Todas las naciones cuentan con singularidades en su historia, de modo que el excepcionalismo siempre corre el riesgo de no explicar nada o muy poco. Todas han conocido batallas, guerras e invasiones, a todas les han ocurrido eventos particulares, pero también hay secuencias comunes, hechos nada diferenciales. No obstante, es preciso reconocer que la historia de España presenta en el contexto europeo la particularidad de la presencia musulmana, que, al vincularse durante la Edad Media con la de judíos y cristianos, conformó una cultura singular, abierta y fronteriza.
La nómina de viajeros y exploradores de la España medieval en su procedencia de las tres culturas exhibe de acuerdo con este rasgo una idiosincrasia propia, hispánica, en detrimento del origen común de cada uno de ellos, dictado por la pertenencia y el culto debido a cada una de las tres religiones del libro. Entre los aspectos que los distinguen vale la pena destacar que en número apreciable fueron agentes fundadores de lo que hoy llamamos diplomacia, que se comportaron como celosos misioneros de sus creencias en lugares muy lejanos de aquellos que los vieron nacer, o que fundaron, gracias a un carácter indómito y en el transcurso de unas peripecias asombrosas, la posibilidad de una geografía del mundo real y articulada, abierta al oriente del Mediterráneo, Asia y África, en estricto reflejo de la situación en la que se encontraba la propia Península, enriquecida con presencias venidas de todas partes. Alrededor del año 1000, una fecha mesiánica, la imagen de lo español empieza a hacerse más reconocible, a raíz de los procesos de creación de un poder monárquico cristiano y el comienzo del largo declive hispanomusulmán, que durará hasta el año 1492. El Camino de Santiago se convierte en la vía de comunicación entre los distintos reinos europeos y la península cristiana, mientras filósofos como el mallorquín Ramon Llull y embajadores como el madrileño Ruy González de Clavijo alcanzan Argel y Samarcanda. No es menos asombroso que el ceutí Muhammad El Idrisi llegara a Turquía o que el hispano-judío Benjamín de Tudela tropezara en la ciudad de Bagdad en un itinerario que quizás lo llevó hasta la misma China.
Jaén, 795-¿?, 864
DIPLOMÁTICO, MATEMÁTICO Y FILÓSOFO
En el año 844 naves vikingas llegaban por primera vez a las costas cántabras. Una tormenta las había desviado de su rumbo de navegación por el litoral oeste de Francia. Tras saquear algunas localidades, como Gijón, los fieros hombres del norte sufrieron una dura derrota en Galicia a manos de las levas del rey asturiano Ramiro I. Aun así, diezmados y todo, prosiguieron ruta por la costa portuguesa hasta llegar a Cádiz. Desde allí alcanzaron Sevilla y procedieron a saquearla e incendiarla. Los sevillanos, con apoyo de Córdoba, capital andalusí, consiguieron vencer a los vikingos en Tablada. Los hombres del norte supieron que habían topado con una importante potencia militar, bien organizada y expansiva, encumbrada en al-Ándalus por el dominio omeya. Fue entonces cuando Abderramán II encargó al erudito apodado al-Ghazal, «la gacela» (para los árabes uno de los animales arquetípicos de la belleza), que preparara una embajada a las peligrosas tierras del norte de las que procedían los llamados westfaldingi, en respuesta a otra que los vikingos habían enviado a Córdoba con la intención de prestar ayuda a los suyos, dispersos por Cádiz y el Algarve tras la derrota, y ya de paso establecer lazos comerciales con el apetecible mercado andalusí. Al-Ghazal ya tenía experiencia en el terreno diplomático tras haber encabezado una misión a Bizancio en el año 840, de la que apenas hay noticias. Los objetivos eran claros: frenar las incursiones vikingas en el ámbito hispano-musulmán; establecer alianzas contra los peninsulares no islamizados y los francos cristianos; y conseguir acuerdos comerciales que incluían el intercambio de productos entre los que no faltaban las valiosas pieles de las tierras y mares del septentrión ni el músculo de los esclavos. Al-Ghazal contaba por entonces con 50 años, sin que la edad hubiera hecho merma alguna en su fina inteligencia, su elocuencia y, sobre todo, en su ardiente carácter. El embajador cordobés, apoyado por un tal Yahya ibn Habib, posiblemente un astrónomo experto también en las artes de la navegación, acompañó al representante del rey de los vikingos en su viaje de vuelta a la corte de los majus, también así llamados. No se conoce con precisión el destino exacto de la misión diplomática, ya que pudo haber sido Irlanda, Dinamarca e incluso Noruega. Las hipótesis más aceptadas son las que mantienen que al-Ghazal, aunque tocó Irlanda, recién invadida por los vikingos noruegos, llegó finalmente a Jutlandia (actual Dinamarca), que definió como una isla a pesar de que se trataba de una península. Ambos partieron en dos knörr (embarcaciones de dos velas utilizadas por los vikingos en largas travesías) bien equipados del puerto de Silvés, al sur del Algarve portugués, con rumbo a Noirmoutier. Era noviembre de 844. Doblaron Finisterre y se dirigieron a la península de Kerry, en tierras irlandesas, para dirigirse después posiblemente a Clonmacnoise, punto de encuentro con los monarcas norteños, según indican algunas versiones. Por delante esperaban veinte meses de estancia en tierras vikingas, en las que al-Ghazal logró recopilar valiosa información que incluía estudios sobre etnografía, costumbres y descripciones geográficas. El relato de los acontecimientos fue transmitido por el propio al-Ghazal a Tammam ibn Alqama y este, a su vez, pasó la información al valenciano ibn-Dihya, nacido en el año 1159, que fue quien finalmente escribió el texto en el que se narra tan magna empresa. A diferencia de otros escritores de viajes de su época, ibn-Dihya se limitó a transcribir los datos que le fueron aportados, sin incluir elementos mágicos, mitológicos ni productos de su propia imaginación, por lo que sus palabras gozan de gran credibilidad.
