Areta de Cirene

S. IV a. C.

Fue una filósofa de la escuela cirenaica que aprendió de su padre Aristipo, alumno de Sócrates. Básicamente los cirenaicos preconizaban el disfrute del presente y del placer, pues nunca se sabe lo que puede pasar luego, pero siempre haciéndolo dentro de nuestras posibilidades y adaptándonos a las circunstancias. Estaban en contra de los convencionalismos sociales. Pero fue una corriente que duró poco ya que los epicúreos tomaron el relevo sobre el concepto del hedonismo, pero haciendo más hincapié en los placeres espirituales y luego los cínicos se abrogaron la teoría del desapego por los convencionalismos sociales.

De todas formas, a Areta la consideran la sucesora de su padre en la escuela cirenaica, se dice que enseñó filosofía natural y moral durante más de treinta y cinco años en las escuelas del Ática, contando con más de ciento diez filósofos entre sus alumnos. También escribió cuarenta libros de los que por desgracia no nos ha llegado ninguno. Fue muy admirada por sus compatriotas quienes escribieron un epitafio en su tumba llamándola “esplendor de la Antigua Grecia, con la belleza de Helena, la virtud de Penélope, la pluma de Aristipo, el alma de Sócrates y la lengua de Homero”. No se pueden decir más elogios.

El historiador español del siglo XIX Antonio Pirala dijo de ella que “era tan docta en las letras griegas como en las latinas y leía y explicaba de tal modo la doctrina de Sócrates que más parecía haberla escrito que aprendido”.

En el escrito de Humberto Eco “Filosofare al femminile” dice sobre las mujeres filósofas de la antigüedad: “Me fui a hojear al menos tres enciclopedias filosóficas y de todos estos nombres (salvo Hipatia) no encontré ningún rastro. No es que no hayan existido mujeres filósofas. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, quizás después de haberse apropiado de sus ideas”.