De zaristas y nazis
La antigua monarquía era una forma de gobierno encabezada por el rey, generalmente secundado por miembros de su familia y hombres de su confianza, cuyo poder supuestamente otorgado por Dios era considerado absoluto. Con el transcurso del tiempo aparecieron variantes políticas que le han dado al monarca desde un rol meramente simbólico (monarquía parlamentaria) hasta poderes ejecutivos restringidos (monarquía constitucional). Los reyes más sus familias y servidumbre conformaban una Casa Real determinada, también llamada Casa Regia o Casa de Su Majestad. Gran parte de estas antiguas dinastías se han mantenido con el transcurso del tiempo, de una u otra forma, hasta la actualidad y es un tema que es traído a colación en este libro por la relación que tuvo parte de la realeza europea con los nazis y particularmente con Adolf Hitler. Un tema casi desconocido pero de gran importancia, con connotaciones impensadas como ya veremos más adelante. Todas la casas reales están relacionadas entre sí porque los jefes de esas aristocracias siempre tuvieron la metodología y la estrategia de unir en matrimonio a sus integrantes por espíritu de clase, para cuidar el linaje y a modo de garantizar el poder mediante alianzas, lo que conllevaba además potenciar sus fortunas. Incluso algunas casas reales que tenían sus finanzas quebradas veían una oportunidad de salvar sus deterioradas economías mediante casamientos de conveniencia. Desde tiempos antiguos se trató de vincular a los reinos por medio de esas uniones nupciales, condicionando de este modo la libre elección de sus descendientes en cuestiones de amor, práctica que fue considerada normal y necesaria desde siempre por parte de las familias reales. Así se mantuvo girando una rueda dorada que vinculó exitosamente el poder, la fortuna y la ideología. Respecto a esta última, resulta evidente que estas dinastías profesaban ideas propias de una élite, caracterizadas por la discriminación racial, religiosa —la realeza europea era fuertemente antijudía— y social, ya que despreciaban a las masas, a las que preferían, por convicción ideológica, tener trabajando en estado de esclavitud e indigencia. Eran sus súbditos, palabra que en estos casos define a las personas que están sujetas a la autoridad monárquica. En ese sentido, los nobles argumentaban que el pueblo, esto es la gente común, no tenía la «sangre azul» propia de la realeza. Se cree que esta expresión nació en la España del siglo IX y que obviamente no se refería al color de la sangre sino a la piel blanca que permite destacar más nítidamente las venas. La exhibición de las venas, que aparecen como azuladas a través de la piel, especialmente a la hora de blandir la espada, era una evidencia de que esos nobles eran lo suficientemente pálidos, prueba contundente de que no habían mezclado su sangre con la de los «moros» o los judíos. También los diferenciaba de aquellos campesinos, sujetos a la voluntad del rey, que se bronceaban por estar trabajando horas bajo el sol. Estos grupos de poder con coronas brillantes y espadas refulgentes tenían fuertes convicciones antisemitas, incentivando y justificando criminales pogromos —saqueos y matanzas llevados a cabo por una multitud contra un colectivo determinado— antijudíos como los que se perpetraron durante el reinado del zar Nicolás II (Nikolái Aleksándrovich Románov) en el Imperio Ruso. (1) Para ese entonces la realeza rusa estaba relacionada a los alemanes y a los británicos especialmente por los orígenes de la zarina, la emperatriz consorte de Nicolás II, Alexandra de Hesse-Darmstadt. Ella era hija de Luis IV de Hesse Darmstadt, cabeza de un gran ducado germano y de la princesa británica Alicia, hija de la reina Victoria del Reino Unido (Alexandra fue tía abuela materna del príncipe Felipe, duque de Edimburgo, y prima hermana de Jorge V del Reino Unido, abuelo de la reina Isabel II del Reino Unido). Este solo ejemplo es ilustrativo de las consideraciones anteriores respecto a los lazos que unían y unen, aún al día de hoy, a los miembros de las distintas casas reales conformándose así un tejido de poder que, nacido en la antigüedad, increíblemente ha sobrevivido en el tiempo. Convencidos de ser una casta seleccionada, bajo el precepto de que el rey es el hombre elegido por Dios en la tierra para gobernar a sus súbditos, las casas reales construyeron su propio mundo de cortes y palacios, inalcanzable para el común de los mortales. Esta estrategia de dominio desde los castillos significó un extendido proceso de endogamia que permitió mantener a un puñado de familias reales fuertemente conectadas entre sí por esos lazos de parentesco. Debido a las implicancias negativas que conlleva la endogamia, especialmente la transmisión de enfermedades hereditarias, por caso la hemofilia, algunas de estas dinastías han sido objeto de estudios académicos. Por ejemplo, la consanguinidad de los Habsburgo fue analizada por un equipo de investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela (USC), relevamientos cuyos resultados, que demuestran la altísima tasa de endogamia, fueron publicados oportunamente por la revista Heredity. (2) Así que el precepto real de cuidar el linaje, para lo cual no se debían concretar matrimonios con miembros de la plebe —clase social formada por el común de la gente del pueblo, frente a los nobles, los eclesiásticos y los militares— fue un boomerang que volvió golpeando a la realeza con este tipo de enfermedades. Si bien el rol de las monarquías europeas ha ido cambiando con el transcurso del tiempo, se mantuvo su carácter hereditario, un rasgo clave para la perpetuación de la realeza, constituida por las mismas familias de antaño, hasta la actualidad. Con ese marco de referencia, trataremos ahora de descubrir algunas conexiones de las casas reales entre sí, y de las dinastías más destacadas con los nazis, para luego avanzar en la investigación por una arista inédita que nos permitirá llegar a resultados asombrosos. Avancemos.
