NUESTRAS LUNAS

La Luna es el primer hito del camino hacia las estrellas.

Arthur C. Clarke

Querida lectora, estimada hermana, si estás ante estas páginas es porque has sentido la llamada de algo que vibra en tu interior y también a tu alrededor, porque presientes que podrías hacer más y ser tú misma sin los complicados encorsetamientos que te retienen, y porque has presentido el influjo de nuestra aliada más antigua: la Luna.

Permíteme que te hable en femenino, pues el género o el sexo no son decisivos en la magia, pero sí en el lenguaje (tan importante en invocaciones y hechizos), y la feminidad va ligada a la Luna, pese a que pueda presentarse en distintos rostros y cuerpos.

Hayas tenido oportunidad de adentrarte en el universo mágico o no, este libro pretende ser un manual claro, sencillo y práctico para ayudarte a interiorizar y manejar la energía lunar que todas sentimos con menor o mayor influencia; sus ciclos y mareas, la loba que se despierta con la luna llena y la sabia que se esconde en la nueva.

La magia lunar es tan antigua como la humanidad. Desde que la mujer puso sus ojos en el cielo y comprendió que sus ciclos se equiparaban a los de su hermana celeste, que los tiempos naturales (de siembra y siega) se identificaban a los de concepción y nacimiento, y descubrió el poder y la capacidad creadora a su alcance.

La Luna y sus rostros pueden ser aliados en toda clase de hechizos, rituales y meditaciones, pero también comprenden una clase de magia y simbolismo propio al que, humildemente, me gustaría aproximarte a través de estas páginas.

Como practicante de magia natural, los ciclos de la Luna y las estaciones marcan el calendario de mis quehaceres y rituales, y de ahí nació un grupo al que te invito a unirte y del que te hablaré más adelante; un círculo de personas que nos reunimos cada luna llena para recargar pilas y ofrecer un poco de luz a todo aquel que lo necesita, incluida nuestra maltratada Madre Tierra.

La luz es una de las energías esenciales del Universo y se transmite por medio de rayos emitidos o reflejados por los propios astros. La luz cósmica es blanca y contiene todo el espectro cromático en sí misma. Por un lado, la luz nos permite reconocer lo que nos rodea y, además, es fuente de calor y vida. Por el otro, el blanco contiene en su seno todos los colores, y cada uno de ellos vibra de forma particular, influyendo en las cosas que irradian. La Luna nos transmite esa luz e ilumina los momentos y espacios en sombras.

Algo que aprendí de mis primeras maestras fue que, además de nuestro Yo Individual, formamos parte de algo más grande, de la Tierra y del Universo, del mismo modo que estos forman parte de nosotras. El conocimiento arcano de la interdependencia que existe entre el planeta y aquellos que lo habitamos nos recuerda que dependemos de los mismos compuestos que forman nuestro planeta y de la energía que nos llega desde los astros.

Pese a que las religiones patriarcales absorbieron y reconvirtieron el símbolo de la Madre Tierra, condenaron a las mujeres sabias por mostrar su sensibilidad innata y sus habilidades curativas de y para con el entorno, y demonizaron a la Luna como sinónimo de oscuridad y malas artes (con personajes como los hombres lobo y los vampiros), estamos retornando con fuerza a aquella conexión arquetípica que nos hablaba de la reverencia hacia la Tierra, los astros y los procesos naturales que aseguraban y aseguran la continuidad de nuestra especie y de lo que nos rodea.

Irónicamente, gracias a los descubrimientos científicos y a sus alertas hacia la inviabilidad de nuestro proceder para con la naturaleza, ha resurgido el interés por las prácticas esotéricas y el cuidado del medio ambiente. Los nuevos avances en física han abierto todo un mundo de posibilidades que nos permiten comprender fenómenos antes considerados mágicos y, por ello, desprestigiados por la cultura dominante. En la física cuántica existe el llamado «efecto del observador», que, de manera muy resumida, nos dice que la forma que adopta el material atómico depende del modo en que el observador decide medirlo, es decir, que verificaría la paradoja del «ser» y el «llegar a ser», que explica muchos de los fenómenos denominados «mágicos», así como la ley universal que nos dice que creamos nuestra realidad a través del pensamiento.

Este cambio de paradigma, hacia un mundo caracterizado por pautas orgánicas y ecológicas, coincide con la sabiduría intuitiva de nuestros ancestros, quienes percibían su entorno como algo vivo con lo que la humanidad mantenía una relación recíproca. Un conocimiento subconsciente que todavía poseemos, pese a siglos de silencio y represión, y que Jung denominó «inconsciente colectivo».

De un mundo que estaba pendiente de las estaciones, de la climatología y, en definitiva, de la naturaleza para subsistir, surgió un entendimiento animista e interdependiente con la Tierra y los seres/energías que lo habitan. Ahora descubrimos que aquello que era considerado mágico y misterioso puede entenderse como un conocimiento íntimo e innato de nuestro subconsciente. Nuestros antepasados remotos tuvieron acceso a determinados conocimientos que, gracias a la ciencia actual, empezamos a verificar.

A través de distintos estudios científicos, los expertos han llegado a la hipótesis de que nuestro cerebro actúa como una entidad total, no como la interacción de partes separadas, es decir, que cada una de las partes de nuestro cerebro contiene la totalidad de nuestros recuerdos. De este modo, si viéramos la energía universal como una mente, todo lo que existe (desde las montañas hasta nosotros mismos) sería una parte de ella; una parte que contendría en sí misma la totalidad de esa entidad, solo que menos refinada. Todo estaría conectado. Esta teoría explicaría lo que muchos psicólogos y filósofos han afirmado a lo largo de la historia: que nuestro pensamiento y acciones pueden afectar a todo el Universo.

«Todo es energía», dicen la magia antigua y la ciencia actual, y las leyes del Universo son los preceptos por los que nos regimos a la hora de entender y manipular las energías y vibraciones que nos rodean y nos componen, puesto que nos hablan de su comportamiento y de cómo funcionan en el entorno de un hechizo o un ritual.

Estas leyes universales fueron recogidas por Hermes Trismegisto, considerado el padre de la magia y de la metafísica, creador de la alquimia, y reverenciado como a un dios en el antiguo Egipto. Puedes encontrar dichos principios herméticos en El Kylbalion, texto del siglo XIX que recoge sus enseñanzas; también puedes hallarlos, resumidos y ejemplificados, en mi anterior libro: Manual de magia moderna.

Así pues, bienvenida. Te invito a unirte a mí en este recorrido a través de la simbología y magia de la Luna para que cambiemos el mundo entre todas, inspiradas por su luz.

Porque no existen los imposibles, solo los improbables.

Keylah Missen