta.

—Llevarás abrigo.

Le dediqué una mirada poco amistosa.

—Debería haberme preguntado primero a mí, antes de dar por sentado ante todos que iré.

—Irás. A pesar de lo que sea que haya o no entre vosotros, más allá de los lazos sanguíneos, tú sabes que vale la pena, que esto no es cualquier cosa. Tu padre ya lo ha arreglado todo. Te quiere allí cuanto antes.

—Eso —lo apunté con un dedo acusador—, eso es justo lo que me molesta. Él ya lo tiene todo arreglado.

—Sería estúpido perder tiempo.

—No me manipulará así.

—No es que venga a buscarte para llevarte allí por las orejas. Puedes decirle que no cuando llame. Él simplemente se ha adelantado porque supone, y no de modo desacertado, que dirás que sí. Entiende que eres una profesional.

Crucé los brazos y lo miré desafiante.

Varg rio.

—Dirás que sí. Yo nunca he estado en Longyearbyen, pero dicen que es espectacular. Y en esta época del año todavía queda algo de nieve, pero ya no hace tanto frío, y aún tendrás noche para dormir a oscuras, porque, según entiendo, a mediados de abril la oscuridad ya escasea.

Negué con la cabeza.

—Podrías pasar unos días en Oslo y hacer algo de turismo por el resto de Noruega. Después de todo, la mitad de tu sangre proviene de allí.

—Como si necesitara que me lo recordaras.

—Ojalá pudiese acompañarte. Hace años que quiero proponerle a tu madre que viajemos a Noruega los tres para poder enseñaros donde crecí, pero con lo que sucedió con tu padre y luego tú y tu carrera y después tu trabajo y todo esto —su mirada barrió el espacio que nos rodeaba—. Tal vez un día podamos pasear por allí los tres, en ese caso, sería bonito que tú le enseñases a tu madre los rincones que más te gustan.

—Vas demasiado deprisa, Varg. Se supone que, de ir, lo haría para estar en Longyearbyen, no para hacer turismo en Noruega.

—Seguro que puedes hacer un poco de todo.

—Eres capaz hasta de haberme hecho la maleta.

—No, porque allí no te servirá de nada la ropa que tienes. Deberás ir de compras. Busca unos buenos zapatos resistentes al agua, preferentemente tipo bota, con suela bien gruesa. Además necesitarás guantes, un buen plumífero y…

El portátil de Varg se puso a sonar, avisando de una llamada entrante vía FaceTime.

Mi padre.

El nudo en mi estómago se apretó.

Varg me miró. La sonrisa se le había borrado de la cara.

—No estoy segura de poder…

—Claro que puedes, estoy aquí contigo.

—Hace años que no hablamos.

La llamada continuaba sonando.

—Te hará bien. Será la primera impresión y luego verás como…

—No estoy segura de que sea tan fácil.

—Seguro que puedes mantener una conversación de profesional a profesional.

—Es mi padre.

—Sí, lo es —asintió—. Y no necesitas estar separada de él toda la vida. Que los errores de Harald no se transformen en los tuyos, Mel. Si tu padre te abandonó en su momento, allá él. No tienes por qué seguir sus pasos. Sin duda tú eres diferente.

La llamada no paraba de sonar.

—¿Puedo contestar ahora?

Temblando, me quedé mirándolo a los ojos.

Estaba muerta de miedo, quería echarme a llorar, ponerme a gritar. También quería saber de la mariposa y viajar a Svalbard, entendía que era una oportunidad única y que si no iba no me lo perdonaría nunca y terminaría echando sobre mi padre una culpa que él no tenía, por no tener yo los ovarios suficientes para plantarle cara e ir.

No creo haberle dado ninguna respuesta, pero aun así Varg se inclinó sobre el ordenador para contestar la llamada.

Al instante, el rostro de mi padre copó la pantalla. Varg y yo quedamos en un rectángulo a un lado. Parecía como si los años no hubiesen pasado para él.

En sus labios se esbozó una sonrisa.