La abuela de Europa
En 1840 la reina Victoria (integrante de la Casa de Hannover) se casó con su primo el príncipe alemán Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha. Por las venas de la soberana británica corría sangre alemana, azul obviamente, ya que era hija de la princesa germana Victoria de Sajonia-Coburgo-Saalfeld y del príncipe británico Eduardo, duque de Kent, quien a su vez era hijo de la duquesa alemana Carlota de Mecklemburgo-Strelitz. Sus nueve hijos y veintiséis de sus cuarenta y dos nietos se casaron con otros miembros de la realeza o de la nobleza de Europa, uniendo a varias casas entre sí. Esto le valió el apodo de «abuela de Europa». Victoria fue la última monarca de la casa Hannover, dinastía alemana reinante en Gran Bretaña desde 1714 hasta la fundación del Reino Unido en 1801, y desde entonces hasta 1901, año de su fallecimiento. Su hijo Eduardo (1841-1910) pertenecía a la dinastía Sajonia-Coburgo-Gotha, la familia germana de su padre. Esta se había originado en Alemania como familia ducal y electoral con diversas ramas que incluyeron, además del Reino Unido, a Bélgica, Portugal y Bulgaria. Cuando murió su madre, se convirtió en el primer rey de esa casa alemana en Londres con el nombre de Eduardo VII. O sea que la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha (en alemán Sachsen-Coburg und Gotha) durante esos años fue sinónimo de la Casa Real del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte: los británicos eran gobernados por alemanes. Pero ocurrió que la Primera Guerra Mundial enfrentó al Reino Unido con el Imperio Alemán y entonces, en 1917, para evitar conflictos internos debido al origen germánico del nombre de esa casa, el rey Jorge V (hijo de Eduardo VII) decidió que se adoptara la denominación Windsor —un nombre que alude al palacio real de dicha ciudad inglesa, construido por Jorge III— en reemplazo del de Sajonia-Coburgo.Gotha. A partir de ese momento la Casa Real del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte mantuvo dicha denominación. Usando un nombre de fantasía, desde ese día quedó disimulada la genealogía germánica de la casa británica. (3) Los ejemplos de parentesco entre integrantes de las diferentes casas se repite en toda la realeza europea compuesta, entre otros, por los reinos de España, Bélgica, Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Suecia, Liechtenstein, Rumania, Grecia, Mónaco, etc., además de cientos de principados y ducados. Como dato curioso se debe decir que no faltó la presencia de las casas reales en Sudamérica. Al respecto, destaca el Imperio del Brasil, fundado en 1822, que estuvo en manos de la Casa de Braganza Sajonia-Coburgo y Gotha, también llamada Casa de Braganza-Wettin, un linaje germano-portugués que tuvo su origen con la unión matrimonial de la reina María II de Portugal, de la Casa de Braganza, con el príncipe germano Fernando II de Sajonia-Coburgo-Gotha, miembro de la Casa de Wettin. (4) Otro caso es el de Maximiliano de Habsburgo, archiduque de Austria y príncipe real de Hungría y Bohemia, quien se convirtió en emperador del Segundo Imperio Mexicano el 10 de abril de 1864. Maximiliano I, casado con la princesa Carlota de Bélgica, era el hermano menor del emperador de Austria, Francisco José I. (5)
La caída de los imperios, y el surgimiento de los Estados nacionales en las zonas antes gobernadas por monarquías, como consecuencia de la finalización de la Primera Guerra Mundial, significó un nuevo orden político en Europa. En ese contexto, la aristocracia horrorizada vio cómo las ideas comunistas, alentadas desde Moscú —caído el zar Nicolás II en 1917, tras una guerra civil los bolcheviques terminaron tomando el poder absoluto y luego, en 1922, se creó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas—, comenzaban a penetrar en los países del Continente atrayendo a sectores intelectuales y seduciendo a las masas obreras. Esta fue una de las razones principales que determinaron que, algún tiempo después, varias casas reales apoyaran a los nazis, y particularmente a Adolf Hitler, quien desde sus comienzos en la actividad política manifestó su odio casi visceral por las ideas comunistas: los soviéticos eran un enemigo en común a vencer. Siguiendo este hilo conductor del pensamiento, es posible entonces advertir que esas mismas dinastías hayan colaborado con el máximo jefe del Nacionalsocialismo, así como lo hicieron los grandes empresarios norteamericanos como Rockefeller o Ford, antes y durante la Segunda Guerra Mundial e inclusive después de haber terminado el conflicto, porque el Führer escapó cuando el Tercer Reich se desplomó. ¿Suena fantástico? Sí, y entiendo que así sea ya que estamos impregnados por la historia oficial que asegura que casi la totalidad de la aristocracia europea aborreció a Hitler y que además éste se suicidó en el búnker de Berlín. Pero puede ser que en este tramo de la historia, como en tantos otros, la realidad supere a la ficción.
