En los tres reinos en los que se divide la Tierra —animal, vegetal y mineral— no existe forma de vida que pueda rivalizar con el hombre en cuanto a crueldad.
No son crueles los predadores que matan por instinto, sólo para alimentarse o para defenderse: cuando están saciados y seguros, su agresividad desaparece. No es cruel una planta carnívora: una vez atrapada la presa, si otro insecto se posa sobre su variopinta corola lo deja pasear sin molestarle. No es cruel el volcán que, con su ímpetu de fuego y lava, de repente libera la energía acumulada durante siglos.
El hombre es el único ser de comportamiento cruel. Ninguna otra especie lucha continuamente contra sí misma. Es cierto que los animales también luchan entre sí, pero sólo durante el periodo de reproducción para que el más fuerte perpetúe la especie y sus caracteres, o bien con el fin de defender un territorio necesario para su supervivencia. Sin embargo, estos combates raramente son cruentos y casi nunca comportan la muerte de uno de los contendientes. Cuando esto ocurre es porque la naturaleza exige un orden jerárquico, aunque en la gran mayoría de casos, el vencedor respeta al vencido y el segundo se somete al primero, reconociéndole poder y autoridad.
La prueba definitiva de que el hombre es el único ser cruel es que es el único que experimenta placer contemplando el sufrimiento de otros.
Sin embargo, el hombre además de cruel también es infiel. En su relación con el perro ha olvidado todo lo que este ha hecho por él y con él en el transcurso de la historia, desde la noche de los tiempos hasta la actualidad, y le ha traicionado.
Un perro, por muy maltratado y mal alimentado que esté y aunque sea abandonado, nunca se plantearía la posibilidad de no querer a su dueño. Pobre, obstinado e ingenuo soñador... ¿Y el hombre?
Convencido de tener una existencia privilegiada en el universo, el hombre ha entendido tan mal esta gran verdad, que pretende que todos los demás seres vivos estén sometidos a los caprichos de su voluntad. De esta locura deriva toda la barbarie practicada sobre los perros: la vivisección, el abandono, los golpes, las cadenas y también los excesos de amor, que desnaturalizan la esencia del perro, como son el exceso de comida que perjudica el físico o los flecos de los perritos falderos.
Entre las muchas crueldades que el hombre ha practicado a lo largo de la historia, no ha sido menor la de disfrutar del espectáculo que ofrecen los animales obligados a pelear. Quizás alguien crea que esto forma parte del pasado, pero no es así, en la actualidad las peleas en las que se utilizan animales están a la orden del día.
Las peleas entre animales se organizan en todos los continentes, incluso en los países más civilizados. Es cierto que en muchos están prohibidas por la ley, pero ello no impide que se sigan celebrando y que a su alrededor florezca, a veces, un próspero negocio de apuestas.
Si existen perros que se entrenan para peleas sangrientas, entonces, ¿es verdad todo lo que se lee sobre la existencia de razas extraordinariamente agresivas, que sirven exclusivamente para el ataque despiadado y carente de cualquier sentido, cuyo único objetivo es dar muerte a otros congéneres?
No, no lo es. No hay razas de perros ferocísimas, ni tampoco animales implacables y sanguinarios, y mucho menos crueles homicidas. Sí que hay razas de perros en las que la crueldad humana ha desarrollado una valentía sin igual, una resistencia al dolor fuera de lo normal, una determinación absoluta y una fuerza enorme.
Durante siglos, los ejemplares de estas razas han sido criados sin afecto, instigados sin piedad contra otros animales, obligados a ayunar aislados, golpeados y provocados. Los pobres perros pertenecientes a las razas utilizadas en las peleas no han hecho más que asimilar las características que les exigía el hombre, con el objetivo de ser utilizadas en los combates.
Fuera de la arena, tratados con afecto y viviendo al lado de sus dueños, estos animales se convierten, tal como veremos en esta obra, en los mejores compañeros que pueda desear un hombre, y, casi como si quisieran hacer olvidar su pasado sanguinario, del cual no son en absoluto culpables, se muestran siempre fieles, reservados y amigos de toda la familia, especialmente de los más pequeños y los más débiles.
Este libro está dividido en cuatro partes.
En la primera se ofrece un panorama histórico y se describen la morfología y los órganos sensoriales de la especie canina en general, con el fin de familiarizar al lector poco experto, para lo cual se explicará la terminología referente a las partes del cuerpo y al funcionamiento del organismo de nuestros amigos de cuatro patas.
En la segunda parte se describen las razas de perros que han sido creadas de forma expresa para un determinado tipo de pelea.
En la tercera se tratan las razas que durante un periodo de tiempo más o menos largo fueron utilizadas en el pasado en los combates con resultados muy satisfactorios.
Por último, en la cuarta y última parte nos ocuparemos de todo lo que puede interesar a los propietarios de perros: sistemas de comunicación, alimentación, reproducción, elección del cachorro, educación y cría, salud e higiene, etcétera.
Está claro que entre las razas que no han sido creadas con el único objetivo de pelear hubiéramos podido incluir muchas otras, pero nos hemos limitado a indicar las que más han intervenido en combates.
No hemos hablado del mastín napolitano, que en la antigua Roma fue un moloso de arena, un perro de guerra, un guardián de las propiedades y un cazador de animales peligrosos. Tampoco hemos citado el perro corso, un moloso ligero que, además de estar dedicado a la caza y a la vigilancia de granjas, también se utilizó en las peleas. Hemos pasado por alto también el perro de presa canario, que durante siglos fue un poderoso defensor y guardián, auxiliar para la caza peligrosa y que también fue utilizado en peleas, así como el dogo argentino, insuperable cazador de pumas y jabalíes que se ha azuzado incluso contra toros.
Hemos omitido estas razas porque su selección nunca se desarrolló en función de la pelea, como en cambio sí lo fue con las otras razas citadas.
Una consideración importante
Antes de adentrarnos en el estudio de las distintas razas conviene recordar que en lo relativo a la compra de perros de pelea, más que para los otros perros, es necesario dirigirse a criadores serios y profesionales, capaces de aconsejar con la máxima seriedad, sobre todo a los aficionados inexpertos.
De forma especial, en el caso de que el cachorro pertenezca a una raza agresiva, debe ser cuidado con muchísimo cariño para evitar que sus instintos afloren con facilidad.
Quizá pueda resultar divertido ver cómo nuestro cachorro muestra su arrojo ladrando a los extraños o a perros adultos mucho más grandes que él, pero, cuando se haga mayor, este tipo de conductas podrían ser peligrosas. Normalmente estas razas no necesitan demasiadas razones para mostrar su temple.
Si se crían con afecto y responsabilidad, siempre al lado de la familia, todos los ejemplares de las razas tratadas serán compañeros excelentes en los que podremos confiar ciegamente, tanto si lo que buscamos es su afecto como si tenemos necesidad de defendernos o de vigilar nuestra propiedad.