Los papagayos aparecieron en la Tierra hace unos 50 millones de años. Están difundidos en las zonas tropicales y subtropicales de los dos hemisferios. La mayor concentración se encuentra en Australia y en toda la región amazónica de Suramérica; en África existe cierto número de especies bien localizadas.
Todos los papagayos existentes hoy en día pertenecen al orden de las Psitaciformes (Psittaciformes). Se trata de 315 especies, con un relevante número de subespecies. Son pájaros muy fáciles de reconocer, con talla variable entre los 7 y los 9 cm los más pequeños, como el papagayo pigmeo de Bruijn (Micropsitta Bruijnii), y los más de 100 cm de los grandes aras; en la mayoría de los casos no presentan dimorfismo sexual evidente. Simplemente en ocasiones machos y hembras se caracterizan por una coloración distinta de la librea, que, en cualquier caso, es de colores vivos. Son animales muy resistentes y longevos, y están dotados de una notable adaptabilidad; son arborícolas y viven, sobre todo, en las selvas y los bosques densos; su escasa habilidad para el vuelo se ve compensada por una gran agilidad al trepar, favorecida por la conformación de las patas, cuyo primer y cuarto dedo están vueltos hacia atrás. No les gusta mucho permanecer en el suelo, ya que sus patas cortas y fuertes les proporcionan movimientos torpes, por lo general limitados a repetidos saltitos. Una especie de quinto miembro es el pico, robusto y ganchudo, cuya ranfoteca superior es accionada por fuertes músculos para disfrutar de un sólido agarre, tanto en las ramas (muchas veces sostienen con el pico todo el peso del cuerpo), como con la comida. El ejemplo más claro es el ara jacinto, que es capaz de triturar en un instante la cáscara de nueces, almendras, avellanas y nueces brasileñas.

Un primer plano de la cabeza de un magnífico ara jacinto. (Fotografía de D. Balestri)
Buscan el alimento sobre todo en los árboles, y su alimentación consiste en semillas, fruta, flores, brotes, setas, bayas, pequeños insectos y larvas.
Les gusta estar en las proximidades del agua y suelen vivir en grupos numerosos y muy ruidosos. Sin embargo, en la época de reproducción las parejas tienden a apartarse y preparar el nido en el hueco de un árbol o en la sinuosidad de una roca; son pocas las especies que construyen el nido en las copas de los árboles.
El orden de las Psitaciformes se divide en tres familias:
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Lóridos (Loridae); |
Cacatuidos (Cacatuidae); |
Psitácidos (Psittacidae). |
Esta familia consta de 54 especies de loros y loritos, agrupados en diversos géneros, que tienen en común una característica morfológica única: la punta de la lengua tiene un fleco similar a un cepillito que sirve para extraer el polen de las flores. En efecto, se trata de papagayos que se nutren de forma casi exclusiva de polen, néctar y fruta; completan la dieta con pequeños insectos y larvas recogidas en los árboles. Tienen forma silvestre y colores llamativos; viven casi siempre en bandadas numerosas y ruidosas.

Eos bornea. (Fotografía de D. Balestri)

Lori negro. (Fotografía de D. Balestri)

Lorito arco iris. (Fotografía de D. Balestri)
A la familia de los Cacatuidos pertenecen 18 especies de papagayos, caracterizadas por un penacho de plumas eréctil sobre la cabeza, que puede ser más o menos vistoso, y un cuerpo compacto, robusto y de cola fuerte y en forma de espátula ancha; constituye una excepción la cacatúa de las ninfas (Nymphicus hollandicus), que tiene forma silvestre y cola larga. Son papagayos gregarios, que se nutren sobre todo de semillas y fruta, aunque no desdeñan completar la dieta con insectos, larvas y brotes frescos.