A pesar de que los vikingos prosiguieron con sus escaramuzas por el Mediterráneo y Europa, al-Ghazal logró arrancarles un pacto circunstancial de no agresión, además de importantes acuerdos mercantiles y estratégicos. Un año y medio después de su partida regresó a la Península. Una vez allí, permaneció durante tres meses en Santiago de Compostela y partió finalmente hacia Córdoba, donde fue recibido con honores.
LECTURAS
Al-Ghazal y la embajada hispano-musulmana a los vikingos en el siglo IX, Mariano G. Campo, editor. Miraguano Ediciones, colección Libros de los Malos Tiempos, Madrid, 2002
Ceuta, 1100-Ceuta o Sicilia, 1165 o 1166
CARTÓGRAFO, GEÓGRAFO Y VIAJERO
Pocos son los datos biográficos conocidos de El Idrisi, nacido en Ceuta, ciudad que entonces pertenecía al Imperio almorávide, cuyos dominios se extendían a la España andalusí. Lo que sí se sabe es que fue un importante viajero y hombre de mentalidad científica que ya con 18 años estaba en Éfeso, en la actual Turquía, desde donde partió para desplazarse por Asia Menor. Los datos sobre un supuesto periplo por la Bretaña francesa y el litoral de Inglaterra no son del todo fidedignos, por lo que este viaje se queda en el territorio de lo hipotético, aunque muchos historiadores coinciden en que sí que fue llevado a cabo. Desde luego lo que recorrió fue la península Ibérica, antes de partir hacia Palermo invitado por el monarca Roger II, que ocupó el trono siciliano de 1130 a 1154, año de su muerte, y que estaba muy interesado en rodearse de toda clase de eruditos que dieran prestigio y esplendor a su monarquía. Por entonces El Idrisi era ya un reputado cartógrafo gracias a los conocimientos adquiridos en Córdoba y a partir de su llegada a la corte de Palermo comenzó a trabajar en la redacción de una obra geográfica que incluía un mapamundi en el que debían ser insertados todas las tierras y mares conocidos. El Idrisi no solo se valió de la experiencia personal de sus viajes para llevar a cabo dicho trabajo, sino que a menudo, como hacía en sus escritos, incluía datos escuchados de otros autores y viajeros, gran parte de ellos colaboradores, con las consecuentes inexactitudes de muchos de ellos.
En su Tabula rogeriana presentaba un gran mapamundi orientado en sentido inverso al actual: el norte abajo y el sur arriba.
El resultado final fue una obra que sirvió de referencia a muchos geógrafos posteriores y que quedó reunida en el Nuzhat al-Mustaq, finalizado en el año 1154, que El Idrisi bautizó como Kitab Rudjar o Libro de Roger, más conocido como Tábula rogeriana, en honor a su mecenas coronado, que llevaba además el subtítulo de Recreo de quien desea recorrer el mundo. En 1161 realizó una segunda edición ampliada, cuyas copias se perdieron, que llevaba por título Los jardines de la Humanidad y el entretenimiento del alma y de la que solo sobrevivió una versión abreviada llamada Jardín de los gozos o Pequeño Idrisi. El sistema que utilizó para la elaboración de su mapa universal fue el de una reticulación parcelada en diez meridianos y ocho paralelos que delimitaban las zonas climáticas del mundo. Una característica importante es que el mapamundi de El Idrisi fue realizado al revés de lo habitual: es decir, el norte estaba abajo y el sur arriba. Sin duda, El Idrisi fue uno de los geógrafos universales más importantes de su tiempo.