Zaristas en fuga
Se calcula que a la Argentina, «entre el fin de la Primera Guerra y 1932, llegaron entre 130.000 y 140.000 personas de origen germano… Formaron el tercer contingente lingüístico de importancia para esa época entre los inmigrantes, después de italianos y españoles». (6) Esa ola migratoria sajona, que formaba parte de una mayor procedente de distintos países de Europa, estaba conformada por:
[…] ex soldados, ex voluntarios del Freikorps, todos funcionarios monárquicos irreconciliables con Weimar; comerciantes, empleados administrativos y tenderos arruinados por la inflación; estudiantes sin perspectivas; campesinos y gente de ciudad expulsados de enclaves alemanes con siglos de existencia en Rusia y Europa del Este; plantadores de las colonias africanas de Alemania, etc. La población germano parlante a finales de los años 30 (en Argentina) era un cuarto de millón. (7)
En ese contexto, tras la culminación de la Primera Guerra Mundial, gran parte de esos inmigrantes buscaron un refugio seguro por razones políticas en América. Eran alemanes, principalmente prusianos, y ciudadanos de otras naciones europeas, por caso austríacos, que formaban parte del bando perdedor —en el conflicto fue derrotada la Triple Alianza, conformada por los imperios Alemán y Austrohúngaro—, quienes decidieron cruzar el Atlántico para así salvar sus vidas amenazadas por sus enemigos. Argentina gozaba de prestigio internacional —la neutralidad durante la Primera Guerra Mundial fue un factor distintivo del país— y había mantenido excelente relación con esos imperios, razón por la cual fue un destino elegido por los inmigrantes. (8) También ocurrió una emigración masiva similar cuando cayó el Imperio Ruso, circunstancia durante la cual los zaristas, conocidos popularmente como «rusos blancos», escaparon de una muerte segura, en manos de los bolcheviques cruzando el Atlántico. (9) Entre los rusos que huían se destacaban miembros de la familia real, varios de ellos vinculados a la nobleza alemana; militares de alta graduación que formaban parte de las tropas del zar Nicolás II; funcionarios del gobierno imperial e integrantes de la aristocracia rusa. Inclusive las investigaciones revisionistas, contradiciendo la versión oficial del asesinato de la familia imperial, aseguran, presentando gran cantidad de pruebas de una sorpendente contundencia, que los Romanov, con Nicolás II a la cabeza, pudieron salir de Rusia luego de que las casas reales europeas, bajo la coordinación del Vaticano, pagaran un millonario rescate a los secuestradores bolcheviques. (10) Si bien no es el tema de este libro la fuga del zar y su familia, así como sus actividades posteriores —esa trama la narro sucintamente en mi libro Hitler, El hombre que venció a la muerte—, contaré solo dos casos significativos por su relación con el nazismo. Tras la huida de Rusia, la zarina Alix fue recluida en el convento católico de Lvov, ubicado en Polonia. Ella era alemana, hija de Luis IV. En 1939, cuando Hitler y Stalin acordaron invadir ese país —lo que desencadenaría la Segunda Guerra Mundial—, para los nazis fue una prioridad evacuar previamente a la esposa del zar. La operación estuvo a cargo de la Luftwaffe, comandada por el jerarca Germann Goering, que mediante un operativo especial trasladó a la mujer a un convento de Florencia, Italia, donde fallecería en 1949. El otro caso se refiere a una de las hijas del zar Nicolás y su esposa Alix (emperatriz consorte de todas las Rusias, Alejandra Fiódorovna Románova): la gran duquesa María Nikoláyevna. Esta mujer se casó en el exilio, con el ruso zarista Nikolai Dolgorousky. Uno de los protectores de la pareja fue el rey Alberto I de Bélgica, de ascendencia alemana, y por esta razón durante el período de entreguerras, a partir de 1927, vivieron varios años en el Congo belga. (11) La otra protectora del matrimonio fue la reina Elena de Italia, esposa del rey Víctor Manuel III, que les facilitó a ambos pasaportes diplomáticos de ese país, lo que les permitió viajar por el mundo, con nombres falsos: él figuraba como el conde Nicolás Di Fonzo y ella como la condesa Cecilia Di Fonzo. Es de destacar que la reina Elena en 1939 había sido la figura clave que hizo los arreglos, junto al Papa Pio XII, para trasladar a la zarina de Lvov a Florencia. Durante la Segunda Guerra Mundial, Nikolai se uniría a los nazis, tal como lo hicieron varios de sus compatriotas, como oficial de las SS de Hitler, realizando trabajos de inteligencia en Roma durante la ocupación alemana de Italia (los dos casos citados forman parte de una investigación inédita de Marie Stravio).
