NATURALEZA DESLUMBRANTE EL MEJOR BOSQUE DE ESPAÑA (LEÓN) • EL MAR MUERTO ALAVÉS (ÁLAVA) • DE RUTA POR LA TOSCANA ESPAÑOLA (TERUEL) • BAÑOLAS, NUESTRO LAGO NESS (GERONA) • LA SUIZA SORIANA (SORIA) • LA SENDA VERDE DEL AGUA (ASTURIAS) • LA PARADOJA GALLEGA (LA CORUÑA) • ISLAS, PIRATAS Y SERPIENTES (CASTELLÓN) • OJO GUAREÑA, COMPLEJO KÁRSTICO MUNDIAL (BURGOS) • EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE IBIZA (ISLAS BALEARES)

Vista aérea de prados en Espinosa de los Monteros (Burgos).

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EL MEJOR BOSQUE DE ESPAÑA

FAEDO DE CIÑERA (LEÓN)

Nuestro periplo en busca de lo ignoto debe comenzar, necesariamente, por aquellos espacios donde no ha intervenido la mano del hombre o solo lo ha hecho de forma testimonial. Rincones naturales que nos permiten evadirnos, recrearnos en ellos y soñar, al tiempo que aprendemos a amar nuestro entorno y cuidar de él. El viaje arranca en Ciñera, una pequeña población minera situada en la región de los Cuatro Valles, a 40 kilómetros de León. Este fascinante lugar, enclavado en la comarca del Alto Bernesga, es accesible desde la N-630, carretera que nos conduce a Asturias por el puerto de Pajares. Una vez allí, hemos de buscar el entorno del arroyo Vilar, que nos servirá de guía durante el resto del trayecto a pie. Este se prolonga durante 10 kilómetros hasta el municipio de Villar del Río, aunque no es necesario recorrerlo completo para llegar a nuestro destino, un hayedo en el cual lo mejor es abandonarse a su encanto y dejar volar la imaginación; solo así comprenderemos por qué este lugar recibió en el 2007 el premio al Bosque Mejor Cuidado de España, que otorga la organización Bosques sin Fronteras en colaboración con la Fundación Biodiversidad.

Siguiendo un cómodo trazado que nos conducirá hasta la boca de una antigua mina de carbón —hoy museo—, nos toparemos con la leyenda de la bruja que habita en las entrañas del bosque. Esta nos habla de una hechicera llamada Faeda o Haeda, cuyos mágicos poderes le habían sido otorgados por el diablo con una condición: emplearlos para hacer el mal; de lo contrario, fallecería al cabo de tres días. Por aquel entonces, en las inmediaciones del hayedo vivía un matrimonio con nueve hijos que cada invierno se refugiaban en una cueva para protegerse del frío. Un año la nieve cayó en tal proporción que no pudieron llegar hasta la cavidad y fueron interceptados por la bruja, que, pese a la promesa que le hizo al diablo, sintió lástima por los pequeños y utilizó sus poderes para ayudarlos. De este modo, tras arrancar un montón de piedras de la montaña, les prendió fuego y se las entregó a la familia para que se mantuviesen calientes. Al día siguiente, el matrimonio intentó de nuevo avanzar hacia la cueva, pero sin éxito. Faeda se decidió una vez más a ayudarlos, proporcionándoles rocas para calentar la hoguera. El tiempo pasaba y la cueva no aparecía, por lo que la bruja cubrió las montañas del valle con piedras inflamables para dar así calor a los extraviados por última vez. Tres acciones generosas que la condujeron a la muerte pero que a su vez permitieron que, con el tiempo, muchas familias se trasladasen a la zona para fundar el poblado de Ciñera sobre las viejas cenizas. Dejando a un lado esta curiosa leyenda, el hayedo leonés cuenta con un tesoro natural de quinientos años de antigüedad al que los lugareños bautizaron como Fagus. Se trata de un haya con trompa de elefante de 23 metros de altura y un perímetro de 6,32 metros en la base, ejemplar que se conoce como el «abuelo del bosque». Ante él vuelan, reptan y caminan especies singulares y huidizas propias de la umbría, como el urogallo o el desmán —mamífero insectívoro similar al topo o la musaraña—. Asimismo, en el considerado mejor bosque de España encontramos un angosto desfiladero conocido como las Hoces del Villar, y también un espacio frecuentado por los bañistas estivales allí donde el lecho del arroyo se ensancha para abrazar a los torrentes en las marmitas de gigante.

Lo mejor es abandonarse a su encanto y dejar volar la imaginación; solo así comprenderemos por qué este hayedo recibió en 2007 el premio al Bosque Mejor Cuidado de España.

El arroyo Vilar.

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Antiguo puente minero.

