El ordenador que tenía ante ella cobró vida con un zumbido cuando lo encendió. Limpió la pantalla con la manga y sopló el polvo del teclado. Era una lástima que nadie pudiera controlar el punto de regreso de los pasajes forzosos a la Biblioteca desde mundos alternativos. Solo podías saber que acabarías en la Biblioteca, aunque había historias de terror sobre gente que se había pasado años buscando el camino de regreso desde alguna de las catacumbas donde almacenaban datos realmente antiguos.
La pantalla se iluminó con el logotipo de la Biblioteca —un libro cerrado— y la ventana de inicio de sesión y contraseña. Escribió rápidamente, pulsó la tecla de acceso y el libro se abrió con lentitud, pasando las páginas para mostrarle su bandeja de entrada.
Al menos nadie había descubierto todavía cómo enviar spam al sistema informático de la Biblioteca.
Abrió un mapa local. La pantalla se difuminó, apareció un diagrama tridimensional y una flecha roja señaló su ubicación actual. No estaba demasiado lejos, solo a un par de horas a pie de la central. Más calmada, le envió rápidamente un correo a Coppelia, su supervisora directa y mentora.
Aquí Irene. Tengo asegurado el material requerido. Solicito una cita para entregarlo. Actualmente en A-254, literatura latinoamericana del siglo xx, a unas dos horas y media de tu oficina.
El pitido que sonó cuando se envió el correo rompió el silencio de la sala.
Era una pena que los teléfonos móviles, el wifi y cualquier tecnología similar no pudiera funcionar en la Biblioteca. Cualquier tipo de transmisión que no se basara estrictamente en enlaces físicos fallaba o funcionaba mal, y emitía sonidos estáticos con tonos agudos y gorjeantes. Se habían hecho investigaciones, se estaban haciendo otras investigaciones e Irene sospechaba que se seguirían haciendo cien años después. Aunque la tecnología no era lo único que fallaba. Las formas mágicas de comunicación también eran inútiles y los efectos secundarios solían ser aún más dolorosos. O eso era lo que había escuchado. No lo había intentado. Le gustaba mantener el cerebro dentro del cráneo, donde pertenecía.
Mientras esperaba una respuesta, se puso al día con el correo electrónico. Lo habitual: pedidos masivos de libros sobre temas particulares de investigación, comparaciones de la pornografía victoriana en distintos mundos victorianos alternativos, alguien que promocionaba su nueva tesis sobre el abuso de estimulantes y poesía asociativa… Eliminó una carta de súplica que buscaba sugerencias sobre cómo mejorar el uso de la penicilina en alternos en la Alta Edad Media. Pero destacó una docena de actualizaciones del Idioma y las dejó a un lado para revisarlas más tarde.
El único correo personal que había entre todos los demás era de su madre. Una nota rápida, tan rápida y tan breve como el correo que le acababa de enviar Irene a su supervisora, para informarle que tanto ella como su padre estarían en el alterno G-337 durante los próximos meses. Estarían en Rusia, buscando íconos y salmos. La nota expresaba el deseo de que Irene estuviera bien y divirtiéndose y preguntaba vagamente qué le gustaría por su cumpleaños.
Como de costumbre, la nota venía sin firmar. Se esperaba que Irene leyera el nombre en la dirección del correo y no pidiera más.
Apoyó la barbilla sobre las manos y miró la pantalla. En realidad, llevaba dos años sin ver a sus padres. La Biblioteca los mantenía siempre ocupados y, sinceramente, nunca sabía qué decirles. Siempre se podía hablar de trabajo, pero, más allá de eso, había todo un campo minado de interacción social. Probablemente, sus padres se jubilarían como Bibliotecarios en pocas décadas y esperaba haber descubierto cómo entablar una conversación educada con ellos para entonces. Era mucho más fácil cuando era pequeña.
Me gustaría un poco de ámbar.
Esa fue su respuesta al correo. Supuso que era bastante segura.
Las actualizaciones del Idioma eran lo que había esperado, dada su ausencia durante tres meses. No había gramática nueva, pero sí había vocabulario nuevo. La mayoría eran palabras específicas sobre conceptos y elementos que nunca antes habían llegado a la Biblioteca. Algunas redefiniciones de adjetivos y una recopilación de adverbios sobre la acción de dormir.
Irene los examinó lo más rápido que pudo. El problema de la evolución de un idioma que podía usarse para expresar cosas era precisamente eso, que evolucionaba. Cuanto más material contribuyente llevaban los agentes como Irene a la Biblioteca, más cambiaba el Idioma. Se preguntó con aire taciturno si su reciente trofeo inspiraría una o dos palabras nuevas o si simplemente cambiaría una antigua. Puede que ayudara a definir un matiz particular de negro.
Aun así, había compensaciones. Como poder dar órdenes al mundo que te rodea. Pero cuando firmó para toda la eternidad, no esperaba pasar la mayor parte de ella revisando listas de vocabulario.
