
Los muros vibraron a lo largo del estrecho corredor; cada estruendo marcaba un nuevo ataque. Apresuré el paso.
Iba a morir sepultado bajo mi propio castillo; me convertiría en el príncipe que derrumbó su ilustre legado familiar y yació junto a él bajo las rocas.
Ese no podía ser mi destino. ¿Verdad?
Un nuevo temblor hizo que tropezara. Mis brazos aterrizaron contra un tapete plateado y con ellos resguardé mi rostro.
Aguardé.
Podía ver a la enorme serpiente de invierno descender de lo alto de la montaña en una avalancha de furia. Oír su enojo en el crujido de la nieve. Gwynfor. La criatura se había despertado de su prisión de sueños y estaba fuera de control.
El eco de dolor en mis rodillas me disuadió de moverme. Podía quedarme allí. Cerrar los ojos. Rogar que para cuando volviera a abrirlos las cosas fueran diferentes.
Levántate, me dijo la voz de Farah.
No puedo.
Levántate, me dijo Everlen.
No sé qué hacer. No sé cómo proteger tantas vidas.
Levántate, me dijeron Kass y Posy.
De acuerdo. Aunque ninguno de ustedes debería estar dándome órdenes tras haberme dejado solo. Excepto Posy.
Un hocico húmedo encontró mi mejilla. Rodeé el cuello de Lumi y lo utilizé de soporte para levantarme. El perro se veía como un cachorro de oso polar, solo que con orejas triangulares en vez de redondeadas.
—Todo va a estar bien, muchacho —dije más para mí mismo que para él—. Tu hermana Neve está con mi hermana Posy. Van a estar bien.
Este aguardó hasta que estuviera de pie antes de ladrar y echar a correr. Fui tras él, rengueando, ya que una pierna se resistía a cooperar. El ataque había sucedido tan rápido que mi cabeza estaba en blanco.
¿Qué era lo que habíamos acordado con el resto?
Reconstruí la escena para hacer memoria. Podía ver a Daren y a Nalia horrorizándose junto a mí en lo alto de la torre este. Los tres habíamos presenciado el descenso de Gwynfor hasta la base. Gritado al unísono cuando su largo cuerpo escamado impactó contra la primera hilera de casas, barriéndolas.
Daren dijo que haría sonar las campanas para convocar a todos a la sala del trono, mientras que Nalia me prometió que se haría cargo de recibir a quienes vinieran en busca de refugio.
El trono… debía llegar a la sala del trono y dar la orden de que evacuaran el pueblo. Snoara era un reino pequeño rodeado por montañas; nuestro castillo se alzaba en la parte alta de un valle nevado sobre el extenso pueblo que prosperaba debajo. La única manera de proteger a todas esas personas era trayéndolas a la seguridad del castillo. Implorar que los antiguos muros de roca resistieran el ataque hasta que la bestia se calmara.
Esquivé un enorme escudo de plata, una reliquia de algún antepasado, y dejé que volara hacia al suelo en vez de hacia mi pie.
Lumi intentó guiarme hacia los aposentos de arriba, pero le di un silbido para que me siguiera por un pasadizo a mi costado derecho.
La espaciosa sala que le siguió era un caos de personas y objetos caídos. Los majestuosos estandartes celestes y plateados que exhibían una montaña con tres copos de nieve, el emblema de Snoara, se encontraban arrugados contra el suelo; los mástiles de madera, quebrados. Y la multitud… Nobles que estaban de visita en la corte, sirvientes asustados, guardias esperando órdenes.
Mi garganta se constriñó, limitando el acceso de aire.
No ahora. Necesito respirar para poder hablar y… y…
Si Farah estuviera aquí de seguro sería un ejemplo de calma. Se mostraría en control para transmitir seguridad, en vez del pánico que galopaba en mi torrente sanguíneo.
Cornelius Creighton, nuestro consejero real, fue el primero en alcanzarme. Miré detrás de él: necesitaba a su hijo. Necesitaba a Daren.
—Su alteza, qué alivio verlo a salvo —dijo reposando una mano en mi hombro—. Nunca pensé que presenciaría tan terrible calamidad. Que Gwynfor nos ampare.
