¿En qué se basa el principio de que, cuando no observamos más que una mejora detrás de nosotros, no podemos sino esperar un deterioro delante?
THOMAS BABINGTON MACAULAY
Londres, 1858. Era una hermosa mañana —o lo fue hasta que la reina Victoria abrió la puerta de su balcón en el Palacio de Buckingham—. Un hedor penetró con rapidez sus fosas nasales abrumándola hasta la náusea. En lo que hoy se conoce como el «Gran Hedor», Londres se vio completamente invadido por el repulsivo y opresivo olor de las heces humanas y animales. Durante gran parte de los cincuenta años anteriores a este acontecimiento, dos millones y medio de londinenses se habían dedicado a arrojar los residuos directamente a las calles y al río Támesis. Finalmente, la situación había alcanzado un proverbial punto de inflexión. Bajo las casas y los negocios de la ciudad había más de doscientos mil pozos negros humeantes que eran limpiados de forma rutinaria y en vano con una pala por los «hombres estiércol». Los brotes de cólera se convirtieron en algo habitual, ya que las aguas residuales rebosaban hacia las alcantarillas y los ríos, contaminando el agua potable y provocando todo tipo de enfermedades.
Parece que todos deseamos que vuelvan los buenos tiempos cuando, en realidad —admitámoslo—, los buenos tiempos no fueron tan buenos. Hace cuatrocientos años, una sola enfermedad aniquiló a casi el 30 por ciento de la población europea: la peste bubónica. Hace apenas doscientos años, en la época de la bomba fétida de Londres, el 45 por ciento de los niños morían antes de cumplir cinco años. En la Inglaterra victoriana, las probabilidades de que tus hijos sobrevivieran hasta la edad adulta eran el equivalente a tirar una moneda al aire. Imagínate la moral de una sociedad que pierde de forma rutinaria a casi la mitad de su descendencia.
Y no hace falta que nos remontemos a la Inglaterra victoriana. Hace sólo cien años, veinte millones de personas perdieron la vida durante los cuatro años que duró la Primera Guerra Mundial. En 1918, la gripe española arrasó Europa, infectando a quinientos millones de personas —un tercio de la población mundial— y matando a más de cincuenta millones.
Vale, te prometo que no voy a seguir con este recorrido por los hitos deprimentes de la historia de la humanidad. Sólo hago este recordatorio porque es importante que nuestros cerebros sean capaces de reconocer las bondades del presente. Nuestros cerebros nos engañan para que nos guste la narrativa nostálgica, pero esa narrativa presenta un gran defecto: rara vez muestra la imagen completa. La historia está plagada de guerras, enfermedades y hambrunas, y comparado con el presente, nuestro pasado es brutalmente desolador. Incluso con las pandemias modernas, como el coronavirus (COVID-19), las expectativas de la humanidad son muy superiores a las de generaciones anteriores.
Hoy en día, sólo un 4 por ciento de los niños en todo el mundo mueren antes de cumplir los cinco años y, en general, la salud materno-infantil es mejor que nunca. No ha habido ninguna guerra importante desde hace una generación y con la medicina moderna pueden tratarse la mayoría de las enfermedades. Además, los servicios sanitarios han mejorado mucho (y doy las gracias por ello). Nos cuesta recordar todo esto porque, a menudo, nos vemos condicionados por nuestras experiencias cotidianas. No sólo llamamos erróneamente «edad de oro» a nuestra visión de la historia, sino que nuestra visión del futuro es erróneamente pesimista.