El ordenador emitió otro pitido. Era la respuesta de Coppelia y había llegado increíblemente rápido. Irene la abrió y se sorprendió ante la longitud del mensaje.
Mi querida Irene:
Es un placer tenerte aquí de nuevo. Aunque, por supuesto, cuando digo «aquí» me refiero a tu presencia en la Biblioteca. Han pasado varias semanas y no creerás lo contenta que estoy de tenerte de vuelta…
Irene frunció el ceño. Parecía un mensaje preparado con más tiempo. Tenía un mal presentimiento.
... y tengo un pequeño encargo nuevo para ti.
Seguro.
Tu frecuente trabajo en los mundos alternativos ha hecho que te quedases atrás del plan de estudios requerido para tutorizar a nuevos estudiantes, pero, por suerte, he encontrado un modo de arreglarlo.
Irene resopló. Coppelia le había asegurado que lo arreglaría, pero le había dado la impresión de que había logrado desviarlo y sortearlo en lugar de tener que compensarlo más tarde con alguna tarea desagradable.
Resulta que…
Estaba bien jodida.
... tenemos a un nuevo recluta en nuestras manos y está listo para su primer trabajo de campo. Naturalmente, he pensado que tú eras la persona ideal para tutorizarlo. Podrás brindarle todos los beneficios de tu experiencia y, al mismo tiempo, obtendrás créditos en tu historial por encargarte de él.
¿Encargarse de él? ¿Qué era, una bomba sin explotar? Ya había tenido bastantes estudiantes las últimas semanas.
Es una tarea bastante corta y no debería llevarte más que unos días, tal vez una semana. Debéis operar cerca de un punto de salida fijo en el mundo designado, para que, si hay algún problema o demora, podáis enviarme un informe.
Suena como si Coppelia realmente quisiera cubrirse las espaldas en este caso, reflexionó Irene.
Mi querida Irene, tengo la mayor confianza en ti. Sé que puedo contar con que estarás a la altura de las tradiciones y las expectativas de la Biblioteca, al tiempo que le brindarás un valioso ejemplo a este nuevo recluta.
También parecía que Coppelia hubiera estado leyendo demasiados folletos de contratación y códigos de prácticas deficientes.
He autorizado a Kai (así se llama el joven) a hacer un traslado rápido adonde te encuentras, por lo que puedes esperarlo en cualquier momento.
Irene hizo una pausa para escuchar, nerviosa. Si eso era cierto, a Kai se le había permitido usar uno de los métodos de transporte más estrictamente restringidos de toda la Biblioteca. Eso significaba que, o bien Coppelia no quería discutir y simplemente la quería fuera de su camino y trabajando, o bien que la misión era muy urgente, o bien que había algo dudoso en Kai que no debía ser visto en público. O bien Kai no se aclaraba con la navegación normal de la Biblioteca, lo que era una mala noticia… y había repetido demasiadas veces «o bien», y eso denotaba una gramática pobre. Odiaba la mala gramática.
Él tiene todos los detalles de la misión.
Eso sí que era realmente malo. Podía significar que Coppelia no estaba preparada para ponerlo en un correo. Irene olía la política y no quería involucrarse en eso para nada. Siempre había pensado que Coppelia era una supervisora más razonable, orientada a la investigación, y que solo era maquiavélica de vez en cuando. No era el tipo de supervisora que la dejaría con una misión que no se podía imprimir, con un aprendiz sin experiencia y un empujón rápido hacia el punto de salida Traverse más cercano.
Deja tu último material de entrada en el escritorio más cercano, etiquétalo con mi nombre y me encargaré de que sea procesado.
Al menos eso era algo.
Desde el pasillo exterior llegó una repentina ráfaga de viento junto con un ruido sordo. Era una reminiscencia de un tubo de presión neumática entregando papeles.
Una pausa. Un golpe en la puerta.
—Adelante —dijo Irene mientras giraba la silla para encararla hacia la puerta que se abrió y reveló a un muchacho joven—. Debes de ser Kai. —Irene se puso en pie—. Pasa.
Tenía el tipo de belleza que cambiaba rápidamente de posible interés romántico a absoluta imposibilidad. Nadie podía pasar tiempo con personas de ese aspecto más allá de las portadas de los periódicos y las revistas de cotilleo. Tenía la piel tan pálida que se le transparentaban las venas azules en las muñecas y en la garganta. Y su pelo, que llevaba trenzado desde la nuca, tenía un matiz de negro que casi parecía azul lacerado bajo las tenues luces. Las cejas eran del mismo tono, como líneas de tinta sobre su rostro, y sus pómulos podían usarse para cortar diamantes, por no hablar de queso. Llevaba una maltrecha chaqueta negra de cuero, unos vaqueros que no lograban restar importancia a su sorprendente atractivo y una camiseta blanca que no solo estaba impecable, sino que también estaba planchada y almidonada.
—Sí —respondió—. Lo soy. Y tú eres Irene, ¿verdad?