LECTURAS
Un sultán en Palermo. Tariq Ali. Alianza Editorial, Madrid, 2005
Tortosa (Tarragona), segundo cuarto del siglo X-¿?, ¿?
DIPLOMÁTICO Y COMERCIANTE
Aunque se tiene por bueno que el verdadero oficio del judío tarraconense Ibrahim Yaqub era el de comerciante, no es menos cierto que llegó a realizar en su época varias importantes misiones diplomáticas. En especial las llevadas a cabo ante Otón I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, la figura política de mayor relevancia de la Europa cristiana del siglo X, artífice de la reorganización interna del reino alemán y vencedor de magiares y eslavos, así como la que le reunió con el papa Juan XII. Ambas fueron promovidas por el primer califa de Córdoba, Abderramán III. Especialmente importante fue la primera, que tuvo lugar en Magdeburgo en el año de 965, ya que los representantes diplomáticos de varios reinos europeos se reunieron también en aquella ciudad. Yaqub fue tomando buena nota del sistema de relaciones políticas y económicas que se establecían al norte de la Península, tanto al este como al oeste. Su condición de judío y las relaciones que mantenía en toda Europa hicieron posible que llevara a buen puerto sus diversas misiones. Aprovechó Yaqub su viaje para describir los lugares y parajes por los que iba pasando, tanto de Francia como de Alemania, además de los países eslavos, pues llegó hasta Polonia y Rusia. A menudo fue incorporando a su narración elementos mitológicos sobre culturas legendarias que le fueron transmitidas oralmente por otros viajeros. Sin embargo, estas partes estaban bien diferenciadas de las reales, en las que supo transmitir con vívidas palabras todo aquello que veía. Años antes, en 961, Yaqub se había reunido ya con el papa Juan XII en la ciudad de Roma y aunque no son muchas la noticias que quedaron de aquellas conversaciones, sí que se guardan datos sobre algunos intereses del pontífice, como el de la recuperación de reliquias cristianas que permanecían en la España musulmana.
Astrolabios del siglo XII.
Museo Naval, Madrid
LECTURAS
Ibrahim b. Yaqub: al-Andalus y Europa, J. Ramírez del Río. El legado andalusí, Granada, 2001
Granada, 1080-Damasco (Siria), 1169
VIAJERO, COSMÓGRAFO Y ESCRITOR
En 1090 las tropas del emir almorávide Yusuf ibn Tasufin amenazaban la Granada del último de los reyes ziríes. La familia de Abu Hamid, quien por entonces contaba 10 años, dejó su ciudad para asentarse en Uclés. Su estancia allí no duró mucho, puesto que el joven abandonó para siempre la península Ibérica y se dedicó a viajar por Oriente hasta los países más alejados dentro de las fronteras islámicas y siguiendo la compleja red de rutas que salían de al-Ándalus. En el transcurso de su larguísimo viaje escribió dos libros: AlMu´rib y Tuhfa, obras documentales de gran valor geográfico. Además de llevar una vida azarosa en la que no perdió en ningún momento su afán por el conocimiento, llevó a cabo una importante misión de divulgación de la fe islámica, realizó operaciones comerciales, fue discípulo de grandes eruditos y maestro de otros, narró con verdadera solvencia literaria leyendas de los lugares que iba visitando y proporcionó datos importantes de los pueblos por los que pasó. En 1106 o 1107 al-Garnati cruzó el estrecho de Gibraltar, llegó a Ceuta y se internó en Marruecos, aunque se desconoce si realmente avanzó hasta el sur, a la ciudad comercial de Siyilmasa. Donde sí se sabe que estuvo fue en Túnez y Kairuán. Pero sus ansias de conocer no tenían límites y con 34 años se encontraba ya en Alejandría, adonde había llegado navegando por el Mediterráneo tras hacer escala en Cerdeña y Sicilia. De Alejandría, urbe en la que realizó anotaciones sobre su arquitectura, marchó a El Cairo, donde se detuvo por un tiempo para estudiar, visitar las pirámides y preocuparse, en especial, por los sistemas de abastecimiento de agua para riego y consumo en concordancia con las subidas del nivel fluvial del Nilo, río del que dejó una buena descripción en la que también incluyó su fauna. Desde Egipto siguió a Damasco, visitó de camino las ruinas de Balbek y Palmira, y llegó a Bagdad, en donde se instaló por un tiempo en casa del erudito visir Awn ad-Din. En 1130 se encontraba en Abhar y un año más tarde aparecía en la desembocadura del Volga en el Caspio, concretamente en la ciudad de Saysin. Desde allí realizó un viaje por la costa occidental de este mar interior, en el cual tuvo oportunidad de conocer Derbend. Siguió luego el curso del Volga hasta llegar a Bulgar, en 1135, donde dio cuenta de las actividades comerciales que por la zona se llevaban a cabo y cuyos habitantes negociaban intercambios de espadas por pieles de castor. Transcurridos quince años este impresionante viajero se hallaba en Hungría, llamado País de Basgird. Allí permaneció durante unos ocho años desarrollando otras de sus múltiples facetas, la de misionero islámico y maestro de árabe. Tras su estancia en este lugar se fue a Saysin e hizo una parada invernal en el país de los saqaliba. Desde Saysin atravesó en barco el Caspio para llegar a Juawarizm. Estamos ya en 1154 y, un año después, en cumplimiento de uno de los cinco mandatos del islam, al-Garnati se dirigió a La Meca, en peregrinación, por la ruta de Merw, Ispahán y Basora. Una vez cumplido el precepto volvió a Bagdad, en donde comenzó a escribir la primera de sus obras, el libro de viajes AlMu´rib. Una vez terminado, siguió camino a Jurasan y de allí pasó a Mosul, y durante los tres años siguientes se ocupó en la redacción de su segundo relato, Tuhfa. Cuando terminó, marchó a Siria y, después de permanecer un tiempo en Alepo, llegó a Damasco, ciudad en la que acabó sus días. Tenía casi 90 años.
