
Los inseparables, conocidos también como «pájaros del amor», son originarios de África, donde se han desarrollado nueve especies y algunas subespecies.
Su distribución en el continente africano cubre la zona definida como «África tropical», donde selvas y bosques se alternan con sabanas y prados herbosos, lo que permite tanto una buena provisión de alimento como abrigo para la noche o árboles para nidificar.
Los Agapornis habitan un área muy extensa y algunas especies pueden coincidir en una o más zonas de residencia. En algunas dan lugar a híbridos o a pequeñas poblaciones intermedias, cuando, como sucede entre las cuatro especies con anillo perioftálmico desnudo, los híbridos resultan fértiles. En otros casos se observan especies que viven aisladas en áreas reducidas, donde con más facilidad un cambio en el entorno puede suponer un notable riesgo para la supervivencia.
Todas las especies tienen un área de distribución bien definida que puede variar ligeramente durante el año, en función de las condiciones climáticas, la disponibilidad de alimento o las modificaciones ambientales debidas a la acción del hombre: cultivos que cambian anualmente y gestión poco adecuada de las fuentes hídricas, por citar tan sólo los principales problemas.
La distribución sobre un territorio más o menos extenso no significa, sin embargo, que sea mayor la presencia de ejemplares de una especie determinada. Puede suceder que cada una de las poblaciones que habitan un área extensa sea más reducida numéricamente que otras que viven en zonas más limitadas pero más hospitalarias.
Puede darse el caso también de que, en una extensa área colonizada, cada una de las poblaciones de una misma especie estén aisladas de tal manera que llegue a caracterizarse alguna peculiaridad que falta en las otras, en ocasiones de una manera tan recurrente que da lugar a verdaderas subespecies catalogadas; en otros casos, en cambio, las diferencias son mínimas, insuficientes para caracterizar a la población como subespecie, pero sí para evidenciar cómo la diversidad local entre los ejemplares de la misma especie está siempre presente, a veces en el tamaño y otras en el color.
Los entornos en los que viven casi todas las especies están vinculados a la presencia de grandes árboles que interrumpen la sabana y de bosques más o menos densos, donde los árboles preferidos corresponden siempre a diferentes especies de acacia y de higuera, que, además de ofrecer abrigo y espacio para los nidos, son también una importantísima fuente de alimento. Los bosques preferidos son los de mopane (Colophospernum mopane).
En general, los Agapornis muestran predilección por los bosques que bordean los ríos, con abundancia de palmeras, donde con su vuelo veloz y ágil pueden encontrar con facilidad el agua que tanto aprecian. Aun siendo animales que resisten muy bien la sed, si disponen de buenas fuentes hídricas beben varias veces al día y se bañan con mucha frecuencia.
Un aspecto interesante de los Agapornis, y en general de los papagayos africanos, es que, aunque se han adaptado durante milenios a vivir en la sabana, no han hecho como los periquitos australianos, que se han acostumbrado a posarse en tierra para recoger el alimento: simplemente se han distribuido en territorios cada vez más extensos al tiempo que se reducía la presencia de grandes árboles, como los baobabs, las acacias, los sicomoros y otras grandes higueras. Por este motivo han mantenido un aspecto físico y un comportamiento típicos de los papagayos selváticos.
La vida social de los inseparables es muy intensa, tanto en lo que concierne a las relaciones en los grupos que se forman como en el estrecho vínculo entre macho y hembra que les ha dado el nombre de Agapornis, palabra latina que significa «pájaros del amor» y que deriva del verbo griego agapáo, «amar», y del sustantivo órnis, «pájaro».
La vida de las bandadas que se forman, sobre todo durante el periodo no reproductivo, es muy intensa y agitada, con desplazamientos permanentes en búsqueda de comida, remarcados siempre con sonoros reclamos. Se ha podido comprobar que cada uno de los grupos, además de la llamada típica de la propia especie, desarrolla un lenguaje que puede definirse como una especie de dialecto, que identifica a ese grupo concreto. Es igualmente interesante el desarrollo de una especie de lengua de la pareja, que más tarde se convierte en lenguaje familiar al reproducirse aquella.
Las especies que se consideran más antiguas, A. cana, A. taranta y A. pullaria, tienen una vida social y gregaria muy limitada; cuentan con mayor necesidad de intimidad durante el periodo de reproducción; llevan el material para confeccionar el nido entre las plumas, y el enfrentamiento entre machos para el dominio de un territorio o para la conquista de una compañera es un hecho tan raro como cruento (Dilger, 1960).
En cambio, la especie que se considera más evolucionada, A. roseicollis, ha desarrollado un ritual de la lucha para conseguir una compañera o defender un territorio para la reproducción, una lucha simulada en la que los contendientes hacen mucho ruido, amenazan con el pico, parecen agredirse con movimientos de las patas estiradas hacia delante pero, tras medir las fuerzas recíprocas, cuando el contendiente derrotado abandona el campo, ninguno de los dos resulta gravemente herido (Dilger, 1960).