Aquel nombre encendió un odio acalorado que subió por mi garganta hasta hacer lugar para el aire.
—Gwynfor nos va a destruir si no lo detenemos —repliqué.
Me moví hacia el centro de la sala y me paré frente a la vieja silla hecha de plata, cristal y responsabilidades en la que no tenía intención de sentarme.
—Escuchen…
La palabra se perdió entre el alboroto de la multitud. Se oían gritos y se veían expresiones agitadas; otros estaban pálidos, con los labios en una línea rígida, y luego estaban los que querían tomar el asunto en sus manos.
Si no hacía algo, las cosas se saldrían de control.
—¡Escuchen!
Lumi se paró a mi lado y emitió un profundo ladrido que alcanzó los techos abovedados de la sala. Las voces se extinguieron.
—Soy Keven Clarkson, uno de los príncipes de la familia real de Snoara, lo que me da el deber de guiarlos, de pelear por ustedes.
El silencio se extendió grueso al igual que una abrigada capa. Aquellas palabras habían sido más para mí que para ellos. Tenía que creerlas.
Abrí la boca para volver hablar, pero luego noté toda la atención que recaía en mí. Los rostros atentos. Las miradas expectantes.
Corre. No te detengas hasta llegar a los establos.
Lumi presionó su cuerpo contra mi pierna como si pudiera percibir mi impulso de huir.
—Estamos contigo, príncipe Keven —dijo una voz.
Daren Creighton se abrió paso entre la multitud y continuó hasta quedar a unos pasos del trono junto a su padre. Daren. Mi secretario personal. Mi amigo. Mi confidente. Y, desde hacía unos días, mi amante.
Verlo hizo que un inmenso alivio cayera por mis hombros, aflojando la tensión en los músculos de mi cuerpo.
Me anclé en sus ojos celestes, pidiéndole que me sostuvieran.
—Estamos contigo —repitió en tono más bajo.
Bien. Respira. No corras.
—Sé que muchos ven a la serpiente de invierno que habita en la montaña como a una vigía. Su nombre ha sido parte de muchas plegarias por generaciones. Tal vez ese fue su rol antes de que el hechizo la pusiera a dormir, pero eso ha cambiado: la criatura despertó y somos el blanco de su enojo. Hasta que cese sus ataques, Gwynfor es enemigo de este reino —dije esforzándome por pensar cada palabra en vez de hablar sin propósito—. En este mismo momento, hay personas desprotegidas que están sufriendo su ira. Necesito voluntarios para ayudar a evacuarlos y traerlos al castillo. Hablo en nombre de mi hermana, la reina Farah. —Vi varias cabezas asentir con aprobación. Eso era bueno—. La princesa Nalia de Khalari se encargará de ayudar a las familias que lleguen y proveerlas de lo que necesiten —continué—. Este ataque afecta a todo el reino, por lo que es importante que todos hagamos nuestra parte.
—¿Cuál es su parte, alteza? ¿Está dispuesto a enfrentar al wyrm? —preguntó alguien en voz alta.
Sus costosas prendas lo distinguían como aristócrata. Creí reconocerlo de una insufrible cena durante la cual tuve que tolerar sus críticas hasta que un mensajero nos interrumpió.
«Wyrm, el dragón sin alas» era otro de los nombres que le daban a la criatura. De solo pensar en la forma en que su cuerpo había generado una avalancha, sentí hielo resbalar por mi espalda. Por supuesto que no quería morir aplastado bajo sus escamas. Pero no podía admitir eso en público.
Soy un príncipe, los príncipes hacen cosas heroicas.
—Haré lo necesario para proteger a este reino —declaré.
Transformé mi expresión en una máscara de certeza. La misma máscara que utilizaba cuando jugaba a los naipes y quería convencer al resto de la mesa de que tenía una buena mano.
—No estaba al tanto de que posee habilidades significativas en el manejo de armas…
—Hay demasiadas cosas de las que no está al tanto en lo que se refiere a mi familia y a la preparación que recibimos, Lord Dunning —lo interrumpí sin romper con el frente que estaba presentando—. Estas son mis órdenes. Aquellos que quieran permanecer en el castillo, colaboren en las tareas que lo requieran: trasladar a los heridos a la sala de los curadores, ayudar en la cocina, cortar leña para calentar el castillo. Si tienen niños pequeños, busquen a Nalia Ajani. El resto, hombres y mujeres valientes que quieran asistir a la guardia real en la evacuación del valle, vengan conmigo.