LECTURAS
Abu Hamid al-Garnati y las maravillas del mundo, Ingrid Bejarano Escanilla. El legado andalusí, Granada, 2001
Abu Hamid el Granadino y su relación de viaje por tierras eurasiáticas, César E. Dubler. Editorial Maestre, Madrid, 1953
Valencia, 1145-Alejandría, 1217
GEÓGRAFO, VIAJERO Y ESCRITOR
Año 1182. Ibn Yubair, poeta valenciano afincado en Granada y secretario de la cancillería del gobernador Abu Said Utman, decidió que era el momento de peregrinar a La Meca, como es mandato para el islam. Según algunos cronistas, aquel viaje que hizo virar el rumbo de su vida vino motivado por una crisis de fe. Cierto o no, el caso es que tras cruzar el estrecho de Gibraltar se embarcó en Ceuta rumbo a Alejandría en una nave genovesa. Era febrero de 1183. Casi un mes después llegaba a tierras egipcias y gobernadas entonces por el sultán otomano Salah ad-Din Yusuf, más conocido como Saladino, tras pasar por las islas Baleares, Cerdeña, Sicilia y Creta. Después de visitar la ciudad y su famoso faro, y dedicar elogiosas palabras al nuevo gobernante sunní, Yubair partió hacia El Cairo, adonde llegó tres días más tarde. Nuevas visitas y descripciones de la urbe y, cómo no, palabras sobrecogedoras sobre las pirámides. Pero su destino, en un principio, era La Meca, así que prosiguió viaje y remontó el Nilo hasta Asuán, para cruzar luego el mar Rojo, llegar a Yeda, alcanzar La Meca —donde el profeta Mahoma dio inicio a su hégira («migración») en 622—, ciudad en la que permaneció durante ocho meses, y finalizar la peregrinación en Medina. Sin embargo, en lugar de enfilar el camino de regreso a la Península, se animó a proseguir ruta. Tomó rumbo norte hacia Jerusalén, Damasco, Mosul, Bagdad y Acre. Dos años después decidió volver a Granada, vía Sicilia, isla en la que hizo una escala, concretamente en la ciudad de Palermo. Fruto de aquel periplo nació su rihla («libro de viajes»), un testimonio inusual para la época, pues el autor narró de forma pormenorizada no solo los puntos geográficos por los que transitó, sino su experiencia personal, las costumbres locales, la política, los sistemas de fiscalidad, la cultura en general y el estado de las comunidades religiosas, especialmente de la musulmana pero sin olvidar otras, como la judía o la cristiana, presente esta última con notoriedad en Jerusalén tras las Cruzadas. Se tiene constancia de que Yubair viajó dos veces más hacia el levante, pero nada dejó escrito sobre ello. Su libro es una ventana esencial para el conocimiento de la cultura mediterránea medieval.