Incluso su voz era digna de admiración: grave, precisa y ronca. Su elección casual de las palabras parecía más artificiosa que una despreocupación real.
—Lo soy —admitió Irene—. Y tú eres mi nuevo aprendiz.
—Ajá. —Entró en la sala con pasos largos, dejando que la puerta se cerrara tras él—. Y por fin voy a salir de este lugar.
—Ya veo. Por favor, siéntate. Todavía no he terminado de leer el mensaje de Coppelia.
Él parpadeó, fue hasta la silla más cercana y se dejó caer sobre ella, provocando una asfixiante nube de polvo.
Gestiona estos asuntos sin problemas y de un modo eficiente y puedes esperar algo de tiempo libre para investigación privada cuando termines. Lamento enviarte fuera de nuevo tan rápido, pero las necesidades apremian, mi querida Irene, y todos hemos de conformarnos con los recursos disponibles.
Afectuosamente,
Coppelia
Irene se volvió a sentar y frunció el ceño ante la pantalla. No era una conspiranoica, pero, si lo hubiera sido, podría haber creado volúmenes basándose en ese párrafo.
—Coppelia dice que tienes todos los detalles de la misión —comentó por encima del hombro.
—Sí, madame Coppelia —enfatizó ligeramente el honorífico— me ha dado todo el material. No parece mucho.
Irene se volvió hacia él.
—¿Te importaría? —Extendió la mano.
Kai rebuscó por su chaqueta y sacó un pequeño sobre azul. Se lo entregó cuidadosamente, haciendo que pareciera más un gesto cortés que una simple transferencia—. Aquí tienes, ¿jefa? ¿Madame? ¿Señor?
—«Irene» me va bien —respondió. Dudó por un momento, deseando tener un abrecartas, pero no tenía ninguno a mano y no le apetecía mostrarle a Kai dónde guardaba la cuchilla oculta. Con una pizca de vergüenza por su falta de elegancia, rasgó el sobre y sacó una sola hoja de papel.
Kai no se inclinó hacia delante para mirar la carta, pero ladeó la cabeza con curiosidad.
—«Objetivo —leyó Irene amablemente—: manuscrito original de los Grimm, volumen I, 1812, actualmente en Londres, alterno B-395. La salida Traverse más cercana está en la Biblioteca Británica, dentro del Museo Británico, más detalles disponibles por parte del Bibliotecario allí residente».
—¿Grimm?
—Cuentos de hadas, supongo. —Irene dio unos golpecitos en el borde del papel con el dedo—. No es de mis áreas. No estoy segura de por qué nos lo han asignado. A menos que sea algo en lo que tú tienes experiencia.
—No estoy muy ducho en todo lo europeo —negó Kai—. Ni siquiera sé en qué alterno es. ¿Crees que es algo exclusivo de ese mundo?
Era una pregunta razonable. Había tres motivos básicos por los que se enviaba a los Bibliotecarios a mundos alternativos para encontrar libros específicos: porque el libro era importante para un Bibliotecario de rango superior, porque el libro tendría efecto sobre el Idioma, o porque el libro era específico y único en ese mundo alternativo. En este último caso, la propiedad de la Biblioteca reforzaría los vínculos con el mundo en el que se originó el libro. (Irene no estaba segura de en cuál de estas categorías encajaba su última adquisición, aunque sospechaba que se trataba de un caso de «efecto sobre el Idioma». Probablemente debería intentar averiguarlo en algún momento).
Si este manuscrito de los Grimm era el tipo de libro que existe en múltiples mundos alternativos no justificaría una misión específica de Coppelia. Cuando los Bibliotecarios superiores se habían convertido en Bibliotecarios superiores, no les interesaba nada menos que las rarezas. Un libro ordinario que existiera en múltiples mundos aparecería simplemente en la compra habitual de alguien, probablemente junto a las obras completas de Nick Carter, los casos completos del Juez Di y las biografías completas, reales o falsas, de Prester John. La pregunta de por qué algunos libros eran únicos y solo existían en mundos específicos era una de las grandes incógnitas e Irene esperaba obtener algún día una respuesta. Tal vez cuando ella fuera Bibliotecaria superior. Dentro de muchas décadas. Tal vez siglos.
En cualquier caso, no tenía sentido quedarse ahí intentando adivinarlo. Irene trató de expresar su respuesta de manera que pareciera sensata en lugar de simplemente hacer callar a Kai en los primeros diez minutos de su relación.
—Probablemente, lo mejor sea averiguarlo con el Bibliotecario residente cuando lleguemos al alterno de destino. Si Coppelia no te lo ha dicho a ti ni me lo ha dicho a mí…
—Mientras pueda salir de aquí, no me quejaré —añadió Kai encogiéndose de hombros.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Irene, curiosa.
—Cinco años. —Su tono se suavizó a una cuidadosa cortesía, como piedras redondeadas por el océano—. Sé que la política es mantener a los nuevos aquí hasta que hayamos estudiado los conceptos básicos y estén seguros de que no vamos a escaparnos, pero han sido cinco malditos años.