Más allá de estos ejemplos ilustrativos, lo concreto es que durante la Segunda Guerra Mundial los zaristas, exiliados en diferentes países, tenían la esperanza de que los nazis, con Hitler a la cabeza, vencieran a la Unión Soviética y les devolvieran su amada Rusia imperial. Como se dijo, durante la década de los 20 del siglo pasado, cientos de alemanes, austríacos y rusos, que habían formado parte de las casas reales caídas en desgracia tras terminar el conflicto —dinastías que habían gobernado los extintos imperios Ruso, Alemán y Austrohúngaro— huyeron y se radicaron en América. Estos grupos tenían un mismo sustrato ideológico, caracterizado por un fuerte antisemitismo, y eran acérrimos defensores de sociedades estratificadas que tenían en la cúspide a la aristocracia, bajo un sistema de gobierno monárquico absolutista. Por este motivo, tenían un enemigo común: la Unión Soviética. Por esta misma razón, luego, durante la Segunda Guerra Mundial, militares rusos, ex integrantes de las tropas zaristas, se sumaron a las fuerzas armadas del Tercer Reich —conformaron el Ejército Ruso de Liberación (ROA)—, peleando codo a codo con sus pares alemanes. Retengamos esa información en nuestra memoria como antecedente de que en las próximas páginas nos permitirá comprender una historia tan desconocida como asombrosa.
De Moscú a la Patagonia
Hacia principios de la década del 20 los zaristas en fuga encontraron refugio en los confines del mundo. Los hombres que habían sido más cercanos al depuesto Nicolás II huían temerosos y muy preocupados ya que estaban al tanto de que los bolcheviques contaban con sicarios dispuestos a perseguirlos con el objetivo de asesinarlos. Por ese motivo, una importante cantidad de rusos eligió como destino América del Sur, particularmente Paraguay y Argentina. Refugios seguros donde se acababa el planeta, a miles de kilómetros de su patria, donde el experimento comunista, a costa de terror, sangre y fuego, se consolidaba. Un caso singular es el de Ioann (Iván) Konstantinovich Romanov, primo segundo del zar Nicolás II, quien, en 1924, tras fraguar su propia muerte, llegó a la Argentina bajo identidad falsa acompañado de parte de su familia. Si bien se trata de una historia secreta, pude saber que él, su esposa, Elena (Jelena Petrovna) de Serbia, y sus dos hermanos, Igor y Konstantin, se trasladaron a la Patagonia y se refugiaron inicialmente en la estancia San Ramón, cerca de Bariloche. Tres príncipes Romanov y una princesa, ya que ella era hija del rey Pedro I de Serbia, casado con Zorka de Montenegro. ¿Por qué estos nobles eligieron un lugar tan distante, situado a más de mil kilómetros al sur de Buenos Aires? Elizabeth Mavrikievna de Saxe-Altenburg, madre de los príncipes Konstantinovich Romanov, era hermana de Maria Anna, quien estaba casada con George Schaumburg Lippe, hermano del príncipe Adolph, sobre quien nos referiremos más adelante. (12) Estos últimos eran integrantes del principado germano (Schaumburg Lippe) que, desde principios del siglo XX, fue dueño de la mencionada propiedad austral, que tenía más de 100.000 hectáreas de superficie, donde luego asombrosamente —y de ahí la importancia de radiografiar todo este tipo de desconocidas relaciones cruzadas— se refugió Adolf Hitler en 1945. La primera confirmación de esta presencia imperial en la Patagonia le fue dada a la experimentada investigadora Marie Stravio personalmente por el príncipe Alfredo de Prusia. (13) Esta información es muy calificada porque Alfredo era hijo del príncipe Segismundo de Prusia, sobrino del kaiser Wilhelm II, y de Irene de Hesse Darmstadt, hermana de la zarina Alix Romanov, esposa del zar Nicolás II. Lo concreto es que los Konstantinovich Romanov, además de ser parientes del zar, también eran primos hermanos de los príncipes de Schaumburg Lippe, y por esta razón, por ser familiares de confianza, que les garantizaban la máxima