Este libro es una elocuente exposición divulgadora y educativa de los procesos cerebrales en los que se fundan principios y métodos de pedagogía. Como tal, el libro constituye una fuente de valiosa información acerca del papel del cerebro infantil y adolescente en el aprendizaje y, además, un compendio no menos valioso de consejos y normas a padres y maestros para la educación eficaz del escolar. En varios lugares del texto el autor hace referencia, implícita o explícitamente, a la importancia del «aprendizaje activo», por el que se entienden la adquisición de conocimiento y habilidad cognitiva a base de la motivación, la iniciativa y el esfuerzo del niño, con énfasis en su capacidad creadora y el desarrollo del razonamiento lógico, ambos en buena medida innatos.
Con el aprendizaje activo, la misión educativa pasa del educador al educando, del maestro al discípulo, aunque el primero es indispensable para motivar y guiar al segundo. Otro elemento del aprendizaje activo es la colaboración de grupos de alumnos en la tarea común de aprender y «aprender a aprender». Con la colaboración en vez de la competición se logran tres objetivos en el niño, además del objetivo educativo fundamental de la escuela: (a) proteger y nutrir la autoestima; (b) inculcar el valor social de la empresa común y del altruismo, y (c) aminorar las diferencias intelectuales y culturales entre alumnos, las cuales pueden afectar adversamente al rendimiento escolar de todos.
Bien es verdad que algunas variantes del aprendizaje activo han venido practicándose en escuelas privadas, y algunas públicas, durante muchos años en varios países (v. g. el método Montessori). Hay varias razones por las que el aprendizaje activo no ha prosperado universalmente en la educación pública: una es la falta de liderazgo en política educativa; otra es la escasez de erario público dedicado a la educación, teniendo en cuenta que el método es costoso en términos de personal y de medios: una tercera es la falta de personal docente capacitado, y, por último, está el crecimiento desmesurado de la población escolar de los últimos tiempos, cuando prácticamente ha desaparecido el analfabetismo en los países civilizados y el alto número de alumnos en las aulas ha desbordado los recursos para el método activo, el cual requiere un alumnado reducido.
Ninguna de estas razones se aplica a ciertas naciones, donde el aprendizaje activo ha prosperado con éxito inusitado en la escuela pública. Una de estas naciones es Finlandia, que frecuentemente aparece a la cabeza del listado de naciones en el informe anual de PISA (Programme for International Student Assessment), el organismo internacional de evaluación del rendimiento escolar de adolescentes. Se argüirá que Finlandia es una nación pequeña, de alto y uniforme nivel socioeconómico, donde la educación del profesorado es esmeradísima y donde el maestro y la maestra gozan de tanto prestigio social como el médico o el ingeniero. Todos estos argumentos son válidos, pero no hacen sino validar las razones que he aducido anteriormente por nuestras serias deficiencias en el ámbito educativo. Nuestras naciones tienen la responsabilidad de combatir aquellas razones, aumentar nuestros recursos materiales y humanos e, imitando a Finlandia, implantar el aprendizaje activo en nuestras escuelas públicas.
Lo que no se sabía hasta nuestros días es que el niño adquiere el aprendizaje activo y sus beneficios con el ejercicio y práctica de las funciones ejecutivas de la corteza prefrontal, la más humana de todas las cortezas cerebrales. Estas funciones son: la planificación, la atención ejecutiva, la memoria operante («de trabajo»), la toma de decisiones y el control inhibitorio. En su conjunto, estas funciones tienen el objetivo de organizar en el tiempo las secuencias novedosas de conducta, razonamiento y lenguaje. En consonancia con el temario de este libro y mi medio siglo de trabajo sobre la fisiología del córtex, confío en que el autor y el lector me perdonarán si en este lugar doy añadido realce al papel del córtex prefrontal, con sus funciones ejecutivas, en la educación del niño por el aprendizaje activo.