—Lo siento —dijo rotundamente Irene mientras escribía una rápida respuesta al mensaje de Coppelia.
—¿Lo sientes?
—Sí. Yo nací en el trabajo. Mis padres son Bibliotecarios. Probablemente eso lo hace todo más fácil. Siempre he sabido lo que se esperaba de mí.
Era bastante cierto, lo hacía todo más fácil. Siempre había sabido para qué la educaban. Diez años en la Biblioteca rotados con años en mundos alternativos, uno tras otro, con estudio, práctica, esfuerzo y largos pasillos silenciosos llenos de libros.
—Ah.
—Supongo que la espera no ha sido… divertida.
—Divertida —resopló Kai—. No, no ha sido divertida. Ha sido bastante interesante, pero nada divertida.
—¿Te cae bien Coppelia?
Irene envió el correo y se desconectó esmeradamente.
—Solo he estudiado con ella los últimos meses.
—Es una de las más… —Irene se interrumpió para considerar qué palabras podía utilizar que no la metieran en problemas si alguien las repetía más adelante en otra parte. Personalmente, le caía bien Coppelia, pero palabras como «maquiavélica», «eficientemente sin escrúpulos» y «corazón de hielo» no quedaban bien en todas las conversaciones.
—Oh, me cae muy bien —agregó Kai apresuradamente. Irene se giró para mirarlo, sorprendida por la calidez de su voz—. Es una mujer fuerte. Muy organizada. Con una personalidad imponente. A mi madre le cae… le habría caído bien. Ya sabes, nunca traen a gente a trabajar aquí con parientes cercanos vivos, ¿verdad?
—No —corroboró Irene—. Está en las normas. Sería injusto para ellos.
—Y, bueno… —empezó mirándola bajo sus largas pestañas—. ¿Qué hay de los rumores de que a veces se aseguran de que no haya parientes vivos cercanos? ¿O parientes vivos en general?
Irene tragó saliva. Se inclinó para apagar el ordenador, esperando que eso ocultara su gesto nervioso.
—Siempre hay rumores.
—¿Son ciertos?
A veces pienso que sí. No era tonta, sabía que la Biblioteca no siempre seguía sus propias reglas.
—No nos ayudará a ninguno de los dos si te digo que sí —contestó rotundamente.
—Ah. —Kai se volvió a apoyar en el respaldo de la silla.
—Llevas aquí cinco años, ¿qué esperas que diga?
—Supongo que esperaba que me dieras la frase oficial. —Ahora la miraba con más interés—. No esperaba que insinuaras que podía ser cierto.
—No lo he hecho —replicó ella rápidamente. Volvió a guardar el papel en el sobre y se lo metió en el bolsillo del vestido—. Aquí va mi primera sugerencia como tu nueva mentora, Kai. La Biblioteca se basa en teorías conspirativas. No admitas nada, niégalo todo, y luego descubre lo que está pasando y publica un artículo sobre el tema. No pueden impedirte hacer eso.
Él inclinó la cabeza.
—Siempre pueden deshacerse del artículo.
—¿Deshacerse del artículo? —rio Irene—. Kai, esto es la Biblioteca. Nunca nos deshacemos de nada aquí. Jamás.
Él se encogió de hombros, renunciando claramente a sus indagaciones.
—De acuerdo, si no quieres tomártelo en serio, no te presionaré. ¿Nos vamos?
—Por supuesto —accedió Irene poniéndose de pie—. Podemos hablar por el camino.
Pasó media hora antes de que empezaran a hablar de nuevo, aparte de algún gruñido casual de reconocimiento o desacuerdo. Irene lo guiaba hacia abajo por una escalera de caracol hecha de roble oscuro y hierro negro; era demasiado estrecha para que caminaran uno al lado del otro, por lo que él iba unos pasos detrás de ella. Las estrechas rendijas de las ventanas en las gruesas paredes daban a un mar de tejados. Alguna que otra antena de televisión destacaba entre los clásicos edificios de ladrillos y las cúpulas de inspiración oriental. Finalmente, Kai dijo:
—¿Puedo hacerte unas preguntas?
—Por supuesto.
Llegó al final de la escalera y se hizo a un lado para que él pudiera alcanzarla. El amplio pasillo que tenía delante estaba abarrotado de puertas a ambos lados, algunas mejor pulidas y desempolvadas que otras. La luz de la linterna brilló sobre las placas de bronce.
—Si vamos a pie hasta el punto de salida tardaremos bastante, ¿no?
—Justo —confirmó Irene—. Está en B-395, ¿recuerdas?
—Claro —contestó él mirándola hacia abajo. Era varios centímetros más alto que ella, lo que permitía una buena cantidad de condescendencia.
—Exacto. —Echó a andar por el pasillo—. He estado ojeando el mapa antes de que llegaras y el acceso más cercano al ala B es por este camino y subiendo después dos pisos. Cuando lleguemos podemos comprobar una terminal para averiguar el modo más rápido de llegar al 395. Espero que no esté a más de un día o por ahí de donde nos encontramos.