El doctor Hans Rosling, experto en salud internacional ya fallecido, escribió en su libro Factfulness (Deusto, 2018) que «todos los grupos de personas piensan que el mundo es más aterrador, más violento y más desesperado —en resumen, más dramático— de lo que es en realidad».1 A pesar de los datos, tenemos predilección por un futuro determinista de miseria y desolación. Este desalentador punto de vista es con frecuencia manifiesto cuando me reúno con clientes para hablar de sus finanzas personales. En el momento en que empezamos a imaginarnos su futuro y nos ponemos a trazar planes, la conversación da un giro brusco y pasamos del ahorro optimista orientado a una jubilación cómoda a una discusión sobre el dinero rápido y la supervivencia. Es entonces cuando sacan a relucir una visión fatalista de una sociedad en plena descomposición (respaldada, estoy seguro, por páginas webs y vídeos de YouTube cuyo único propósito es alimentar este tipo de relatos). Nadie sabe qué nos depara el futuro, pero una mirada a nuestro pasado más reciente debería servir para apaciguar nuestras preocupaciones. En su libro El optimista racional (Taurus, 2011), Matt Ridley habla con elocuencia de la rápida aceleración del progreso y la expansión de la humanidad en los últimos cincuenta años:
En 2005, comparado con 1955, el ser humano medio del planeta Tierra ganaba casi tres veces más dinero (ajustado a la inflación), comía un tercio más de calorías, enterraba un tercio menos de hijos y su esperanza de vida era un tercio más larga. Tenía menos probabilidades de morir como consecuencia de una guerra, un asesinato, un parto, un accidente, un tornado, una inundación, una hambruna, la tos ferina, la tuberculosis, el paludismo, la difteria, el tifus, la fiebre tifoidea, el sarampión, la viruela, el escorbuto o la poliomielitis. Al margen de la edad, tenía menos probabilidades de padecer cáncer, enfermedades cardíacas o derrames cerebrales. Había más probabilidades de que supiera leer y escribir y de que terminara la escuela. Había más probabilidades de que tuviera un teléfono, un inodoro con cisterna, una nevera y una bicicleta. Todo ello a lo largo de medio siglo en el que la población se ha más que duplicado, un logro humano impresionante.2
Los cinco gráficos que siguen a continuación suponen un antídoto visual para nuestra predisposición a preocuparnos por el futuro. Elaborados con datos de varias investigaciones sobre el gasto, la esperanza de vida, el bienestar global, la pobreza y la educación, suponen un reconfortante recordatorio de hacia dónde se dirige nuestro mundo. Como padre, tengo esperanza en el futuro de la humanidad y en la calidad de vida de la que disfrutarán mis hijos y nietos. Y, como veremos en breve, como inversor, me froto las manos ante las oportunidades que nos esperan. Sospecho que tú también.
El gráfico 2.1 muestra la caída en picado de la parte de nuestros ingresos que dedicamos a sobrevivir en Estados Unidos. En otras palabras, estamos viviendo una época de máxima renta disponible. Si se miran a través del prisma de la historia, las matrículas universitarias, los cruceros de Disney, los coches de lujo que se conducen solos, las salidas nocturnas por la ciudad, las salas de cine con sillones gigantes de cuero y, por supuesto, nuestra capacidad de ahorro para una jubilación tranquila son fenómenos relativamente nuevos.
Entre otros muchos factores, el hecho de no tener que gastar cada dólar que ganamos en cubrir nuestras necesidades básicas ha impulsado de manera drástica la sensación de felicidad y bienestar de la población mundial. (Gráfico 2.2.) ¡No es ninguna sorpresa! Ahora, en nuestra propia jerarquía de necesidades somos libres de ir más allá de la supervivencia y empezar a plantearnos cuestiones más existenciales en torno a nuestro propósito en la vida, qué significa sentirse realizado y en qué queremos emplear nuestro valioso tiempo. Sin tener que hacer malabares diarios para pagar la vivienda y la comida, podemos dedicarle más tiempo a lo que realmente nos importa —y nos hace ser más felices.
¡El gráfico 2.3 es bastante impactante! La esperanza de vida no para de aumentar en todo el mundo. Fíjate en este dato: una persona que haya nacido este año tendrá tres meses más de esperanza de vida que alguien nacido en 2019. Al principio de mi carrera, cuando mis clientes de avanzada edad se enfrentaban a graves problemas de salud, solían solicitar información sobre centros de cuidados paliativos o sobre los precios de los cuidados médicos en la etapa final de la vida. Hoy en día, estas personas quieren mantenerse con vida el mayor tiempo posible y buscan rápidamente tratamientos experimentales o los últimos avances de la medicina a escala global. Saben que cuanto más tiempo permanezcan vivos, más posibilidades habrá de que aparezca alguna innovación capaz de tratar su condición médica.
