CONOCER LAS PALMERAS

Las palmeras, como el resto de plantas que cubren nuestro planeta, son elementos imprescindibles por la capacidad de generar vida y acogerla, ya sea como alimento, ya sea como principales productoras de oxígeno.

Aunque las palmeras poseen estructuras similares al resto de las especies de porte arbóreo, presentan algunas diferencias que las hacen distanciarse de lo que habitualmente designamos como «árboles».

Detalles morfológicos

La morfología o estudio de la forma, estructura y modificaciones que experimentan los seres orgánicos, en nuestro caso las palmeras, pasa por que nos detengamos en los principales órganos y descubramos sus funciones, así como las peculiaridades que caracterizan a la familia de las Palmas.

El sistema radical

Las funciones básicas de las raíces son las de alimentar a la planta, anclarla al suelo o al sustrato y establecer relaciones de simbiosis, es decir, la vida en común de dos especies distintas establecida de manera regular y con beneficio mutuo de los participantes, con hongos y otros microorganismos presentes en el suelo.

La raíz absorbe del suelo tanto los elementos nutritivos como el agua, con los que forma la savia bruta que luego se repartirá por toda la planta. Este órgano es el que capta tanto el agua de riego como los abonos que aportamos al cultivarlas, ya sea en plantaciones en el suelo, ya sea en contenedores o macetas.

Las palmeras poseen un sistema radical fasciculado, formado por un abundante haz de raíces delgadas y alargadas que surgen de la base del tallo. Este tipo de raíz es propio de las Monocotiledóneas, las que en el momento de germinar la semilla emiten una sola hoja embrionaria, a diferencia de las Dicotiledóneas, que producen dos. Estas raíces se disponen radialmente y se dirigen en todas direcciones, con lo que pueden cubrir grandes superficies. Algunas de ellas pueden llegar a poseer más de 50 m de longitud y penetrar hasta más de 5 m, aunque lo habitual es que no lleguen a sobrepasar los 2 m de profundidad.

Las raíces de las palmeras son diferentes de las que poseen los demás árboles, ya que no existe una raíz principal que va aumentando de tamaño todos los años. Dentro de este haz radical hallamos raíces de diversos tamaños, que clasificaremos en primarias, secundarias, terciarias y cuaternarias.

Las primarias, originadas en la base del tallo, son las más gruesas y largas, y las que anclan la palmera al suelo; de las primarias nacen las secundarias, y de ellas las de menor orden. En la parte terminal de todas existe una zona no lignificada responsable de realizar la absorción del agua y de los nutrientes del suelo.

Este sistema radical denso, abundante y con gran capacidad regenerativa es muy eficaz a la hora de sujetar las palmeras al suelo y evitar las caídas por problemas de desarraigo a causa de temporales de viento.

Las raíces de las palmeras tienden a crecer de forma continua, y sólo se detienen si las temperaturas son extremadamente frías o si el suelo se encuentra encharcado o muy seco.

Algunas especies de palmeras emiten raíces aéreas desde la parte basal del tronco, como la palmera datilera (Phoenix dactylifera). Este fenómeno suele tratarse de una adaptación al entorno: la palmera datilera es originaria de las zonas desérticas y crece en suelos arenosos, cuyo nivel, por efecto del viento, puede variar en un reducido espacio de tiempo. Otras especies producen un tipo de raíces aéreas denominadas «zancos», que van apareciendo desde el tronco como elementos de sujeción; a medida que van enraizando las emitidas a mayor altura, las inferiores se secan y llegan a desaparecer. Estas raíces las producen los géneros Socratea e Iriartea y especies como Caryota gigas o Verschaffeltia splendida.