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EL MAR MUERTO ALAVÉS

SALINAS DE AÑANA (ÁLAVA)

Una de las estampas más típicas de Tierra Santa es la de los turistas bañándose en el mar Muerto, un lago endorreico salado y ubicado entre Israel, Palestina y Jordania que presume de ser la extensión de agua más baja de la Tierra. Dicho esto, ¿qué pensarían esos viajeros si les dijésemos que el País Vasco cuenta con su propio mar Muerto y que este se sitúa a 31 kilómetros de la capital, Vitoria-Gasteiz? Para empezar, hemos de decir que se encuentra en un lugar donde hace doscientos millones de años existió un vasto mar; un soberbio paisaje formado por más de cinco mil eras para la obtención de la sal que lo convierten en un verdadero monumento al aire libre. ¿Cómo se formó exactamente? Según los historiadores, con el paso de los siglos ese mar se fue evaporando y la sal permaneció, acumulándose poco a poco sedimentos en la superficie. Estos presionaron a su vez la capa inferior, y esta presión, unida a la menor densidad de la sal, hizo que el estrato ascendiera, del mismo modo que una gota de aceite se eleva en un vaso de agua. Posteriormente, al pasar las corrientes de agua dulce por las capas de sal sólida, fueron arrastrando parte de esa sal y la convirtieron en salmuera, que es lo que surge al exterior a través de los manantiales. En consecuencia, el agua resultante posee una densidad del 21 %, muy cercana a la del mar Muerto. O, lo que es lo mismo, mientras la salinidad presente en Añana es superior a 200 gramos por litro, la del célebre lago alcanza los 350 gramos. Asimismo, ambos lugares han sido explotados económicamente desde la Antigüedad y, mientras los egipcios utilizaban las sales del mar Muerto para la momificación, en la primitiva Euskadi el material extraído del valle resultaba fundamental para la supervivencia del hombre ya desde la prehistoria. Es más, cuando el Imperio romano conquistó el norte peninsular en torno al siglo I antes de Cristo, la forma de trabajar en las salinas cambió radicalmente, abandonándose la técnica de calentar la salmuera en ollas de cerámica para, en su lugar, construir las primeras eras con arcilla apisonada.

¿Y qué nos ofrece la visita a este curioso rincón de Álava que desde el 2017 es Patrimonio Agrícola Mundial? Por lo pronto, la posibilidad de pasear por sus sendas y seguir el trazado de los cientos de canales de madera que distribuyen el agua salada de los manantiales —un total de 120 000 metros cuadrados—. Asimismo, podemos conocer el oficio de salinero, degustar las distintas variedades de una sal muy valorada en la alta cocina e incluso apreciar la fauna y la flora de un paisaje milenario. Aunque sin duda el plato fuerte es la inmersión en sus aguas, algo posible gracias a la instalación de un spa salino que permite disfrutar de sus grandes beneficios para la salud —especialmente en enfermedades relacionadas con la circulación sanguínea—. Y todo ello gracias a una fundación creada para promover las salinas y un plan director para su restauración.

El agua de Salinas de Añana posee una densidad del 21 %, con una salinidad superior a 200 gramos por litro, muy cercana a la del mar Muerto.

Tampoco hay que olvidar que Salinas de Añana es mucho más que su factoría de sal, pues cuenta entre su patrimonio con importantes restos arqueológicos de la época medieval —herrerías, fraguas y hornos en perfecto estado de conservación—, a los que se suman una iglesia, varias ermitas, palacios y el último convento en activo de la orden militar de San Juan de Jerusalén. Y, como colofón, dicha oferta se completa con un importante yacimiento de huellas de animales y vegetación de hace unos veintidós millones de años.

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DE RUTA POR LA TOSCANA ESPAÑOLA

VALDERROBRES Y CALACEITE (TERUEL)

A 1200 metros de altitud, en un lugar denominado el Parrizal, tiene su origen una de las joyas naturales más impresionantes de nuestro país. Una tierra escogida por los íberos para levantar sus asentamientos y posteriormente señoreada por monarcas de la talla de Alfonso II de Aragón, que puede presumir de una riquísima historia avalada por los siglos, pero también de un patrimonio inefable. No en vano, el hermoso paraje de Beceite, que se alza en la más destacada cadena montañosa del noreste de Teruel, acoge uno de los ríos mediterráneos mejor conservados del planeta, el Matarraña, a cuyo paso afloran cascadas, torrentes y pozas de aguas cristalinas que parecen sacadas de un cuento. Con una temperatura media anual en torno a los 12 °C y abundantes precipitaciones, pocos lugares de España ofrecen fenómenos meteorológicos tan dispares. Debido a la exuberancia del agua, una gran cantidad de barrancas y afluentes son los encargados de preñar al río, lo que lo identifica con sus características torrenciales, sobresaliendo en el primer grupo Les Voltes, Formeta, Nagraus o Raco de Parorrat, y en el segundo Ulldemó, Pena, Tastavins y Algars, títulos que nos recuerdan a la vecina provincia de Tarragona.

