A MANERA DE REFLEXIÓN Y AGRADECIMIENTO

Fue recién cuando me dispuse a escribir estas líneas, que tomé conciencia del hecho de que seguramente la idea de escribir este libro comenzó aproximadamente 30 años atrás, cuando repentinamente perdí a mi madre, de bendita memoria. Cuando todo se vuelve oscuridad y la desesperación domina, recuerdo haber sentido que la lectura de los clásicos textos bíblicos serenaba mi espíritu, pero que sólo rezar me dejaba una sensación de algo incompleto. Cuatro años más tarde, la muerte de mi padre y ese sentimiento único de orfandad me demostraron que mi corazón continuaba triste y lastimado. Y la idea de un libro como el que hoy les presento volvió a mi mente.

A lo largo de mis casi 30 años de trabajo pastoral he acompañado a muchas y queridas familias en ese momento tan difícil de la separación definitiva de un padre o una madre, un hijo o una hija, hermano o hermana, una esposa o un marido, un amigo o amiga. Son muchos años de tratar de compartir, de estar y de escuchar mucho y responder poco. Porque, ¿qué puedes decir a los padres frente a su pequeño sin vida? ¿Qué palabras son las apropiadas para la familia de una joven cuya vida es arrancada cuando no llegó a su plenitud? ¿Qué decir a una joven viuda y sus pequeños hijos que no entienden por qué “eso” le pasó a un hombre bueno? ¿Por qué él o ella? ¿Por qué justo ahora? ¿Cómo Dios puede hacer esto a una persona noble, y dejar vivir a tantos malvados? ¿Por qué él y no yo? Podría citarles un sinfín de ejemplos, todos válidos, todos relevantes.

Y si la verdad es que la muerte es ineludible, también lo es que nuestra sociedad no está preparada para tratar con ella. Entonces, escucho las preguntas, generalmente acompañadas con esos ojos cansados de llorar y con manos que me agarran con desesperación. Preguntas que me hacen sentir inmensamente limitado y me hacen sentir intensamente la necesidad de poder ofrecer algo más que palabras y presencia. Poder complementar esas palabras con pensamientos, ideas, textos que ayuden al enlutado a poder pasar por el valle de las tinieblas y llegar a los verdes prados.

Y entonces, este libro tomó forma. Es para ti. Es un libro preparado por un doliente en la esperanza de ayudar a otro. Está originado en un ser espiritual que trata casi diariamente con la muerte, buscando ofrecer ayuda a otro ser espiritual ahora más incompleto, por esa separación que debe enfrentar. Porque la muerte y el dolor que ella provoca no tienen etiquetas religiosas. Es universal. Y en esa universalidad, en esa humanidad, en ese corazón lastimado, estamos juntos.

Deseo, desde lo más profundo de mi ser, que este libro pueda ayudar en el proceso que cada uno debe enfrentar, y que nos permitirá, finalmente, poder alcanzar la plenitud de nuestra existencia.

Mis agradecimientos en especial a Roberto Banchik, por su insistencia para que este libro fuera realidad, y a César Gutiérrez, Karina Morales y Aurora Higuera por su incansable tarea editorial. Agradecimientos extensivos a muchos y muy queridos amigos y amigas de mi comunidad, con quienes he compartido momentos de tristeza y también de alegría, amigos que siempre han apoyado mis proyectos haciendo con su generosidad que se hagan realidad. A mi familia, por su comprensión por el tiempo que he dejado de compartir con ellos para trabajar en este proyecto. A mi esposa Ruthy; a Sharon, Karen, Gabriel, Suri, Sonia, mis hijos; a Teya, Moi, Paulina, Bernardo y Natalia, mis nietos queridos.

Y especialmente, agradezco a Dios, a quien creemos ausente e indiferente al dolor que sufrimos cuando un ser amado muere, y que sin embargo está presente en muchas formas. Cuando el corazón está en silencio, cuando el alma grita, cuando creemos no tener más fuerzas, cuando creemos no tener mañana, Él está dentro de cada una de nuestras lágrimas; Él está acariciando nuestro corazón buscando consolarnos, y Él está recordándonos que la oscuridad más intensa de la noche es el instante previo al amanecer.

Le agradezco a Dios haberme enseñado que Él nunca nos pone pruebas que no podamos enfrentar, que el tiempo solo, no cura, y que es la lealtad a la vida la que nos permite aprender a decir adiós.

MARCELO RITTNER