La morfología de las palmeras, con sus esbeltos estípites, permite crear escenas como este conjunto de Washingtonia robusta en el centro de Málaga

Alineación de palmeras que estructuran una fachada de la Plaza de la Constitución, en Málaga

El tronco o estípite

El tronco de las palmeras se denomina «estipe» o «estípite» para establecer la diferencia con los árboles. El tronco del árbol aumenta su grosor con los años, y al practicarle un corte apreciamos los anillos de crecimiento que permiten conocer su edad; en cambio, el estípite de las palmeras no engorda ni posee anillos de crecimiento que nos indiquen los años de vida que tiene la planta. Las semejanzas del estípite con el tronco son muchas a nivel funcional, ya que se trata de un órgano sólido que sostiene y eleva la copa, y es el elemento de unión entre el sistema radical y la copa que facilita la distribución de los nutrientes por toda la planta.

Las palmeras desarrollan la yema apical y las raíces, y producen hojas sin ganar altura hasta que el estípite no ha logrado su diámetro definitivo, y es entonces cuando inician su crecimiento en altura.

Al pensar en las palmeras, tenemos la imagen de un ejemplar esbelto con un solo estípite, pero en la naturaleza existen muchas especies que poseen varios troncos, es decir, son multicaules, como el palmito (Chamaerops humilis), la palma de frutos de oro (Dypsis lutescens) o la palmerita china (Rhapis excelsa), cultivadas habitualmente en nuestros parques y jardines.

Si pensamos en las ramificaciones que sus troncos nos muestran, se puede establecer otra diferencia con los árboles: parece que los estípites no son capaces de presentar esta característica, pero para nuestra sorpresa existen algunos géneros en los que la ramificación es uno de sus rasgos distintivos, como el palmito de Pakistán (Nannorrhops ritchiana), utilizado como especie ornamental, o Dypsis utilis, que debido a sus vainas fibrosas se exportaba para la fabricación de cuerdas.

En algún caso aislado pueden encontrarse ejemplares ramificados debido a alguna lesión en la yema apical.

Otro grupo de palmeras que se distingue por la especificidad de su tronco son las que denominamos «acaules», es decir, con un estípite muy reducido o sin él, o que presenta un crecimiento subterráneo. Estas especies se han adaptado a entornos con limitaciones para la subsistencia, como la sequía, y el resultado ha sido la transformación del tallo o estípite.

Sin duda alguna, las palmeras más originales son las trepadoras, poseedoras de tallos delgados y flexibles que pueden llegar a alcanzar hasta los 200 m de largo en su hábitat original. Estas especies han adquirido este hábito trepador debido a la dificultad que tienen para acceder a la luz del sol y al agua de lluvia en un medio selvático, y han transformado alguna de sus partes (foliolos o inflorescencias) en espinas para conseguir trepar hasta lo más alto y así alcanzar su objetivo.

Estípite de Washingtonia filifera en la que se ven los rastros foliares

Característico estípite liso y con bandas de Roystonea regia

En el sureste asiático, una de las grandes zonas donde estas especies proliferan, son uno de los productos comerciales más preciados, ya que con ellas se fabrican muebles, así como otros objetos de gran calidad. Las especies que más se utilizan pertenecen al género Calamus, sobre todo el ratán (Calamus manan) y Calamus caesius.

El estípite puede tener diferentes tamaños y grosores dependiendo de la especie de palmera de la que se trate. La palmera de abanico mexicana (Washingtonia robusta), el coco plumoso (Syagrus romanzoffiana) o la palma real cubana (Roystonea regia) poseen estípites altos y esbeltos; mientras que la palma de sombrerero (Sabal domingensis) o la palmera de abanico californiana (Washingtonia filifera) cuentan con unos troncos que destacan por ser fuertes y robustos.

Especies como la palma real australiana (Archontophoenix alexandrae) o la kentia (Howea forsteriana) tienen estípites delgados, pero sin llegar a la extrema delgadez de la multicaule camedorea elegante (Chamaedorea elegans), de unos 3 cm de diámetro.

En el polo opuesto hallamos los estípites más gruesos en la palmera chilena (Jubaea chilensis), que pueden llegar a medir casi 1 m de diámetro.

