Prólogo

Este libro es una antología de artículos de Arcadi Espada sobre la verdad. Los textos que aquí se recogen se han publicado durante los últimos dieciocho años, principalmente en el diario El Mundo y en su blog, y también en revistas como Lateral, Quimera o Claves de Razón Práctica. Se incluye también el prólogo que el autor escribió al libro Matar a un elefante y otros escritos (Turner, 2006), de George Orwell.

Aunque se ha optado por dejar fuera de esta antología los textos ya publicados en otros libros, sí se han incluido algunas entradas de su libro Diarios (Espasa, 2002). Además de por tratarse de textos imprescindibles para el asunto que nos ocupa, se ha considerado que el libro fue el embrión del blog del autor y que forma parte, por lo tanto, de una misma obra.

Cualquier antología plantea problemas. El primero, y principal, es que no parece haber ningún artículo de Espada que no trate de la verdad. El proceso de selección ha sido, por lo tanto, un proceso de descarte al que han sobrevivido los artículos que aquí se presentan. En este proceso de descarte, el antólogo debe reconocer que le hubiera gustado servirse de alguno de los atajos habituales. Hubiera querido descartar los artículos que repiten la misma idea con distinta excusa o los artículos de circunstancias o de mera actualidad, y que pasado el tiempo huelen como el célebre pescado que nacieron para envolver. Por motivos que escapan a este prólogo, el susodicho lamenta reconocer que esto no ha sido posible. Espada no se repite y sus artículos no caducan. También por eso se ha optado por ordenar los textos de forma temática y no cronológica. Se han organizado los artículos según los temas más recurrentes de entre los muchos que trata el autor y se han elegido los artículos que de cada tema se han considerado de mayor interés.

El segundo problema ha sido el de evitar la tentación de usar los diferentes artículos o textos aquí seleccionados para reconstruir, mediante su selección y ordenación, una argumentación o una filosofía como si los artículos periodísticos fuesen una especie de «escolios» a una epistemología oculta tras el trabajo periodístico. No hay un más allá del periodismo en el que buscar la verdad ni hay un más allá del artículo en el que encontrar su sentido último, su fundamento o su justificación. Espada, huelga decirlo, es periodista. Y no filósofo. Los textos que aquí se presentan no son breves tratados pensados y escritos para iluminar una teoría eterna de la verdad. Son textos periodísticos, pensados y escritos para explicar y discutir los asuntos del día. Y muy a menudo, en realidad, para discutir las mentiras del día.

El libro recoge algunas de las más conocidas de estas discusiones, como las célebres polémicas que el autor ha mantenido con Javier Bauluz y Javier Cercas sobre la verdad en la fotografía, en la obra de ficción y en la columna de opinión. Géneros estos en los que se da a menudo por supuesto que la discusión por la verdad o no tiene sentido o no tiene cabida. Una doble mentira, que diría aquel. Porque la fotografía puede mentir y miente, de hecho y a menudo. Por eso advertía Sontag que no hay foto sin pie y por eso se ha dedicado Espada a escribirles su pie a algunas de las fotos más mentirosas de los últimos años. Como se miente, claro está, en nombre de libertad creativa o de la libertad de opinión, demasiado a menudo usadas para escudar la vagancia de indagar sobre la verdad. Pero, como decía Arendt, «no existe libertad de opinión si no se sabe mantener la diferencia entre hechos y opiniones. La libertad de opinión son discursos distintos sobre un mismo relato, no una infinidad de relatos sobre un mismo hecho».

Lógicamente, hay gente que prefiere que la verdad no se meta en sus asuntos. Ni en sus fotografías, ni en sus columnas ni en sus ficciones. Porque la verdad es difícil e incómoda y compromete. Hay gente, decía Espada hace ya algunos años, que se pone extremadamente nerviosa al oír hablar de la verdad. Hay gente que prefiere no oír hablar de verdad porque prefiere no tener que buscarla para no tener que decirla.