Gráfico 2.1. Gasto en necesidades
Gráfico 2.2. Bienestar mundial
Gráfico 2.3. Esperanza de vida
Gráfico 2.4. Pobreza extrema
Gráfico 2.5. Años de escolarización
El gráfico 2.4 es quizá el más revelador. Dando por supuesto que no desciendes de la realeza, es muy probable que no necesites remontarte mucho tiempo atrás en tu árbol genealógico para encontrarte con antepasados cuya vida estuviese marcada por la lucha y la supervivencia. Hasta los años cincuenta, la gran mayoría de los seres humanos vivía en la extrema pobreza. La «extrema pobreza» define el hecho de vivir con menos de dos dólares al día (ajustado a la inflación). En los años ochenta, el 44 por ciento de la población mundial seguía respondiendo a la definición de extrema pobreza. Hoy en día, apenas cuatro décadas más tarde, menos del 10 por ciento del planeta vive en esas condiciones tan extremas. ¿Qué ha cambiado? El crecimiento tecnológico y económico ha permitido a cientos de millones de personas ascender a la clase media. ¿Quieres más buenas noticias? Según el Banco Mundial, dentro de veinte años podremos erradicar completamente la pobreza extrema.
Por último, la educación es el gran igualador. (Gráfico 2.5.) Si las familias se centran en sobrevivir, lo normal es que los niños se vean forzados a abandonar la escuela antes de tiempo para trabajar. Estos pequeños, obligados a apilar ladrillos, pastorear animales y arrastrar pesadas jarras de agua todos los días durante horas, empiezan a ver la educación como un lujo inalcanzable. Pero si las fuerzas económicas se imponen, los niños pueden liberarse de las tareas de supervivencia y pasar más tiempo en la escuela. Cuanto más tiempo permanezcan los niños en un centro educativo, más posibilidades tendrán de adquirir las habilidades necesarias para vencer las dificultades y buscar nuevas oportunidades. La educación sirve para que los niños consigan un trabajo mejor, ganen más dinero, envíen a sus propios hijos al colegio y acaben de una vez por todas con el ciclo de pobreza que afecta a su familia.
Con todas estas buenas noticias, ¿por qué tenemos la sensación de que no progresamos? ¿Por qué parece que estamos nadando en un río revuelto? Creo que en parte hay que agradecérselo a las noticias. Tu cerebro tiene una función principal: la supervivencia. Ha sido diseñado para poner el foco en lo que está mal, es peligroso y amenaza tu forma de vida. Los responsables de los informativos lo saben y, con una dosis constante de miedo, crisis, cuentas atrás y suspense, consiguen que estés enganchado a su canal.
Los programas suelen sobredramatizar los acontecimientos para atraer espectadores. Muchos sucesos se convierten en historias con un título y un arco argumental de tres actos. A menudo van acompañados de lo que los guionistas llaman «insertar un reloj».3 Del mismo modo que una película crea tensión y sensación de urgencia con una cuenta atrás («¡si Sandra Bullock no llega a la estación espacial dentro de noventa minutos, será alcanzada por la basura espacial y morirá!»),4 también los medios de comunicación complementan muchas de estas historias con un reloj en la esquina inferior derecha de la pantalla. Tic, tac, tic, tac. Cuando los medios de comunicación hablan sobre finanzas y economía, emplean esta misma táctica. No hay más que pensar en términos como recortes automáticos y abismo fiscal. Estos términos fueron creados para provocar una sensación de peligro en asuntos que están lejos de ser de vida o muerte. A modo de ejemplo reciente, acuérdate del reloj que avanzaba, minuto a minuto (en serio, ¿era necesario que fuera minuto a minuto?), hacia el techo de deuda de 2019. ¿Qué pasó cuando el reloj llegó a cero? Que los políticos se pusieron de acuerdo, firmaron los documentos y se elevó el techo de deuda sin demasiada fanfarria. Del mismo modo, parece que independientemente de hacia dónde se esté dirigiendo el mercado, siempre hay un coro de voces fatalistas resonando en los canales financieros. Claro que esto no es nada nuevo. Desde que tuvo lugar el pánico bursátil de 1907, los medios financieros nos han estado vendiendo miedo. Durante la época reciente se han escrito muchos libros acerca de la falta de precisión de las predicciones financieras hechas por los medios de comunicación, como la estanflación de la década de 1970, el crac de 1987, la burbuja tecnológica (que elevó el nivel de histeria hasta una dimensión desconocida, ya que coincidió con el auge de los canales de noticias de veinticuatro horas), la crisis de 2008, la crisis de la deuda europea, el techo de deuda de 2019..., la lista es interminable.