En lo que respecta al traslado de material para la elaboración del nido, A. roseicollis ha desarrollado una capacidad intermedia entre el grupo antiguo y las cuatro especies con anillo perioftálmico desnudo (que llevan el material en el pico), y lo transporta tanto entre el plumaje como en el pico.
El mayor grado de sociabilidad corresponde al grupo de A. personata, A. fischeri, A. lilianae y A. nigrigenis, que forman bandadas en ocasiones muy numerosas.
En el caso de A. swinderniana la situación es bastante particular, ya que hay poca información sobre su vida social; es una especie bastante esquiva, la más tímida del género y la menos apreciada y conocida.
La jornada típica de los Agapornis, fuera del periodo reproductivo, está relacionada con el árbol dormitorio en el que la bandada, más o menos numerosa, se despierta, como si respondiese a una orden imperiosa, cuando la aurora comienza a colorear el cielo: se pasa del silencio al alboroto de manera súbita y, tras algunos minutos de intercambio de mensajes, el grupo emprende el vuelo en búsqueda de alimento. No resultan menos importantes las paradas que el grupo realiza en las charcas o fuentes de aprovisionamiento hídrico que lo permitan, en parte para beber y en parte como diversión. El juego es para estos animales un factor de sumo interés: mordisquean tallos de hierbas de la sabana o improvisan peleas simuladas entre machos jóvenes, que a menudo sólo duran unos instantes, el tiempo necesario para encontrar otro entretenimiento.
En general, son diestros volátiles, que a veces llegan a realizar largos recorridos para encontrar nuevas fuentes de alimento, y en caso de necesidad, pueden volar de noche.
Al atardecer, antes de regresar, siempre bulliciosa, al árbol dormitorio, la bandada realiza el abastecimiento de agua más importante del día, a menudo compartido con otros pequeños pájaros de llamativos colores, pertenecientes a otras familias: Estríldidos, Ploceidos, Fringílidos, etc.
Aunque algunas poblaciones son fundamentalmente sedentarias, la mayoría pueden ser sedentarias o nómadas según las exigencias.
Se trata de animales con gran capacidad de adaptación, a excepción de A. swinderniana; tanto es así que, en casi todos los ambientes en los que han sido introducidos por el hombre durante el siglo XX, se han adaptado y han formado poblaciones con sus propios caracteres.
No podemos dejar de reseñar sus notables capacidades vocales: además del «lenguaje» de la especie, son capaces de hablar esa especie de dialecto que ya hemos mencionado y un tercer lenguaje, el de la familia, para no perder el contacto con los padres y los hermanos.

Magníficos ejemplares de Agapornis fischeri en mutación azul
En la zona de distribución de los Agapornis el clima condiciona completamente la vida de los animales: durante el periodo seco las temperaturas diurnas son muy elevadas, y el enfriamiento nocturno, notable. Este hecho enfrenta a los animales a una rigurosa selección, en la que también influye la escasez de alimento vinculada a la sequía. Con la llegada de las lluvias aumentan las posibilidades de encontrar comida, se reduce la variabilidad térmica y aumenta la humedad, que favorece la eclosión de los huevos. Comienza, por tanto, el periodo de reproducción: las parejas que ya se han reproducido en los años anteriores intentan regresar siempre al mismo nido, al tiempo que se forman nuevas parejas; los papagayos en general, y los Agapornis en particular, tienden a formar parejas que permanecen unidas durante toda la vida y que dedican atentos cuidados a la prole.
Este sistema de reproducción es el tipo de estrategia demográfica identificada en etología como selección k, en contraposición al sistema que prevé una prole muy numerosa a la que no se presta demasiada atención, la selección r. La selección k prevé una mortalidad no demasiado elevada y la correspondiente incapacidad, o mejor la gran dificultad, de la población para compensar un imprevisto aumento numérico. Del mismo modo, una población diezmada por cualquier suceso ocasional tiene graves problemas para aumentar su número en poco tiempo. En el caso de los Agapornis las capturas han supuesto la notable reducción de algunas especies en particular (sobre todo A. nigrigenis).
Los Agapornis nidifican normalmente dos veces durante el periodo de reproducción y son de los poquísimos papagayos que construyen un verdadero nido en el interior de árboles huecos o, en algunos casos, en nidos abandonados de otras especies. El grupo con el ojo anillado es el que con mayor prevalencia rellena el nido y crea una cámara bien aislada, a la cual se accede por medio de un túnel.
Durante este periodo, incluso entre las especies más sociales y que nidifican en colonia, la pareja tiene una cierta tendencia a permanecer un poco aislada del grupo durante las actividades diarias; ya no se ven las grandes bandadas que se mueven juntas, sino grupos más reducidos, o individuos solos extremadamente activos. Las parejas menos sociales tienen tendencia a aislarse durante la reproducción.