Y para no tener que decir nunca la verdad, lo mejor es insistir, parapetados tras una hechicería de argots, de lenguaje técnico, de literatura médica, en fin, que la verdad no existe. Un apotegma que contrasta vivamente con la experiencia cotidiana, aun con la experiencia más humilde del más humilde de ellos, de los periodistas. Cualquiera de esos sujetos sabe que la verdad existe; que la verdad es el sentido principal, la condición principal de su trabajo. Algo ha sucedido o no ha sucedido: eso es todo. Y a veces la verdad es tan nítida que duele como el sol en los ojos. Sin duda, hay periodistas que van armados de verdad: son gente peligrosa, porque además no suelen ser pusilánimes. No defienden tan solo que la verdad existe —lo que sería perfectamente legítimo— sino que aseguran tenerla toda, cercada por completo. Y la verdad —debería ser por definición— es incompleta. Está en muchas partes y en muchos protagonistas vinculados con un hecho cualquiera: es un saco que no acaba nunca de llenarse. Tan nocivo es afirmar que está ya lleno como negar que el saco exista.1

No hace falta decir que con los años los negacionistas del saco no han parado de crecer. Posverdad, y así la define el autor: «Un estado de las cosas en que la verdad no importa. La mentira tenía en gran consideración a la verdad, de ahí que la usurpara. La posverdad la ignora».2 En este estado abundan los periodistas comprometidos con las más diversas y nobles causas excepto con la del periodismo. Los periodistas del contexto, del porqué y del más allá; de las verdades más altas y de las investigaciones más hondas que escapan a la tarea del periodista y, en cierto modo y en muchos casos, incluso a la capacidad racional del hombre. Hay, en cambio, una extraña modestia en el periodista obsesionado por los hechos y la ciencia y el cómo, el método y la razón. En esta obsesión por ceñirse, por limitarse. En el reconocimiento de que, más allá de que nos convenga, nos apetezca o nos ponga más o menos y según el momento, la realidad existe, puede conocerse y puede comunicarse. Objetivamente.

A esta convicción, a esta actitud digamos que paradigmáticamente periodística, se la ha llamado algunas veces y de forma irónica «realismo ingenuo». El realismo ingenuo es problemático para el filósofo, y especialmente para el filósofo posmoderno, pero sin él, el periodismo es, lisa y llanamente, imposible.

Dice el autor: «Contar las cosas objetivamente no es, no debería ser nada más que contar las cosas verdaderamente: que contar la verdad en suma, con todas sus caras y todas sus oscuridades».3 «La naturaleza ha programado al hombre para tomar partido, y de un modo inmediato, basándose, además, en razones emocionales. El proceso de la objetividad no es más, primero, que el reconocimiento de que esto es así, y no es de más carnes, como decía tan vistosamente mi abuela María Pérez. Y luego el esfuerzo porque siendo esto así y sabiéndolo, el periodista sea capaz de corregir este sesgo. Si los hechos del mundo no pudieran describirse a pesar de las convicciones personales no solo no habría periodismo, sino que no habría hechos ni mundo.»4

Y no habiendo mundo, ¿cómo habría democracia?

La verdad no es democrática, claro, por aquello de que el 98 % creía en brujas, pero la verdad sustenta la democracia. De hecho, y desde que el hombre moderno sustituyó la oración matutina por la lectura del periódico, esta verdad, la que cabe en una página impresa, parece ser la única capaz de sustentar su mundo. Y si puede, debe. Poco después de que Orwell en la guerra civil española viera cómo «el concepto mismo de la verdad objetiva empieza a desaparecer del mundo», es decir, del periódico, el mundo vio aparecer al sujeto totalitario. Que no es, decía Arendt, «el nazi convencido o el comunista convencido, sino la gente para quien la distinción entre hechos y ficción y entre lo verdadero y lo falso ya no existe».5

Por eso, si este mundo nuestro merece ser salvado, la verdad deberá ser protegida. «La verdad es un bien público indispensable y como tal debe regularse. Lo sabe hasta Orwell.»6 Y de ahí la insistencia en un Ministerio de la Verdad. Porque, por mucho que diga Rorty, parecer ser que no basta con cuidar la libertad para que la verdad se cuide sola.

FERRAN CABALLERO,

septiembre de 2021