Volviendo a la joya de Beceite, cuyo perfil se dibuja sobre la sierra de Montenegreto, hemos de señalar que son 97 los kilómetros recorridos por el río Matarraña desde su alumbramiento en el Parrizal hasta la desembocadura en el Ebro. 1725 metros cuadrados de río que, tras abandonar las sierras del Bajo Aragón turolense, penetra en tierras zaragozanas para finalmente descender en Fayón, lugar conocido por la torre de su iglesia, que sobresale por encima de las aguas desde la inundación de 1967 y la posterior inauguración del embalse de Ribarroja. A lo largo de este trazado la vegetación abunda en pino carrasco, fresnos, chopos y sargas, que conviven en armonía con especies de cultivo como el olivo, la vid o el almendro. En cuanto a la fauna que crece y se reproduce en las límpidas aguas del Matarraña, hemos de destacar a las madrillas, especie endémica de la familia de las carpas, a las que se suman los barbos, las truchas, los peces lobo y las anguilas; también podemos hallar aves como el martinete y la garza real, o mamíferos como la nutria, sin duda uno de los alicientes del lugar.

Al paso del Matarraña, uno de los ríos mediterráneos mejor conservados, afloran cascadas, torrentes y pozas de aguas cristalinas que parecen sacadas de un cuento.

Por esta y otras razones, el río Matarraña está considerado como uno de los mejor conservados del planeta, y es que en su plácido transcurrir no hay presa artificial alguna, por lo que su cauce no se ha visto afectado jamás. Asimismo, su pureza se inserta dentro de una región de escasa fama pero belleza incomparable a la que algunos han dado en llamar la Toscana española. Un reducto que se distribuye por la provincia de Teruel, aunque limitando con Tarragona y Castellón, y que engloba dieciocho municipios poseedores de una indeleble huella histórica y un interesante legado arquitectónico. Entre ellos sobresalen la capital administrativa, Valderrobres, y la cultural, Calaceite —su casa consistorial, iglesias, portales y el yacimiento del siglo X a.C. la convierten en un lugar digno de visitarse—, ambas incluidas en la lista de pueblos más bonitos de España. A su vez, la Toscana española linda con el Parque Natural dels Ports, la Vía Verde de la Val de Zafán y el barranco de Canaletes, un auténtico paraíso para los aficionados al barranquismo, todos en la provincia de Tarragona.

El Parrizal, con el pueblo de Beceite al fondo.

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El río Matarraña, a su paso por Valderrobres.

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Una de las piscinas naturales que forma el río Matarraña en el Parrizal.

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BAÑOLAS, NUESTRO LAGO NESS

LAGO DE BAÑOLAS (GERONA)

¿Sabía que el lago más grande de Cataluña y el popular lago Ness de Escocia guardan relación entre sí? Esto se debe a las leyendas que lo salpican desde antiguo y que a su vez emparentan al pantano catalán con otros lugares míticos del mundo, como el lago Nahuel Huapi, en Argentina, o el Okanagan Lake, en Estados Unidos, especialmente aquellas que describen a la enigmática «criatura» que habita en su fondo, a las alojas o mujeres de agua que emergen cual ninfas para encandilar a los incautos o a los aeroplanos desaparecidos en su entorno. Misterios que jalonan un recinto ya de por sí mágico y que, sumados a la poderosa atracción que ejercen sus aguas, lo convierten en un escenario irrepetible.

Comenzando por su ubicación, el lago de Bañolas despunta en la comarca gerundense del Pla de l'Estany, popular por su Parque Neolítico de La Draga, donde los curiosos pueden retroceder hasta siete mil años en el tiempo. Un entorno ideal para los amantes de la tranquilidad que posee un buen número de especies animales y vegetales y que, además, está considerado el conjunto kárstico más grande de España. Aunque sería absurdo negar que la principal razón de su fama se debe a episodios legendarios, el primero de los cuales se remonta al siglo VIII; nos estamos refiriendo al del dragón o draga catalana, que habitaría en las profundidades del lago de Bañolas cual Nessie patrio, y del que habría tenido noticias el mismísimo Carlomagno. Un personaje ya de por sí fabuloso que, tras arribar a la ciudad de Gerona y conocer la existencia del «monstruo» —según los cronistas, escupía fuego por los ojos, envenenaba el agua y devoraba cientos de cabezas de ganado—, se acercaría a la laguna para tratar de aniquilarlo, visita que realizó en compañía de un monje franciscano —sant Mer para unos y Emeterio para otros—, quien, gracias a los poderes de la oración, domesticaría a la bestia. Tras este acontecimiento, el religioso levantaría el monasterio de San Esteban de Bañolas, situado en el casco histórico de la localidad, no lejos del lugar donde el supuesto dragón continúa viviendo en la actualidad.

El lago de Bañolas es ideal para los amantes de la tranquilidad, aunque sería absurdo negar que la principal razón de su fama se debe a episodios legendarios.