Lille bie —dijo en noruego.

Abejita. Su pequeña abeja.

Definitivamente, mi padre no me había buscado por mi currículum.

Hice una mueca.

—Harald, buenas noches —lo saludó Varg para salvar el bache de mi silencio y mi mala cara.

Mi padre le dio las buenas noches en noruego y luego a mí en un muy oxidado portugués.

—Hola —me limité a contestarle también en portugués.

—Ya es tarde por ahí, ¿no? —le preguntó Varg a mi padre en inglés (ese idioma era terreno neutral para los tres), saliendo otra vez al rescate, porque mi tono no había sido el mejor.

—Sí, pasa de medianoche.

Lo miré a través de la cámara y él a mí.

—Mel. —Su voz hizo que se me pusiese la piel de gallina.

—Harald. —No pensaba llamarlo «papá».

—Me alegra verte —me dijo, no disimulando del todo bien lo mucho que yo sabía que le molestaba que lo llamase por su nombre.

No respondí nada.

—¿Te han adelantado el motivo de mi llamada?

—Sí. —Más fría que un glaciar y eso que por debajo de veinte grados yo ya me sentía incómoda.

—¿Y bien?

—¿No estáis seguros de lo que es?

—No, por eso te necesitamos aquí. Mañana… —sonrió interrumpiéndose—, mejor dicho, dentro de unas horas, regresaremos al glaciar para extraer más muestras. ¿Cuándo crees que podrías estar aquí? Seguramente tendrás que preparar algún equipo o… bueno, puedo conseguirte aquí lo que necesites, en realidad…. Tú dirás. Mi grupo te buscará lo que te haga falta para trabajar y no te preocupes por el alojamiento, tenemos una casa vacía que pondremos a tu disposición; suelen ocuparla los científicos que vienen a pasar una temporada con nosotros, pero por el momento no hay nadie, así que es toda tuya. Trae ropa de abrigo y protector solar.

Me quedé mirándolo estupefacta, daba por sentado que yo diría que sí.

—Tenemos que ir a recoger equipo con nuestro avión a Oslo dentro de cuatro días y te haremos un sitio. Solo necesitas volar a Oslo.

En mi rostro se afianzó la mueca de disgusto.

Varg se aclaró la garganta.

Mi padre se removió en su sofá y entonces me percaté de que debía de estar en su casa, en su sala de estar, probablemente.

Lo que se veía parecía muy moderno y de líneas simples, colores claros, texturas agradables. Lo que no tenía buen aspecto era su grueso jersey. Solo pensar en lana, comenzó a picarme la piel, yo iba con camiseta de tirantes y sudaba, lo que era estupendo para mí.

—Mel —retomó él la conversación—, no quería… —apretó los labios—. He leído tus trabajos, estoy al tanto de lo que haces ahí, por eso he llamado.

Me limité a parpadear.

—Te he propuesto ante el comité y casi al instante me han dado su aprobación. Lamento si me he adelantado a tu respuesta, es que por aquí no nos gusta perder el tiempo, ya vamos más de cuatrocientos millones de años tarde para algunas cosas —bromeó y aunque lo que dijo tuvo gracia, no me permití sonreír—. Tu permiso de trabajo estará listo en veinticuatro horas y luego pediremos el de investigación, pero a más tardar en tres días… Dudo que ni siquiera necesitemos tanto. No solemos pedir demasiadas cosas y nos hacen caso pronto. —Me sonrió y noté que hacía un esfuerzo por no parecer triste—. Lamento si me he entusiasmado demasiado, es que aquí todos estamos muy ilusionados con el trabajo que tenemos por delante.

Calló y la oficina quedó en silencio.

Busqué la mirada de Varg pidiendo ayuda, pero él no hizo más que sonreírme.

—Mel, ¿vendrás? Tengo autorización para tenerte aquí hasta el verano y puedo pedir una ampliación sin problemas, dependiendo de lo que suceda. Varg me ha prometido que lo arreglará todo por ahí para que no pierdas tu puesto. Supongo que, pese al calentamiento global, el Amazonas seguirá allí de aquí a julio.

