Capítulo 8
Mi nombre es legión

Lou

Hay muy pocas ventajas en perder la posesión del cuerpo de uno; o más bien en perder la conciencia del cuerpo de uno. Sin ojos para ver ni orejas para oír, sin piernas para andar ni dientes para comer, paso mi tiempo flotando en la oscuridad. Excepto que… ¿puede alguien flotar siquiera sin un cuerpo? ¿O simplemente existo? Y esta oscuridad no es oscuridad del todo, ¿verdad? Lo cual significa…

Oh, Dios. Ahora existo dentro de Nicholina le Clair.

No. Ella existe dentro de , esa zorra robacuerpos.

Con suerte estoy en mi sangrado mensual. Se lo merecería.

Aunque espero su respuesta, impaciente, ninguna risa fantasmal responde a mi provocación, así que lo intento otra vez. Más fuerte esta vez. Grito mis pensamientos (¿puede alguien tener pensamientos sin cerebro?) al abismo. Sé que puedes oírme. Espero que mi útero se haya revuelto contra ti.

La oscuridad parece moverse en respuesta, pero aun así no dice nada.

Me fuerzo a concentrarme y empujo contra su presencia opresiva. No se mueve. Lo intento de nuevo, más fuerte esta vez. Nada. No sé cuánto tiempo empujo. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que recuperé la conciencia. El tiempo no tiene ningún significado aquí. A este ritmo, reclamaré mi cuerpo más o menos dentro de trescientos años y me despertaré en una tumba más como polvo que como esqueleto. Al menos mi madre no puede matar a un esqueleto. Al menos no tienen úteros.

Creo que me estoy volviendo loca.

Con un último empujón violento, me resisto al ataque de rabia. Las emociones parecen… diferentes en este sitio. Corren como locas y sin control pues no tienen un cuerpo que las contenga, y a veces, en momentos como estos, siento que (en la forma que sea que he adoptado ahora) me deslizo en ellas sin adulterar. Como si me convirtiera en la emoción.

Reid odiaría este lugar.

Pensar en él me lanza a través de mi conciencia y una nueva emoción amenaza con consumirme. La melancolía.

¿Se ha dado cuenta de que no soy yo misma? ¿Se ha dado cuenta alguien? ¿Saben lo que me ha ocurrido?

Vuelvo a centrarme en Nicholina, en la oscuridad, antes de que la melancolía me engulla entera. No hace ningún bien darles vueltas a esas cosas, aun cuando un frío debilitador se filtra a través de la neblina, mi subconsciente, ante otro pensamiento poco bienvenido: ¿cómo podrían haberse dado cuenta? Incluso antes de que La Voisin y Nicholina nos traicionaran, no era yo misma. Todavía noto esos bordes astillados, esas fisuras en mi espíritu que rompí a propósito.

Una es más profunda que el resto. Una herida abierta.

Me aparto de ella por instinto, aunque palpita con ojos color whisky, pestañas rizadas y una risa suave y lírica. Duele con un brazo larguirucho alrededor de mis hombros, una mano cálida en la mía. Palpita con empatía, con un acento fingido y una botella de vino robada, con sonrojos tímidos y casi cumpleaños. Arde con el tipo de lealtad que ya no existe en este mundo.

No llegó a los diecisiete.

Ansel lo sacrificó todo, me abrió en canal y yo permití que Nicholina se colara en esa grieta. Así es como le devolví el favor: perdiéndome por completo. El odio hacia mí misma da vueltas, negro y nocivo, a las puertas de mi conciencia. Se merecía algo mejor. Se merecía más.

Yo se lo daría. Como Dios o la Diosa, o solo la oscuridad de mi condenada alma como testigo, yo se lo daría. Me aseguraría de que no muriera en vano. En respuesta, una voz desconocida me sobresalta murmurando Oh, bravo.

La oscura neblina se contrae con mi susto, pero empujo contra ella con fuerza, en busca de la nueva presencia. No es Nicholina. Y desde luego que no soy yo. Eso significa… que hay alguien más aquí.

¿Quién eres?, pregunto con bravuconería fingida. Por los senos de una madre, ¿cuántas personas… o espíritus, o entidades, o lo que sea…, caben dentro de un único cuerpo? ¿Qué quieres?