—Un día o por ahí… ¿No podemos tomar un camino rápido para ir hasta allí?
—No, me temo que no. No tengo la autoridad para solicitarlo. —No pudo evitar pensar en lo mucho que le facilitaría los cosas—. Hay que estar al nivel de Coppelia para poder pedir uno.
—Ah. —Avanzó unos pocos pasos en silencio—. Vale. ¿Y qué sabes de B-395?
—Bueno, obviamente es un alterno en el que domina la magia.
—Porque es un mundo tipo B o Beta, ¿verdad?
—Sí. Por cierto, ¿de qué tipo eres tú?
—Ah, de uno de los Gammas. Había tecnología tanto como magia. Alta tecnología, magia media. Aunque tenían problemas para que funcionaran juntas, la verdad. Cualquiera que fuera demasiado cyborg no podía conjurar magia.
—Mmm —contestó Irene neutralmente—. Supongo que tú no tienes ningún aumento de máquina.
—No, por suerte. Me dijeron que aquí no funcionaría.
—No exactamente —puntualizó Irene—. Es más, ningún dispositivo con alimentación puede entrar o salir de la Biblioteca estando en funcionamiento. Los dispositivos pueden funcionar perfectamente si puedes apagarlos mientras atraviesas y luego volver a encenderlos una vez estés aquí…
Kai negó con la cabeza.
—No es lo mío. ¿De qué me sirve si tengo que estar todo el tiempo apagándolo y encendiéndolo? Tampoco es que estuviera muy metido en la magia. Me iban más las cosas del mundo real, como el combate físico o las artes marciales. Ese tipo de cosas.
—Entonces, ¿cómo es que te eligieron para la Biblioteca? —preguntó Irene.
Kai se encogió de hombros.
—Bueno, donde yo estaba todos usaban herramientas en línea para investigar. Pero de vez en cuando, conseguía encargos buscando libros viejos para este investigador. Algunos de ellos, ya se sabe, no eran legales, nada legales… Así que empecé a investigar sus antecedentes, pensé que podría encontrar algo interesante. Y creo que miré demasiado a fondo. Porque lo siguiente que recibí fue la visita de una gente muy recta y me dijeron que tenía que venir para trabajar con ellos.
—¿O?
—Ese «o» habrían sido malas noticias para mí —contestó Kai mirándola con frialdad.
Irene permaneció en silencio y pasaron junto a varias puertas.
—Y ahora estás aquí. ¿No estás contento?
—No mucho. —Su respuesta la sorprendió—. Si juegas el juego, aceptas los riesgos. Era una oferta mejor de la que me habría dado otra gente, ¿verdad? Una de las personas que me ha enseñado aquí, el maestro Grimaldi, me dijo que si hubiera tenido familia nunca me habrían hecho esa oferta. Me habrían advertido de algún otro modo, así que no puedo quejarme de eso.
—Entonces, ¿de qué te quejas?
—Cinco años. —Doblaron una esquina—. He pasado cinco malditos años estudiando aquí. Sé lo de la continuidad del tiempo. Han pasado cinco años desde que me marché de mi mundo. Toda la gente a la que conocía habrá pasado página o estará muerta. Era ese tipo de sitio. Había una chica, ahora estará con otra persona. Habrá modas nuevas, nuevos estilos. Tecnología y magia nuevas. Tal vez algunos países hayan desaparecido o hayan volado por los aires. Y no he estado en nada de eso. ¿Cómo puedo seguir llamándolo «mi mundo» si no dejo de perderme partes de él?
—No puedes —respondió Irene.
—¿Cómo lo soportas?
—Este es mi mundo —explicó Irene señalando el pasillo.
—¿De verdad?
Irene aferró el libro que sostenía.
—¿Recuerdas que te he dicho que mis padres son Bibliotecarios? No nací en la Biblioteca, pero podría haberlo hecho. Me trajeron aquí cuando todavía era un bebé. Solían llevarme a sus encargos. Mi madre decía que era el mejor accesorio que había tenido nunca. —Sonrió levemente al recordarlo—. Mi padre solía contarme un cuento antes de dormir sobre cómo pasaban manuscritos de contrabando en mi bolsa de los pañales.
—No —espetó Kai deteniéndose—. ¿En serio?
Irene parpadeó.
—Totalmente en serio. Le pedía que me lo contara todas las noches.
—¿Te llevaban a las misiones?
—Ah. —Irene comprendió lo que le molestaba—. No a las peligrosas, solo a las que eran seguras y en las que yo podía resultarles útil. Cuando se iban a una peligrosa me dejaban atrás. Y después, cuando necesité una buena educación y aclimatamiento social, me llevaron a un internado. El único problema era que tenía que tener mucho cuidado sobre cuánto tiempo libre pasaba en la Biblioteca o me habría perdido la sincronización del tiempo con el mundo en el que estaba estudiando. Hablaron de trasladarme entre mundos a diferentes escuelas para poder estar años en la Biblioteca entremedias, pero pensamos que no funcionaría. —Se sentía orgullosa de haberlo hablado con ellos, de que la trataran como a una adulta y le preguntaran su opinión.