reserva y discreción respecto a sus vidas, es que Ioann se refugió en la lejana estancia patagónica. Con la ayuda de Marie Stravio, que desde hace años investiga las casas reales, y de la escritora chaqueña Wanda Cicchetti, que ha estudiado este caso en particular, he podido conocer la historia del príncipe Iván Konstantínovich Romanov en Argentina. Este primo del zar Nicolás II cambió su identidad, tal como lo hicieron sus hermanos, ante el temor de ser reconocido y caer en manos de los bolcheviques y con este objetivo adoptó el nombre de Juan Schahovskoy, un aristócrata ruso que había fallecido. (14) Aclaremos que la apropiación de identidades de difuntos es una técnica muy común utilizada por los fugitivos con el objetivo de confundir a sus eventuales perseguidores. En tanto, su esposa Elena —desde la caída del zar Nicolás II ella permanecía detenida en el Kremlin—, gracias a la intervención de la embajada de Noruega, consiguió ser liberada, obteniendo un permiso para irse de Rusia. En 1919 se refugió sin su marido en Suecia y luego residió en Francia. Oficialmente se informó que su esposo, el príncipe Ioann Konstantínovich Romanov, junto con media docena de grandes duques y príncipes de la dinastía Romanov, habían sido asesinados por los bolcheviques el 17 de julio de 1918, aunque en realidad su marido no había muerto y, junto a otros compatriotas, logró escapar.
Tras arribar a la Argentina, el príncipe Ioann Konstantínovich Romanov permaneció, junto a Elena y sus hermanos, en la estancia de Bariloche, con el nombre falso que usaría toda su vida y luego, tras un fugaz paso por Mendoza, se radicó en la localidad chaqueña de Charata, en el nordeste argentino. Según los fundamentos de una ordenanza de Charata (Nº 2.462/2011), que impuso el nombre falso del aristócrata ruso a una calle (Príncipe Juan Schahovskoy), fue el presidente Marcelo Torcuato de Alvear quien personalmente, durante una reunión realizada en Buenos Aires, le recomendó al matrimonio de nobles zaristas que se radicaran en ese pueblo chaqueño. Al parecer el radical Alvear, que ejerció la presidencia entre 1922 y 1928, conocía a la princesa Elena porque años antes de asumir la primera magistratura, había sido embajador en Francia, donde ella había estado exiliada previamente a su viaje a la Argentina. (15)
La duda se plantea y la pregunta no tiene una respuesta: ¿conocía el presidente argentino la verdadera identidad de Ioann? La verdad es que no lo sabemos, pero la lógica indica que sí, porque la princesa Elena no tenía otro esposo, ni otra pareja, más que Konstantinovich Romanov. Entonces el exilio en la Argentina del primo del zar Nicolás II, ¿ha sido un secreto de Estado?
Lo cierto es que tras la recomendación del presidente Alvear, Ioann se afincó en Charata junto a su esposa, la princesa Elena Petrovna de Serbia, quien era hermana de Alejandro El Unificador, rey de Yugoslavia. Según algunas versiones recogidas en Charata, Elena, que había sido enfermera de la Cruz Roja, usaba el nombre de Olga y se hacía pasar por hermana de Iván. El matrimonio había tenido dos hijos en Europa, Vsevolod y Ekaterina, pero al migrar los dejaron a ambos en Alemania al cuidado de la madre de Ioann, quien estaba bajo protección de su hermano, Ernesto de Sajonia. Elena trabajó de enfermera en el pequeño hospital de la región donde vivía con su marido en la provincia de Chaco. Al respecto, el diario local Primera Línea, en su edición del 4 de octubre de 2012, publicó una foto de la aristócrata mujer rusa, vestida de enfermera, junto a una paciente en una cama de un hospital. En el epígrafe se puede leer:
Durante los primeros años, Charata se fue poblando de personajes importantes, inmigrantes que vinieron a hacer la América, como la princesa Helena y el príncipe Schahovsky, que junto a otros rusos había escapado de la revolución bolchevique en 1917, para comenzar una vida nueva y libre.