Ni que decir tiene que los aficionados a la criptozoología creen a ciencia cierta en la existencia de la criatura, aunque la despojan de su carácter medieval —el relato de Carlomagno recuerda al de San Jorge—, inclinándose por la posibilidad de que fuese un plesiosaurio del Jurásico que habría sobrevivido a la extinción, e incluso un gran reptil del Triásico que disponía de un largo cuello y se alimentaba de peces. Esta teoría ha motivado la instalación de una webcam para observar las aguas —siguiendo el modelo del lago Ness—, y lleva alimentando la imaginación desde hace décadas. No en vano, entre finales del siglo XIX y principios del XX, se produjeron diversos incidentes que reavivaron el interés por la criatura, caso del ataque a una diligencia que hacía el trayecto entre Olot y Bañolas, o el del naufragio de L'Oca, barco recreativo que se fue a pique con veinte turistas franceses el 8 de octubre de 1998. Casualidad o no, la rumorología en torno al lago no ha dejado de crecer, y al margen del célebre dragón, es necesario mencionar las desapariciones de aviones durante la Guerra Civil, la aparición de luces y ruidos espectrales en la superficie o la presencia de corrientes submarinas o fosas conectadas con otros lagos —esto podría explicar que los restos de un espeleólogo desaparecido en el sur de Francia se hallasen en Bañolas—.

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LA SUIZA SORIANA

MOLINOS DE RAZÓN, VALDEAVELLANO DE TERA, CHAVALER, GALLINERO, ALMARZA Y GARAGÜETA (SORIA)

Si los árboles pudiesen hablar, nos susurrarían cientos de anécdotas sobre una provincia milenaria cuyos colores mudan según la estación del año. Robles de tronco ancho y raíces poderosas a los que la sed consustancial a su especie obliga a arraigar en cordilleras húmedas y en las regiones más septentrionales de nuestro país. Pero, por desgracia, los árboles no disertan y somos nosotros quienes debemos descubrir la belleza de un territorio que se despuebla día a día ante la pasividad de las administraciones. Un espacio idílico que conserva parte de su encanto histórico y medieval, así como rincones naturales que rezuman esa magia que ha seducido a los viajeros de todos los tiempos.

Uno de ellos es el valle de Tera, paraje inspirador y expedito ubicado en la sierra Cebollera y dotado de suaves pendientes cubiertas de hayas, robles, sauces y fresnos. Un rincón donde el habla de sus gentes y ciertas costumbres pretéritas recuerdan por momentos a Andalucía, merced al oficio de la trashumancia. Y es que en la denominada Suiza soriana las vacas rumiaban felices entre fértiles pastos dando lugar a una exquisita leche con la que los artesanos alumbraban un producto único: la mantequilla de Soria, a la que incluso se dedica una ruta que discurre a 1200 metros de altitud, un museo en Molinos de Razón, un punto de información turística en Valdeavellano de Tera y diferentes hitos por otras localidades del valle. Asimismo, la Suiza soriana posee uno de los mejores conjuntos de glaciares de la geografía española. La laguna Cebollera, que se alza a 1820 metros sobre el nivel del mar, es su mejor testimonio, pero no el único: en toda la sierra se calcula que hay más de una veintena de glaciares, pero en pocos se aprecia de una forma tan clara la acción de la nieve y el hielo. Aquel turista que desee gozarlos en todo su esplendor debe acercarse entre los meses de octubre y mayo, cuando su circo se halla poblado por rocas sueltas, debido al empuje de la naturaleza. Otro de los atractivos de la laguna es la comunidad animal que vive en ella y sus alrededores, por ejemplo las truchas, cuya captura está permitida durante la primavera, aunque sin muerte. Los gritos de apareamiento de cientos de ciervos, que retumban por los valles, ponen el punto onírico a la visita otoñal.

Un espacio idílico que conserva parte de su encanto histórico y medieval, así como rincones naturales que rezuman esa magia que ha seducido a los viajeros de todos los tiempos.

Dejando a un lado el glaciar, y si optamos por remontar el curso del río Tera, descubriremos un ramillete de poblaciones dignas de mención. Es el caso de Chavaler, con su iglesia del siglo XVIII y los lavaderos de lana de los condes de Fuerteventura; o Gallinero, que acoge uno de los pocos restos del gótico civil de la provincia. Y, entre ambas poblaciones, la casa fuerte de San Gregorio, un macizo de piedra protegido por almenas y cuatro torres cilíndricas que nos retrotraen al siglo XV. Cuentan que en 1461 Diego López de Medrano, mayordomo del rey Juan II de Castilla, ordenó construirla en el término de Almarza. El recorrido continúa por Garagüeta, que posee uno de los bosques de acebo más importantes de la Europa meridional —406 hectáreas de masa forestal que crece de manera laberíntica—, al que le sucede otro bosque repleto de robles centenarios que se alza junto a la ermita de los Santos Nuevos, a las afueras de Almarza. Por cierto, este templo atrae cada mes de julio a cientos de romeros para honrar a la Virgen de las Angustias, por la que hay gran devoción en la comarca.