Una Cacatua citrinocristata mientras trepa por la red de la pajarera. (Fotografía de D. Balestri)

Cacatua sanguinea. (Fotografía de D. Balestri)

Cacatua moluccensis. (Fotografía de D. Balestri)

Dos solemnes Probosciger aterrimus. (Fotografía de D. Balestri)

Amazona de frente amarilla. (Fotografía de D. Balestri)

Un periquito en la coloración ancestral

Dos ejemplares de Ara rubrogenys. (Fotografía de D. Balestri)
Es la familia más numerosa, que cuenta con 243 especies y comprende papagayos de tamaño y forma variable, pero todos carentes tanto de penacho de plumas eréctil como de lengua de cepillo. Forman parte de ella los papagayos de los grupos más conocidos: los grandes aras, las amazonas, los periquitos y los inseparables (cuyo nombre científico es Agapornis). Se trata, en general, de aves fundamentalmente granívoras, que también aprecian la fruta y las bayas, y que viven en grupos más o menos numerosos dentro de los cuales las parejas que se forman permanecen unidas durante toda la vida.

Una pareja de Ara ararauna. (Fotografía de D. Balestri)

Ara macao de colores vivos. (Fotografía de D. Balestri)

Psephotus haematogaster es uno de los pájaros más tranquilos...

Un primer plano de Ara chloropthera. (Fotografía de D. Balestri)
En la evolución de una especie, y no sólo en el caso de las aves, las formas más primitivas presentan colores más apagados; esta característica resulta menos acentuada en los polluelos y en las hembras, ya que es el macho adulto el que, mediante la acción de las hormonas masculinas, muestra los caracteres más avanzados alcanzados por la especie.
Conviene aclarar qué se entiende al hablar de especie. Una posible definición es la que afirma que «una especie es una población natural que genera una descendencia común y distinta de la de cualquier otra población». Es evidente que una especie puede localizarse también en lugares distintos y dar origen a varias poblaciones, que, sin embargo, generan una descendencia común.
Las especies evolucionan en largos periodos de tiempo, supuestamente varios miles de años. La diversificación en especies distintas se produce cuando la originaria se halla dividida por una barrera geográfica (como sucedió, por ejemplo, durante la última glaciación, hace unos 15.000 años). La necesidad de adaptación a lugares y situaciones diversos puede hacer que cada población fije a lo largo del tiempo caracteres que la hagan muy distinta de la originaria, constituyéndose así en una nueva especie. En las sucesivas fases evolutivas se desarrollan diversas subespecies: los ejemplares que nacen de apareamientos mixtos no son híbridos, sino individuos con caracteres mixtos que pueden reproducirse con normalidad (en cambio, los híbridos, que derivan de los raros apareamientos entre ejemplares de especies distintas, son estériles).
La evolución es un hecho continuo, y cada cambio de hábitat, clima, humedad, temperatura y alimentación obliga a los organismos vivientes a efectuar pequeños cambios continuos que garanticen su supervivencia: los cambios pueden ser fisiológicos (relativos a estructuras y funciones de los tejidos y aparatos), genéticos (mutaciones hereditarias), etológicos (relativos a los comportamientos) y somáticos (variaciones no hereditarias).