Entonces, ¿qué nos lleva a mostrar semejante aversión? Los inversores entran en pánico de forma innecesaria y cometen errores que se podrían haber evitado. Cuando los inversores decidieron vender y retirar todo el dinero durante la crisis financiera de 2008, el cierre del Gobierno y las negociaciones sobre el techo de deuda, muchos planes de pensiones se vieron amenazados. Al no poder participar de las ganancias que se generaron una vez que la crisis remitió, estos vendedores sufrieron pérdidas irreversibles. En otras palabras, descendieron en el ascensor, se bajaron de él y se perdieron el viaje de vuelta (¡por lo general hacia nuevos máximos!).
¿Y qué hay de las secuelas en su salud física? Con los debates financieros en los medios de comunicación, los inversores sienten un nivel de estrés muy alto. En el artículo «Financial News and Client Stress» (2012), el doctor John Grable, de la Universidad de Georgia, y la doctora Sonya Britt, de la Universidad Estatal de Kansas, demostraron que el nivel de estrés de un individuo aumenta notablemente cuando ve las noticias financieras, da igual el tema que se trate.5 Cuando el mercado baja, las personas se preocupan por sus finanzas. Cuando el mercado sube, se muestran molestas por no tener posiciones más agresivas. De hecho, el 67 por ciento de las personas sufría un incremento en los niveles de ansiedad mientras veía las noticias financieras. Incluso cuando las noticias financieras eran positivas, el 75 por ciento mostraba signos de estrés.
Con esto no estoy sugiriendo que no haya volatilidad real ni correcciones del mercado (más adelante estudiaremos cómo afrontar estas situaciones), pero observemos la realidad. En Estados Unidos, cada mercado bajista ha dado paso a un mercado alcista. Cada contracción económica ha dado paso a una expansión económica. En estos momentos, los inversores se enfrentan a un mercado bajista provocado por una pandemia mundial. Sin embargo, al igual que ha ocurrido con todos los mercados bajistas de la historia, el mercado se recuperará y retomará su trayectoria ascendente habitual. Pero esto no sale en las noticias.
Gran parte del problema con los medios de comunicación financieros radica en que mucha gente malinterpreta la razón de su existencia. Los medios de comunicación son empresas, y las empresas están para generar beneficios. El objetivo principal de los medios de comunicación no es informar, sino ganar dinero. Los medios de comunicación ganan dinero vendiendo anuncios, y los canales de noticias pueden cobrar precios más elevados por insertar publicidad si sus índices de audiencia aumentan. Es por ello por lo que el objetivo principal de cualquier medio de comunicación es conseguir el mayor número posible de espectadores (lo que ellos llaman «globos oculares») y que esos espectadores se queden pegados a la pantalla el mayor tiempo posible. A grandes rasgos, la ecuación es la siguiente:
Más espectadores = tarifas de publicidad más altas = mayores beneficios = accionistas más contentos
Gráfico 2.6. Índice industrial Dow Jones 1896-2006
La innovación humana siempre triunfa sobre el miedo
En el canal del tiempo no hay nada que logre más espectadores que la cobertura informativa de un huracán o un tornado. Pero la mayor parte del tiempo, la información meteorológica es bastante aburrida. Parcialmente soleado, 30 por ciento de probabilidad de lluvia, posibilidad de tormentas. Estos titulares no atraen espectadores. De igual modo, en el mundo de las noticias financieras hay muchas ocasiones en las que no hay mucho de lo que informar. El mercado sube, el mercado baja, las empresas salen a bolsa con una oferta pública inicial. En realidad no es algo revolucionario. Para hacer que las cosas parezcan más interesantes, a menudo los medios de comunicación convierten un hecho habitual, como una caída puntual de la bolsa, en un relato sobre una crisis financiera. Pero esto suele tener poco o ningún efecto sobre la evolución del mercado a largo plazo, razón por la cual el gráfico 2.6 es uno de mis favoritos. De forma muy acertada se titula «La innovación humana siempre triunfa sobre el miedo». Notarás que en el gráfico apenas hay espacio suficiente para incluir todos los «titulares de crisis» que han salido a la luz desde 1896. ¿Y qué hace el mercado? Ignorarlos. Y seguir registrando nuevos máximos, premiando así a los inversores que operan a largo plazo.
Aunque a veces es fácil olvidarlo, una acción no es un billete de lotería..., es parte de la propiedad de un negocio.
PETER LYNCH
Si un negocio va bien, con el tiempo el capital seguirá sus pasos.
