Capítulo 6
Una presencia insidiosa

Lou

Desde la oscuridad, surge una voz.

No esa voz. No la voz terrible que canturrea y llama. Esta voz es más afilada, punzante, cortante. Familiar. No me tienta. Me… me regaña.

Despierta, espeta. Todavía no estás muerta.

Pero no conozco esa palabra. No comprendo la muerte.

Nadie lo hace. No se trata de eso… o quizá se trate justo de eso. Te estás apagando.

Apagando. La oscuridad ofrece olvido. Un dulce alivio.

Que le den. Has trabajado demasiado duro y demasiado tiempo para rendirte ahora. Venga. Quieres más que olvido. Quieres vivir.

Una risa fantasmagórica reverbera entre las sombras. A través de la negrura sin fin. Se enrosca a mi alrededor, acaricia los irregulares bordes de mi conciencia, calma los fragmentos rotos en mi centro. Ríndete, ratoncito. Deja que te devore.

Me duele. A cada latido de la oscuridad, el dolor aumenta hasta que ya no puedo soportarlo.

Es tu corazón. La voz cortante ha vuelto, más fuerte esta vez. Más fuerte incluso que el tamborileo rítmico. Ta-bum. Ta-bum. Ta-bum. Por instinto, intento apartarme, pero no puedo esconderme del sonido. Del dolor. Reverbera por todas partes a mi alrededor. Sigue palpitando.

Intento procesarlo, intento mirar a través de la oscuridad hacia donde un corazón podría latir de verdad. Pero sigo sin ver nada.

No te escondas de ello, Lou. Abraza tu dolor. Utilízalo.

Lou. La palabra me suena familiar, como la exhalación de una risa. La inspiración antes de saltar, la exclamación ahogada cuando de hecho vuelas. Es un suspiro de alivio, de irritación, de desilusión. Es un bramido de ira y un grito de pasión. Es… yo. No soy la oscuridad. Soy algo distinto por completo. Y esta voz… es la mía.

Ahí estás, dice (digo yo) con un alivio evidente. Ya era hora.

Sin embargo, sobre las alas de una certeza viene otra, y me flexiono de repente para empujar contra la aplastante negrura. Ella responde del mismo modo, no ya simple oscuridad sino una presencia sensible con ente propio. Una presencia insidiosa. De algún modo parece equivocada. Extraña. No debería estar aquí (sea donde fuere aquí), porque este lugar… también me pertenece. Como el latido de mi corazón. Como mi nombre. Aunque me flexiono otra vez, para poner a prueba mi fuerza, y me expando más, y empujo y empujo y empujo, no encuentro más que una resistencia férrea.

La oscuridad es firme como una piedra.