Ejemplares de agapornis de especies diversas. Cada una de ellas ha desarrollado peculiaridades propias tanto en el aspecto exterior como en los hábitos y comportamientos de vida
Desde que los seres humanos empezaron a domesticar a los animales y a tenerlos consigo no sólo para utilizarlos en el trabajo del campo y como medio de transporte o para alimentarse de ellos, sino también como compañía, las aves, y los papagayos en particular, han tenido siempre una gran importancia. Incluso ya 2.500 años a. de C., los indios criaban papagayos, atraídos por su capacidad de repetir el sonido de la voz humana: eran huéspedes fijos en las casas de los príncipes y, dado que, según la mitología, eran los animales de tiro del dios del amor (Kama), se convirtieron en símbolo del amor libre (para poder alcanzar todas las delicias del amor, el Kamasutra aconseja enseñar a hablar a un papagayo). Aún hoy, para la religión hindú el papagayo es sagrado, y no se le puede matar ni comer.
También los romanos importaban del Próximo Oriente papagayos de colores, a los que solían considerar símbolo del poder y la riqueza, y, sobre todo, del amor libre, dando así continuidad a la precedente tradición griega y macedonia; las primeras observaciones etológicas atentas sobre los papagayos, así como sobre otras muchas especies animales, fueron efectuadas por Aristóteles (384-322 a. de C.), quien formuló algunas nociones básicas que mantuvieron su validez durante muchos siglos.
En Occidente, el interés por los papagayos, que había experimentado una disminución con la caída del Imperio Romano, se mantuvo vivo durante toda la Edad Media y, en particular, después de que Marco Polo hiciese llegar a Venecia, entre los años 1270 y 1280, junto con las sedas y las especias, bellísimos ejemplares multicolores.
Con el descubrimiento de América, las nuevas especies de gran tamaño contribuyeron a dar a los papagayos un lugar estable en la vida del ser humano como animales de compañía, sobre todo cuando el Viejo Mundo conoció también las maravillas del continente australiano: cacatúas, loros y, sobre todo, las pequeñas y alegres cotorras (o periquitos)...

Grupo de inseparables en pajarera

El juego con el criador es una de las diversiones preferidas del inseparable
Hemos visto que hoy en día los papagayos viven sobre todo en Australia, África y América Central y del Sur. En particular, los agapornis se localizan en África, donde a lo largo de los siglos la evolución ha determinado el desarrollo de diversas especies, cada una en un área muy concreta.
Los expertos consideran que Europa, hoy carente de Psitaciformes en estado libre, hace unos 35 millones de años fue colonizada por los papagayos africanos. Algunos restos aparecidos en excavaciones arqueológicas en España y Francia muestran patas de ave muy similares a las del loro gris (Psittacus erithacus), uno de los papagayos africanos más comunes. Su desaparición del continente europeo hace unos 35.000 años induce a reflexionar sobre una problemática muy actual: algunos papagayos se han extinguido y otros corren este riesgo, si no se procede en breve plazo a poner en marcha una política de protección medioambiental que preserve el hábitat natural de aquellas especies que ya cuentan con más ejemplares en los criaderos que en la naturaleza.
Donde falta el ambiente idóneo, a menudo los papagayos deciden no reproducirse a pesar de hacer vida de pareja; por otro lado, la reducción de los hábitats idóneos ha llevado a muchas especies a concentrarse en pocas zonas, provocando dos consecuencias negativas: superpoblación respecto a los recursos alimentarios y apareamientos mixtos, con el nacimiento de ejemplares híbridos estériles que alteran la vida normal de las colonias.
Hasta hoy, estas situaciones límite se han producido sobre todo en América Central y del Sur, pero no en África. Por lo tanto, los inseparables no corren riesgos particulares, aunque al menos dos especies, la Agapornis pullaria y la A. swinderniana, no están demasiado difundidas.

Anodorhyncus hyacinthius, ara jacinto, uno de los papagayos que corre mayor riesgo de extinguirse. (Fotografía de D. Balestri)