La laguna Cebollera, a 1820 metros sobre el nivel del mar, es uno de los principales glaciares de la sierra.

© Archivo fotográfico Diputación de Soria, Soria ni te la imaginas

LA SENDA VERDE DEL AGUA

MOLLEDA, ENTRIALGO, ORBÓN, TRES VALLES Y PILLARNO (ASTURIAS)

¿No le gustaría adentrarse en la senda verde del agua, un lugar tan idílico como accesible que nos aguarda con los brazos abiertos? Si la respuesta es afirmativa, es hora de ir preparando las zapatillas para salir a su encuentro. En el año 2010, el Principado de Asturias acometió con ayuda de la Unión Europea una inversión de más de dos millones de euros para el tramo total de una senda de casi veinticinco kilómetros que atravesaba los concejos de Corvera, Illas, Castrillón y Soto del Barco. Un proyecto que habilitó una excelente ruta natural con objeto de hacerla transitable a pie o en bicicleta en un tiempo estimado de tres horas y media. Y, en efecto, tras el importante esfuerzo de muchas personas, el sueño se materializó en un camino bien señalizado en el que podemos hallar largos tramos de pista salpicados de pasarelas de madera. Un sendero amable, que transcurre por escenarios repletos de belleza e historia, y cuya dificultad para los caminantes o cicloturistas es escasa.

¿Y cómo podemos acceder a este hermoso rincón norteño y respirar su aire? Por lo pronto hemos de enfilar la A-66 en dirección a Gijón para continuar por la A-8 hacia Galicia. Posteriormente, tomaremos la salida 406 en dirección a Molleda, en cuya entrada se ubica el panel de comienzo de la ruta. Si seguimos a pie, hallaremos a pocos metros un coqueto puente de piedra ubicado sobre el río homónimo. Este camino nos conducirá a los alrededores de Entrialgo, pueblo de apenas un centenar de habitantes, cuya panera de 1826 nos dará la bienvenida. Es de reseñar que en dicha localidad nació, a mediados del siglo XIX, Armando Palacio Valdés, escritor y crítico literario cuyo estilo era similar al de Leopoldo Alas, Clarín. Pese a que Palacios fue trasladado a Avilés con apenas seis meses, el municipio cuenta con una casa museo en su honor en el centro del casco histórico.

La senda verde del agua es un camino bien señalizado y amable que transcurre por escenarios repletos de belleza e historia.

Otro de los atractivos de la senda verde del agua es poder contemplar alguno de los sifones del canal del Narcea, conducción hidráulica inaugurada en 1965, que discurre a lo largo de 27 kilómetros por concejos como Soto del Barco, Castrillón e Illas, hasta desembocar en los embalses de Trasona, La Granda y San Andrés de los Tacones. En su día fue el complejo hidráulico técnicamente más avanzado de Europa, y su construcción sirvió para alimentar los altos hornos y acerías de la empresa siderúrgica ENSIDESA, asentada en Avilés y Gijón durante la década de 1950. A consecuencia de esta obra faraónica, la comarca de Avilés cambió su fisonomía por completo, pasando de ser un entorno eminentemente rural a una zona con gran presencia industrial. Actualmente la fábrica se mantiene abierta en Avilés y es, junto a la de Veriña (Gijón), la única planta siderúrgica integral de España. Tras cruzar pintorescas aldeas de la zona, como Orbón, con apenas catorce viviendas, nuestros pasos nos conducirán hasta Tres Valles, donde se sitúa el final de la ruta. Esta es la parroquia de Pillarno, cuya gruta de Arbedales conserva una impresionante formación geológica natural de estalactitas y estalagmitas, descubierta en 1963. Un lugar de escasa prensa pero enorme interés, que atesora joyas como la Pagoda del Diablo, de cierto aire mefistofélico, la Adoración de los Reyes Magos o la Cascada de Algas.

Casa de Armando Palacio Valdés, en Entrialgo.

© Asturkian (CC BY-SA-4.0)

El puente de Meruxeras, un acueducto del Narcea en plena senda.

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LA PARADOJA GALLEGA

PLAYA DE LAXE (LA CORUÑA)

Mendocino (California), Ussuri (Rusia) o El Bigaral (Asturias) tienen en común playas repletas de cristal erosionado que fascinan a cuantos las contemplan. En todos los casos se trata de miles de botellas de vidrio que, tras ser arrojadas al mar de manera incívica, son devueltas al cabo de un tiempo, aunque de un modo suave, refinado y hasta hermoso. Si hemos optado por describir la ubicada en el municipio de Laxe (La Coruña), es porque, además de su belleza, esta se halla inserta en un paisaje incomparable, el de la Costa da Morte, inefable rincón gallego que diversas civilizaciones antiguas consideraban el fin del mundo y al que la acción del hombre lleva perjudicando desde hace mucho. ¿O es necesario recordar el desastre del petrolero Prestige en noviembre del 2002? Un accidente fortuito cuyo vertido causó una de las catástrofes medioambientales más grandes de la historia de la navegación, provocando una profunda crisis política y una importante controversia en la opinión pública internacional.