Una vez construido el nido, tarea que corresponde casi en exclusiva a la hembra, mientras el macho amorosamente la abastece de alimento y atenciones continuas, se realiza el apareamiento propiamente dicho, con preferencia en el interior del nido. Algunos días después de los primeros acoplamientos, la hembra comienza a poner los huevos, normalmente de cuatro a seis. Los acoplamientos cesan únicamente al poner el último huevo, cuando comienza la incubación. Este periodo es muy especial porque la hembra sale muy raramente del nido y durante muy poco tiempo, sólo para las diarias necesidades corporales y sobre todo para darse un rápido baño, especialmente durante los últimos días antes de la eclosión, de manera que, al humedecer bien el plumaje del pecho y del vientre, los huevos se humedezcan para que la cáscara sea elástica y fácil de romper por el pico de los polluelos. La incubación dura tres semanas. Las crías nacen con los ojos cerrados, la piel rosada y un ligero plumón amarillento que comienza a desaparecer después de una semana, cuando los ojos se abren y aparecen unos puntitos oscuros sobre la piel: las futuras plumas.
Durante los primeros tres o cuatro días de vida, la alimentación está compuesta por una sustancia grasa secretada por los padres, la «leche de papagayo», muy nutritiva y dotada de anticuerpos (esta misma forma de alimentación aparece también en los miembros del orden Columbiformes).
El crecimiento de las crías es rápido, gracias a los atentos cuidados de los progenitores que ceban continuamente a la prole, complementando la dieta normal a base de semillas con el aporte proteico de pequeñas larvas e insectos. Aproximadamente a las tres semanas los polluelos tienen el cuerpo recubierto de plumas, aunque las que corresponden a las alas y a la cola son todavía cortas pero bien visibles. Deberán pasar todavía dos semanas antes de realizar el primer vuelo, si bien seguirán regresando todas las noches al nido durante un periodo bastante largo, tanto que a menudo los nacidos en la primera nidada ayudan a sus padres a criar a los de la segunda. Durante esta fase los jóvenes son fácilmente reconocibles por el plumaje más opaco, los colores menos brillantes y la diferente coloración del pico respecto a sus padres.
Tan sólo al alcanzar la madurez, y con ella la librea que los identifica como adultos, se separarán de sus progenitores. La separación, no obstante, es relativa, por cuanto durante el periodo que sigue al de reproducción, al formarse de nuevo las ruidosas bandadas, cada una de las familias permanece como un clan en el grupo.
Los Agapornis dedican gran parte de su tiempo a buscar alimento, sobre todo durante el periodo seco, cuando deben realizar largos trayectos para encontrar comida y agua. Durante esta época del año el instinto gregario y social es más intenso que el que se manifiesta durante la reproducción, y se forman bandadas muy numerosas, dentro de las cuales las parejas mantienen una relación muy estrecha con continuos intercambios de caricias, con ofrecimiento de alimentos a la hembra por parte del macho y la búsqueda de un lugar, en los grandes árboles dormitorio, donde posarse juntos.

Imagen de una gran pajarera en la que Agapornis fischeri y Agapornis personata forman una colonia mixta
Con las primeras luces del alba estos simpáticos y bulliciosos pajarillos inician su actividad: comienzan al unísono un intenso parloteo formado por gorjeos tenues al principio y más tarde con tonos más altos; se producen también los primeros movimientos de una rama a otra en el gran árbol donde han pasado la noche y, más tarde, como si alguien hubiese dado la señal de partida, el grupo emprende el vuelo.
Los Agapornis tienden a comportarse como los papagayos selváticos, incluso cuando viven en la sabana: se posan en tierra lo menos posible y prefieren recoger el alimento en los árboles o apoyándose en los tallos de las hierbas de cuyas espigas se nutren. Los grandes sicomoros, al igual que muchas otras higueras, ofrecen frutos y semillas apetitosas; muchas acacias disponen de bayas muy ricas en semillas nutritivas y sabrosas, como también lo son, sobre todo para A. taranta, las bayas del enebro (Juniperus procera).
Hace muchos años estos papagayos descubrieron también que algunos cultivos humanos ofrecen alimentos apetecibles, y no desdeñan las incursiones en los campos de mijo, panizo, sorgo o maíz (que consumen antes de que madure).
Complementan la dieta de semillas, tanto maduras como verdes, con frutas (sobre todo higos), algunos brotes de semillas y, como ya hemos dicho, algunas larvas e insectos durante el periodo de reproducción.
El modo de alimentación de A. swinderniana es muy especial, ya que se nutre casi exclusivamente de higos, con preferencia de los de la especie Heidolon helvum.
El agua resulta indispensable para la vida. La mala gestión de las fuentes hídricas en algunas zonas habitadas por estos pájaros es una de las causas principales de su descenso demográfico y del riesgo de que desaparezcan algunas poblaciones locales.
EL RITUAL DE LUCHA
Al observar el comportamiento social de los inseparables en libertad, podemos notar que las especies modernas han sufrido una fuerte evolución en lo referente a las luchas territoriales y a las peleas entre machos para atraer la atención de una hembra.
Los combates entre individuos de las especies más antiguas eran bastante menos frecuentes, aunque más crueles. En las especies modernas, los combates se han ritualizado y se basan en el llamado tanteo de picos, acompañado de frenéticos movimientos de patas. Con estos comportamientos, los contendientes miden sus fuerzas y evitan derramar sangre.