LECTURAS
A través del Oriente: el siglo XII ante los ojos, introducción, traducción y notas de Felipe Maíllo Salgado. Serbal, Barcelona, 1988
Tudela (Navarra), hacia 1130-¿?, hacia 1175
VIAJERO, COMERCIANTE Y ESCRITOR
La vida y la obra del judío español Benjamín ben Zona, que así se llamaba realmente, están tan ligadas que es casi imposible separar una de otra. Era rabino —sabio— según se sabe por el prologuista anónimo de su libro Sefer-Ma’asot («Libro de viajes»), políglota, experto en telas, gemas, especias y perfumes. Con sus conocimientos sobre estas materias inició un periplo hacia Oriente que guardaba una doble intención. Por una parte, establecer nexos en la distancia con los diferentes grupos de judíos dispersos por Europa y Asia y, por otra, obtener recursos para los gastos de tan costoso viaje. Porque, según su relato, pudo haber llegado hasta China en constante observación de la situación de sus hermanos de religión, la política entre las naciones del mundo occidental cristiano y el oriental islámico y la descripción y situación de centros comerciales, así como las rutas que los unían y las que podían unirlos más en el futuro. Podría considerarse que el objetivo de sus anotaciones era la construcción de un informe puramente comercial, pero, en realidad, se trataba de un ambicioso producto cultural y literario en el que se dieron cita la crónica, la geografía, el ensayo costumbrista y, en cierto sentido, a modo de precedente, la etnografía y la sociología.
Jerusalén en la ruta de Benjamín de Tudela hacia Oriente.
Biblioteca Gómez-Navarro, Madrid
El viaje de Benjamín de Tudela se inició en Zaragoza, no se sabe con certeza si en 1159 o 1165 y duraría catorce años. Llegó al Mediterráneo por Tarragona, para seguir luego a Barcelona, Gerona, internarse en el Rosellón y la Provenza, y embarcar en Marsella hacia Génova. Cruzó la península Itálica hasta el Adriático tras visitar Pisa y otras ciudades, y allí volvió a embarcar para llegar a Corfú y Corta, escala necesaria para arribar a Constantinopla, desde donde viajó a las islas del Egeo. En Tierra Santa visitó Nablús, Jerusalén, llegó a Damasco, luego a Jama, Alepo, Racca y Mosul, e inició el camino hacia Bagdad por el valle del Tigris. Aquí se abre un paréntesis en su relato, pues si lo expresado anteriormente en su itinerario guardaba visos de verosimilitud, a partir de este punto sus palabras parecen serle transmitidas, como atestigua la constante referencia a mitos y leyendas. Es la parte correspondiente a su visita a Asia, a Ceilán, las islas de Qis o la misma China. Un paréntesis que se cierra cuando su escritura retorna a la senda de lo creíble, que coincide con el momento en que pisa territorio egipcio, con descripciones asombrosas de El Cairo, Fustat, Alejandría, el monte Sinaí y Damietta.
Sus andanzas terminan bruscamente en París, ciudad a la que llegó desde la costa del norte de África por un curioso itinerario: Sicilia, Roma, Lucca y Verdún.
LECTURAS
Sefer-Ma´asot. Libro de viajes, Benjamín de Tudela. Gobierno de Navarra, Pamplona, 1994
Libro de viajes de Benjamín de Tudela, versión castellana, introducción y notas de José Ramón Magdalena Nom de Deu. Riopiedras ediciones, Barcelona, 1989
Palma de Mallorca, 1233 o 1235-Bugía (Argelia), 1315 o 1316
MONJE, TEÓLOGO Y VIAJERO
Europa, Asia y África fueron los continentes en los que este formidable sabio de origen mallorquín desarrolló su tardía actividad apostólica. Tras llevar una vida disoluta en su juventud, Llull dio un giro a sus días cuando contaba ya con 30 años. De ser senescal y mayordomo del futuro rey Jaime II de Mallorca y trovador de composiciones amatorias con las que galanteaba a las damas, a pesar de estar casado y tener dos hijos, pasó a ordenarse franciscano, a estudiar filosofía y lengua árabe, medicina o teología. Entendió que el viaje era fundamental para su propio aprendizaje y también para el desarrollo de su actividad religiosa, orientada a convencer a los papas de la creación de monasterios para la formación del clero y a los musulmanes para su conversión al cristianismo. Tras una primera peregrinación a Santiago de Compostela regresó a Mallorca por Barcelona con la intención de fundar un monasterio, Miramar, al tiempo que completaba sus estudios en Montpellier. De allí Llull marchó a Roma para convencer al papa Honorio IV de las bondades de su «método», un sistema para convencer de sus errores a los infieles. Posteriormente se fue a París, centro de poder, regresó a Montpellier, luego a Roma y partió de allí a Génova primero y después a Túnez, de donde fue expulsado. De allí se dirigió a Nápoles y volvió a Mallorca, París, Barcelona… hasta que en el año 1300 tuvo noticia de la invasión de Siria por los mongoles, hecho que favorecía la alianza entre los tártaros y cristianos contra los musulmanes. Viajó entonces a Chipre con ánimo de llegar a Tartaria, pero las nuevas que le habían llegado resultaron inexactas. Aun así alcanzó Armenia, primero, y luego Jerusalén, para regresar a Montpellier antes de iniciar su segundo viaje a Túnez, de donde nuevamente fue expulsado, con lapidación incluida a cargo de quienes no aceptaban su tarea de misión. De regreso su embarcación naufragó en las costas italianas. Consiguió que su cuerpo maltrecho se recuperara y tras varios viajes más por Francia emprendió el que sería su último periplo, otra vez a Túnez. Ya no volvió vivo. Murió no se sabe con certeza si en Bugía, víctima de otra lapidación, o en el barco que le transportaba a Mallorca. Tenía más de 80 años y había escrito 300 obras, de las cuales nos han llegado 250, incluida su Ars Magna, precedente enciclopédico de una ciencia universal y metafísica.
