Habían pasado un par de meses desde la derrota y expulsión de las tropas colmeneras. La destrucción que habían causado los invasores era grande, pero la gente estaba tan contenta de que las reparaciones marcharan a toda máquina. Además, se aprovechó para mejorar algunas cosas. El planeta cúbico parecía estar mejor que nunca. Y los Compas, especialmente bien. Se habían convertido en héroes planetarios y todo el mundo los quería muchísimo. Los primeros días no podían pisar la calle sin que la gente los vitoreara. Si iban a un restaurante, todos los presentes les pedían autógrafos o selfis o las dos cosas. Luego, por supuesto, las cosas fueron volviendo a su cauce, aunque todavía era habitual que los pararan de vez en cuando por la calle:
—¿Vosotros sois los Compas?
—Depende —respondía Trolli cauteloso—. ¿Qué Compas?
—¡Ja, ja, ja! ¡Qué bromista! ¡Pues Mike, Trolli y Timba!
—Sí, somos nosotros —concedía Timba, y firmaba un autógrafo o se hacía el selfi. O las dos cosas.
A Mike, por su parte, todo el mundo le daba cosas de comer. Tantas que empezó a ponerse gordo otra vez, como le había sucedido en el planeta Currucucú 65. Y Trolli tuvo que amenazarle:
—Mike, como sigas aceptando comida de desconocidos… tendré que ponerte un bozal.
En fin, que la vida seguía como si tal cosa. La época de las grandes aventuras había terminado para los Compas y ahora llegaba el deseado momento de descansar de tanto trajín y…
Vale, no, no había llegado. No pasó mucho tiempo hasta que cierto día Trolli entró en casa con cara de preocupación. Mike mordisqueaba unos papelotes. Timba roncaba en el sofá.
—¡Chicos! ¿Habéis leído las noticias en el periódico?
—Nommmm —rezongó Timba estirándose.
—Yo… Bueno —empezó a explicar Mike—. Yo iba a leerlas, pero preferí comérmelas.
—No solo te has zampado el periódico, sino también el papel higiénico. ¡Que luego voy al baño y no queda! —protestó Trolli—. Bueno, da igual, pondré la tele.
—¿Para lo del baño?
—No, hombre. Por las noticias. Fijaos.
En la pantalla la noticia del día eran las extrañas desapariciones que afectaban a Ciudad Cubo desde el día anterior. El presentador explicaba el suceso hablando a gran velocidad:
—Varias personas se han esfumado sin dejar ni rastro en las últimas horas. La policía asegura que no hay relación entre las víctimas, que en muchos casos son niños. Las únicas pistas son que el secuestrador o secuestradores actúan exclusivamente de noche. En todos los escenarios se han encontrado signos de lucha y, sobre todo, un extrañísimo rastro que los testigos describen como «una baba de color negro». Lo más curioso según fuentes de la investigación, es que esa pista desaparece misteriosamente al cabo de unas horas. La policía sigue con sus pesquisas y bla, bla, bla…
—Esa costumbre de acabar las noticias con un «bla, bla, bla» es un poco chocante —señaló Timba.
—Que vengan a por nosotros —dijo Mike escupiendo al hablar un trozo de papel—. Se van a enterar de quiénes son los Compas.
—Eso digo yo. Trolli, es una mala noticia, pero seguro que la policía resuelve el caso. ¿Qué tiene que ver con nosotros?
—Pues que había quedado con Raptor y… no ha aparecido. Le he llamado, y nada. Y ya sabéis que no es ningún malqueda. Creo que deberíamos ir los tres a su casa para ver si le ha sucedido algo.
—Este… ¿Por qué los tres? —protestó Mike, que de pronto no se sentía tan animado—. ¿No sería mejor que se ocupara la poli?
—Venga, valientes. Hay que ayudar a los amigos.
La casa de Raptor no estaba muy lejos. Llamaron a la puerta y, en efecto, nadie respondía. Lo cual era muy extraño.
—La puerta está cerrada con llave —observó Timba—. Desde dentro.
—Eso sí que es raro —contestó Trolli—. Eso significa que no ha salido.
—Al menos por la puerta —señaló Mike.
—Tal vez se encuentre herido —respondió Timba preocupado—. Veamos si hay algún sitio por donde podamos entr…
—¡Por aquí, chicos! —exclamó Mike desde un lateral de la casa—. Como os dije: sí que ha podido salir. Pero no por la puerta.
