Capítulo 1
Un nido de ratones
Nicholina
Belladona, eufrasia, baya de arrayán,
colmillo de víbora y ojo de búho,
pizca de flora, pellizco de animal,
para vil posesión o propósito puro.
Icor de un amigo, icor de un contrario,
un alma negra como noche insondable,
pues en la oscuridad se halla el almario
do surcan las ánimas lo inescrutable.
El hechizo es familiar; oh, sí, muy familiar. Nuestro favorito. Ella nos deja leerlo a menudo. El grimorio. La página. El hechizo. Nuestros dedos repasan cada trazo de pluma, cada letra difuminada, y cosquillean con una promesa. La promesa de que jamás estaremos solos, y les creemos. Le creemos a ella. Porque no estamos solos, nunca estamos solos, y los ratones viven en nidos con cientos de otros ratones, con muchísimos ratones. Se refugian todos juntos para cuidar de sus crías, de sus hijos, y encuentran recovecos calientes y secos con mucha comida y magia. Encuentran rincones sin enfermedad, sin muerte.
Nuestros dedos se enroscan en torno al pergamino y dejan nuevas huellas.
Muerte. Muerte, muerte, muerte, nuestra amiga y enemiga, irremediablemente nos llega a todos.
Excepto a mí.
Los muertos han de olvidar. Cuidado con sueños que impidan dormir.
Ahora desgarramos el papel, lo rompemos en pedazos. En trocitos minúsculos. Se desperdigan como ceniza en la nieve. Como los recuerdos.
Los ratones se refugian todos juntos, sí; se mantienen a salvo y calientes los unos a los otros, pero cuando una cría de la camada enferma, los ratones se la comen. Oh, sí. Se la zampan entera, enterita, para alimentar a la madre, al nido. El último en nacer siempre está enfermo. Siempre es pequeño. Devoraremos a la ratoncita enferma, y ella nos alimentará.
Ella nos alimentará.
Acecharemos a sus amigos, sus amigos (un gruñido brota por mi garganta ante la palabra, ante la promesa vacía), y los alimentaremos hasta que estén gordos de aflicción y culpabilidad, de frustración y miedo. Allá donde vayamos, ellos nos seguirán. Y entonces los devoraremos a ellos también. Y cuando devolvamos a la ratoncita enferma a su madre en Chateau le Blanc, cuando su cuerpo se marchite, cuando sangre, su alma se quedará con nosotros para siempre.
Ella nos alimentará.
Jamás estaremos solos.