WARREN BUFFETT
A menudo la gente se pregunta: ¿qué hace que la bolsa suba o baje? Hay quienes aseguran que conocen la respuesta, pero casi siempre se equivocan.
Los inversores suelen nombrar uno de los siguientes factores como el principal impulsor de los precios de las acciones: el desempleo, la vivienda, la política económica, la política monetaria, la fortaleza del dólar, la confianza de los consumidores, las ventas minoristas y los tipos de interés. Todas estas opciones son muy conocidas. En verdad, al mercado de valores sólo le importa una cosa: los ingresos previstos (es decir, los beneficios futuros). Si las empresas ganan más dinero, el valor de sus acciones aumenta y su precio acaba subiendo. El precio de las acciones es simplemente el reflejo de la capacidad de generar ingresos de una empresa. Todo lo demás es ruido.
Imagínate por un momento que quieres comprar un bar de bocadillos. ¿Qué debes tener en cuenta? Como propietario de una pequeña empresa de reciente creación, el factor que más te debe importar son los ingresos previstos. Si compras el negocio es porque crees que los beneficios que vas a obtener justificarán el precio de compra con una buena rentabilidad. Para llegar a esta conclusión, primero debes analizar todos los factores que podrían afectar a tu capacidad de ganar dinero con el bar. Por ejemplo, si los tipos de interés son bajos, podrías ajustar las cuotas de tu préstamo, aumentando así la rentabilidad del negocio. En este caso, los tipos de interés sólo son relevantes porque impactan directamente en tus ingresos previstos. Los precios de los productos básicos también pueden jugar un papel importante, ya que tanto el aceite, como el queso, el jamón y el pan son productos cuyo precio varía. Si el precio del petróleo aumenta, tendrás que pagar más dinero para que te lleven los alimentos al bar cada día. Un ascenso del precio de los alimentos incrementará también tus gastos. Si bien unos tipos de interés bajos pueden ser beneficiosos para tu cuenta de resultados, el alza de los precios de las materias primas podría mermarla, y ambos factores repercutirán en tus ingresos previstos. La confianza del consumidor también es importante, porque si los consumidores creen que su situación económica peligra, renunciarán a tu bocadillo de ocho dólares y en su lugar prepararán a los niños un sándwich en casa. Eso haría bajar las ventas, lo que reduciría tus ganancias. ¿Captas la idea?
Ahora bien, la palabra clave aquí es anticipados. A nadie le importan los ingresos del día anterior. Volvamos a ese bar de bocadillos en el que estabas interesado. Hablas con el propietario, revisas la contabilidad y compruebas que ha ganado 100.000 dólares anuales en los últimos tres años vendiendo 20.000 bocadillos al año. Parecen cifras bastante estables, así que te planteas ofrecerle 200.000 dólares por el traspaso, sabiendo que puedes ganar 100.000 dólares al año una vez que abones la deuda que se necesita para comprarlo. Al tercer año saldrías de los números rojos. Pero eres demasiado listo como para interpretar estas ventas al pie de la letra. Observas que el propietario ha vendido 5.000 bocadillos al año a un gran cliente corporativo que acaba de quebrar. Si se eliminan del balance esas ventas, el bar resulta mucho menos rentable y los ingresos previstos del establecimiento serían inferiores a los estimados en un principio. Como eres un negociador hábil, no seguirías ofreciendo el mismo precio por el negocio. Te centras en lo único que realmente importa: los ingresos previstos.
La conclusión es la siguiente: los demás factores económicos sólo importan porque las personas que compran y venden acciones intentan determinar cómo los cambios en varios «indicadores» —desempleo, tipos de interés, etcétera— afectarán en última instancia a los ingresos previstos de una empresa. A nadie le importa cuánto ganaron en el pasado las compañías de atención sanitaria. Les interesa saber cómo influirá la nueva ley de reforma sanitaria en los futuros beneficios de estos negocios. A nadie le importa si Starbucks ganó un millón o mil millones de dólares el año pasado. Les interesa saber si sus ganancias se verán afectadas ahora que McDonald’s vende café gourmet. A nadie le importa cuánto dinero ganó General Dynamics vendiendo material militar al Gobierno en el pasado. Les interesa saber si los conflictos militares a escala mundial van a seguir activos, impulsando las ventas en el futuro.