Miré a Varg.

—¿Ya lo has arreglado? —le pregunté.

Él me guiñó un ojo.

—Claro que sí —resoplé—. ¿Cómo lo has conseguido tan pronto?

—Bueno, entre lo que ha pedido Harald y lo que he hablado yo, nadie ha opuesto demasiada resistencia.

—¿Desde cuándo aquí este tipo de cosas se resuelven tan pronto? —le pregunté y Varg desvió la mirada en dirección a la pantalla de su portátil.

Mi padre, por supuesto. ¿Qué otra respuesta había?

—¿Y bien? ¿Te tendremos por aquí o no? —insistió él desde el ordenador.

—Debo pasar por São Paulo primero.

—Sí, por supuesto, sea como sea, ya te lo he dicho, nuestro avión estará en Oslo dentro de cuatro días. Te enviaré toda la información en cuanto terminemos de resolver lo de tus pasajes. Por supuesto, todo corre de nuestra cuenta. Te pasaré un itinerario detallado. Varg tiene mi dirección de correo, que te la dé y me envías tus datos. Me alegra que vengas. Es una oportunidad única.

Lo miré a él y luego a Varg.

—Necesito saber qué es lo que tenéis allí para saber qué debo llevar…

—Pediremos lo que haga falta. Te pondré en contacto con mi asistente. Haz una lista.

Nosotros no trabajábamos así, cuando necesitábamos algo…

Dejé el pensamiento pasar.

—Estás muy guapa, Mel. De verdad, me gusta verte. Tu madre me envió fotografías tuyas hará cosa de un mes, pero…

—¿Qué?

La oficina quedó sumida en un silencio tenso.

—No te enfades con ella.

¿Cómo no hacerlo?

—Será bueno tenerte aquí, Mel. Svalbard es un lugar único. No es Brasil, hace un poco más de fresco —bromeó—, pero te gustará, sé que sí. Además, tenemos un grupo de trabajo estupendo; científicos de todas las nacionalidades y un puñado de estudiantes que seguro que te apabullarán a preguntas.

La imagen en la pantalla se pixeló, la señal comenzaba a fallar. Mi padre dijo algo que no logré entender, porque el audio llegó entrecortado.

—Tenemos mala señal, Harald. Si te parece, le pasaré a Mel tu correo y que ella te escriba para que estéis en contacto.

—Sí, claro, claro. Por lo que he visto, hay un vuelo de Manaos a São Paulo mañana por la noche. ¿Crees que podrás partir entonces?

Eso sería dejarlo todo y salir corriendo.

—Claro, podrá coger ese vuelo mañana —respondió Varg por mí.

—Perfecto. Pásame tus datos pues —me dijo mi padre a mí—. Luego concretaremos el vuelo que te traiga para aquí.

La señal se cortó otra vez.

—Te perdemos, Harald —le dijo Varg a mi padre—. Terminamos de resolverlo todo vía mail.

Y eso hicimos y, sin demasiadas despedidas de mis compañeros, en menos de veinticuatro horas ya estaba lejos de mis «bichos», sentada en un avión, de camino a casa para prepararme para partir hacia Noruega.

Apenas me dio tiempo de comprar algo de ropa de abrigo y terminar de comentar lo que necesitaría para trabajar allí, con el asistente de mi padre.

Mamá y la abuela me despidieron en el aeropuerto y, mientras esperaba mi partida, hablé con Varg para decirle que estaba a punto de emprender rumbo a su tierra. Él me recordó que en parte también era mi tierra; eso no ayudó. Era la tierra de mi padre, la de su familia, la tierra que no conocía ni estaba del todo segura de querer conocer.

Infinidad de veces, durante el vuelo, tuve que recordarme que iba allí por trabajo, por un hallazgo maravilloso.

No funcionó, yo solamente podía pensar en que volvería a ver a mi padre después de años de separación, de toda una vida.