Si en el texto reemplazamos el apellido Schahovsky por el de Konstantinovich, la información sería correcta ya que, como se dijo, este noble zarista usaba una identidad apócrifa. Hay algunos vacíos de datos sobre esta historia oculta pero una conjetura es que en 1926 ella viajó a Alemania para ver a sus hijos. De acuerdo a la investigadora Wanda Cicchetti, durante su ausencia, Iván Konstantínovich se enamoró de Eufrasia, una ucraniana que vivía en Charata, que quedó embarazada del príncipe. Cuando retornó al Chaco, Elena, al enterarse de esta situación, no tuvo otra alternativa que separarse de Iván. El príncipe con su nueva mujer tuvo tres hijos: Jacob, Pedro y Nicolás; y con esta familia, cuyos miembros nunca supieron su verdadera identidad, vivió en Charata hasta su muerte, el 5 de abril de 1962 a los 76 años de edad. Los descendientes del príncipe Iván, que actualmente viven en Charata y a quienes visité en 2019 junto a Wanda Cicchetti, llevan el apellido Schahovskoy. En esa oportunidad ellos manifestaron que no conocían la verdadera historia de su famoso antepasado.
Otro zarista que llegó a la Argentina fue el general ruso Eugenie Tschorba. Un libro que menciona la presencia en Argentina del príncipe Juan, su esposa y al general Tschorba fue La tempestad encendida, pero la autora, Sixta Segovia de Giuliano, no descubrió sus falsas identidades. Al respecto, en dicho texto se indica que en 1924 llegaron al Chaco «Juan y Helena Shakhovskoy, príncipes de Kiev y el general Eugenio Tschorba», asegurándose que eran «tres ilustres personajes, enredados en una historia de amor y venganza». (16) De acuerdo al registro de migraciones argentino, Tschorba arribó a Buenos Aires el 29 de marzo de 1924 a bordo del buque Andes, procedente de Cherburgo. Era de nacionalidad rusa, de 40 años, nacido en Hersen, casado, religión protestante y de profesión «agricultor», según él mismo aseguró al entrar al país. Pero hoy sabemos que en realidad era un general del Imperio Ruso que en Argentina llegó a ser empleado del Estado, ya que trabajó como funcionario de Tierras y Colonias, una dependencia de la Secretaría de Agricultura que, entre otras tareas, se ocupaba de la radicación de colonos extranjeros. El militar ruso también fue representante de la Compañía Unión Agraria Germano Argentina que traía inmigrantes al país. En ese contexto, en 1931 Tschorba se ocupó de supervisar la radicación de colonias de inmigrantes en el Chaco, una tarea que llevaba adelante el incansable cura redentorista germano Juan Holzer. Tschorba vivió en el Chaco al parecer con una mujer de nombre Alina, quien era una princesa rusa que había enviudado antes de unirse al general zarista. Si bien hay algunas dudas sobre la verdadera identidad de esa mujer, se sabe que era muy amiga del príncipe Ioann Konstantínovich, que como se dijo se radicó en Charata. (17)
Durante la década del 20, el padre Holzer llegó a Charata acompañando a un contingente de colonos alemanes provenientes de Entre Ríos, que se radicó en la zona de Los Huaicos, en el marco del plan de colonización de tierras fiscales que llevaba adelante el gobierno argentino. Durante esos años el general Tschorba conoció al mencionado sacerdote alemán, con quien trabó una relación de amistad, siendo su anfitrión en la casa que el militar ruso tenía en su chacra, ubicada en el paraje chaqueño Pampa Cejas. El padre Holzer, que desde 1925 integraba el directorio de la Unión Germánica, impulsó la radicación de más connacionales en el Chaco, como los contingentes de ruso-alemanes conocidos como «Alemanes del Volga», que inicialmente se había instalado en la provincia de La Pampa. (18) En esa provincia argentina hubo tres años de sequía, desde 1927 a 1929 inclusive, una tragedia para el campo a lo que se sumó una lluvia de cenizas de un volcán que había erupcionado en la Cordillera de los Andes. Arruinados sus cultivos y las tierras que ocupaban por esos dos fenómenos naturales, se vieron obligados a migrar, razón por la cual solicitaron ayuda al presidente Hipólito Yrigoyen para cambiar de lugar de residencia. Accediendo a dicho pedido, el gobierno nacional les facilitó los traslados, otorgó un crédito especial para los colonos y les entregó una considerable extensión de tierras en el Chaco. Estos inmigrantes constituyeron el grupo fundacional de la colonia Juan José Castelli, relativamente cercana a Charata. La radicación de las familias estuvo a cargo de la Unión Agraria Germano-Argentina. El padre Holzer después de haber conocido a Tschobar en Charata se volvería a encontrar tiempo después con él en la localidad de Presidencia Roque Sáenz Peña, en oportunidad de acompañar a un contingente alemán de colonos con destino a