Por eso, cuando en 2008 el mercado bursátil estadounidense estaba en plena crisis bajista, los inversores compraron acciones de Walmart. Se creía que los ingresos previstos de Walmart aumentarían a medida que los consumidores se apretaran el cinturón y compraran lo más barato posible. El mismo razonamiento hizo bajar el precio de las acciones de Nordstrom. Como los inversores pensaron que a los consumidores les gustaría comer fuera de casa por poco dinero, las acciones de McDonald’s se comportaron relativamente bien. La misma lógica hizo bajar el precio de las acciones de los restaurantes de mayor categoría, como Cheesecake Factory. Y, por supuesto, a las empresas de bebidas alcohólicas les fue muy bien, porque la gente tiene tendencia a beber cuando está deprimida (y cuando está feliz, razón por la cual el alcohol es inmune a las recesiones).
¿Otro dato interesante? En general, el mercado de valores tiende al alza mucho antes de que termine una recesión. Al mercado le da igual lo que suceda hoy. Se anticipa a las ganancias de las empresas en el futuro. Si la bolsa cae es porque los inversores creen que los ingresos futuros irán a peor. Si la bolsa sube es porque los inversores creen que el clima económico está cambiando y permitirá a las empresas ser más rentables en el futuro.6 Por supuesto, son tantas las variables que intervienen en la estimación de los ingresos previstos que el mercado no siempre es capaz de acertar a corto plazo (aunque casi siempre lo hace a largo plazo). Por ejemplo, puedes comprar el bar de bocadillos perfecto con las condiciones perfectas y que una multitud de imprevistos arruinen tus beneficios, como un aumento de la delincuencia en la zona, la construcción imprevista de una carretera que bloquee el acceso a tu local o una nueva dieta de moda que prohíba cualquier consumo de pan. Y podemos tener un entorno económico casi perfecto y que alguien estrelle un avión contra un edificio y de la noche a la mañana se ponga todo patas arriba. Sin embargo, a diferencia del bar que puede perder todo su valor, el mercado de valores es resiliente de por sí.
A lo largo de la historia, da igual lo mal que se hayan puesto las cosas, las principales empresas estadounidenses (el índice S&P 500) se las han arreglado para encontrar la forma no sólo de ganar dinero, sino de ganar más dinero que antes. En todas las ocasiones. Y, como siempre, el mercado bursátil ha acompañado las ganancias.
En mi opinión y en la de muchos expertos, el mejor período de la humanidad todavía está por llegar. Como ya hemos visto en este capítulo, la humanidad avanza con paso firme hacia el progreso. Ésta es también la razón por la que podríamos estar en uno de los mejores momentos de la historia para invertir.
El progreso humano es una fuerza imparable: nuestro futuro no es lineal, es exponencial. Un ejemplo: en 1975, un ingeniero de veinticuatro años llamado Steven Sasson desarrolló la primera cámara digital autónoma del mundo mientras trabajaba para Kodak. Pesaba dos kilos y tardaba veintitrés segundos en tomar una foto de 0,01 megapíxeles que solamente podía verse en un televisor de gran tamaño. A sus jefes no les impresionó. «Estaban convencidos de que nadie querría ver sus fotos en un televisor», dijo Sasson a The New York Times.7
Sasson siguió esforzándose y cada año duplicaba la resolución de las imágenes. Poco a poco lo borroso se volvió menos borroso. Pero dio igual, los ejecutivos seguían sin dejarse impresionar, mostrándose incapaces de entender el poder de la capitalización compuesta:
Si duplicamos algo diez veces, es mil veces mejor.
Si lo duplicamos veinte veces, es un millón de veces mejor.
Si lo duplicamos treinta veces, es mil millones de veces mejor.
Así es como funciona la tecnología. Así es como las fotos que haces ahora con tu iPhone rivalizan con las de un fotógrafo profesional. Tuvieron que pasar dieciocho años desde que Sasson inventara la tecnología digital para que Kodak diera el salto del carrete al mundo digital. Pero ya era demasiado tarde. Empresas como Sony y Apple fueron más rápidas en adoptar esta tecnología y aventajaron a sus competidores. El resto es historia.
Nos encontramos ahora mismo en la antesala de muchas tecnologías transformativas «exponenciales». Para el ojo inexperto podrían parecer el equivalente a la fase inicial de la fotografía digital, pero no te equivoques: para los inversores y, de hecho, para la propia humanidad, están cambiando las reglas del juego.
