Introducción

El hombre siempre ha sentido curiosidad por el mundo de las aves y las ha observado con fascinación. Muy probablemente, nuestros antepasados más lejanos ya se habrían entretenido contemplando el vuelo de los pájaros, que surcaban el aire de la sabana o cruzaban raudos entre la vegetación de los bosques.

Pero, en aquellos tiempos, los interrogantes que el hombre se podía plantear carecían de respuesta. ¿Por qué razón misteriosa estos espléndidos seres alados podían recorrer grandes distancias sin tener que prestar atención a la altura de los árboles y a la anchura de los cursos de agua? ¿Por qué era tan difícil capturarlos? ¿Qué misterioso instinto les permitía escapar siempre a los peligros? ¿Cómo podían articular sonidos, imitar los de otros seres vivos e incluso, a veces, imitar los ruidos típicos de las actividades humanas?

Después de atentas observaciones, el hombre consiguió descubrir sus costumbres, lo cual facilitó la captura y también la domesticación de distintas especies.

Con el paso del tiempo se ha establecido entre los humanos y los pájaros una relación estrecha que ha facilitado cierta comunicación, en particular con las aves que consiguen imitar el lenguaje humano.

Para los egipcios, los griegos y los romanos, tener un pájaro que hablara era motivo de reconocimiento social. Lo mismo ocurría en las civilizaciones china, maya, tolteca, azteca, india o tibetana.

Catón narra que había loros que vivían en jaulas refinadísimas de plata y marfil, y que algún senador solía acudir al senado con un loro posado en el hombro. En la Edad Media se consideraba un signo distintivo de la realeza exhibir pajareras espaciosas en los jardines, e instalar en los salones jaulas con loros, que recibían los cuidados de unos sirvientes especializados.

Hubo personas que, sin ser nobles, se aficionaron a la cría de pájaros, y se dedicaron a especies más comunes pero igualmente interesantes: cuervos, cornejas, urracas, picazas, grajos, mirlos, tordos y estorninos.

Aproximadamente en torno al año 1500, exploradores portugueses trajeron a Europa de África el loro gris, protagonista de nuestro libro, un animal en el que se fusionan armoniosamente el color ceniza brillante y el rojo fuego, y que logró rápidamente cierta celebridad. Stanislas Jean de Boufflers, gobernador de Senegal, regaló un magnífico ejemplar a la reina María Antonieta.

El naturalista Georges Louis de Buffon estudió en profundidad los hábitos de comportamiento y las capacidades de adaptación del loro gris, al cual reconoció un gran valor precisamente por sus poco comunes dotes de hablador.

El loro gris se introdujo en el ambiente de los avicultores europeos, y empezó a reproducirse en cautividad desde finales del siglo XVIII.

La reproducción en cautividad, que actualmente no presenta grandes dificultades, ha dado ejemplares que no sólo son dóciles, sensibles y habladores, sino que también son amigos y compañeros de juego.

Junto a esta especie de origen africano, con el descubrimiento de América llegaron a Europa algunos ejemplares muy llamativos de guacamayos y Amazonas, procedentes de Sudamérica, y luego, en el siglo XIX, las cacatúas —con su copete eréctil— y los loros de colores vivaces y vuelo ágil y gracioso, originarios del continente australiano.

Actualmente, los aficionados pueden conseguir una amplia gama de pájaros habladores: desde el miná del Himalaya (Gracula religiosa), un paseriforme de color negro brillante, hasta los Amazonas sudamericanos, pasando por los grandes guacamayos y el loro gris africano (este último, excelente hablador).

A Europa llegaron, procedentes de África, loros de muchos colores y de pequeño tamaño, como los Agapórnidos. Un ejemplar de Agapornis roseicollis albino. (Fotografía del criadero Luisa)

Amazona ochrocephala oratrix, originaria de México y Belize

La cacatúa, originaria de Australia, llegó a Europa hace poco más de un siglo

El miná del Himalaya (Gracula religiosa) es un excelente hablador

El loro gris africano es buen hablador, y se reproduce en cautividad con buenos resultados desde hace más de un siglo

En el siglo XVI los europeos descubrieron los guacamayos y los Amazonas en los bosques sudamericanos. Atraídos por sus colores llamativos, distribuyeron ejemplares por todo el continente europeo. En esta fotografía podemos admirar un ejemplar de Ara chloroptera

Un majestuoso Ara macao...

...y un espléndido Ara ararauna