La multitud comenzó a moverse al igual que un mar atravesado por corrientes.
—¿Qué hay de Gwynfor? ¿Cómo lo detendrán?
Si solo tuviera una respuesta.
—Eso lo debemos determinar con el general Robinson —repliqué.
Comencé la retirada para evitar más preguntas. Cornelius y Daren se apresuraron a flanquearme a ambos lados y caminaron conmigo hacia la puerta. Lumi lideraba el camino.
Susurros de duda me siguieron con cada paso. «El príncipe ha dedicado su vida a banquetes y bailes». «El muchacho no tiene el entrenamiento necesario para hacerle frente a una de esas criaturas». «Necesitamos a la reina Farah, no al joven príncipe». «¿Qué haremos si el wyrm logra derrumbar estos muros?».
Mis pies cobraron velocidad, ansiosos por llevarme fuera. Daren presionó su hombro contra el mío y cerré la mano en un puño para evitar que buscara la suya.
«Keven Clarkson es más aguerrido de lo que pensé, mejor él que el otro príncipe con su piano».
Al menos alguien había comprado mi actuación. Everlen… me pregunté qué haría en mi lugar. Muchos de seguro creerían que se encerraría con su música y se perdería en su piano hasta el final, pero yo lo conocía mejor que eso. Ever tenía honor. Tocaría una última pieza, algo trágico e insufrible, y luego tomaría su arco y flecha.
Daren me guio a una habitación vacía y cerró la puerta. Lo hubiera besado allí mismo de no ser por su padre.
—Bien hecho, su alteza. Se sostuvo con valor —dijo Cornelius.
La frente del hombre estaba tan marcada por preocupaciones que no tardarían en descender sobre sus ojos al igual que aquellos perros de rostro arrugado.
—Snoara va a caer… —Las palabras se me escaparon como si fuera un hombre ahogado escupiendo agua—. No tenemos al general Robinson y la mitad de la guardia real está dispersa por Estarella en busca de Farah y Kass…
Me llevé las manos a mi pelo y estuve cerca de arrancarlo.
—Tendré que enfrentar a Gwynfor. Con el tamaño de esa bestia probablemente sea una muerte rápida…
—No digas eso —dijo Daren en tono severo.
—Es el único camino por seguir —respondí—. ¿Cómo es que está despierto? ¿Es solo Gwynfor? ¿O son todas las criaturas de Estarella? ¿Por qué ahora? —Las manos de Daren me ayudaron a mantenerme de pie—. Farah, Kass y Everlen están allí afuera, quién sabe dónde… ¿Y si una criatura los devora?
Mi pecho se transformó en roca. Mi garganta en arena.
—Tu familia va a estar bien. Tienes que creer en eso —dijo Daren sosteniendo mi rostro entre sus manos—. Haremos lo necesario para proteger este reino y traerlos de regreso.
Reposé mis mejillas contra la calidez de su piel. Snoara tenía que sobrevivir. Tenía que proteger el castillo para que mis hermanos tuvieran un hogar a donde regresar.
—Lo conozco desde que nació, príncipe Keven, sé que tiene el corazón para darle pelea a esta terrible situación —dijo Cornelius.
El consejero nos estaba considerando de manera pensativa. Suponía que no era el mejor momento para confesarle que tenía sentimientos románticos por su hijo. No. El hombre necesitaba a un líder, no a un joven enamorado.
—Haré lo mejor que pueda.
Respiré hondo. Daren deslizó los dedos en un trazo lento hasta dejarme ir. Después, le dije con mis ojos, si llegamos a la noche.
—Cornelius, tú escribiste un libro acerca de las criaturas con dones mágicos y su historia en Estarella, ¿verdad? —pregunté haciendo memoria.
—Así es, su alteza —respondió con orgullo.
—¿Cuál es la mejor manera de resolver la situación con Gwynfor? ¿Atacarlo? ¿Esperar?