La corteza prefrontal es la corteza asociativa del lóbulo frontal. Es la última en alcanzar madurez y máximo crecimiento (en relación con otras cortezas), tanto en el curso de la evolución como en el desarrollo del individuo. En el cerebro humano alcanza el tamaño de una tercera parte del llamado «neocórtex», el córtex evolutivamente «nuevo», mucho más que en otros primates y mamíferos inferiores. Pero lo más importante del crecimiento prefrontal no es el aumento de masa sino algo más recóndito pero funcionalmente más decisivo de aquella corteza: el crecimiento exponencial de sus fibras de conexión consigo misma y con otras estructuras cerebrales. En el humano, la corteza prefrontal no alcanza la madurez completa de sus conexiones y neuronas, y por ende sus funciones, hasta la tercera década de la vida. Con razón está encargada de capacitar actividades mentales especiales del ser humano, como son la ideación y ejecución de planes novedosos y complejos, el razonamiento lógico y el lenguaje. Por razones genéticas escasamente conocidas, ciertos niños sufren un retraso en la maduración de la corteza prefrontal, sobre todo la corteza inferior del lóbulo frontal. Son niños de edad escolar que adolecen de una profunda dificultad para mantener la atención en cualquier tarea y una propensión no menos profunda a moverse. Son víctimas de lo que ha venido en llamarse el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), al cual Guerrero ha dedicado otra lúcida obra, TDAH. Entre la patología y la normalidad (Libros Cúpula, 2016).
La corteza prefrontal no trabaja por sí sola, sino en estrecha coordinación con otras estructuras cerebrales en el nivel más alto del «Ciclo Percepción-Acción». Ese ciclo, de profundas raíces biológicas, es el círculo cibernético que une el organismo a su entorno y le permite adaptarse a él. En organismos inferiores al humano, así como en los niveles bajos del sistema nervioso humano, el ciclo es reflejo y estereotípico, al servicio de hábitos y reflejos innatos o condicionados. En el nivel más alto del sistema nervioso, a saber, la corteza cerebral, el ciclo percepción-acción, con su bucle cibernético de retroalimentación (feedback), forma, junto con partes del entorno, la infraestructura al servicio de la conducta y lenguaje complejos con objetivo en el futuro más o menos lejano.
El ciclo percepción-acción puede entrar en función en cualquier parte del mismo: en el entorno físico o social del individuo, en su medio interno por un estímulo visceral o instintivo, como el hambre, o en su corteza cerebral, en forma de un plan de acción con objetivo o una imagen pictórica o musical. Con ellos, el niño aprende a razonar de modo lógico, inductiva y deductivamente. En cualquier caso, la corteza prefrontal, en coordinación con otras cortezas y estructuras subcorticales motoras, utiliza sus funciones ejecutivas para organizar acciones sucesivas en pos del objetivo. Cada acción produce cambios en el entorno que generan estímulos sensoriales, perceptuales, los cuales, analizados por la corteza perceptual (posterior), informarán a la corteza prefrontal acerca de los resultados de la acción y la prepararán para la acción siguiente, con correcciones y ajustes si son necesarios, y así sucesivamente, siempre con referencia al plan interno y su objetivo.
En el aprendizaje activo se motiva al niño a usar el ciclo percepción-acción para iniciar y llevar a cabo obras creativas manuales, artísticas o intelectuales que reten su originalidad e iniciativa. Con esto se estimulan y desarrollan las funciones ejecutivas prefrontales. En el «entorno» del ciclo están los maestros, los padres y demás discípulos, los cuales responden a las acciones del niño con aprobación, admiración, imitación o corrección. Con los resultados de sus acciones, y las reacciones del maestro y de otros, aumenta la motivación e iniciativa del niño para seguir adelante o crear de nuevo. Involucrando a otros niños en ciclos y labores comunes o complementarias se promueve la colaboración y se avivan los intereses comunes y las amistades entre ellos. Esto anima también a padres y maestros. La figura adjunta esquematiza el ciclo percepción-acción a la base del aprendizaje activo.
Figura. Flujo de información entre la corteza cerebral del niño y su entorno en el ciclo percepción-acción durante una tarea de aprendizaje activo. En el «entorno» no solo están los medios y productos de la tarea sino también el maestro, los familiares y otros niños.
Si en este prólogo me he extendido con el método del aprendizaje activo es por dos motivos: uno es mi experiencia científica en el estudio de la corteza prefrontal, que es el substrato neurológico del método, y el otro es mi convicción de que este método es la clave del muy necesario progreso en la educación moderna de la infancia.
DR. JOAQUÍN M. FUSTER
California, enero de 2021