La mayoría de las palmeras presenta un estípite uniforme en lo que a grosor se refiere, pero existen algunas especies que muestran engrosamientos en alguna parte del tronco, como es el caso de la palma botella (Hyophorbe lagenicaulis), llamada así por presentar un ensanchamiento en la parte baja del estípite y recordar la forma de una botella.

Un efecto ornamental importante en las palmeras lo producen los restos de hojas, vainas o espinas o las marcas dejadas por todos ellos al caer o por su permanencia una vez se han secado. El estípite puede presentarse cubierto por largas fibras, liso y anillado o con restos de vainas, que parecen grandes escamas.

Fibras cubriendo el estípite de Trachycarpus fortunei

Estípite con reducidos restos foliares de Phoenix rupicola

Estípite de aspecto escamoso de Butia yatay

La copa o corona

La corona de las palmeras, copa en los árboles, la componen las hojas, la yema apical y las flores.

La yema apical es el único punto de crecimiento de la palmera, por lo que toda la planta dedica un especial interés en protegerla de cualquier agresión que pueda sufrir. Las vainas de las hojas, así como sus peciolos, se han convertido en sus guardianes y protectores mediante unas adaptaciones que van desde vainas, o bases de las hojas, que abrazan casi toda la circunferencia del tronco, hasta peciolos que cuentan con largas y fuertes espinas, como en el caso del tasiste (Acoelorraphe wrightii).

Otro sistema de protección consiste en la producción de una serie de fibras que se entretejen hasta formar una especie de tela envolvente. La presentan un elevado número de especies, como la palma china de abanico (Livistona chinensis) o el palmito elevado (Trachycarpus fortunei).

En algunas palmeras podemos observar cómo las vainas o bases foliares abrazadoras, o casi completamente envolventes, forman una especie de cilindro, habitualmente brillante, que protege la yema apical. Este conjunto de vainas se denomina «capitel», quizá por analogía con la parte superior de las columnas, a las que se asemejan los esbeltos troncos de las palmeras. Los capiteles pueden presentar coloridos muy variados, así como recubrimientos de diversos tipos, desde los brillos céreos hasta los aterciopelados o lanudos. La disposición de las vainas sobre el estípite tampoco es uniforme, por lo que en algunas especies el capitel es muy evidente, como es fácil observar en la palma real cubana (Roystonea regia), mientras que en otras, como en la palma de frutos de oro (Dypsis lutescens), se aprecia un capitel poco aparente únicamente diferenciado del estípite por el cambio de coloración.

Washingtonia en el Jardín Botánico de Marimurtra, en Blanes (Girona): este ejemplar mantiene todas las hojas como en su estado natural

Protección del estípite por fibras entretejidas en Trachycarpus fortunei

Las hojas

La función que realizan las hojas es la fotosíntesis, proceso químico por el que la planta elabora sustancias orgánicas a partir de la savia bruta proveniente de las raíces, CO2 atmosférico captado por los estomas y la energía solar. Mediante este proceso la planta consigue liberar oxígeno a la atmósfera, elemento indispensable para la vida en nuestro planeta.

Las hojas de las palmeras acostumbran a estar divididas en segmentos, por lo que en su mayoría son hojas compuestas, pero existen algunas especies en las que sus hojas no presentan esta división del limbo foliar y las denominamos «hojas enteras».

Las partes de las que está formada una hoja de palmera son: la vaina o base foliar, que como antes vimos es por donde la hoja se sujeta al tronco y lo envuelve o abraza según los casos; el peciolo, prolongación de la vaina hasta el punto de inserción de lo que denominamos «limbo foliar», y la nervadura, por donde circulan los nutrientes que alimentan a toda la planta. Es en la disposición de estos nervios foliares en lo que nos basaremos para establecer una división clara entre los diferentes tipos de hojas de las palmeras. Podemos determinar dos grandes grupos de hojas según la nervadura que poseen.