Mike señaló con el hocico una ventana rota en pedazos como si hubiera pasado por ella un elefante. Y al pie de la pared había algo.
—¡Un rastro negro viscoso! ¡Como en las noticias! —exclamó Timba.
—Esto pinta muy mal —admitió Trolli al ver que se confirmaban sus peores sospechas.
—Vamos adentro, quizá sea una falsa alarma.
El optimismo de Timba estaba fuera de lugar: nada más echar un vistazo al interior de la casa confirmaron que algo iba muy pero que muy mal. Estaba todo muy desordenado y en la habitación de Raptor había señales evidentes de lucha. Lo peor, que por todas partes se veía el extraño rastro pegajoso que, no obstante, se iba desvaneciendo minuto a minuto, cada vez con mayor rapidez.
—¿Qué será esta sustancia? —preguntó Mike olisqueándola.
—¡No te la comas! —dijo Trolli—. Podría ser venenosa.
—¡Eh! ¿Te piensas que estoy loco?
Loco no, hambriento. Cuando Trolli no miraba, Mike escupió un trocito de esa porquería que había intentado zamparse. La verdad era que sabía a rayos.
—Hay que avisar a las autoridades —dijo Trolli—. Todo esto es muy raro.
—Pobre Raptor —se lamentó Mike eructando. La sustancia negra le había sentado un poco mal, y eso que ni siquiera se la había tragado.
—Yo voy a seguir buscando —dijo Timba saliendo al pasillo.
Habían mirado por toda la casa, salvo en el desván. A Timba le daba un poco de miedo subir el último tramo de escalera, pero estaba dispuesto a todo con tal de encontrar a su amigo. Los escalones crujían de manera siniestra, igual que la puerta de acceso.
—Esto parece de peli de miedo…
El interior del desván estaba muy oscuro. Había trastos y polvo por todas partes. Timba sentía que alguna oscura amenaza le iba a saltar encima en cualquier momento. Entonces lo vio:
—¡Toma! Mira qué sofá más cómodo.
Se sentó sin perder un momento. Estaba nuevecito. Probó a tumbarse. Sí, era verdaderamente cómodo. Cinco segundos más tarde ya estaba roncando, se le había olvidado el miedo y cualquier otra cosa. Y habría seguido durmiendo hasta el día siguiente de no ser porque sus sueños se llenaron de imágenes siniestras.
En el sueño, Trolli y Mike estaban solos en medio de un lugar extraño y bastante terrorífico. Gritaban su nombre en voz alta: «¡Timba, Timba!». Pero él no podía responder, se encontraba atrapado en una especie de malla, capullo de gusano gigante o telaraña misteriosa. El caso es que no podía moverse ni avisar a sus amigos. Un sudor frío le recorría la espalda. Presentía la llegada de un ser amenazador, un monstruo que en cualquier momento se le echaría encima y…
—¡Timba!
—¡¡¡¡Aaaaaggggghhhhh!!!! ¡¡¡¡Nooooooooo!!!! —gritó el aludido despertándose de golpe.
—No me digas que te has quedado frito —gruñó Trolli, pues no era otro el que estaba allí, sacudiéndole para sacarle de su pesadilla.
—No, no… Solo me estaba esforzando un poco.
—¡Te hemos buscado por toda la casa! Estábamos preocupados.
—Sí —confirmó Mike—. Menos mal que gracias a mi olfato hemos dado contigo.
—¿Has hablado con las autoridades? —preguntó Timba cambiando de tema para que no se hablara más de su pequeña siesta.
—Ah, sí, ya lo creo. Menudos inútiles. Ha sido peor que con Ambrozzio.
—Por lo menos Ambrozzio suele solucionarnos algún que otro problema —recordó Mike—. Aunque está un poco loco, la verdad.
—Un poquito. El caso es que no me han ayudado nada. Que toman nota, que ponen a Raptor en la lista de desaparecidos y que ya me llamarán si saben algo. Pero ¿a dónde van a llamar, si no me han pedido el número?
—Pobres, estarán desbordados.
—Nosotros sí que estamos desbordados: tenemos que encontrar a Raptor como sea. Con autoridades o sin ellas.