Juan José Castelli. Estas labores Tschobar las cumplía como tareas oficiales ya que para ese entonces había sido nombrado Administrador de Tierras y Colonias para las localidades de Castelli y La Florida. Al respecto, y como prueba documental, en el Boletín Oficial del año 1931 figura el expediente Nº 20.663 en el que se menciona el cobro por parte de «don Eugenio Tschorba, en concepto de viáticos devengados en el desempeño de comisiones oficiales, realizadas durante los meses de Mayo a Septiembre» de ese año. (19) No sería el único nombramiento oficial que por esos tiempos se le otorgaría al general zarista. El ex militar ruso tuvo a su cargo también el combate contra las langostas que acechaban los cultivos del nordeste argentino, lucha que se caracterizaba por operativos consistentes en cercar con tabiques móviles los nidos de esa especie para luego atacarlos con lanzallamas. Las vueltas de la vida del general: de pelear contra los bolcheviques en Rusia a combatir langostas con armas flamígeras que se habían usado durante la Primera Guerra Mundial. Los restos de Tschorba descansan en un mausoleo de la localidad chaqueña de Sáenz Peña. Su ataúd tiene una cerradura, pero nadie sabe quién es el poseedor de la llave. El féretro se encuentra en el mausoleo de Eleazar Afakasenko, fallecido en el Chaco el 5 de enero de 1979, quien era nada menos que el chofer oficial del zar Nicolás II. (20)
1. En la Rusia zarista el maltrato a los judíos fue sistemático. Los rusos siempre los trataron como extranjeros no aceptados, a la vez que el antisemitismo se convirtió en una política de Estado. Entre los ataques a esa comunidad se destaca el pogromo de Kishinev, una sucesión de actos vandálicos ocurridos en 1903 durante los cuales fueron heridos cientos de judíos, resultando 47 de ellos asesinados por hordas sin control que reclamaban la expulsión de ese grupo étnico del territorio del Imperio comandado por el zar Nicolás II.
2. «Royal dynasties as human inbreeding laboratories: the Habsburgs Heredity», Francisco Camiña Ceballos y Gonzalo Álvarez Jurado, edición Nº 111, 2013.
3. Como resultado de la Primera Guerra Mundial, cayeron los imperios de la época como el Ruso y el Alemán, gobernados por el zar Nicolás II y el kaiser Wilhelm II respectivamente (también se desplomaron los imperios Otomano y el Austrohúngaro, este último gobernado por el archiduque Otto von Habsburg-Lothringen, casado con la princesa María Josefa Luisa de Sajonia). Nicolás II y Wilhelm II eran primos del rey británico. Mientras la historia oficial asegura que el zar junto a su familia fue asesinado por los bolcheviques, el kaiser encontró refugio en los Países Bajos, reino gobernado por la dinastía holandesa por la que también corría sangre alemana.
4. Los integrantes de esta casa real ocuparon el trono portugués desde el ascenso del rey Pedro V de Portugal en 1853. Los Braganza perdieron el poder a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando en 1889 fue depuesto Pedro II, emperador de Brasil, y con la caída del rey Manuel II de Portugal, en 1910.
5. El denominado Segundo Imperio Mexicano fue el nombre del Estado gobernado por Maximiliano de Habsburgo, como emperador de México, formado a partir de la segunda intervención francesa en esa nación entre 1863 y 1867.
6. Alemanes en la Argentina, Alberto Sarramone (Ediciones B, 2011).
7. «Etnicidad, identidades y migraciones de los colonos de habla alemana en Misiones», Holger Meing, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 1995.
8. Un hecho poco conocido es que en enero de 1889 un buque escuela de la armada imperial rusa amarró en el puerto argentino de Mar del Plata. Sus oficiales y cadetes fueron invitados a la inauguración del suntuoso hotel Bristol en esa ciudad. Uno de esos cadetes era Nikolay Aleksandrovich Romanov, futuro zar de Rusia quien en 1894 asumiría el gobierno del imperio como Nicolás II. En 1902, la fragata argentina Presidente Sarmiento realizó su segundo viaje instructivo alrededor del mundo, bajo el mando del capitán Félix Dufourq, y cuando la nave amarró en el puerto de San Petersburgo fue visitada por el zar Nicolás II, acompañado por su esposa, la zarina Alejandra Feodorovna (revista Caras y Caretas, febrero, 1930).
9. El denominado Movimiento Blanco estaba formado por fuerzas nacionalistas contrarrevolucionarias rusas que, tras la Revolución de Octubre, segunda fase de la revolución rusa de 1917, lucharon contra el Ejército Rojo durante la guerra civil que duró desde 1918 hasta 1921. Los integrantes del Ejército Blanco fueron llamados blancos (Белые, o despectivamente Беляки, Beliye) o rusos blancos (no confundir con los ciudadanos de Bielorrusia), en su mayoría pro zaristas.