Conocido en su tiempo con distintos apodos, como «Doctor Illuminatus», Llull fue una de las figuras más avanzadas en los campos espiritual, teológico y literario de la Edad Media.
Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense, Madrid
LECTURAS
Ramon Llull, un medieval de frontera, Juan Ignacio Sáenz-Díez. Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1995
Madrid, ¿?-Madrid, 1412
DIPLOMÁTICO Y VIAJERO
De noble familia madrileña, oficial de la Casa Real y camarero de Enrique III de Castilla, la suerte de Ruy González de Clavijo cambió por completo cuando en 1403 el propio rey le encargó que encabezara una embajada a Samarcanda, ciudad hoy de Uzbekistán. Era la capital del Imperio timúrida, al frente del cual se hallaba el gran Timur, apodado el Cojo (Lenk), un monarca de crueldad bien conocida pero que mantenía vivas e importantes relaciones con Occidente. Sin duda, sus grandes dotes oratorias fueron clave para tan importante nombramiento, singular precedente de los viajes diplomáticos españoles.
Aquella expedición, en la que tomaron parte también Alonso Páez de Santamaría, Gómez de Salazar, Alonso Fernández de Mesa y una cohorte de sirvientes, había sido ideada en respuesta a otra que Tamorlán (como era conocido Timur en Occidente) había mandado años atrás al monarca castellano, y tenía por objeto trazar itinerarios fiables desde Castilla hasta Asia central, verificar las rutas comerciales, recabar noticias sobre los pueblos transitados y poner de manifiesto la superioridad de Enrique III frente al resto de las monarquías europeas, en un momento difícil en el que, tras la derrota de los cruzados en Nicópolis por las tropas del turco Bayaceto, se abría hacia Europa un pasillo libre para sus ambiciones expansionistas, coronadas con la toma de Constantinopla en 1453. El grupo mandado por González de Clavijo partió de Cádiz, probablemente de El Puerto de Santa María, en mayo de 1403 a bordo de un barco genovés. Tras atravesar el Mediterráneo la embajada llegó a Rodas y luego a Constantinopla, para partir después, por la orilla sur del mar Negro, hasta Trebisonda en un intento por sortear los dominios del sultán turco y así alcanzar Persia, entonces bajo gobierno de los mongoles. Tuvieron que adentrarse en tierras ásperas y pagar peajes abusivos. Cruzaron Armenia, pasaron cerca del monte Ararat y llegaron por fin a Teherán. Se adentraron en el desierto del Turquestán para llegar al río Amu Daria y de allí viajaron a Samarcanda, adonde llegaron el 8 de septiembre de 1404. Habían transcurrido dieciséis meses desde el inicio de la aventura. En la fastuosa urbe de la Ruta de la Seda permanecieron 75 días, durante los cuales recogieron datos importantes sobre las relaciones entre las diferentes monarquías asiáticas a comienzos del siglo XV. De regreso, los diplomáticos castellanos llegaron a Bujara, desde donde tomaron el camino de ida e hicieron escala en Trebisonda antes de partir rumbo a su destino final, Alcalá de Henares, adonde llegaron en marzo de 1406, tras un penoso viaje de regreso. Fruto de aquel periplo fue la redacción de la crónica conocida como Viaje a Tamorlán, considerado como el primer libro de viajes de la literatura castellana, atribuido al propio Ruy González de Clavijo, aunque no son pocos los que afirman que también podría haber salido de la mano de otro miembro de la expedición, Alonso Páez de Santamaría. En cualquier caso, se trata de una obra fundamental que llegó a figurar en el diccionario de autores elegidos por la Real Academia para el uso de voces y modos de hablar, entre los escogidos para documentar la prosa desde 1400 a 1500. Fue publicado por primera vez en español en 1582 por el sevillano Argote de Molina, bajo el título Historia del Gran Tamorlán e Itinerario y narración del viage y se tradujo al ruso, inglés, francés, persa y turco, por lo que logró un carácter universal. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en su De Varones Ilustres, habla así de Ruy González de Clavijo al tratar la Villa de Madrid: «Y de aquella salió / Aquel noble orador / Clavijo, embajador / Del Rey Enrique Tercero / Del cual era camarero / y llegó al Tamorlán / Del cual su fama nos dan / Una militar noticia / Famosa de su milicia / En las partes orientales».