La nervadura puede presentarse imitando una pluma de ave, con lo que a esta disposición se la conoce como «pinnada» (del latín pinna, «pluma»), o bien parecerse a la palma de la mano abierta, que se denomina «palmada», también por el término latino palma, que significa «palma de la mano».

Las hojas pinnadas poseen un nervio medio o raquis, que es la prolongación del peciolo, sobre el que se disponen los foliolos simétricamente. Los ejemplos más claros de este tipo de hojas son la palmera datilera (Phoenix dactilifera) y la palmera datilera de Canarias (Phoenix canariensis). Dentro de este grupo forman una sección especial las hojas bipinnadas, es decir, las pinnadas que a su vez están divididas. En ellas, las pinnas o foliolos primarios se subdividen en pinnas secundarias. Este tipo de hojas es frecuente en algunos árboles (jacarandas, acacias...), mientras que en las palmeras es característica propia del género Caryota.

En las hojas palmadas no existe ningún nervio medio, pues el peciolo termina en un punto del que parten los nervios en forma de mano abierta. Los foliolos o segmentos que presentan dan a la hoja un aspecto de abanico, tal y como podemos observar en el palmito elevado (Trachycarpus fortunei). A algunas hojas palmadas se las denomina «costapalmadas» por la prolongación del peciolo dentro del limbo. A esta prolongación se la llama «costilla» y es muy visible en la palmera de Bismarck (Bismarckia nobilis) o en la latania de Australia (Livistona australis).

En algunas palmeras los limbos foliares no están divididos en foliolos o segmentos, sino que son enteros. Estas hojas pueden presentar nervadura palmada, como es el caso de la licuala grande (Licuala grandis), o pinnada, como en Salacca magnifica, originaria de Borneo y no demasiado utilizada en jardinería.

Las palmeras no suelen presentar coloraciones variadas en sus hojas; habitualmente son verdes brillantes, aunque algunas especies resultan muy atractivas al poseer un color distinto del habitual, como la palmera azul (Brahea armata), de gran valor ornamental por el azul de sus hojas. Otro caso es el que presentan algunas especies, como la palmera de hojas rojas (Chambeyronia macrocarpa), en la que las hojas recién abiertas muestran un color rojo que poco a poco irá dando paso al verde que les es propio.

Hoja palmada o en forma de abanico de Chamaerops humilis, en el Jardín Botánico de Barcelona

Hoja pinnada de Syagrus romanzofffiana que recuerda una pluma de ave en el Jardín Botánico del Inca, en Torremolinos

Hojas bipinnadas de Caryota gigas

Las flores

Las palmeras no producen sus flores de manera aislada, sino que lo hacen en grupos llamados «inflorescencias». Las flores tienen un tamaño minúsculo, son poco vistosas y el color acostumbra a ser blanco o crema, aunque algunas especies del género Archontophoenix poseen coloración malva, o flores de color amarillo oro, como la palmera de la jalea (Butia capitata). En algunos casos pueden ser aromáticas, mientras que en unas pocas especies el olor resulta bastante desagradable.

Las inflorescencias pueden brotar entre las vainas de las hojas o bajo ellas, pasando casi inadvertidas en algunos casos, como en Phoenix acaulis, mientras que en otros resultan espectaculares y altamente ornamentales, como sucede con la floración de la palmera azul (Brahea armata) o la palmera de abanico californiana (Washingtonia filifera). Al brotar, las inflorescencias están recubiertas por una bráctea u hoja transformada, llamada «espata», que las protege hasta el momento en que se abren y muestran las diminutas flores que las componen. Esta cubierta resulta muy atractiva en especies como la palma real cubana (Roystones regia) o el coco plumoso (Syagrus romanzoffiana).

Las palmeras florecen al alcanzar la madurez, aunque esto varía según la especie: mientras que la camedorea elegante (Chamaedorea elegans) lo hace a partir de los tres años, la palmera datilera (Phoenix dactylifera) florece al llegar a los diez.