Sin embargo, en la playa de Laxe, lo que debía haber sido constitutivo de delito —el uso incontrolado de una porción de terreno próxima al mar como vertedero— se transformó en una hermosa paradoja con la llegada del siglo XXI, pues, aunque parezca mentira, no fue hasta el nuevo milenio —año 2005— cuando las administraciones se pusieron de acuerdo para eliminar miles de toneladas de basura que mancillaban la zona. Un proyecto tan demandado como imprescindible, en el que se invirtieron 140 000 euros extraídos de las arcas gallegas, pero que, tras varios meses de ejecución, se detuvo por sorpresa. Y ¿a qué se debió esta brusca e inesperada interrupción? Pues a que la cala de Areal dos Botiños, ubicada en la parte oeste de cabo de Laxe y próxima a una ensenada denominada Baleeira, resultaba tan asombrosa a la vista que merecía conservarse. De este modo, lo que fuera un colector de desechos durante décadas pronto se convirtió en un recinto admirado por todos que llegaría incluso a protegerse. Y lee bien, amigo viajero, pues, además de brillar por efecto del sol —provocando el delirio de cuantos la contemplan—, la playa de los Cristales de Laxe incluye la prohibición de llevarse muestras. ¿Cómo podemos encontrarla? Pues dirigiéndonos a las afueras del municipio al que pertenece y buscando el cementerio municipal junto al que podemos dejar el coche. Seguidamente debemos recorrer cien metros a pie para descubrir la playa.

Lo que fuera un colector de desechos durante décadas pronto se convirtió en un recinto admirado por todos y que llegaría incluso a protegerse.

Una vez hayamos disfrutado del espectáculo que ofrece la cala, podemos continuar hasta el cercano puerto de Camelle, ubicado en una de las parroquias de Camariñas, que atesora en sus calles el encanto de antaño. Entre sus curiosidades destaca una campana perteneciente al buque inglés City of Agra, naufragado en 1897, y que actualmente se conserva en la iglesia del Espíritu Santo; no en vano, sus habitantes —la mayoría pescadores— tienen fama de valientes, pues llevan siglos arriesgando sus vidas para ayudar en el salvamento de muchos barcos. Como remate a nuestra visita podemos descubrir el museo del artista alemán Manfred Gnädinger, más conocido por «Man, el alemán de Camelle», que arribó a la villa en la década de 1960. Un visionario cuyas obras —objetos traídos por el mar que el hombre ensamblaba, deformaba y pintaba— tiñó de negro el naufragio del Prestige, provocándole la muerte un mes después. Hoy su legado descansa, completamente revitalizado, en la calle del Peirao.

El Areal dos Botiños, más conocido como playa de los Cristales.

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Vista aérea de la ciudad y playa de Laxe.

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ISLAS, PIRATAS Y SERPIENTES

ISLAS COLUMBRETES (CASTELLÓN)

Nuestro siguiente destino se encuentra a 48 kilómetros de Castellón y se remonta dos millones de años atrás en el tiempo. Debido a los grandes cambios producidos en la corteza terrestre por todo el Mediterráneo, el litoral levantino vio nacer unas curiosas formaciones de origen volcánico que, siglos más tarde, serían descubiertas por los griegos. Estos las llamaron Ophiusa («tierra de serpientes»), que es el mismo nombre con que las bautizarían los colonizadores romanos, aunque traducido al latín. De este modo, Colubraria daría paso a la actual Columbretes, destacando a la culebra como la gran protagonista del archipiélago. Y es que, si Grecia puede presumir de Santorini, la Comunidad Valenciana no le va a la zaga, pues su conjunto de islotes representa uno de los mejores ejemplos de vulcanismo de nuestro país. Asentadas sobre un fondo de unos ochenta metros de profundidad y reunidas en cuatro grupos, las Columbretes responden a los nombres de la Illa Grossa, la Ferrera, la Foradada y el Carallot. La primera de ellas, sin duda la más importante, está formada por diversos cráteres encadenados y, aun oteándola desde la distancia, posee una capacidad innata para hechizar. Para gozar de sus dominios —es la única visitable del conjunto— hemos de tomar un barco desde Oropesa del Mar, Peñíscola o Castellón, y navegar unos cincuenta kilómetros mar adentro. Se da la circunstancia de que únicamente setenta y ocho personas pueden disfrutarla al día, a excepción de los fines de semana y los meses de julio y agosto, cuando esta cifra asciende a ciento veinte. La duración del trayecto en catamarán supera las dos horas y cuarto y, más allá de conquistar el islote, permite saborear una reserva marina de 5500 hectáreas.