10. Hoy está en revisión el supuesto asesinato del zar Nicolás II y toda su familia, compuesta por la zarina Alexandra y sus 5 hijos, en manos de los bolcheviques, considerándose la posibilidad de que, tal como se haría luego con Hitler y Eva Braun, se haya fraguado su muerte. El 9 de mayo de 1919, The New York Times publicó un artículo titulado: «Zar y familia en territorio neutral. Otra vez afirman que el Zar está vivo», mediante el cual se dan detalles de esta historia oculta. En 1920 se depositaron en el JP Morgan Bank, en los Estados Unidos, 900 toneladas de oro procedentes de Rusia. Si bien los documentos del caso se encuentran clasificados, la suposición es que se trataba del tesoro del zar Nicolás II, ya que no existía la posibilidad de que en esos tiempos semejante cantidad de oro estuvieran en Rusia en manos de otra persona que no fuera dicho monarca. JP Morgan congeló ese depósito cuando, según las versiones revisionistas, Nicolás realmente falleció en 1952, sin que se registraran reclamos posteriores por esa fortuna (investigación inédita de Marie Stravio).
11. Después de la Primera Guerra Mundial, en 1920, Alberto I cambió el uso del apellido familiar, Sajonia-Coburgo-Gotha, por «de Bélgica» y renunció a sus títulos sajones debido al fuerte sentimiento anti alemán imperante durante esos años en Europa. Esto también, y por la misma causa, lo había hecho el rey Jorge V en 1917 al cambiar sus apellidos alemanes por Windsor.
12. Maria Anna Mavrikievna de Saxe-Altenburg estaba casada con el príncipe George de Schaumburg-Lippe.
13. Varios diálogos e intercambio de información durante los últimos años del autor con Marie Stravio.
14. Una fuga imperial, Wanda Cicchetti, Librería De La Paz, 2021. El auténtico Juan Schahovskoy era un príncipe del Imperio Ruso pero que murió en Europa en 1919, hijo de Eugenia Panafidina y Yakov Ivanovich Shakhovskoy, capitán de marina ruso que comandó los buques Strelna y Estrella Polar. Había prestado servicios en el ejército zarista en el Regimiento del Ferrocarril y luego en los Batallones de Automóviles. Su nombre fue tomado por Iván usándolo en la Argentina con una ligera variación en el apellido al sacarle la letra k. En el paraje Pucará, cerca de la localidad patagónica de San Martín de los Andes, hay una tumba con una inscripción en grafemas rusos cuya traducción es «Príncipe Jorge Sergio Schakovskoy», en este caso se trataría de la tumba de uno de los hermanos de Iván, según la investigación de la experta Wanda Cichetti.
15. Wanda Cicchetti, Op. Cit. Alvear fue nombrado embajador argentino en Francia en 1916 por el presidente Hipólito Yrigoyen.
16. La tempestad encendida, Sixta Segovia de Giuliano (Editorial Colmegna, 1972). En el libro se asegura que Tschorba se enamoró de Elena y que se la quitó a Iván a punta de pistola, obligándola a vivir con él. Varios años después, tras morir Tschorba, ella intentó retornar junto a Iván pero éste había formado un nuevo hogar junto a Eufrasia.
17. Los datos sobre esta mujer son inciertos, se sabe que se separó de Tschorba, que volvió a formar pareja, y que pasó la última parte de su vida en Bariloche, donde falleció a mediados de los años 90. Esta versión contradice la del libro La tempestad encendida, que asegura que Tschorba forzó a la princesa Elena a vivir con él, hasta su propia muerte, tras quitársela por la fuerza a Iván.
18. Los alemanes del Volga (en alemán Wolgadeutsche o Russlanddeutsche, «alemanes de Rusia») eran germanos étnicos que vivían en las cercanías del río Volga, en la región europea meridional de Rusia, en inmediaciones de Sarátov, quienes conservaron su idioma, la cultura alemana, sus tradiciones e iglesias, todas cristianas. Por razones políticas numerosos alemanes del Volga emigraron a los Estados Unidos, Brasil, Canadá y Argentina, entre otros países, a finales del siglo XIX y principios del XX.
19. Si bien en la documentación oficial encontrada en la Argentina, así como en los textos de artículos periodísticos de época, figura el nombre de Eugenio Tschorba, su identidad verdadera como general ruso posiblemente era otra, circunstancia que actualmente es materia de investigación.
20. Eleazar Afanasenko arribó a la Argentina en 1924, junto a su esposa Ksenia Paslawski y su hijo Boris. Una fuga imperial, Wanda Cicchetti, Op. Cit.