Cornelius se paseó frente a la ventana. Me acerque a él. Detrás del vidrio, el blanco de la nieve se había mezclado con el gris: se avecinaba una tormenta. Recordé los cuentos que solía contarnos mi madre antes de dormir: la serpiente de invierno tenía el poder de invocar tormentas.
—Años y años atrás, cuando el wyrm reclamó la montaña, sus antepasados le dieron ofrendas e hicieron festividades en su honor, nombrándolo protector de Snoara —respondió Cornelius con la mirada perdida en el pasado—. Gwynfor aceptó tal rol. En tiempos de necesidad, nos protegió de avalanchas y de ejércitos enemigos. Yo mismo presencié uno de sus rescates cuando no era más que un niño. Y luego cayó víctima del hechizo de Tomkin. Una traición por parte de los hombres.
—Pero Snoara no tuvo participación en tal suceso —dijo Daren—. Tomkin era de Khalari.
—La criatura recién despertó, debe estar hambrienta y cegada por la furia. Atacarla solo empeorará las cosas, provocará una enemistad que causará más pérdida y destrucción… —Cornelius se volvió hacia mí. La resolución en su rostro cargaba el hierro de una espada—. Debemos apaciguar su apetito, preparar nuevas ofrendas de amistad.
Fue hacia la puerta. Sus botas golpearon el suelo con la determinación de un hombre en una misión. Daren se apresuró tras él.
—Padre, espera… ¿A dónde vas?
—A la torre norte.
El consejero se movía a una velocidad que contradecía su edad. Sus prendas eran de un tono plateado oscuro que hacían que seguirlo entre las estrechas escaleras de roca fuera fácil. La torre norte era la más alta del castillo; era un restringido espacio que se elevaba sobre el resto de la estructura con el único propósito de ofrecer un mirador hacia las montañas.
No recordaba la última vez que había ido. Farah era quien más la visitaba, decía que la proveía de silencio y claridad mental. Como si alguien pudiera pensar algo coherente a tal altura…
Un nuevo temblor sacudió los muros y vibró por los escalones bajo mis zapatos. Daren extendió el brazo hacia su padre, pero este continuó subiendo sin darse por aludido.
—Cornelius, no conozco hombre más sabio que tú. Dicho eso, no creo que esto sea una buena idea… —dije.
Estaba sin aire. Sin mencionar el dolor que subía por mis piernas hasta mi trasero y luego por mi espalda. Las escaleras eran interminables.
—Necesito verlo —murmuró el hombre.
Subimos, subimos, subimos.
Y, finalmente, un último escalón, una puerta de madera.
Cornelius apenas logró dar un paso hacia afuera antes de que la tormenta lo azotara y lo empujara hacia atrás. Daren y yo sostuvimos su espalda para evitar que cayera. La escena frente a nosotros confirmó que estar allí arriba era una pésima idea.
El paisaje que solía rodear al castillo de un resplandeciente blanco se había vuelto gris. Espesas nubes hechas de enojo y relámpago pendían sobre nuestras cabezas. Y la lluvia… las gotas eran flechas de hielo que impactaban cada espacio de mi cuerpo.
—¡Debemos regresar! —gritó Daren.
Su padre se mantuvo firme, rehusándose a retroceder.
—Sé lo que estoy haciendo, hijo. Ve adentro. Protege al príncipe —le ordenó.
Daren y yo intercambiamos miradas inciertas.
—No podemos dejarlo aquí —dijo secándose el rostro con la manga de su abrigo.
Su claro pelo marrón estaba empapado. Incluso podía distinguir algunas gotas de agua cayendo de sus pestañas.
—Lo sé.
Cornelius avanzó hacia al borde de piedra. ¿Qué rayos estaba haciendo? El hombre siempre había sido cauto y sensato. ¿Por qué estaba actuando de esa manera?
Di un paso hacia adelante a pesar de que mi cuerpo me urgía a hacer lo contrario. Era el padre de Daren. Era un amigo de la familia. El leal consejero que había guiado a mi padre, a mi hermana, a mí…
—Cornelius, vas a regresar con nosotros, es una orden —dije en tono firme—. Soy un príncipe y te ordeno…
Un gemido que me recordó a un instrumento roto oscureció las nubes y las cerró sobre nosotros. El sonido hizo que sintiera los relámpagos que se quebraban a lo largo del cielo dentro de mi sangre.