Por ejemplo, en los últimos veinte años hemos aprendido más sobre el cuerpo humano que en toda nuestra historia. Este conocimiento se está traduciendo en espectaculares avances en las herramientas disponibles para luchar contra la propagación de enfermedades y en una nueva concepción de la atención sanitaria. Los avances realizados en el campo de la modificación genética muestran que es posible eliminar la transmisión de enfermedades como la malaria, lo que salvaría el millón de vidas (en su mayoría niños) que innecesariamente se pierden cada año y evitaría más de trescientos millones de infecciones adicionales. Progresos similares en el campo de la investigación con células madre están dando impulso a la medicina regenerativa, permitiendo a los médicos utilizar tu propio material genético para, si fuese necesario, reconstruir órganos enfermos o dañados y ofreciendo la posibilidad de ampliar notablemente la duración y la calidad de nuestras vidas.
Otras fascinantes innovaciones están mejorando también el acceso de la población mundial a los alimentos y al agua, reduciendo al mismo tiempo nuestra huella ecológica. Los estadounidenses consumen 11.800 millones de kilos de carne al año. Una vaca consume unos 42.000 litros de agua, y el ganado representa el 15 por ciento de todas las emisiones de efecto invernadero. El ganado ocupa casi el 80 por ciento de la superficie agrícola mundial, pero supone menos del 20 por ciento del aporte mundial de calorías. Por mucho que me guste un buen filete, es fácil darse cuenta de que —tanto en el plano económico como en el medioambiental— nuestro modelo actual es insostenible de cara a satisfacer las necesidades de los 7.000 millones de personas (y subiendo) que habitamos el planeta. Las empresas ya han empezado a desarrollar la «carne cultivada en laboratorio» (sin duda, los responsables de marketing están trabajando en un nombre que suene mejor), que permitirá crear una cantidad ilimitada de deliciosos cortes de carne con el nivel de nutrientes óptimo y la textura perfecta a partir de un pequeño trozo del original.8 La posibilidad de una cadena alimentaria sostenible y humana está cada vez más cerca.
Innovaciones similares están cambiando la industria de los alimentos frescos. Hasta llegar a tu plato, las frutas y verduras que son distribuidas a los supermercados y restaurantes locales han viajado en muchos casos cientos, si no miles de kilómetros. El transporte de los alimentos representa alrededor de la mitad del coste de una comida en un restaurante. Imagina poder satisfacer en todo momento las necesidades de productos frescos de tu comunidad con productos de temporada cultivados en el lugar, incluso en sitios como Anchorage o Albuquerque. Las empresas están haciéndolo realidad mediante el uso de nuevas tecnologías que permiten cultivar doce hectáreas de alimentos en un almacén cerrado, que ocupa sólo media hectárea, totalmente autónomo y resistente a condiciones climatológicas adversas. Es más, estas «granjas» consumen solamente el 5 por ciento del agua que suele emplearse en los cultivos. Esta tecnología no se limita a proporcionar variedad y comodidad al mundo desarrollado; este tipo de innovaciones tienen interesantes aplicaciones para la escasez de alimentos en todo el mundo, en especial en climas extremos, donde la agricultura tradicional supone todo un reto. Hoy en día la escasez de alimentos no es la única amenaza a la que se enfrenta gran parte de la humanidad. A pesar de los grandes avances realizados, hay más de mil millones de personas que siguen sin tener acceso a agua potable, y millones de ellas mueren cada año por enfermedades infecciosas derivadas del consumo de agua. El acceso al agua limpia ejerce un efecto dominó en todos los ámbitos de la vida; el agua limpia significa salud, tiempo para estudiar y tiempo para realizar otras actividades. Sólo en África, las mujeres invierten 40.000 millones de horas al año en ir a recoger agua. Imagina cómo aumentaría la productividad si el agua limpia estuviera a cuatro minutos en lugar de a cuatro horas. Las empresas están trabajando para revolucionar el acceso al agua, eliminando la necesidad de excavar pozos o de mejorar los sistemas de filtración gracias al aprovechamiento del vapor de agua presente en el aire. ¡Hoy ya tenemos la tecnología para extraer del aire a nuestro alrededor más de mil novecientos litros diarios de agua dulce! ¿Y qué ocurre cuando la gente tiene agua? ¡Que son libres! Libres para ir a la escuela, para encontrar trabajo, para usar un inodoro con cadena, para montar un negocio, y libres de enfermedades y muertes evitables. Y también libres para participar en la economía global (aumentando la productividad y la riqueza de todos).