Una vez atracado en Puerto Tofiño, y ante la atenta mirada de las gaviotas de Audouin, el personal de la embarcación conduce a los pasajeros hasta tierra firme, donde un guía especializado les muestra las maravillas del lugar. Por encima de todas destaca el faro de 68 metros de altura, un vestigio del pasado marinero de l’illa donde es posible descubrir cómo vivían los fareros a través de una interesante exposición, así como adentrarse en el pequeño cementerio adjunto. El mismo está custodiado por una imagen de la Virgen del Carmen a cuyos pies descansa un viejo altar para misas. Pero el disfrute no acaba aquí, pues los 900 metros de largo por 150 de ancho de la isla albergan una curiosa flora en la que sobresalen el mastuerzo marítimo de Columbretes y la alfalfa arbórea. Otras especies destacables son la zanahoria y el hinojo marinos, el cambrón y la paternostrera. Y en el capítulo de fauna despuntan las aves, los artrópodos y la recurrente lagartija.

La Illa Grossa, la más importante, está formada por diversos cráteres encadenados y, aun oteándola desde la distancia, posee una capacidad innata para hechizar.

La cola de la isla Grossa, una suerte de anguila semienroscada, la completan los islotes de Mascarat, Senyoreta y Mancolibre, lugares plagados de leyendas de piratas y contrabandistas que se remontan a la Edad Media. Dichas formaciones, junto a las de la Ferrera, la Foradada y el Carallot, brindaban una impagable protección a estos personajes, a la que se sumaba además la fácil vigía que ofrecía el punto más alto del archipiélago. Todavía alguno trata de encontrar un supuesto tesoro oculto en sus dominios, lo que alimenta aún más su legendario pasado filibustero. Quizás por ello, dos guardas y un peón custodian los dominios de la isla durante todo el año, pero esto no impide disfrutar del esnórquel o buceo de superficie, o nadar entre corvinas, morenas y meros.

Una lagartija parda en las Columbretes.

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En la Illa Grossa destaca la silueta del faro, de 68 metros de altura.

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OJO GUAREÑA, COMPLEJO KÁRSTICO MUNDIAL

MONUMENTO NATURAL DE OJO GUAREñA (BURGOS)

Cuenta la leyenda que san Bernabé decidió instalarse en una cueva durante su viaje evangelizador a Hispania, teniendo previamente que expulsar a los diablos y brujas que vivían en su interior. Por alguna razón desconocida, el demonio no quería abandonar el recinto, de ahí que el apóstol decidiese marcarle unos límites que se extendían desde el pico bautizado como Cuerno del Diablo hasta el monolito situado frente a la cueva, finalizando en el pico de Kaite. Y fue allí donde, tras aceptar el trato que le ofrecían, Satanás levantó un palacio donde poder morar por los siglos de los siglos. Por su parte, las brujas no malévolas fueron a rogarle al santo que no las expulsase de las cuevas, y este les permitió permanecer en el entorno del río aunque sin acceder jamás al futuro santuario.

Dicho esto, el lector se preguntará: ¿dónde podemos hallar estos lugares mágicos rebosantes de belleza? Pues 93 kilómetros al norte de Burgos, en medio de un espacio natural del que forman parte los términos municipales de Espinosa de los Monteros, Merindad de Montija y Merindad de Sotoscueva. Un rincón indescriptible que hoy presume de ser uno de los mejores complejos kársticos del mundo. No en vano este cuenta con 110 kilómetros de espinosos laberintos y grutas que cobijan numerosos testimonios rupestres, santuarios y sepulcros recónditos que dan cuenta de su uso profano y sagrado durante siglos. Y es que la importancia arqueológica del karst de Ojo Guareña viene dada por su completo registro, que presenta una secuencia cultural que se remonta al Paleolítico medio y continúa hasta la Edad Media.

Son 110 kilómetros de espinosos laberintos y grutas que cobijan numerosos testimonios rupestres, santuarios y sepulcros recónditos que dan cuenta de su uso profano y sagrado durante siglos.

Uno de los hallazgos más importantes del complejo lo constituyen las Galerías y Sala de las Huellas, las cuales nos ofrecen un recorrido de ida y vuelta de unos cuatrocientos metros, único en España y excepcional en Europa. Dichas galerías se ubican en los niveles altos, a los que se accede desde cueva Palomera, abierta al público desde noviembre del 2013 aunque con visitas limitadas. Anteriormente contaban con un acceso desde la cueva de San Bernabé, antigua forma de absorción del río Guareña, o en sus inmediaciones. A propósito, esta última cavidad está acondicionada con una pasarela provista de rampas que salvan el desnivel y que junto con la barandilla y la adecuada iluminación permite visitarla de manera segura. Esto se consigue con la colaboración de un guía que acompaña en todo momento al grupo y le ayuda a descubrir la compleja realidad del mundo subterráneo, tanto en su componente natural como en el arqueológico y cultural. Para completar la inmersión es recomendable ver el audiovisual sobre las zonas no accesibles y detenerse en la ermita de San Tirso y San Bernabé, datada entre los siglos VIII y IX, para apreciar sus pinturas murales —estas relatan los milagros de ambos santos y los martirios que sufrieron—. Un lugar al que cada año acuden más de tres mil personas durante su romería de junio y que no podremos olvidar jamás. Ya en el exterior, el complejo kárstico continúa ofreciéndonos estampas singulares como el «ojo» o sumidero del río Guareña, los lapiaces o pavimentos de caliza, las diaclasas o fracturas en las rocas o los sugestivos cañones. Un conjunto de elementos tan complejo que nos obliga a pasar por el centro de visitantes de la Casa del Parque para obtener información. Este se alza en el pueblo de Quintanilla del Rebollar, a 6 kilómetros de la cueva-ermita.