Las flores de las palmeras pueden ser masculinas, femeninas o hermafroditas (los dos sexos en una sola flor). Algunas especies presentan flores femeninas y masculinas en la misma planta, y por ello reciben la denominación de «especies monoicas», como sucede en la palmera de la miel (Jubaea chilensis). También se denomina así a las que poseen flores hermafroditas, como la palma de sombrerero (Sabal causiarum). Cuando salen flores femeninas en un pie y masculinas en otro, se las denomina «dioicas». En este caso será imprescindible contar con un ejemplar masculino y otro femenino si queremos obtener frutos y semillas para reproducir estas palmeras, como en el caso del palmito (Chamaerops humilis).

Existen algunos géneros que florecen y fructifican una sola vez, y mueren cuando han concluido esta labor. Este comportamiento no es exclusivo de las palmeras; en el reino vegetal existen diversas especies de la familia Agavaceae o las plantas anuales que completan su ciclo vital en un año. El género Raphia y la palmera de cola de pescado (Caryota urens) son claros ejemplos de palmeras monocárpicas, es decir, que ofrecen una sola fructificación en su vida, y mueren acto seguido.

Yema florífera de Washingtonia con las grandes brácteas cubriendo la inflorescencia antes de abrirse

Inflorescencia de Livistona australis

Inflorescencia de Caryota urens

Los frutos y las semillas

Las flores precisan ser fecundadas para que puedan dar fruto, y para que esto sea posible el polen debe llegar al ovario. Esta acción la realizan el viento y los insectos, dependiendo de la especie de palmera y del agente polinizador.

Los frutos de las palmeras pueden ser muy decorativos y ornamentales, a la vez que comestibles, como sucede con los dátiles o los cocos, aunque en algunas especies son tóxicos. Resultan altamente ornamentales los frutos azul oscuro del palmito elevado (Trachycarpus fortunei) y los de la palma real australiana (Archopontophoenix alexandrae), de un rojo intenso.

Los dos principales tipos de frutos que presentan las palmeras son las bayas, carnosos con una semilla en su interior, como los dátiles, y las drupas, carnosos con un hueso dentro, como las cerezas, pero que en el caso de las palmeras se han endurecido y presentan una textura fibrosa, como sucede en los cocos.

Las semillas de las palmeras pueden ser de diversos tamaños y formas y están recubiertas por una capa protectora endurecida, para facilitar el mantenimiento de las sustancias nutritivas que precisará la planta en el momento de germinar.

Por regla general, no acostmbran a tener poder germinativo durante demasiado tiempo, por lo que es recomendable realizar la siembra lo antes posible para garantizar su correcta germinación.

Frutos de la variedad amarilla Cocos nucifera «Dwarf Golden»

Infrutescencia de Howea forsteriana

Frutos comestibles de sabor agradable y consistencia fibrosa de Butia capitata

Distribución de los hábitats de las palmeras en el mundo

Los lugares preferidos por las palmeras en todo el planeta se encuentran en las zonas de climas tropicales y subtropicales, que les ofrecen ambientes cálidos y húmedos en los que crecen sin dificultad.

Las palmeras ocupan una gran variedad de biotopos (territorio cuyas condiciones ambientales resultan adecuadas para que se desarrolle una determinada comunidad de seres vivos), entre los que podemos citar los bosques tropicales húmedos, las zonas inundadas de los manglares, las áreas litorales arenosas y los lugares montañosos del planeta en los que la nieve hace su aparición periódicamente.