Manuscrito de la embajada a Tamorlán.
Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense, Madrid
LECTURAS
Historia del Gran Tamorlán e itinerario y narración del viage y relación de la embaxada que Ruy Gonçalez de Clavijo hizo por mandado del muy poderoso señor rey don Enrique tercero de Castilla. Miraguano, Madrid, 1999
Embajada a Tamorlán. Ruy González de Clavijo, versión española actual de Francisco López Estrada. Castalia, Madrid, 2004
¿Sevilla?, entre 1405 y 1409-¿?, ¿?
VIAJERO Y ESCRITOR
Hidalgo, aventurero, dueño de una considerable fortuna material y de no poca formación cultural, Pero Tafur, por largos años residente en Sevilla —no se sabe con exactitud si nació allí, aunque la mayoría de los datos apuntan a que así fue—, abandonó su vida acomodada para lanzarse a las distancias y recorrer sin descanso Europa, el Mediterráneo y los países del norte de África en cuatro viajes. Fruto de aquellos periplos dejó para la posteridad una de las consideradas obras maestras de la literatura de viajes medieval: Las Andanças de un hidalgo español, libro de referencia en el que narra por medio de un estilo refinado y un explícito sentido del humor sus experiencias, por momentos cautivadoras, en los confines de una Europa sumida en una edad oscura. A pesar de que partió de Sanlúcar de Barrameda en el otoño de 1436, este viajero atípico, que no era ni embajador —aunque hiciera labores de tal en algún momento de su vida— ni comerciante, sino un hidalgo entusiasmado con la sola idea de ver mundo, tomó como base de operaciones la ciudad italiana de Venecia, desde donde inició una obligada peregrinación a Roma, capital de la cristiandad, no sin antes visitar Génova y Pisa. En un segundo viaje, que para muchos estudiosos tenía como fin la búsqueda de sus orígenes, marchó hacia Oriente desde Venecia embarcado en una nave de peregrinos cuyo destino era la ciudad de Jaffa, en Tierra Santa, a la que llegaría tras recalar en varios puertos del mar Mediterráneo. Durante tres semanas Tafur se adentró en los Santos Lugares anotando con fruición cuanto veía, para regresar después a Jaffa y tomar camino hacia Beirut, urbe desde la que embarcó con rumbo a Chipre. Allí le fue encargada una embajada al sultán de Egipto y en el viaje que de inmediato emprendió alcanzó el desierto del Sinaí y las orillas del mar Rojo, para regresar a El Cairo y Alejandría y embarcar hacia Chipre con los resultados de su empresa diplomática, y partir de allí a Constantinopla, no sin antes realizar excursiones a Adrianópolis (el enclave fundado por Adriano, el emperador español del Imperio romano, nacido en Itálica y consumado viajero) o Crimea. Tras visitar la ciudad y dar cuenta de sus costumbres, así como de sus monumentos, regresó por fin a Venecia, adonde llegó en el año 1438. En su libro, Tafur mostró un gran interés por dar a conocer lo «diferente», realizando comparaciones de ciudades con otras de las que podrían ser mejores conocedores los lectores de esa obra fundamental, en un momento en el que esto no era lo habitual entre escritores que narraban culturas ajenas a la propia. En este sentido tiene especial relevancia el relato que hizo de la vida de los otomanos, sin minusvalorarlos en ningún momento, ya que una de sus intenciones era dar a conocer a las potencias occidentales las costumbres de los pueblos considerados como enemigos de la cristiandad, ensalzando sus labores y logros pero también deteniéndose en los puntos débiles de los mismos; unas brechas, especialmente en los territorios de la organización militar y defensiva, que podrían ser en un futuro aprovechadas en caso de conflicto armado.
En Ferrara se entrevistó con el papa, al que dio breve cuenta de sus andanzas, para posteriormente visitar al emperador de Constantinopla, que también se encontraba en aquella ciudad italiana. Tafur fue luego a Parma y Milán antes de iniciar un nuevo viaje, el tercero, este con rumbo a los países al norte de la cordillera de los Alpes, una frontera natural difícil de atravesar, en especial en los penosos meses del crudo invierno. Que esta circunstancia estacional no mermó el ánimo del sevillano lo demuestra el hecho de que para lograr su fin hiciera construir un trineo del que tirarían unos bueyes. Así, en esa situación entre cómica y épica, logró atravesar el paso de San Gotardo hasta llegar a Basilea. Tras permanecer por un tiempo en ese enclave tomó el camino que le llevaría hasta la ciudad francesa de Estrasburgo y después a Flandes, no sin antes darse unos baños calientes en Baden que, sin duda, lo reconfortaron tras su heladora odisea alpina. Posteriormente acudió a la por entonces famosa feria comercial de Frankfurt y pasó un tiempo en Colonia, de la que dijo era la ciudad más rica de Alemania. Desde ese punto emprendió la salida hacia la meta de su nuevo viaje. De vuelta a Basilea desde Flandes se dirigió a Constanza y Breslau, con paradas en Ulm y Núremberg, tras lo cual regresó a Ferrara, pero no sin antes realizar una escala en Viena.