La ermita de San Tirso y San Bernabé.

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Paisaje en Hornillalatorre, en la merindad de Sotoscueva.

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Hayedo cerca de Espinosa de los Monteros.

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EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE IBIZA

CALA DE ES PORTITXOL. IBIZA (ISLAS BALEARES)

¿A quién no le gustaría disfrutar de un merecido descanso en una playa paradisíaca? Un lugar de aguas turquesas y cristalinas, fondo marino envidiable y entorno natural inmaculado, sin apenas rastro de la mano del hombre. Ese rincón se encuentra en el norte de la isla de Ibiza, en un lugar sin señalizar a doce kilómetros del municipio de Sant Joan de Labritja y donde es necesario superar un desnivel de unos ciento cincuenta metros a pie para acceder, ideal para los deportistas. Responde al nombre de Es Portitxol, que traducido del ibicenco significa «el puertecillo», y en realidad se trata de una minúscula ensenada, delimitada por acantilados, que lleva años sirviendo como refugio para pequeñas embarcaciones.

Para llegar hasta la cala, compuesta por còdols o cantos rodados, el visitante debe desplazarse hasta el pequeño pueblo de Sant Miquel de Balansat y desde ahí girar por la carretera que conduce a Sant Mateu d’Albarca, donde se ubica la urbanización Isla Blanca. Es a partir de este recinto donde comienza la verdadera aventura, pues, una vez aparcado el vehículo, debemos iniciar la ruta a pie y sin apenas sombra. Dotado de unas vistas espectaculares de Ibiza, el camino se halla delimitado por una valla de alambre y perfectamente marcado en el terreno, detalle que nos permitirá lograr nuestra meta sin sobresaltos. Como es de suponer, el mejor momento para disfrutarlo es el otoño, pues las suaves temperaturas nos permiten caminar sin excesivo calor y bañarnos en el mar sin temor a un constipado. Más allá de la serena belleza de sus aguas, el bosque de pinos nos permite soñar con destinos mediterráneos como Grecia, Chipre o Turquía; aunque Es Portitxol no posee ese patrimonio, a cambio ofrece un ambiente tradicional, con sus casetas varadero rodeando la cala en forma de media luna. Dichas casetas son pequeñas construcciones de piedra y madera ubicadas en los parajes más apartados de la isla, con las que los ibicencos protegen aparejos y embarcaciones como el llaüt, barca de pesca por excelencia cuya finalidad es trasladar a la costa el género recién capturado: desde el raon o «capricho de mujer» —una especie de pequeño tamaño, carne delicada y sumamente codiciada en Baleares— al mero, pasando por el dentón, la rotja o la sirvia. Otro detalle curioso de las construcciones pitiusas son los pequeños muelles hechos a mano que se ubican entre las casetas y el mar, un modo de acceso sencillo que nos permite evocar tiempos remotos.

Un lugar de aguas turquesas y cristalinas, fondo marino envidiable y entorno natural inmaculado, sin apenas rastro de la mano del hombre.

Dado lo apartado de la cala y la casi total ausencia de turistas durante buena parte del año, no es inhabitual ver en ella a personas practicando el nudismo, algo en lo que destacan otros lugares icónicos de la isla como Aigües Blanques, punta Galera, cala Comte o Es Cavallet. Y dado que la ensenada apenas ofrece espacio para tender siquiera la toalla, no faltan los temerarios que utilizan el destinado a los pescadores. Pese a su escasa fama entre los españoles, Es Portitxol ya está considerado por algunos medios extranjeros como uno de los diez mejores rincones de Ibiza, caso del diario británico The Guardian, que en el 2017 destacaba este recóndito lugar junto a la cala Mastella, a 11 kilómetros de Santa Eulalia del Río, punta de Ses Portes, en Sant Josep, o cala Xarraca y S’Illot des Renclí, en Sant Joan de Labritja. Este último, por cierto, se hizo famoso en los años setenta por ser el epicentro de la movida hippie de la isla, faceta que ha otorgado al paraíso balear gran parte de su carisma.

© Steve Watteeuw/Shutterstock

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