Dentro de la zona comprendida entre los trópicos de Cáncer y de Capricornio vive la mayoría de las palmeras, pero existen algunas pocas especies que se escapan de este cinturón, tanto por el norte como por el sur. Las especies más norteñas y las únicas de la Europa continental son el palmito (Chamaerops humilis) y la palmera de Creta (Phoenix theophrasti), originarias, la primera, de la región mediterránea occidental, y la segunda, de la oriental. Por debajo de estas zonas hallamos el palmito elevado chino (Trachycarpus fortunei) y Nannorrhops ritchiana, establecidos en lugares montañosos de Irán o Afganistán e incluso en el Himalaya. Otras especies originarias de latitudes similares son el palmito de los pantanos (Sabal minor), el sabal (Sabal palmetto), el palmito aserrado (Serenoa repens) y la palmera de abanico californiana (Washingtonia filifera), todas ellas nativas del continente americano.

En el hemisferio sur, quien ostenta el título de palmera más austral es Rhopalostylis sapida, originaria de Nueva Zelanda. Siguiendo el camino hacia el trópico, en Australia, prosperan Archontophoenix cunninghamiana y latania de Australia (Livistona australis).

En el continente africano las representantes más australes son Jubaeopsis caffra y Raphia australis.

En el continente americano, ahora en el sur, la palmera de la miel (Jubaea chilensis), Juania australis y la palmera reina (Syagrus romanzoffiana) son las especies representativas de esta latitud.

Adaptaciones biológicas de las palmeras

Las palmeras, al igual que el resto de las especies vegetales, poseen capacidad para adaptarse a las condiciones ambientales que el medio en el que viven les impone.

Estas adaptaciones posibilitan la supervivencia de las especies: facilitan su establecimiento en el territorio y su fructificación, y, además, permiten que quede así garantizada su perpetuación.

Las palmeras y el calor

La imagen que todos tenemos habitualmente de las palmeras es la que las sitúa en un entorno la mayoría de las veces desértico, como si fueran plantas que sobreviven sin agua y que precisan del sol abrasador para desarrollarse correctamente. Nada más falso. Si bien es cierto que algunas especies están adaptadas a sobrevivir bajo condiciones extremas, no lo es menos que como todo ser vivo las palmeras necesitan agua, así como cierta protección de las situaciones climáticas adversas.

Aproximadamente dos tercios de las especies de palmeras viven en las lluviosas selvas tropicales, a la sombra de grandes árboles y en un entorno muy húmedo. Entre ellas hallamos el género Calamus de palmeras trepadoras, que utilizan como soporte los troncos de árboles de gran tamaño para emerger entre tanta frondosidad y encontrar la luz, tan escasa bajo las copas de los grandes ejemplares arbóreos.

Algunas especies son nativas de zonas inundadas, como los manglares o marismas, y sus raíces están perfectamente adaptadas a estas situaciones, con lo que pueden soportar los encharcamientos periódicos, como hace la palmera de los manglares (Nypa fruticans), especie poco conocida y poco cultivada que posee la peculiaridad de ser una de las más primitivas plantas Monocotiledóneas. Otro caso interesante es el de la palmera acuática (Ravenea musicalis), oriunda de Madagascar, que desarrolla sus raíces completamente sumergidas en espacios fluviales.

Las palmeras, al contrario de lo que a veces pensamos, no soportan las sequías prolongadas y siempre buscan lugares en los que sus raíces puedan obtener agua del subsuelo, aunque en la superficie no esté presente. La palmera datilera (Phoenix dactylifera) y Livistona carinensis son ejemplos de la mencionada tipología: la primera crece en oasis en las zonas desérticas del norte de África y la segunda hace lo mismo en los desiertos de Somalia y la península Arábiga.

Originaria de regiones de clima tropical, la totuma —Licuala grandis— requiere protección cuando las temperaturas descienden por debajo de los 15 °C

Las palmeras originarias del desierto de California, como Washingtonia filifera, crecen bien en las zonas áridas

Palmeras datileras (Phoenix dactylifera) en el actual Parque Municipal de Elche, construido sobre un antiguo huerto de regadío

Chamaerops humilis y otros componentes de la maquia mediterránea, en el Jardín Botánico de Barcelona

Las palmeras y el frío

Si bien es cierto que las palmeras han ido retirándose hacia los lugares en que las temperaturas medias del mes más frío no son inferiores a los 18 ºC, algunas especies se han establecido en zonas de climas fríos de montaña, como el palmito elevado (Trachycarpus fortunei), que vive en la cordillera del Himalaya, donde soporta temperaturas de hasta –14 ºC.