—Y tenías… amigos en el internado, ¿no? —Kai pronunció la pregunta con cautela, como si ella fuera a arrancarle la cabeza de un mordisco por haber preguntado.
—Por supuesto.
—¿Sigues manteniendo el contacto con alguno?
—El factor tiempo juega en contra —contestó Irene encogiéndose de hombros—. Con la cantidad de tiempo que he tenido que dedicar al estudio en la Biblioteca y en otros mundos… ha sido difícil. Mantuve el contacto con algunos durante un tiempo. Les escribía cartas siempre que podía, pero al final no funcionó. Era una escuela en Suiza. Un lugar muy bonito. Muy bueno para los idiomas.
Giraron otra esquina. Delante de ellos, el pasillo se estrechó dramáticamente y comenzó a inclinarse hacia arriba. Tanto el suelo como el techo y las paredes estaban hechos con las mismas tablas crujientes, gastadas y envejecidas. Las ventanas de cuarterones en la pared izquierda daban a una calle vacía iluminada por farolas encendidas, donde las huellas de las ruedas embarradas marcaban el paso del tráfico, pero no se veían señales de nadie.
—¿Todo recto? —preguntó Kai.
Irene asintió. El suelo crujió bajo sus pies cuando empezaron a subir.
—Es como un puente —comentó él.
—Los pasillos que comunican las alas siempre son un poco extraños. Una vez pasé por uno en el que tenías que arrastrarte.
—¿Cómo trasladan los libros por ahí?
—Normalmente, no lo hacen. Los llevan por otro camino. Pero es útil si tienes prisa.
—¿Alguna vez has visto a alguien ahí fuera?
—No. Ni yo ni nadie. —El pasillo se niveló y comenzó a bajar de nuevo—. Ahora bien, si pudiéramos encontrar un Traverse que diera acceso ahí, sería interesante.
—Sí, ese era uno de los grandes temas de conversación entre los estudiantes —suspiró Kai.
Irene miró a su alrededor y encontró lo que quería a la izquierda.
—Un momento —indicó señalando una ranura en la pared—. Tengo que dejar este libro aquí para Coppelia.
Kai asintió y se reclinó contra la pared, dejando que Irene tomara un sobre de la pila junto a la ranura de la pared y metiera el libro en él. Se inclinó un poco mientras ella garabateaba el nombre de Coppelia en el sobre, lo justo para ver el título del libro, y entornó los ojos con curiosidad.
—Siempre puedes llevárselo en persona —sugirió—. Dile que querías asegurarte de que lo recibiera y pregúntale un poco más sobre el encargo mientras estás allí.
Irene depositó el sobre en la ranura y arqueó una ceja mirando a Kai.
—Sí, y también podría hacer que me llamaran «bufona ignorante que no sabe leer órdenes y mucho menos seguirlas». Alguien que claramente no merece ningún tipo de misión si he de volver corriendo a ella para pedirle más detalles cuando me ha dado todo lo que necesito.
—Ah —suspiró Kai—. Vale.
—¿Crees que no he escuchado este discurso de ella?
—Sé que yo sí, pero esperaba que tú no.
—Sí —respondió Irene sonriendo brevemente antes de empezar a caminar de nuevo—. Aunque, buen intento. Así que, 395.
El pasillo giró y entraron en una habitación que contenía dos terminales sobre una mesa de cerámica brillante. Una estaba siendo utilizada por un joven que no se molestó en levantar la mirada y mantuvo su atención en la pantalla del ordenador. Su traje marrón estaba desaliñado y abollado en los codos y en las rodillas, y los puños de encaje enmarcaban sus muñecas huesudas. Probablemente, fuera apropiado en el alterno del que acababa de venir o al que estaba a punto de llegar. Y, aun así, era mejor que el maltrecho vestido gris de Irene.
—Mira —indicó Irene tomando asiento en la otra terminal—. Dame un momento y encontraré la mejor ruta para llegar al punto Traverse de esta misión.
Y averiguaré todo lo que pueda sobre este mundo, agregó para sí misma. Había estado demasiado nerviosa por la llegada de Kai y no había hecho la investigación que solía hacer antes de una misión. Además, aunque los informara el Bibliotecario residente en ese mundo, sería útil tener una idea de adónde se dirigían.
Kai miró a su alrededor deliberadamente ante la falta de sillas y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared, con un aire de santa paciencia.
Irene se conectó rápidamente y abrió el mapa. El Traverse a B-395 estaba a media hora a pie. Mejor de lo que esperaba. No era de extrañar que Coppelia le hubiera enviado a Kai en lugar de hacer que Irene fuera a reunirse con ella. Tomó el bolígrafo y el bloc de notas habituales y anotó las direcciones antes de buscar más información sobre el propio mundo alternativo.