Amazona de Cuba. (Fotografía de D. Balestri)
Sin embargo, a este tipo de problemática se une otra: desde que en 1840 el naturalista inglés Gould llevó a su patria desde Australia los primeros ejemplares de ondulado y empezó a criarlos, dicha actividad se difundió entre muchos ornitólogos y ornicultores; durante mucho tiempo los criaderos se abastecieron a través de la captura, indiscriminada y destructiva. Fue necesario poner remedio a los daños causados por esta práctica reglamentando la captura y el comercio de los papagayos. El primer país en tomar medidas en este sentido fue Australia, con la prohibición de exportar cualquier animal autóctono. Pero, dado que una iniciativa parcial y unilateral no basta, varios países llegaron a un acuerdo para la protección del patrimonio natural mundial, formalizado en la Convención de Washington, de 1973.
Los agapornis son fáciles de hallar en el mercado, sobre todo las especies que mejor se crían en cautividad, pero no pueden comercializarse sin el documento identificativo de la CITES (Convention of International Trade with Endangered Species). Poseer un agapornis sin dicho documento es un delito penal, por lo que se recomienda a todo aquel que desee criar inseparables que se dirija a criadores de probada seriedad o a establecimientos especializados, que procederán a darle toda la información necesaria.
Los ejemplares nacidos en cautividad tienen una circulación más fácil. Pueden reconocerse (si el criador es serio y ha actuado de la forma adecuada y en el momento oportuno) gracias a una anilla inamovible que lleva grabadas las siglas del criador y el año de nacimiento; esto basta como documento, ya que la anilla sólo puede ponerse a los papagayos cuando son muy pequeños, de forma que las posibilidades de vender ejemplares de contrabando se ven muy reducidas. Las eventuales comprobaciones pueden realizarse con una comparación entre el ADN de los jóvenes y el de los presuntos padres. Esta prueba se lleva a cabo con cierta frecuencia en los criaderos donde nacen ejemplares de especies raras y protegidas.

Un A. roseicollis albino con la anilla metálica inamovible en la pata; esta sirve para distinguir los ejemplares nacidos en cautividad, y, por lo tanto, legalmente comercializables, de los de captura

Ara militaris. (Fotografía de D. Balestri)

Ejemplares de Agapornis personata (izquierda) y A. fischeri comparados
LA EXTINCIÓN DE ALGUNAS ESPECIES
Los papagayos en peligro de extinción son numerosos, y muchos son los que ya se han extinguido en los últimos 150 años: Nestor meridionalis productus (en 1851), Psittacula eupatria wardi (en 1870), Psittacula exsul (en 1875), Amazona vittata gracilipes (en 1899), Aratinga chloroptera maugei (en 1860) y Ara tricolor (en 1885). Hoy en día, gracias a la cría en cautividad, pueden salvarse algunas especies. Por ejemplo, la amazona de Cuba, que había desaparecido en Cuba pero se criaba en cautividad, se ha reintroducido tanto en su lugar de origen como en otras islas caribeñas.
La cría en cautividad, antiguamente muy criticada porque afectaba a ejemplares de captura, constituye en la actualidad uno de los factores fundamentales para la protección de las especies en situación de mayor riesgo.
Gracias a la reproducción en cautividad es posible satisfacer las demandas del mercado, facilitando la limitación de la captura de los ejemplares silvestres; además, es posible establecer un plan de reintroducción gradual en el hábitat original, si se mantiene, de las especies que ya sólo existen en los criaderos.

Un Agapornis roseicollis manchado, una variedad obtenida en cautividad
En el ámbito de la reproducción se han alcanzado enormes progresos, incluso en el caso de especies que hace sólo unas décadas no se sabía cómo reproducir. Es posible obtener, con el sistema de la cría artificial, varias nidadas anuales de las especies que en la naturaleza llevan a cabo una sola. Además, se puede criar también a aquellos polluelos que en la vida en libertad habrían tenido dificultades para sobrevivir.
Estos resultados se deben a los conocimientos alcanzados sobre las exigencias de vida de los papagayos, a la mayor posibilidad de proporcionarles alimentación y alojamientos adecuados, medicamentos y productos particulares de alto nivel cualitativo; además, los ornicultores prestan hoy en día mucha atención a las necesidades de sus animales y están bien informados sobre las técnicas de cría y la prevención de las enfermedades, por lo que pueden ofrecer una profesionalidad cada vez mayor. A ello se añade que el nivel de información ha aumentado mucho, tanto porque los criadores están dispuestos a compartir sus experiencias, como gracias a muchos editores y periodistas que se muestran sensibles al tema y dispuestos a divulgarlo.

Inseparables de cara rosa de una semana

Un Ara ararauna de cuatro meses es alimentada en el criadero Luisa di Alessandria