Gwynfor.
La cabeza de la enorme serpiente blanca se asemejaba a la de un dragón. Mis ojos se perdieron en lo imposible de la criatura. En el largo, largo cuerpo que parecía no tener fin. En las escamas que se veían como impenetrables escudos hechos de piedra blanca.
Observé la escena, sin decir una palabra. A esa altura podía verlo todo: el valle nevado, las construcciones que conformaban el pueblo, los escombros de las cabañas que habían quedado enterradas en la nieve, el cuerpo del wyrm abrazando el paisaje y parte del castillo.
—No pensé que tendría la oportunidad de verlo de nuevo —murmuró Cornelius con reverencia—. Es magnífico…
—Es…
—Una pesadilla —terminé por Daren.
Estábamos demasiado alto. El aire incluso olía diferente. Una tras otra, las gotas azotaban mi cuerpo. Y el frío… El refinado chaleco que llevaba no hacía nada por protegerme de la tormenta.
—Su furia se siente en el cielo —dijo Cornelius mirando hacia arriba—. Debemos buscar la manera de apaciguarlo: preparar alimento, ofrendas… nuestro ejército no puede enfrentarlo sin encontrar la muerte.
Gwynfor se arqueó hacia arriba y emitió un sonido que iluminó las nubes con estruendos blancos. Su cabeza era una sucesión de afiladas escamas que se abrían al igual que púas hechas de hielo.
Tud.
Su cuerpo golpeó contra los muros haciendo que la construcción entera vibrara bajo mis zapatos. No quería estar allí. El miedo de que la roca se quebrara, soltándome al vacío, me estaba devorando.
—¡Gwynfor! ¡Snoara aún te considera su protector! —gritó el consejero sosteniéndose en contra de la lluvia.
Tud.
La ancha cola de la criatura fue un relámpago contra la piedra. Daren intentó pasar a mi lado para alcanzar a su padre. Colisioné contra él de manera instintiva y lo empujé hacia atrás.
—¡Nooo!
Su voz se quebró junto a la torre. El impacto nos propulsó hacia la puerta en un remolino de lluvia y escombros. Una de las rocas me golpeó a tal velocidad que el dolor me nubló la vista.
—¡PADRE!
Negro. Denso e impenetrable. Eso era todo lo que podía ver. Llevé una mano al costado de mi cabeza y presioné los dedos contra la humedad en mi pelo para contener la agonía que gritaba en mi oído.
—¡¿Daren?! —lo llamé con desesperación—. Todo está en sombras…
Los sonidos se habían intensificado. La lluvia. El viento. Los gritos de angustia.
Un par de manos me dieron vuelta y me sujetaron con fuerza.
—Estoy aquí —murmuró—. Cierra los ojos y respira con calma.
Hice lo que me pedía. Sus dedos movieron los míos y sentí un trozo de tela rodear mi frente. Esperaba no tener un hueco en la cabeza, mi pelo dorado era mi mejor cualidad.
No debería estar pensando en algo tan tonto…
—Ahora ábrelos.
Levanté los párpados de manera ansiosa. Al principio todo se veía mezclado en una sombra borrosa, hasta que, poco a poco, los alrededores comenzaron a cobrar forma.
El primer color en regresar fue el azul de las prendas de Daren; luego el blanco grisáceo de las rocas quebradas en el suelo, seguido por los cálidos tonos naranjas de las antorchas.
—¿Mejor?
Su voz sonaba conmocionada, como si apenas lograra reunir las letras. El motivo se hizo claro cuando vi el vacío tras la puerta.
La mitad de la torre había sido destruida…
Ya no había muros que separaran la construcción del abismo, ni una figura parada a su lado.
—¿Cornelius?
—Cayó…
Una punzada de dolor me invadió el pecho. Las manos de Daren estrujaron mis prendas y tiraron de ellas entre sollozos.
Cornelius Creighton estaba muerto. Y nosotros no tardaríamos en seguirlo.