Si las palmeras que se establecen en lugares desérticos y sin agua alargan sus sistemas radicales para conseguirla del subsuelo, las que prosperan en regiones con bajas temperaturas y abundantes nevadas protegen su yema apical, el punto más débil de su fisiología, mediante hojas, inflorescencias y fibras que las rodean. Para proteger el estípite, las hojas secas permanecen unidas a él y, cuando caen, crean una cubierta vegetal sobre el sistema radical, al que protegen de las bajas temperaturas, y aportan, además, nutrientes al suelo una vez se descomponen.

El Sabal palmetto, a pesar de ser una especie originaria de la costa sudeste de los Estados Unidos, resiste las heladas

Clasificación botánica y nombres de las palmeras

El ser humano, desde que apareció sobre la faz de la tierra, se ha beneficiado enormemente de las palmeras; ellas le han proporcionado alimento, materiales con los que construir chozas, muebles, balsas, cestos, sombreros, fibras con las que tejer cuerdas, tejidos o papel, ceras vegetales, así como vinos y licores.

Las palmeras han acompañado nuestra andadura por el mundo y nos han regalado infinidad de posibilidades, que nos han hecho la vida mucho más fácil y cómoda.

En el siglo XVIII, el botánico sueco Carl von Linnaeus dio nombre y describió unas diez especies de palmeras, todas ellas importantes por sus rendimientos económicos, como la palmera datilera (Phoenix dactylifera) o la palmera cocotera (Cocos nucifera). Desde entonces se han descrito y estudiado especies de palmeras de todos los continentes; hoy en día podemos decir que aproximadamente están clasificados 189 géneros y entre 2.200 y 2.300 especies.

La clasificación botánica se establece a partir del concepto de familia: en nuestro caso es Palmae o Arecaceae, que a su vez se divide en subfamilias, cada una de ellas en tribus y estas en subtribus. Dentro de las subtribus están los géneros, que agrupan a las distintas especies que poseen características comunes.

Todo este entramado genealógico viene producido por el interés creciente por las palmeras y las constantes revisiones efectuadas por botánicos de todo el mundo. A nosotros, amantes de estas bellezas naturales, no nos debe quitar el sueño el quehacer de los científicos al respecto, únicamente debemos guiarnos por nuestro gusto personal, conocer las necesidades de los ejemplares que situemos en nuestros jardines y su nombre, para no incurrir en errores que darían al traste con nuestra plantación.

Como muestra, podemos ver cuál es la filiación de un conocido nuestro, como es el palmito (Chamaerops humilis); veamos:

 Familia: Palmae o Arecaceae

 Subfamilia: Coryphoideae

 Tribu: Corypheae

 Subtribu: Thrinacinae

 Género: Chamaerops

 Especie: Chamaerops humilis

Podemos encontrar palmitos con alguna característica especial que se definirá así:

 Subespecie: microcarpa

 Variedad: cerifera

El porqué de los nombres otorgados a las palmeras tiene orígenes muy diversos: desde homenajear a algún personaje importante dentro del ámbito botánico, como en el caso de la palmera reina (Syagrus romanzoffiana), en honor de un caballero ruso, Nicolai Romanzoff, financiador de numerosas expediciones botánicas, o por el producto que de ellas se obtiene, tal y como sucede con Acrocomia vinifera o Raphia vinifera, de las que, como su propio nombre indica, procede el vino de palma.

Chamaerops humilis var. vulcano

Washingtonia filifera debe el nombre del género a George Washington (1732-1799), el primer presidente de los Estados Unidos; el nombre de la especie hace referencia a las fibras que presentan los segmentos de las hojas

Chamaerops humilis var. cerifera