Los tres amigos se miraron. De nuevo el merecido descanso se esfumaba. Pero un amigo es un amigo. Hasta aquí todo bien, aunque ¿cómo se encuentra a una persona desaparecida cuando ni siquiera toda la policía junta es capaz de dar con la menor pista? Pues no es cosa sencilla, pero los Compas se pusieron manos a la obra. Lo primero que hicieron, nada más volver a casa, fue llamar al resto de los amigos. Por desgracia, no sirvió de nada. La mayoría ni siquiera estaba en Ciudad Cubo y algunos, como Mayo, incluso se encontraban en otro planeta. En cualquier caso, ninguno pudo aportar pistas. Así pasó otro día completo.
—Vale, pues ya hemos hablado con todos —indicó Mike recién levantado a la mañana siguiente—. ¿Alguna otra idea?
Silencio absoluto. Timba miró por la ventana. En la calle, la gente se movía con miedo y desconfianza. Mike, triste pero también aburrido, encendió la tele. En ese momento daban un boletín informativo. En realidad, desde que habían comenzado a producirse desapariciones había boletines cada dos por tres y siempre con malas noticias. Pero ahora había algo nuevo.
—El número de desapariciones no para de crecer —comentaba el presentador, siempre hablando a toda pastilla—. En la segunda noche de sucesos la lista de víctimas se ha triplicado sin que las medidas de seguridad adoptadas hayan producido el menor efecto.
—Pues sí que estamos bien —se lamentó Trolli—. Ojalá tuviéramos una máquina del tiempo para…
—Espera, espera, que va a decir algo más —interrumpió Mike.
—Los científicos de Ciudad Cubo están investigando un misterioso agujero o cráter que ha aparecido a las afueras, a medio camino del vertedero municipal. Se especuló en principio con que fuera obra de los colmeneros, pero todos los vecinos aseguran que el agujero apareció de pronto hace justo dos noches.
—¡Justo cuando empezaron las desapariciones! —exclamó Timba.
—Bravo, Sherlock Holmes. A ver qué más dice.
—El orificio mide algo más de dos metros de diámetro —comentaba en la tele una mujer vestida de científica— y es un círculo perfecto excavado en la tierra. Su profundidad es incalculable. No porque no se pueda medir, sino porque es imposible acceder a su interior. Una densa red de venas o raíces o algo parecido protege el interior y no hay manera de forzar la barrera. Se trata de una maraña tan fuerte y densa que ni siquiera la luz es capaz de atravesarla, si es que hay luz dentro. Podemos verlo ahora, en directo…
La científica hizo una señal al cámara de la tele para que enfocara hacia el agujero. Su aspecto era, sin duda, de lo más inquietante. Era como si un trozo redondo de oscuridad hubiera caído al suelo. Y a su alrededor, como procedentes de las profundidades del infierno, brotaban montones de algo parecido a tallos oscuros que, cuando se miraban durante unos segundos, daban la impresión de latir muy despacio, pero de forma constante.
—Eso parece estar vivo, chicos —indicó Mike—. Da un poco de miedo.
—Sí… Pero es una pista —dijo Trolli, que no sabía si alegrarse o tener miedo también.
—Está claro que tiene algo que ver —añadió Timba—. Es pura lógica. Ese color negro baboso… es igualito que el pringue que había en casa de Raptor.
—No sé si las autoridades han llegado a la misma conclusión que nosotros —dijo entonces Trolli—, pero para mí está claro: los desaparecidos están ahí metidos, seguro. Tenemos que ir y salvarlos a todos. Raptor incluido.
Timba se lo pensó unos segundos antes de responder:
—Yo a ese plan, Trolli…, ya sabes, le veo problemas.
—¿Qué problemas, Timba?
—Bueno, para empezar, que la científica ha dicho que no hay manera de entrar.
—Yo le veo otra —dijo entonces Mike.
—¡Maldición! ¿Cuál?
—Mientras hablabais el presentador ha dicho que el lugar ha quedado bajo control militar y bla, bla, bla. Han habilitado las dependencias del vertedero como base provisional. ¿No va a ser un poco complicado entrar en un lugar vigilado por el ejército?
Trolli se rascó la barbilla mientras se preparaba un café. Estaba tan concentrado que echó el café por el fregadero y le pegó un buen trago a la taza vacía. No se dio ni cuenta, pendiente como estaba de buscar una solución.
—Será complicado, pero no imposible. Chicos, tengo un plan.