Su reacción debió reflejarse en su rostro porque Kai se enderezó y frunció el ceño.
—¿Qué…?
Irene señaló rápidamente al otro joven y le indicó que mantuviera silencio llevándose el dedo a los labios del modo más obvio que pudo.
Kai la miró y se relajó de nuevo, mirando hacia otro lado.
Garabateó unos pocos datos apresuradamente, dobló el papel y cerró sesión en el ordenador. Con vago asentimiento hacia el joven, se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.
—Vamos, Kai —indicó con energía. Él se puso de pie elegantemente y caminó tras ella con las manos en los bolsillos. En el pasillo, una vez fuera del alcance del oído, Irene le dijo—: Perdona por eso.
—Ah, no te preocupes —contestó Kai. Movió un hombro para quitarle importancia, aparentemente fascinado por los panales de haya y el techo de yeso decorado. Su voz tenía un tono gélido—. Tienes razón, no debería haber hecho ruido y molestar a otros estudiantes mientras trabajan. Pido disculpas por infringir las reglas de la Biblioteca…
—Mira —interrumpió Irene antes de que se pusiera más sarcástico—, no me malinterpretes. No me estoy disculpando por seguir las reglas.
—¿Ah?
—No. Me disculpo por haberte mandado a callar porque no podía hablar de información clasificada con alguien más en la sala.
Kai dio unos pasos más.
—Ah —dijo—. Claro.
Irene decidió que era lo más cercano a una disculpa que iba a conseguir en ese momento.
—Nuestro destino está en cuarentena —añadió abruptamente—. Está catalogado con infestación altamente caótica. —Eso significa que el factor de riesgo es mucho más que simplemente peligroso, pensó, furiosa. ¿Qué estaba pensando Coppelia al enviarlos allí? Si un mundo mágicamente activo estaba en cuarentena, significaba que había sido corrompido por fuerzas caóticas. Su magia se había inclinado demasiado en la mala dirección en el equilibro entre el orden y el desorden. Como le habían dicho a Kai, el caos que corrompía los mundos ordenados era un peligro ancestral y potencialmente letal para los trabajadores de la Biblioteca. E iba en contra de todo lo que representaba la Biblioteca como institución que mantenía el orden. Un alto nivel de caos significaba que podían esperar encontrarse con seres feéricos, criaturas de caos y magia, capaces de tomar forma y sembrar desorden en un mundo tan corrupto. Y eso nunca era buena noticia.
—¿Y no hay ningún elemento de equilibro que intente devolver el orden al mundo del caos?
—No. Ni siquiera los dragones conocen ese alterno, o se mantienen alejados de él. —Y lo que no dijo, mientras intentaba calmar sus propios temores, fue que, sin un elemento de equilibro, el mundo corrupto podía volcarse completamente en un caos primordial. Nadie podía estar seguro de dónde estaba la línea divisoria entre la infestación caótica y la absorción total. Y ella estaba segura de no querer descubrirlo.
Kai frunció el ceño.
—Creía que… Bueno, en orientación básica nos dijeron que los dragones siempre interfieren si hay un alto nivel de caos. Que podían volver a poner un mundo en orden. Cuanto peor se ponía, más posibilidades había de que interfirieran.
—Bueno, según los registros, no hay señales de que hayan pasado por allí.
Podía ser cierto que a los dragones no les gustara el caos, ya que eran criaturas de ley y estructura. Irene había recibido la misma información básica que Kai. Pero eso no significaba que fueran a intervenir dondequiera que se encontraran. A partir de su propia experiencia personal con mundos alternativos, Irene había llegado a la conclusión de que los dragones preferían elegir sus batallas con cuidado.
—Puede que el Bibliotecario de ese mundo sepa algo más —continuó Irene—. Se llama Dominic Aubrey. Trabaja como tapadera en la Biblioteca Británica. Es jefe de la sección de Manuscritos Clásicos. —Inclinó la cabeza para mirar a Kai—. ¿Te pasa algo?
Kai se metió aún más las manos en los bolsillos.
—Mira, sé que nos hablan a los estudiantes de los peores escenarios posibles en la orientación para que no intentemos nada estúpido. Y, probablemente, los hagan parecer incluso peores de lo que lo son en realidad, pero un mundo con alta infestación caótica y sin dragones para que empiecen a equilibrarlo… suena un poco arriesgado como primer encargo para mí y para…
—¿Para una estudiante como yo?
—Lo has dicho tú —murmuró Kai—. No yo.
—Por si te sirve de algo, yo tampoco estoy contenta —suspiró Irene.
—¿Tan malo es?
Consideró pasarse las manos por el pelo, tener un ataque de histeria y sentarse y no hacer nada durante las próximas horas mientras trataba de idear un modo de evitar el encargo.
—Tienen tecnología del nivel de la máquina de vapor, aunque una nota al margen indica que han tenido recientes «avances innovadores». La infestación caótica está tomando la forma de manifestaciones sobrenaturales relacionadas con el folclore y con aberraciones científicas ocasionales.