No tienes por qué tener miedo. Otra voz esta vez. Tan desconocida como la anterior. No podemos hacerte daño.

Somos tú.

O más bien, añade una tercera, somos ella.

Esa no es una respuesta, espeto cortante. Decidme quiénes sois.

Una breve pausa.

Entonces llega una cuarta voz que dice: No nos acordamos.

Y ahora una quinta: Pronto tú tampoco lo harás.

Si tuviese huesos, sus palabras los hubiesen helado hasta el tuétano. ¿Cuántos… cuántos de vosotros estáis ahí?, pregunto en silencio. ¿Ninguno de vosotros puede recordar su nombre?

Nuestro nombre es Legión, contestan las voces al unísono, sin perder ni un segundo. Pues somos muchos.

Santo infierno. Es obvio que hay más de cinco voces; suenan más bien como cincuenta. Mierda, mierda, mierda. Recuerdo vagamente el verso que recitaban de un pasaje de la Biblia del arzobispo, la que me prestaba en el sótano de la torre de los chasseurs. El hombre que lo había pronunciado había estado poseído por demonios. Pero estos… no son demonios, ¿verdad? ¿Nicholina está poseída por demonios?

Es una lástima, pero no lo sabemos, dice el primero en tono amistoso. No sabemos cuántos años llevamos viviendo aquí. Podríamos ser demonios o podríamos ser ratones. Vemos solo lo que ve nuestra señora, oímos solo lo que oye nuestra señora.

Ratones.

A veces nos habla, aporta otro y, de algún modo, percibo su mala intención. Simplemente lo sé, como si su conciencia se hubiese fusionado con la mía. Estamos de broma, por cierto. No nos llamamos Legión. Menudo nombre más estúpido, si quieres nuestra opinión.

Lo usamos con todos los recién llegados.

Siempre molesta.

Sin embargo, esta vez hemos sacado el verso directo de tus recuerdos. ¿Eres religiosa?

Es de mala educación preguntar si alguien es religioso.

Ya no es un alguien. Es una de nosotros. En cualquier caso, ya sabemos la respuesta. Estamos siendo educados.

Al contrario, es bastante maleducado hurgar en sus recuerdos.

Ahórrate el sermón para cuando los recuerdos se hayan perdido. Mira aquí. Todavía están frescos.

Una incómoda sensación cosquillosa desciende mientras las voces discuten y, una vez más, sé por instinto que están hurgando en mi conciencia, dentro de . Imágenes del pasado entran y salen de la neblina tan deprisa que no puedo seguirles el ritmo, pero las voces solo se acercan aún más, hambrientas de más. Bailando en torno al árbol de mayo con Estelle, ahogándome en el Doleur con el arzobispo, estirada ante el altar debajo de mi madre…

Parad. Mi propia voz corta de manera brusca a través de los recuerdos, y las voces reculan, sorprendidas pero escarmentadas. Como deberían estarlo. Es como una infestación de pulgas en mi propio subconsciente. Mi nombre es Louise le Blanc y desde luego que sigo siendo un alguien. Os diría que salierais a toda velocidad de mi cabeza, pero como no estoy segura de que esto sea siquiera mi cabeza, daré por sentado que la separación es imposible en este punto. Así que, ¿quién es el último que ha llegado a este sitio? ¿Lo recuerda alguien?

El silencio reina durante un maravilloso segundo, antes de que todas las voces empiecen a hablar al mismo tiempo, discutiendo sobre quién lleva aquí más tiempo. Demasiado tarde, me doy cuenta de mi error de juicio. Estas voces ya no son individuales sino una escalofriante cosa colectiva. Una colmena. El enfado se convierte enseguida en ira. Deseando tener manos con las que estrangularlos, intento hablar, pero una voz nueva interrumpe.

Yo soy el más novato.

Las otras voces cesan de inmediato, irradian curiosidad. Yo misma siento curiosidad. Esta voz suena diferente a las demás, grave y profunda y masculina. También ha dicho yo, no nosotros.

¿Y tú eres…?, pregunto.

Si una voz pudiera fruncir el ceño, esta lo hace. Yo… creo que antes me llamaba Etienne.

Etienne, corean los otros. Sus susurros vibran como las alas de un insecto. El sonido es desconcertante. Peor aún, siento el momento en el que manifiestan su nombre a partir de sus recuerdos. De mis recuerdos. Etienne Gilly.