Su cuarto viaje fue el que supuso su regreso a España, pero no por la vía rápida, pues sus ojos aún tenían mucho que ver y su mano mucho que anotar. Así que de Ferrara viajó a Florencia pasando por Venecia, Vicenza y Verona. Una vez más pretendió llegar a Venecia, pero su curiosidad le hizo detenerse en Bolonia y, de nuevo, en Ferrara, desde donde otra vez se dirigió a Venecia. En la bellísima ciudad de los canales esperó durante un largo mes un embarque apropiado hasta que, al fin, una nave de Sicilia lo llevó por el Adriático tocando en los puertos de Rímini, Pesaro, Fano, Ancona y Brindisi para llegar a Messina, contemplar el volcán Strómboli desde las islas Lípari, rodear completamente la isla de Sicilia y toparse con el majestuoso y siempre amenazante volcán Etna. Malos vientos empujaron su nave hacia África, concretamente a Túnez, desde donde llegó a la isla de Cerdeña, última etapa antes de regresar a su España natal. La línea recta es el camino más corto entre dos puntos, pero no siempre es el mejor. O por lo menos no lo era para él.
LECTURAS
Andanças e viajes de un hidalgo español (1436-1439), Pero Tafur. Ediciones El Albir, Barcelona, 1982
¿Valladolid?, 1378-Cigales (Valladolid), 1453
SOLDADO Y AVENTURERO
«Yo, Gutierre Díaz de Games, criado de la casa de don Pero Niño, conde de Buelna, vi de este señor todas más de las cavallerías e buenas fazañas que fizo, e fui presente de ellas […]. E fize de él este libro.» El libro no es otro que El Victorial o Crónica de Don Pero Niño, escrito por Gutierre Díaz de Games, alférez y a la sazón criado de la casa de este marino militar, viajero, aventurero y corsario castellano de los siglos XIV y XV que gozó en su tiempo de gran fama, sobre todo por los servicios prestados al rey Enrique III el Doliente, el mismo que envió a Ruy González de Clavijo a su conocida embajada a Samarcanda. El monarca encargó una expedición a Pero Niño para liquidar a los corsarios que amenazaban el comercio en el Mediterráneo occidental. El grupo, compuesto por dos galeras y una nao, salió de Sevilla en 1404. En Cartagena estableció Niño su base de operaciones y desde allí se dirigió a la Berbería, para regresar a Cartagena y partir de nuevo en busca de Juan de Castrillo por aguas de la costa marsellesa. Para evitar incidentes diplomáticos, ya que aquellos corsarios estaban bajo la protección del llamado Papa Luna, Niño decidió no entablar combate con los fugitivos, que huyeron mientras él era acogido por el pontífice. Más tarde, tras tocar en la isla de Capraia siguió por el mar Tirreno, Córcega y el archipiélago Toscano, pasando luego por Alguer y Orestán (Cerdeña) para cruzar el Mediterráneo de norte a sur y llegar a Túnez, concretamente a Zembra. Por el camino abordaron una nave que había sido robada por corsarios a comerciantes sevillanos, lo que originó un incidente diplomático, ya que la citada embarcación había sido tomada en respuesta a un ataque de los sevillanos a otra nave y, por lo tanto, tomada como presa válida. En el puerto de Túnez, navegando con sigilo, encontraron una galera anclada que de inmediato abordaron. Posteriormente, siguieron costeando en busca de corsarios hasta que regresaron a Cartagena. Siguieron las correrías de Niño por las costas del norte de África hasta que Carlos VI de Francia pidió ayuda a Enrique III para luchar contra Enrique V de Inglaterra. Niño salió entonces de Santander con tres carabelas armadas costeando por el golfo de Vizcaya hasta La Rochela, donde conoció al francés Charles de Savoisy, con quien se alió para atacar intereses ingleses en el canal de la Mancha, hasta desembarcar en Portland. Por estas acciones y otras posteriores, Niño fue nombrado conde de Buelna (Cantabria), localidad en la que aún hoy existe el castillo que lleva su nombre.
LECTURAS
El Victorial. Gutierre Díaz de Games, estudio, edición crítica, anotación y glosario de Rafael Beltrán Llavador. Universidad de Salamanca, Salamanca, 1997