—¿Qué significa eso?
—Puedes esperarte vampiros. Licántropos. Creaciones ficticias que aparecen en medio de la noche. También puedes encontrarte con que la tecnología actúa de manera inesperada.
—Ah, bien —comentó Kai entusiasmado—. En eso no hay problema.
—¿Qué?
—Soy de un Gamma, ¿recuerdas? Estoy acostumbrado a descifrar la magia. Aunque no lo haya hecho yo mismo, hemos de saber cómo funciona el sistema si queremos evitar los problemas. La magia siempre parece implicar tabúes y prohibiciones. Solo tenemos que averiguar cuáles son y luego evitarlos mientras tomamos el documento o el libro. No hay problema.
—Alta infestación caótica —asintió Irene.
Claramente, ese pensamiento le preocupaba más de lo que preocupaba a Kai. Era posible que fuera porque tenía experiencias anteriores con infestación caótica y no le habían gustado nada.
El caos hacía que los mundos se volvieran irracionales. Aquello fuera del orden natural infestaba los mundos como resultado directo. Vampiros, licántropos, seres feéricos, mutaciones, superhéroes, dispositivos imposibles… Podía hacer frente a ciertos espíritus y a la magia donde operaban bajo un conjunto de reglas y eran fenómenos naturales en sus mundos. El alterno del que venía tenía una magia muy organizada y, aunque ella no la había practicado, al menos tenía sentido. Esperaba poder hacer frente a los dragones también. Eran naturales para el orden de todos los mundos vinculados, una parte de su estructura trabajaba activamente en romper el orden.
No tenía ni idea de por dónde empezar a lidiar con el caos. Nadie sabía exactamente cómo ni por qué el caos se abría camino en un mundo, o tal vez ese conocimiento estuviera por encima de su grado. Pero nunca era natural para ese mundo y parecía ser atraído por el orden para poder destruirlo, deformando todo lo que tocaba. Creaba cosas que funcionaban con leyes irracionales. Infestaba mundos y rompía los principios naturales. No era bueno para ningún mundo en el que entraba, y tampoco era bueno para la humanidad de ese mundo.
Aunque ayudaba a crear buena literatura.
La Biblioteca tenía un conjunto completo de cuarentenas por infestaciones caóticas. Pero el de este mundo alternativo en particular era uno de los más extremos que jamás había visto, aunque todavía permitía la entrada. No estaba contenta con tener que llevarse a un estudiante a la misión, por muy bien que pensara él que podía manejarlo todo.
—Qué lástima que madame Coppelia no nos haya dado más información —comentó Kai—. No me mires así, los dos pensamos lo mismo, ¿verdad? Lo digo yo, solo para que no tengas que decirlo tú.
—Vale —aceptó Irene casi riendo—. En eso estamos de acuerdo. Y ambos sabemos que va a ser malo y ninguno de los dos conoce realmente al otro. Así que es probable que sea complicado, desagradable y peligroso. Y finalmente, si conseguimos el manuscrito, estoy segura de que será de alto secreto y tendremos suerte si logramos algún tipo de mención a él en nuestros registros, porque todo quedará enterrado en los archivos.
—Recuérdame por qué acepté este trabajo —murmuró Kai.
—Te apuntaron con armas, ¿verdad?
—Sí, algo así.
—Y te gustan los libros —añadió ella mirándolo de soslayo.
—Sí. Será eso —le admitió con una sonrisa sincera.
Salieron del último pasillo y se encontraron ante un gran salón. Su ruta continuó por un largo puente de hierro forjado con barandas ornamentadas que se arqueaban grandiosamente de lado a lado sobre el espacio abierto forrado de libros. Las escaleras serpenteaban por las paredes y se encontraban en varios puntos.
—Oye —comentó Kai en tono complacido—, he estado antes aquí. Había un montón de variantes de Fausto ahí debajo —agregó señalando a la esquina inferior derecha de la habitación—. Estaba correlacionando versiones de diferentes alternos para el maestro Legis. Era un ejercicio de entrenamiento, pero fue uno de los mejores.
—Podía haber sido peor —asintió Irene—. Schalken nos hizo buscar ilustraciones de mosaicos durante el entrenamiento. Pasé demasiado tiempo sentada con una lupa y un escáner tratando de averiguar si había alguna diferencia o si había… —Hizo una pausa tratando de recordar el giro de la frase y el tono de voz—. «Una desviación comprensible pero tolerable de la norma, tal y como se expresa en el mundo elegido, dadas las variaciones naturales en la disponibilidad de los minerales y el color…».
Un suave aplauso hizo que se interrumpiera. Tanto ella como Kai se volvieron para mirar hacia el otro extremo del puente. Una mujer con ropa ligera estaba apoyada contra la barandilla. Tenía la piel pálida como el hielo y el cabello como un gorro oscuro.
Sonrió.
Irene no lo hizo.