Eres el hermano de Gaby, digo horrorizada, recordando, igual que ellos. Morgane te asesinó.

Las voces prácticamente tiemblan de anticipación cuando nuestros recuerdos se sincronizan y rellenan los huecos para pintar el retrato entero: cómo Nicholina lo había poseído y había cruzado el bosque a pie bajo el pretexto de ir de caza; cómo ella lo había conducido adonde esperaba Morgane. Cómo Morgane lo había abducido, cómo lo había torturado en las entrañas de una cueva oscura y húmeda a solo un puñado de kilómetros del campamento de sangre. Y La Voisin, cómo ella lo había sabido desde el principio. Cómo prácticamente había entregado las cabezas de Etienne y Gabrielle a Morgane en bandeja de plata.

Parte de mí todavía no puede creerlo, no puede procesar mi conmoción por su traición. Mi humillación. Josephine y Nicholina se han aliado con mi madre. Aunque no me gustaran, jamás pensé que serían capaces de tanta maldad. Sacrificaron a miembros de su propio aquelarre para… ¿qué? ¿Para regresar al Chateau?

, susurra Etienne.

Lo sabe porque vio cómo sucedía todo a través de los ojos de Nicholina, incluso después de que el verdadero Etienne hubiese muerto. Vio su propio cuerpo profanado apoyado contra mi tienda de campaña. Observó impotente mientras Morgane raptaba a Gabrielle para que corriera la misma suerte, mientras mi madre atormentaba a su hermana pequeña, y Gaby por fin escapaba de La Mascarade des Crânes.

Excepto…

Frunzo el ceño. Había unos vacíos notorios en este recuerdo. Un pequeño agujero ahí, otro enorme por aquí. Mi propia participación en la Mascarada de la Calavera, por ejemplo. El color del pelo de Gabrielle. Sin embargo, cada agujero se va rellenando a medida que pienso en él, a medida que mi memoria aporta su propia información, hasta que la línea temporal está completa en su mayor parte.

A pesar de estar… muerto, fue capaz de verlo todo como si estuviera ahí.

¿Cómo?, pregunté desconfiada. Etienne, tú… tú moriste. ¿Por qué no has seguido camino?

Cuando Nicholina me poseyó, me uní a su conciencia y… creo que nunca me marché.

Hostias. Mi conmoción se convierte a toda velocidad en un horror absoluto. ¿Os ha poseído Nicholina a todos?

Noto cómo hurgan en nuestros recuerdos una vez más, cómo juntan fragmentos de nuestros conocimientos colectivos sobre Nicholina, La Voisin, sobre la magia de sangre. La oscuridad parece vibrar de agitación mientras contempla una conclusión tan fantástica e imposible. Y aun así… ¿con cuánta frecuencia hablaba Nicholina de ratones? Gabrielle decía que ella y La Voisin son corazones que permanecerán jóvenes para siempre. Otros susurraban sobre artes aún más oscuras. Su comprensión se resuelve como la mía.

De algún modo, Nicholina ha atrapado sus almas en esta oscuridad con ella para siempre.

La tuya también, comenta la estirada. Ahora eres una de nosotras.

No. La oscuridad parece acercarse más mientras sus palabras suenan sinceras, y durante un momento no puedo hablar. No, sigo viva. Estoy en una iglesia, y Reid…

¿Quién dice que estamos todas muertas?, pregunta la voz traviesa. A lo mejor algunos de nosotros seguimos vivos, en alguna parte. A lo mejor nuestras almas solo están fragmentadas. Parte aquí, parte ahí. Parte en todos sitios. La tuya se romperá más pronto que tarde.

Cuando la oscuridad vuelve a moverse, más pesada ahora, y me aplasta bajo su peso, los otros perciben mi histeria afligida. Sus voces se vuelven menos amistosas, menos estiradas, menos traviesas. Lo sentimos, Louise le Blanc. Es demasiado tarde para ti. Para todos nosotros.

NO. Forcejeo contra la oscuridad con todas mis fuerzas, repitiendo la palabra una y otra vez como un talismán. Busco un patrón dorado. Busco cualquier cosa. Solo encuentro oscuridad. No no no no no

Solo me responde la risa frígida de Nicholina.