Se ha hablado mucho acerca de la velocidad cada vez mayor de la comunicación de datos móviles, con anuncios de la tecnología 5G repartidos por todo el país. Estas nuevas redes prometen velocidades inalámbricas a dispositivos portátiles superiores a las del DSL o del cable que conecta hogares y oficinas. El impacto de esta tecnología va mucho más allá de la capacidad de retransmitir los clásicos capítulos de Friends cuando estás de vacaciones. Continentes enteros disfrutarán de un acceso inmediato y rápido a internet y a todo lo que ello conlleva, y en algunos casos por primera vez. Los niños tendrán acceso a información y recursos pedagógicos como nunca antes. Los empresarios tendrán acceso a los mercados y a herramientas digitales con las que eliminar los obstáculos para unirse al gran mercado mundial. Además, estas altas velocidades favorecerán la difusión de nuevas tecnologías como la realidad aumentada, la realidad virtual, la emisión en directo con resolución 4K, etcétera. También facilitarán el despliegue generalizado de la inteligencia artificial (IA), que promete mejorar nuestras vidas mediante el empleo del aprendizaje automático. Sundar Pinchai, consejero delegado de Google, afirma que «la inteligencia artificial es una de las cosas más importantes en las que está trabajando la humanidad. Es más trascendente que [el desarrollo de] la electricidad o el fuego».9
En este momento estamos viviendo un período en el que la ciencia ficción se ha hecho realidad. Piensa en lo que diría el célebre escritor de ciencia ficción Julio Verne. En el siglo XIX, él ya imaginó submarinos, telediarios, velas solares, módulos lunares, mensajes en el cielo, videoconferencias, pistolas eléctricas y aviones que aterrizan sobre el océano, hoy en día todo convertido en realidad.
Solamente he arañado la superficie del increíble y exponencial futuro que nos espera. Otras tecnologías, como la robótica, los coches autónomos, los drones de pasajeros, la impresión 3D y la cadena de bloques (blockchain), son igual de importantes. La cuestión es que el futuro que nos espera a nosotros y a nuestros hijos es apasionante. ¡Nunca en toda la historia de la humanidad la innovación se había producido a un ritmo tan rápido! Si te interesan estos temas, te recomiendo leer Abundancia, de Peter Diamandis (Antoni Bosch, 2013), y El optimista racional, de Matt Ridley (Taurus, 2011).
Llegados a este punto, es posible que te estés preguntando: «¿Qué tienen que ver todas estas innovaciones con mi libertad financiera?». La respuesta es: «¡Todo!». ¿Recuerdas qué le importa al mercado? ¡La previsión de futuros ingresos! Según los cálculos, hay 1.200 millones de personas saliendo de la pobreza y accediendo a la clase media. Hay alrededor de tres mil millones de personas que aún no están conectadas a la red, pero que pronto tendrán un acceso de alta velocidad a internet y a todo lo que ofrece. Estamos a las puertas de una avalancha de nuevos consumidores que inundarán el mercado. Querrán comprar un iPhone, llevar zapatillas Nike, comer en McDonald’s, comprar en Gap, adquirir un Volkswagen, publicar en Instagram, ver Netflix y usar Uber. ¡Querrán productos y servicios de empresas que todavía no existen! El próximo Google, el próximo Apple y el próximo Facebook están esperando a que alguien los cree para marcar el curso del progreso humano.
Si a estas asombrosas corrientes demográficas les añadimos las tecnologías exponenciales citadas en este capítulo, llegamos a lo que, en mi opinión, es uno de los mejores momentos de la historia para ser un inversor global diversificado que opera a largo plazo. No tendrás que seleccionar empresas a ciegas con la esperanza de invertir en la próxima startup de mil millones de dólares (algo que los inversores denominan comúnmente «unicornio»). Puedes poseer una parte de todas las principales empresas que llegan a lo más alto de forma natural (hablaremos de ello más adelante). Lo que no puedes es no hacer nada por un miedo artificial al futuro. Esto no le será útil a nadie, y menos a ti.
Así que empecemos el viaje y definamos el rumbo de tu camino hacia la libertad financiera. ¡Deja que la ilusión por el futuro sea tu estímulo!